Mientras tanto...
—¿Qué? —Ismael ladeó la cabeza, sentado con despreocupación en la segunda cancillería donde fue escoltado para ser interrogado. Normalmente, los interrogatorios no serían tan elegantes, pero como él era el «reverenciado» tercer príncipe —como él mismo se denominaba—, tenían que tratarlo más como a un testigo que como a un sospechoso.
Román, el séptimo príncipe, miraba fríamente a su hermano desde el otro lado. Sin embargo, permaneció callado.
—Ya sabes, ¿verdad? —el tercer príncipe sonrió burlonamente—. No tiene sentido hacer preguntas ya que nadie está escuchando y ambos sabemos que yo no debería estar en este lugar.
Ismael se recostó cómodamente, encogiéndose de hombros.
—Román, mi hermano, tú... eres realmente un hombre complicado. ¿Por qué le jurarías lealtad a Joaquín, eh? Javier... entiendo por qué ese bastardo se arrastra ante esa abominación. Pero tú... siempre ha sido un misterio para mí, hermano.
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