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El despertar de Jeréz

La noche alumbraba la oscuridad. Esta se convertía en el mejor momento para llevar los peores actos viles y maquiavélicos que se podrían imaginar solo en los pensamientos de un dios cruel. En la plaza de Kodor, dentro del reino de Kelvac, entre el chapitel y los techos colindantes, se esparcía la maldad sobre ellos. Pequeños seres azules, con colas puntiagudas, orejas afiladas, colmillos desgarradores y ojos rojos como el de un rubí, buscaban a sus nuevas víctimas, aquellas que sus deseos se lo permitieran. Uno por uno se alejaba de sí entonando risas burlonas, las cuales anunciaban los horribles presagios que, por orden y placer, cometerían.

Las campanas, imperceptibles en un mundo vicioso por las noches, evocaban a las terribles criaturas que avisaban la llegada de la medianoche. Esto enmarcaba el inicio de la cacería. Dentro de los callejones se escuchaban las voces desgarradoras y humillantes que pedían benevolencia sobre sus cuerpos; algunos prometían lo que no tenían, otros combatían una guerra perdida.

Los diablillos perseguían a las almas descartadas: lujuria, ira, soberbia, envidia, avaricia, pereza y gula. Los pecados capitales eran un manjar para aquellas pequeñas criaturas, que bebían la sangre impura mientras se introducían en los cuerpos de los humanos, volviéndolos locos. Era un frenesí que los llevaba a lesionarse, mutilarse, quebrarse; así como sus ojos dejaban ver las lágrimas de desesperación de los cautivos sin poder oponerse a nada, siendo los espectadores de su propia muerte. A pesar de los crímenes ocasionados, los cuerpos desaparecían; esto se debía a que los diablillos los llevaban en dirección a un ser que rozaba la divinidad con lo grotesco.

Después de realizar sus actos, volvían hacia su escondite, el cual les daba la bienvenida: un ser antiguo, arrugado, con ojeras, de cabellos blancos y cojo de la pierna izquierda. Alumbraba el sendero de aquellos asesinos con una lámpara de vidrio que flameaba sobre la oscuridad permanente.

Cuando el último diablillo ingresó, la puerta se cerró, perdiéndose en lo profundo de las tinieblas. Las ofrendas eran dejadas sobre una mesa de oro, incrustada con bellas rocas que reflejaban el deseo de los ambiciosos, así como la envidia de los reyes; mientras el ausente viejo, caminaba a tropezones, quejándose sobre su ser.

— Todas las noches, todas las malditas noches, soy su cuidador —vociferó con cólera. —Si la vida me dará otra oportunidad...

— Seguirías siendo mi perro, lastre inmundo y quejoso —interrumpió una voz insondable que yacía su cuerpo sentado sobre un sofá de dos plazas con bordados de perlas y una imagen de dos seres clavándose las espadas como un signo de traición.

— Perdóneme su señoría, disculpe mi indecoroso comportamiento, mantendré lejos mis lamentos —con la cabeza baja mostraba su respeto.

Por su temor, sus piernas temblaban mientras la misteriosa figura se revelaba a cada paso, su rostro altanero combinaba con su piel pálida, sus cabellos dorados imponían respeto a pesar de ser un flácido ser, alzó la mano y con la fuerza de sí mismo brindó una bofetada que hizo temblar al pobre anciano.

— Ahora has sentido mi benevolencia. -se frotaba las manos con un pañuelo. —Realmente eres un ser asqueroso. —con repulsión lo miraba enunciando su visita inopinada. —Yo, Jeréz de Lardiel, he venido a ver a Gor'Sagrath.

Con una reacción de sorpresa respondió la desvariada figura.

— Mi señor, es la hora en la que almuerza, quizás debería esperar a que termine.

— ¡Insolente! Intentas ir en contra de mi palabra. ¿Quién te crees ahora, el rey de los desahuciados? —inquirió con agudeza.

