Utopía
— Capitán Meyer, nos complace su llegada. El Dictador estaba preguntando por usted, al parecer está impaciente por recibirlo — comentó el general de alto rango.— General Sánchez, me alegra verlo. Su uniforme se ve radiante — respondió Hans con cortesía.— Gracias por el halago, capitán. Por cierto, le presento al general Malik Farouk, estaba ansioso por conocer al gran capitán Meyer — comentó Sánchez con amabilidad.— Un placer, capitán Meyer. Es gratificante conocer al héroe de Boscovania — dijo Farouk, con evidente respeto.Ambos hombres emanan una atmósfera de autoridad y lealtad inquebrantable mientras los capitanes intercambian miradas y gestos de complicidad, conscientes de que en este país desconocido de intrigas políticas y poder sin restricciones, la prudencia y la astucia son las monedas más valiosas.— Capitán Meyer, veo que trae acompañantes — comentó Sánchez.— Discúlpeme, aun no los he presentado. General Sánchez, general Farouk, les presento a los capitanes de Mifdak, Margot Wong, Jonathan Hawkins y Santiago Velázquez.Los capitanes estrecharon la mano con los generales, regalando una sonrisa nerviosa.— Un gusto conocerlos, capitanes. Los invito a abordar el vehículo, nuestro siguiente destino es la residencia presidencial.Los capitanes subieron en una de las camionetas, a lo largo del recorrido pudieron ver una ciudad extraña que no se parecía a nada que hubieran visto alguna vez. Los capitanes se asomaron con asombro por la ventanilla del auto. A medida que la urbe se extendía ante ellos, quedaron atónitos por la visión de rascacielos que se alzaban como gigantes de acero y vidrio.Los edificios relucientes se entrelazaban con una red de calles amplias y avenidas adornadas con luces de neón parpadeantes, anunciando nombres de marcas y negocios que nunca habían escuchado. La ciudad parecía vibrar con una energía frenética, con multitudes de personas apresuradas cruzando las intersecciones y vehículos desconocidos zumbando por las autopistas elevadas.A medida que el auto se adentraba en el corazón de la ciudad, los capitanes observaban con asombro la diversidad arquitectónica que se extendía ante ellos: desde imponentes rascacielos de cristal hasta antiguos edificios restaurados que recordaban épocas pasadas.El bullicio de la ciudad llenaba el aire, mezclando el rugido de los motores con el murmullo de la gente y la música que fluía desde los bares y clubes nocturnos. Para los capitanes, Boscovania parecía ser un mundo completamente nuevo y desconocido.— ¿Qué... Qué es este lugar? No comprendo nada — inquirió Velázquez.— Puede que no me crean, pero yo tampoco comprendo esto... Esta no es la ciudad que visité hace tres años — comentó Hans con sincero desconcierto.Pronto llegaron a su destino, la entrada a la residencia presidencial exudaba poder y prestigio desde el primer vistazo. Un largo camino flanqueado por altos árboles de hojas perennes conducía hacia la imponente mansión. Los rayos del sol filtrándose entre las ramas formaban un juego de sombras y luces que conferían al lugar un aura misteriosa y majestuosa.La fachada de mármol blanco y columnas doradas se alzaba imponente ante ellos, proclamando la grandeza del líder que residía en su interior. Las columnas estaban adornadas con intrincados relieves que contaban historias de gloria y poder, mientras que en la base de los árboles, esculturas de mármol representaban figuras mitológicas que custodiaban la entrada con miradas serenas pero vigilantes.Guardias uniformados vigilaban la entrada con miradas serias, su presencia imponía respeto y dejaba claro que solo aquellos autorizados por el poder podrían cruzar sus umbrales. Sus uniformes relucían bajo la luz del sol, resaltando la insignia del régimen que portaban con orgullo en sus pechos.Los autos se aparcaron en un área designada y las puertas se abrieron para dar entrada a Hans y los capitanes. Al adentrarse en el vestíbulo, el asombro se reflejaba en las caras de los capitanes. Un candelabro de cristal colgaba majestuosamente del techo abovedado, sus numerosas velas iluminaban el espacio con una luz resplandeciente que hacía brillar cada detalle de la decoración.Las paredes estaban decoradas con obras de arte preciosas y tapices históricos que narraban la historia de la nación y la grandeza de sus líderes. Grandes ventanales permitían la entrada de luz natural, destacando la belleza de las obras expuestas. El suelo de mármol resonaba con cada paso, su brillo pulido reflejaba la magnificencia del lugar.Doctores y paramédicos del servicio privado de la mansión se acercaron para revisar la salud de los capitanes, asegurándose de que estuvieran en óptimas condiciones antes de ser recibidos por el líder. Uno de los sirvientes de Beaumont se encargó de acompañar a los capitanes por la mansión, guiándolos con elegancia y cortesía por los pasillos y salas lujosamente decoradas.— Bienvenidos, más adelante una gran habitación con cuatro cómodas camas y un banquete servido en la gran mesa del dictador les esperan. — Agregó el mayordomo, ofreciendo una sonrisa fingida que no lograba ocultar del todo su mirada escrutadora.— ¿Esto es normal? Ni siquiera saben quiénes somos y nos tratan como reyes. — Susurró Hawkins a Velázquez, mientras observaban con cautela su entorno.— Es porque estamos con Meyer... Es mejor que nos mantengamos callados y demos una buena impresión. – Respondió Velázquez en un susurro, consciente de la importancia de causar una buena impresión en un lugar tan distinguido.El mayordomo se detuvo frente a una puerta de roble macizo tallada con intrincados detalles, y mientras la abría, los invitó a seguir.— Hasta aquí los acompañaremos, los guardias de seguridad del señor Beaumont los guiarán hasta el comedor donde él los espera. Un gusto servirles, capitán Meyer.— Vamos, entren y síganme. — Dijo Hans con profunda seriedad, liderando el camino.Después de cruzar un gran pasillo, llegan al comedor del Dictador Beaumont, quien los recibe con una sonrisa cálida que ilumina la habitación. El ambiente del comedor era opulento y sofisticado, cada detalle cuidadosamente seleccionado para reflejar el poder y la elegancia del anfitrión. Las paredes estaban adornadas con tapices de seda bordados a mano, que retrataban escenas de batallas y triunfos históricos del régimen de Beaumont. Grandes candelabros de oro colgaban del techo, arrojando destellos de luz sobre la mesa de comedor.