[ Aclaración, está breve historia no es parte del canon y fue creada por Sole, una amiga y escritora en crecimiento. Su ig es @noodle.duckd 🌹 ]
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Érase una vez en una aldea alejada de la gran ciudad, un joven común y corriente, muy inteligente, benevolente y trabajador. Este chico soñaba con conocer a una bella dama, que lo ame y respete, que comparta su tiempo con él.
Un día, después de cosechar sus tierras, Pablo emprendió viaje hacia la ciudad para vender su mercancía.
En el camino se encontró otra aldea que nunca había visto por no prestar tanta atención, esta era más grande que la suya y un poco menos desarrollada. Mirando más detenidamente, avistó una señorita que estaba cargando varios bolsones sobre sus hombros y en una carretilla hecha pedazos. Detuvo sus mulas y fue rápido a socorrerla, ella se alivió al escuchar la calma voz de Pablo;
_Disculpe señorita ¿Quiere que le ayude?
_Sería una gran solución a mis problemas -contestó ella aliviada.
Pablo subió los bolsones de la joven a su carreta y luego se fueron a la ciudad, ya que ella también se dirigía hacia allí.
Entre charla y charla, descubrieron que tenían bastante en común, también tenían el mismo sentido del humor.
Ya en la ciudad, bajaron sus cosas y acordaron un punto de encuentro para volver.
A Pablo le fue bastante bien con sus ventas, y Linda consiguió bastante dinero del que parecía que ganaría. Se volvieron a encontrar casi al finalizar la tarde y emprendieron viaje.
_Vendí todo el maíz, toda la harina de trigo y casi toda la soja -dijo Pablo orgulloso de su hazaña- ¿A vos cómo te fue? Le preguntó.
_Me fue mejor de lo que esperaba -respondió Linda- Quería agradecerte por todo hoy Pablo, muchísimas gracias.
Llegaron a la aldea de la joven, él notó algo raro e inquietante en esa aldea, también se sentía un hedor bastante fuerte. Esos pensamientos se esfumaron cuando Linda lo despidió con un beso en la mejilla, quedó paralizado...
Siguieron así durante una semana entera y sin descanso. Un fin de semana casi a la madrugada, Linda acompañó a Pablo hasta su aldea después del trabajo. Estuvieron recostados en el follaje, observando el firmamento que rebalsaba en cuerpos celestes, disfrutando la cálida brisa veraniega.
Pablo miraba de una forma inigualable a Linda, ella también lo veía de esa manera. Ella tomó la mano de Pablo y lo besó, él no hizo ningún intento de escapar de la situación ya que eso era lo que había deseado durante bastante tiempo.
Después de eso, se fueron hacia la aldea vecina para que ella fuera a descansar, y como se hizo tarde, Pablo se quedó en la casa de Linda. Durmió en una bala de heno con un par de sábanas encima para no pincharse.
Se despertaron y fueron a la ciudad, esta vez ninguno de los dos habló, estuvieron sin sueño pero con resaca por el licor que habían tomado. Se separaron después de aclarar la hora y punto de encuentro, Pablo fue a comprar semillas y a vender los últimos granos de soja que le quedaban.
Cuando volvió, Linda ya había estado sentada en la carreta desde hace un rato.
Volvieron tarde, ya que se había zafado una rueda de la carreta. Cuando llegaron a la aldea de Linda, ella le dijo a Pablo que se quedara a cenar y él aceptó.
Luego de comer y de asegurarse que la rueda estuviera bien, Pablo alimentó a sus caballos y se fue a lavar a una laguna cercana. Dejó sus prendas de vestir en una gran piedra y se sumergió un rato.
Linda salió a ver que estaba haciendo y quedó anonadada al ver el físico del muchacho, ella también se sumergió sigilosamente a la laguna.
_La azada da frutos -le dijo con voz juguetona a Pablo.
Él se exaltó ya que no se había dado cuenta de su presencia.
_Gracias... -contestó mientras se tapaba con las manos.
Las cosas empeoraron después de haberla mirado de arriba a abajo.
Ella se acercó, lo tomó de los hombros y lo besó apasionadamente. El joven dejó de taparse y la arrimó hacia su cuerpo, perdiendo así cualquier vergüenza existente.