— No, solo que Gor'Sagrath ha estado diferente, estos últimos días reclama más personas de lo normal, lo he visto asomándose por los pasillos de esta morada, los diablillos ya no se acercan a él, le tienen miedo —alegó con temor.

Cuando observó que, en su explicación, su cuerpo temblaba cada vez más, le hizo pensar en diferentes situaciones y en un arrebato de inteligencia, una de las respuestas no le parecía gustar.

— Maldito seas Alérion, dime cuántas noches —vociferó ofuscado.

— ¿Cuántas noches? ¿Sobre qué? —por el pavor respondió. —¡Yo no sé nada! -gritó mientras se tomaba las manos en desesperación.

— Que ocultas, maldita escoria —lo agarró con sus flacuchentos brazos. —Dime o morirás ahora —sostuvo con ferocidad.

— Pero qué intenta decir, maestro, no lo entiendo —respondía Alérion.

— Si esa maldita bestia desaparece de aquí, será el fin de todos, se vengará de cada uno de sus captores, desatando el caos en la tierra.

En esos instantes el viejo Alérion, petrificado, balanceaba su desdicha sobre su cuerpo, así como un buen perro no soltó ninguna información de la criatura. Jeréz, enfurecido de cólera, con sus manos huesudas, lo estranguló con tal vehemencia; que, al divisar los ojos cansinos de aquel vejestorio y el rostro de auxilio que ofrecía, sintió una excitación de su parte.

De pronto, en el calor de la discusión, mientras la vieja figura perdía su brillo. Se escuchó un siseo que venía dentro de una de las habitaciones, Jeréz en su desconcierto dejó de estrangular al pequeño hombre que cayó sobre la loza fría mientras se retorcía por la falta de aire.

El siseo se convirtió en un gran ruido y de manera hipnótica lo llamó por su nombre.

— Jeréz, ¿Qué es lo que más anhelas? Quizás sea poder, de seguro riqueza, también puede ser sabiduría o tal vez prestigio —inquirió la voz grave.

— ¡Lo quiero todo! —exclamó con fervor.

— Ven, entonces, aquí estoy, te lo entregaré. — de voz inquietante lo retaba.

Sin reclamar, Jeréz corrió hacia la puerta de ébano, el cual tenía el símbolo de la muerte. En medio de su manipulación, su criterio no funcionaba y sin oponer resistencia entró en el salón misterioso. La oscuridad reinaba con autoridad en ese lugar, así como la tensión del momento aprisionaba su pecho. La sala que permanecía en silencio se iluminó, dejando ver la abominable criatura que había seducido al noble.

Un amasijo de largos tentáculos grotescos y serpenteantes, se retorcían en la viscosidad que el mismo emanaba. Su carne era una pesadilla de colores oscuros, sus ventosas se reflejaban en las piedras preciosas del recinto, así como sus terrores. Acomodado sobre un gran festín de cuerpos que lo rodeaba, realzando su grandeza. Su ojo retorcido se asemejaba a una gema malévola con un brillo inquietante que parece arder con un conocimiento prohibido, y así como observaba la muerte también se alimentaba de ella, él era Gor'Sagrath.

Con rapidez, lo aprisionó con sus tentáculos mientras la hipnosis dejaba su efecto y al tener consciencia en su alrededor bramó con la fuerza de un recién nacido.

— ¡Por Narciso! Que alguien me ayude —dijo. —¡No quiero morir!

— Tus reclamos no serán escuchados, maldita escoria, es en vano y será peor cuando desgarre todo ese sucio cuerpo mientras me coma tu alma injuriosa. —inquirió Gor'Sagrath en un tono hambriento.

— Te daré todo lo que quieras, pero déjame ir. —con una mirada desesperada esperaba un ápice de incertidumbre.

— Crees que un ser como yo, piensa en banalidades y excentricidades, eso solo puede enloquecer a un humano. —enunció con resolución.

