La caída de Mifdak
La distracción fue breve, brutalmente interrumpida por el estruendo ensordecedor de un misil que impactó a escasos metros de Chloe. Recobrando la conciencia, se percató de la herida sangrante en su brazo izquierdo, la carne desgarrada por la violencia del estallido. La sorpresa se convirtió en determinación mientras se vendaba la herida, su mirada fija en la entrada de la base militar.Una vez dentro, el caos reinaba en cada rincón. Los guardias que custodiaban la entrada cayeron bajo el fuego implacable de Chloe y sus soldados. Dos granadas de antigravedad se lanzaron con precisión milimétrica, provocando una explosión cataclísmica que desgarró el aire con su furia destructora. Entre los escombros, una figura emergió, pero Chloe no dudó un segundo. Un disparo certero atravesó el pecho del individuo, poniendo fin a su vida de manera instantánea.Con calma sobrenatural, Chloe se acercó al cuerpo inerte, observando con ojos fríos el rostro de la mujer que una vez ostentó el rango de capitán. Un gesto de respeto fugaz se dibujó en sus labios mientras cerraba los ojos del cadáver. Sentada sobre un montón de escombros, Chloe aguardó las próximas órdenes de Matteo, su mirada reflejando la tragedia y la crueldad de la guerra, una sombra de determinación fría y despiadada en medio del caos.Anna avanzaba decidida hacia el área 4, liderando una imponente flota de helicópteros resguardados por campos de energía. Más de 50 aeronaves surcaron el cielo, cada una desplegando tres mortales misiles Novichok. En cuestión de minutos, el silencio se extendió por toda la superficie, el devastador efecto de los misiles había surtido su efecto.Una vez cesaron los estragos de la destrucción, las tropas descendieron a tierra para eliminar a los pocos sobrevivientes que quedaban. Anna, sin mostrar prisa, se dirigió hacia la base principal del área, exterminando a los soldados enemigos que se interponían en su camino.Al llegar al lugar donde se suponía que se encontraba el capitán enemigo, Anna se sorprendió al hallarlo yacer en el suelo, con una herida sangrante en el pecho. Sin titubear, aseguró su muerte con un certero disparo a la cabeza y se preparó para abandonar el sitio. Sin embargo, un llanto dulce y trágico rompió el silencio, atravesando el aire cargado de tensión y despertando su curiosidad.Anna se detuvo, dejándose llevar por un impulso inexplicable que la condujo hacia el origen de aquel llanto. Al llegar a las celdas subterráneas, se encontró con una joven de cabello pelirrojo, con su rostro bañado en lágrimas y su cuerpo marcado por las heridas. Sus manos estaban atadas a los barrotes con unas esposas crueles, mientras una venda ocultaba sus ojos al mundo.Apuntando su arma directamente a la cabeza de la chica, Anna preguntó con frialdad, aunque un destello de empatía se vislumbraba en sus ojos:— ¿Cómo te llamas?El llanto de la joven cesó por un instante, y en un susurro dolorido respondió:—Sarah Vandermeer.Un nudo se formó en la garganta de Anna al escuchar el nombre. Sin embargo, sin perder su compostura, rompió las esposas con un movimiento firme de su mano y retiró la venda que cubría los ojos de Sarah. Desactivó el seguro de la celda y la abrió, extendiendo una mano para ayudar a la joven a ponerse de pie.Tomando a Sarah de la mano, Anna la sacó de la celda con determinación, pero también con una pizca de compasión oculta bajo su fachada fría.—No esperes nada bueno de mí. Solo camina —exclamó, su voz resonando con una advertencia velada.Juntas, salieron de la base, encontrándose con los soldados bajo su mando. Anna se mantuvo en su posición, observando en silencio, mientras la tragedia y la violencia del conflicto envolvían su figura con una sombra oscura y torturada, revelando una faceta de su existencia marcada por la tristeza y el sufrimiento.En medio del caos y la desolación que envolvía las ciudades de Mifdak, impregnadas de violencia, sangre y destrucción, Paulo y su tropa avanzaban hacia el área de defensa 3. Una imponente hilera de treinta tanques militares aguardaba su llegada, como bestias de acero listas para el combate. Sin embargo, no eran rival para el terror que Paulo estaba a punto de desatar.Una vez que tuvieron a su objetivo en la mira, los tanques dispararon sus mortales proyectiles hacia la tropa imperial. Pero el destino tenía otros planes. Cuando el humo se dispersó y la confusión reinaba en el campo de batalla, la silueta de Paulo se alzó majestuosamente entre los escombros y la devastación. Su sonrisa maquiavélica destellaba en la penumbra del conflicto, un presagio de la carnicería que estaba por desencadenarse.En un instante, Paulo desapareció de los radares y de la vista del ejército mifdakí, sumiéndolos en un estado de desconcierto y temor. Un silencio sepulcral descendió sobre el campo de batalla, una pausa macabra antes de la tormenta. Aliados y enemigos quedaron inmovilizados, presos de un miedo paralizante que se propagaba como una plaga.Pero entonces, la quietud fue desgarrada por una explosión deslumbrante que sacudió los cimientos del campo de batalla. Un estruendo ensordecedor resonó en el aire, mezclado con los gritos de terror de los soldados mifdakies. Cuando el polvo se asentó y las nubes de humo se disiparon, la verdadera magnitud del horror se reveló.Los treinta tanques, monumentos de poderío militar, yacían retorcidos y destrozados, convertidos en montones de chatarra bajo el peso abrumador de la fuerza brutal de Paulo. Sus cuerpos destrozados yacían esparcidos por el suelo, un testimonio macabro de la destrucción desatada por el implacable Paulo. El campo de batalla se convirtió en un paisaje infernal, impregnado con el olor acre de la pólvora y la carne quemada, un recordatorio espeluznante de la crueldad y el poder despiadado de aquellos que eran conocidos como los guerreros supremos del imperio.— ¡Acaben con ellos! — Gritó Paulo a sus soldados, su voz resonando con un tono de desprecio y cinismo, deleitándose con el sufrimiento ajeno.Sus hombres, imbuidos por la brutalidad y el deseo de aplastar a sus enemigos, se abalanzaron sobre los mifdakies con una ferocidad despiadada. El campo de batalla se convirtió en un escenario dantesco de violencia desenfrenada y crueldad sin límites, mientras los soldados imperiales cumplían las órdenes de su implacable líder. La guerra seguía su curso, teñida por la oscuridad de los corazones corruptos y la sed de sangre insaciable.Mifdak, la nación que había luchado con fiereza contra el imperio pronto sería reducida a cenizas. Aquel país que una vez fue un faro de resistencia y esperanza sería borrado del mapa, quedando solo como un triste recuerdo en la memoria de los demás países.La paz, que alguna vez estuvo tan cerca de llegar a puerto después de veinte largos años de conflicto, parecía ahora un sueño lejano y desvanecido. La tragedia y el sufrimiento se avecinaban como una nube oscura sobre Mifdak, mientras el cinismo y la crueldad del imperio se afianzaban en su camino hacia la conquista total.