Sus manos recorrieron sus cuerpos, parecían dos animales en celo debido a sus impulsos incontrolables.
Ya terminado el acto carnal, los dos se vistieron y se acostaron, solo que Pablo ya no durmió en la bala de paja, durmió con Linda.
De día, él se fue a su aldea después de despedir a Linda. No podía creer tal suceso, se quedó pensando en como había logrado eso durante todo el día. Después de plantar en el maizal, decidió plantar un árbol al lado de su casa : un sauce llorón.
Terminado su proyecto, fue a visitar a su amada para tomar un par de mates y charlar. Cuando llegó a la aldea vecina, sintió el hedor de la otra vez. Ató a sus caballos en el pastizal para que no fueran tan visibles y decidió investigar. Tocó la puerta de casi todas las casas, pero nadie contestaba. Llegó a un granero un poco alejado y ahí fue cuando se arrepintió se haber ido...
Quedó horrorizado al abrir la puerta: cinco caballos en estado de descomposición rellenos de paja y cosidos con hilo sisal como si fueran muñecos, colgando de una viga.
Escuchó un fuerte galopeo detrás suyo y corrió a esconderse detrás de los yuyos. Vio a una mujer vestida de negro de pies a cabeza, con una máscara parecida a las que utilizaban durante la peste negra. La dama se bajó del caballo en el que venía y lo llevó hacia el granero, alrededor de media hora después, la mujer salió sin el caballo y se esfumó entre los pastizales.
Luego de esa escena, se fue a la casa de su amada para ver si había regresado. Tocó la puerta y Linda abrió la puerta encantada de verlo otra vez.
_¡Hola! -le dijo ella alegremente- Te extrañé mucho aunque no haya pasado tanto tiempo.
_Yo también te extrañé - le dijo Pablo con voz calma mientras le acariciaba su rubia cabellera.
Pasaron las horas y después de varias tandas de mate, se hizo de noche. A la hora de partir, la pareja salió de la casa y Pablo se dirigió hacia sus caballos, se llevó la gran sorpresa de que uno de ellos no estaba.
Preocupado de lo que le pudo haber pasado, le preguntó a Linda si se podía quedar y ella asintió. Durante la madrugada, cuando la joven ya estaba en el séptimo sueño, él aprovechó a ir rápido hacia el granero.
Cuando llegó, fue con mucho sigilo hasta la puerta, para que no lo descubriera la mujer si estaba allí. Al ver devuelta la macabra escena descubrió que ya no eran cinco los caballos, eran siete: el que montaba la dama de negro y el suyo.
Con los ojos llenos de incontrolables lágrimas volvió a la casa de Linda, al volver, ella no estaba en la casa. Buscándola por todos lados, la vio a cien metros de la casa con una pala en mano caminando hacia la casa.
_Te estaba buscando por todos lados -le dijo Pablo- ¿Qué haces afuera de tu casa? ¿Y para qué la pala?
_ La pala.... para defenderme, yo también te estaba buscando a vos.
Los dos se miraron fijamente, entumecidos y confundidos debido a tal situación. Pablo no creía las palabras de Linda, mientras que ella sospechaba de él, ya que no tendría razón alguna para salir a buscarla sin sentido.
Acabó la noche, se quedaron toda la noche despiertos debido a la inquietud. Los dos habían perdido esa confianza tan fuerte que tenían entre sí, se miraban de refilón y casi ni se dirigieron la palabra.
Linda caminó hacia la cocina y puso la pava para seguir tomando mates, Pablo le dijo:
_Vos no tenías la pala para defenderte nomás…
Ella se entumeció, y luego contestó con una voz lo suficientemente calma como para camuflar el temblor de su cuerpo:
_Era para defenderme y cultivar algunas semillas que encontré en el patio de atrás.
_No te creo en lo absoluto ¿ Por qué irías a plantar un par de semillas cuando tendrías que estar durmiendo? - contestó de forma seca.
Ella quedó anonadada después de su respuesta porque nunca le había dirigido la palabra de ese modo, pero se dio cuenta de que su excusa tampoco era muy creíble.
_Es que…
Antes de que pudiera terminar la oración que revelaría el destino de su relación, se escuchó un fuerte estallo a poca distancia de la casa.