— De qué manera es posible, si suprimimos tus poderes. —aseguró con horror.

— Nunca lo hicieron, todo fue una casualidad por el principio de correlación —aseveró con firmeza. —Ya que me he recuperado, es hora de cumplir mi objetivo encomendado.

En ese instante, Gor'Sagrat, llamó a los pequeños duendecillos con autoridad. Cada uno ingresaba al recinto en filas como si se tratara del ejército de un imperio. Con uno de sus tentáculos señaló a Jeréz, marcándolo con la sangre de la muerte.

— Queridos hijos, el momento ha llegado, es hora de desatar el caos sobre los reinos. ¡Devórenlo!

Y en un instante los demonios azules entraron en el cuerpo de Jeréz, destrozándolo desde su interior. Los quejidos eran ensordecedores, mientras pedía piedad, ayuda y lloraba del dolor. Se escuchaba la risa burlona de los pequeños bribones dentro del cuerpo de Jeréz, era un festín sin igual para ellos. Con ello, Gor'Sagrath abrió su boca, en la cual se observaban miles de dientes a su alrededor, siendo una escena atemorizante que dejaba pasmado a Jeréz, mientras tanto absorbía el alma de aquella persona descarrilada.

Al finalizar el acto, el cuerpo quedó inerte mientras los duendecillos salían de él. Y con un ápice de asombro, tomó los vestigios de aquella personalidad, siendo su nuevo huésped. Los trasgos miraban atónitos la escena y entonces el cuerpo se levantó con firmeza, su voz había cambiado, así como sus pensamientos, pero su autoridad seguía intacta.

— Pequeños hijos, síganme. Tenemos mucho que hacer. —esputó el hombre.

Saliendo del recinto, localizó el cuerpo de Alérion que había recuperado sus signos vitales, aunque en ese momento se encontraba en un sueño impoluto. Con un simple manotazo sobre su hombro lo despertó. El atisbado señor se levantó con rapidez ofreciendo disculpas y en ese momento sintió que su amo era otra persona. Con una voz serena se acercó hacia él y le dijo:

"El hombre que yacía sobre estas tierras,

Ya no está.

La oscuridad que emanaba en su ser,

Se encuentra aquí.

Soy tu verdadero rey,

Tu salvador.

Encomiéndate ante mí,

y recibirás mi gracia por tu devoción."

En ese momento, Gor'Sagrath extendió la mano con una sonrisa cálida, algo nunca antes vista por el sirviente. Entendiendo que la vieja figura que conocía de Jeréz ya no existía, y con eso en mente, aceptó seguirlo por toda la eternidad.

— Sabía que esos sueños eran veraces, todo sucedió tal y como me lo relataste — confesó, mientras tomaba su mano y la besaba en señal de lealtad.

— Eres un fiel vasallo. Mientras no desvíes tu camino, obtendrás lo que más deseas— afirmó. ¿Qué es lo que anhelas, Alérion? Dímelo. Con una mirada expectante, observó al anciano.

— ¡Lo ambiciono todo! Este maldito pueblo, sus tierras, sus doncellas, los palacios, el mundo entero — proclamó con fervor.

— Eres un simple plebeyo anhelando frivolidades. Las aspiraciones de los humanos son melancólicas, su mirada no se extiende más allá de lo que tienen ante sus ojos. Es lamentable; en otro tiempo, habrían sido exterminados, de no ser por una intervención divina ¡Maldito Perro! — comunicó con amargura.

Cuando se encontraban saliendo del recinto, un destello de energía emanaba por el oeste, el cual incrementaba cada vez más, atrayendo el deseo del poder contenido. Gor'Sagrath enloqueció de anhelo, reconociendo que una fuerza antigua y ambiciosa se encontraba en esta tierra. La quería obtener, la soñaba, la buscaría con sus propias manos y en el punto más álgido de su codicia señaló el lugar donde las sombras se encontraban peleando con la esperanza, el León de esmeralda.