Los ojos de Rosina se abrieron de par en par al ver a Felissa gemir de dolor, pero en lugar de ayudar a su amiga, Rosina se partió el culo de risa.
—¡Oh, diosa mía! ¿Qué haces? ¡Jajaja! —exclamó Rosina y cayó al suelo agarrándose el estómago.
—¡R-Rosina! —Felissa hizo pucheros y se dio cuenta de que estaba con el pecho al aire. Se vistió apresuradamente y se levantó, sacudiéndose el culo.
—¿Por qué gritaste así? No te estoy lastimando —dijo Rosina, cruzándose de brazos con una sonrisa burlona.
—Lo sé, pero... mi imaginación lo arruinó todo —murmuró Felissa con timidez. Estaba encantada de que Rosina intentara ayudarla pero no podía aceptarlo ella misma.
—Entonces, el nombre del chico es Vicenzo, hmm. No lo conozco —murmuró Rosina, pensando en quién podría ser. Alzó la mano para frotarse la barbilla cuando olió algo dulce.
Rosina se dio cuenta de que venía de su dedo introducido en el agujero de Felissa. Olió y la humedad de Felissa olía a vainilla.
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