Salieron de inmediato pero con cuidado y vieron algo parecido a un hongo atómico pero muchísimo más pequeño.
Pablo avistó el granero en llamas, se escucharon unos gritos de dentro, gritos desesperados…
Corrieron a socorrer a esa pobre alma, pero cuando llegaron al destino fue demasiado tarde.
Cuando encontraron la persona bajo los escombros ya estaba sin vida, se había asfixiado, sumado a que se le caía el techo encima. La pareja se sintió terrible, ya que si hubieran llegado antes, no hubiese muerto.
Él quedó sorprendido, ya que el cuerpo desvanecido era el de la mujer vestida de negro. Cuando el fuego se extinguió, se fijó si los caballos seguían en su lugar, en efecto seguían ahí pero habían muchos más. Lo que más horrorizó al hombre fue cuando encontró un carro de bebé, él estaba rezando para que no haya ningún querubín inocente allí dentro, se quebró en llanto al ver al niño casi carbonizado.
No habló durante una semana completa, todas las noches sollozaba antes de caer dormido del cansancio. Linda intentaba consolarlo, pero no sabía como hacerlo, ya que no había visto el niño, solo podía imaginar la desgarradora escena pero se esfumaba rápido.
Linda se cansaba de buscar soluciones para Pablo, ya que lo amaba y quería que él fuera feliz.
Pablo espabiló y vio a Linda desahuciada y cabizbajo, no le gustó en lo absoluto verla así, cambió la cara de inmediato y le habló
_No te pongas triste por mí, ya estoy bien, ¿ves? - sonriendo de oreja a oreja.
Se puso feliz al verlo de buena cara otra vez y ya cambió su estado de animo para bien.
Luego retomaron la charla que habían dejado hace tiempo y estuvieron en armonía por un buen rato.
Salieron a tomar aire y caminar un momento, Pablo regresó para ir a mojarse la cabeza porque hacía mucho calor. Aprovechó para tomar un poco de agua y fue a cambiarse la camisa toda sudada por otra seca. Al mirar más detalladamente se dio cuenta que había algo debajo de la cama, había un sombrero, una capa negra y la máscara de la peste bubónica…
Asombrado por tal escena, retrocedió unos pasos y luego se echó a correr. Linda estaba sentada, contemplando el bello atardecer, pero en su faz se nota que algo le pasaba.
Él cuando llegó hasta donde estaba ella, la miró con desconfianza y miedo, ya que no consideraba que ella fuera la misma persona. Linda se dio vuelta y le sonrió, Pablo intentó disimular su cara de desagrado y le dijo:
_ Necesitamos hablar.
_¿Por qué esa cara? Dijo Linda entre risas.
Pablo seguía serio, le mostró la máscara y Linda quedó atónita.
Se sentaron en la mesa y se miraron fijamente, Pablo la miraba con odio y ella demostraba que no tenía algún tipo de arrepentimiento o culpa en su rostro.
_ ¿Por qué tenías esa máscara bajo la cama? Era de la difunta mujer del incendio. ¿Por qué?
_ No era de la mujer, era mía – contestó – Pertenecí a una secta, la mujer del granero era mi hermana. Sacrificó a esos caballos para estar segura de que los chamanes no la vinieran a buscar.
Los chamanes acordaron un punto de encuentro con ella pero fue una trampa, le pidieron un bebé como símbolo de paz. Sin embargo la encerraron e incendiaron el lugar…
_Eres un ser terrible, no entenderías lo traicionado que me siento en estos momentos – dijo él, con voz quebradiza.
Ella lo miró fijamente, él sollozó, tomó sus cosas y las cargó en una carreta. Seguido de eso, se dirigió a su aldea casi corriendo. Linda después de tal escena, se fue al granero. Al llegar se dirigió a donde estaba su hermana, la envolvió con una manta y se la llevo como si fuese un arrollado.
Se la llevó a su casa y la colocó en una silla en la esquina de su habitación, como si estuviera viva,
descansando tranquilamente. Luego fue a buscar a su sobrino, su carriola estaba hecha pedazos. Lo puso en un mesías, pero con ruedas, y se lo llevó a su casa. Lo colocó al lado de su madre como si estuvieran tomando una siesta juntos.
