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Lu Shanshan no le gustaba cómo Chen Gaonan se alzaba sobre ella con una postura hostil, la mandíbula apretada y los ojos entornados que la menospreciaban. Sus manos estaban apretadas en puños blanquecinos y con su altura, parecía muy intimidante. Sabía que no era el tipo de hombre que golpearía a una mujer, pero era de los que usarían las palabras como armas.
—Sabía que debí haberme opuesto cuando el Jefe invitó a un cuchillo para reemplazar a un bolígrafo —gruñó Chen Gaonan, arrugando el borde de su nariz.
Lu Shanshan rodó los ojos y bajó la guardia. Su cuerpo se relajó y se sentó frente a su escritorio. Era una pérdida de tiempo estirar el cuello hacia él. —¿Confías tan poco en nuestro jefe? ¿Crees que los Zheng pueden hacernos algo? —preguntó ella.
—No puedes solo mirar la pequeña imagen, tienes que pensar fuera de lo común y considerar los peores escenarios —respondió Chen Gaonan.
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