Linda puso la pava en el fuego, mientras se calentaba, miraba el fuego de la cocina fijamente. Parece que recordaba el día en el que falleció su hermana y su sobrino. Por un momento pensó que Alicia, su hermana, se lo merecía, ya que estaba entregando a su hijo para protegerse así misma.
La pava hirvió, ella apagó el fuego y en vez de agarrarla con la rejilla la agarró con sus manos, no gritó, dejó que las quemaduras gritaran por ella.
Pablo quedó muy triste, se sentía tan traicionado que no podía comer, de milagro no murió de inanición. Sus vecinos se preocupaban por él, ya que lo veían desganado y ojeroso. Pablo siempre fue una persona alegre, solidaria y siempre se preocupaba por los demás. Eso se fue perdiendo, se volvió antipático, cascarrabias y ermitaño.
El otoño se acercaba y él no había sembrado, cosechado ni vendido nada. Cuando estaba por poner la radio para escuchar un rato, tocaron su puerta de forma brusca y repetidamente. Se levantó de su silla y se dirigió hacia la puerta. Quedó sin palabras al abrir la puerta, ya que Linda era la que estaba afuera.
_Tenemos que hablar – dijo ella con voz risueña- Vine caminando hasta acá, porque creo que me arrepiento un poquito mucho de no decirte sobre lo que te tenía que decir. Es que no me apetecía en ese preciso instante.
_Estás borracha -dijo él de forma cortante.
La hizo pasar porque no tenía opciones. Puso la pava y se sentaron a hablar.
_Al parecer dejaste de usar la azada, tampoco parece que estés comiendo, te disfrazaste de aguará pope -dijo Linda.
_No estás ayudando mucho – dijo Pablo con disgusto – apenas tengo fuerza para estar erguido...
_¿Puedo pasar a tu baño?
_Está afuera, al lado del galpón.
Linda asintió en forma de agradecimiento y se fue afuera. Él estaba confundido, ya que hace un buen tiempo no veía a la mujer que le provocó más cambios emocionales en su vida.
Linda en vez de entrar al baño, entró al galpón y agarró un par de cosas: una soga, una escopeta, un par de telas y una azada.
Pablo quedó pensando si Linda estaba estreñida, si el alcohol que había bebido le había hecho mal o algo por el estilo. Con toda su fuerza acumulada, se paró y caminó hasta el patio apoyándose en las paredes. Cerró la puerta trasera, apenas se dio vuelta, Linda lo estaba apuntando con una escopeta. Él no movió ni un pelo.
_Adentro, ya – dijo con ella con voz seria.
Sin reprochar, Pablo entró lo más rápido posible. Ella lo obligó a sentarse en una silla, lo maniató y le hizo una mordaza con un bollo de telas.
Él tenía los ojos llorosos, las lágrimas eran inevitables, sentía que su corazón en cualquier momento dejaría de latir.
La joven que alguna vez fue un ángel para el pobre rehén, ahora era una psicópata que lo estaba haciendo vivir una mismísima tortura.
_Me abandonaste cuando más te necesitaba, los chamanes probablemente irían a buscarme en cualquier momento, nunca sabrías por lo que yo estuve pasando en esa semana. ¡CONOCERTE FUE LO PEOR QUE ME PUDO HABER PASADO! - dijo ella con todo el mayor odio acumulado.
Pablo estaba desesperado, gritaba de dolor por dentro ya que nadie era capaz de escucharlo a la distancia en la que estaba y para colmo amordazado. La cosa se puso aun peor cuando Linda agarró la azada y se acercó rápidamente con ésta en mano.
La azada quedó clavada en la garganta de Pablo, él todavía estaba consciente…
Linda quedó insatisfecha con su macabro acto, se dirigió a la alacena y tomó una botella de aceite de girasol y una caja de fósforos. Caminó hasta la víctima y lo miró con descaro, como si le desease lo peor aunque ya lo esté viviendo en carne y hueso. Lo bañó en aceite como un cerdo, hizo fricción en la fosforera y lo encendió como si de una fogata en un campamento se tratase.
Ella no salió de la casa, se quedó para hacerle compañía en el primer infierno por el que pasaría.