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Fría como el hielo

Skay ha pasado toda su vida entrenando para ser digno del trono de su padre y digno de ser llamado rey, muy a pesar de que los Dioses no lo hayan elegido. Toda su vida ya está preparada: cuánto más debe entrenar, cuánto más debe estudiar, con quién se tiene que casar y cuál es su misión en la vida. Alice, en cambio, no cree en la magia, ni tampoco en los aliens, los Dioses o los fenómenos paranormales. Tan solo cree que está enferma y que es un peligro para la sociedad. Nadie se atreve siquiera a rozarla, ya que su tacto es tan frío que te congela los huesos. Sin embargo, todo está a punto de cambiar, Alice es en realidad la legítima heredera al trono de un mundo que no conoce y que le resulta hostil. Un mundo donde los fríos y los cálidos son divididos. Un mundo donde la guerra es constante. Alice no tiene ni idea de quién es, ni de lo que es capaz de hacer. ¿Resultará ser el error que todos creen que es o un milagro de la naturaleza? "Deberás descubrir tu pasado para poder salvar tu futuro." "No importa el cuerpo, sólo el alma" Esta es una historia únicamente sacada de mi cabeza, donde encontrarás fantasía, ciencia ficción, mitología y romance. *** Increíble portada realizada por CynthiaDannot

Emma_Aguilera · Fantaisie
Pas assez d’évaluations
76 Chs

Capítulo 57

Skay

Apenas me quedaban fuerzas y no quería ni imaginar el estado de Diana. ¿Estaría muerta? No era capaz ni de comprobarlo, ya que con los grilletes mágicos, ni Akihiko ni yo podíamos movernos un solo centímetro sin que nos electrocutáramos y si queríamos salir de esta con vida debíamos mantener al máximo nuestras fuerzas. El curso de la guerra nunca había estado más en nuestra contra, nosotros éramos el futuro de nuestra nación, si moríamos estaban perdidos.

Quería gritar, pero no me veía capaz y sabía que debía permanecer en silencio.

La celda era oscura, cada vez más porque la luz de nuestros cuerpos iba disminuyendo por segundos, estaba repleta de moho y goteras. Ya hacía un buen rato que una gota de agua llevaba cayendo sobre mi cabeza de forma molesta, pero no podía apartarme.

Pasamos tantas horas en aquel lugar que llegué a pensar que tal vez la intención que tenían con nosotros no era la que pensábamos, sino que preferían dejarnos morir de hambre y sed, dando hasta la última gota de energía de nuestro cuerpo a iluminar su ciudad. ¿Había forma más triste de morir? Sin embargo, aquello parecía demasiado sencillo para ser cierto y cuando se empezaron a escuchar unos pasos hacia nuestra posición, desvié aquellos pensamientos por completo.

Un frío apareció en el lindar de la puerta de la celda y con su correspondiente llave, entró con una sonrisa de oreja a oreja, característica de todos los fríos con los que me había cruzado hasta el momento.

- Mi nombre es Trevor, segundo hijo de su majestad el rey. – explicó y me sorprendió que no hubiera sido Fausto quien se hubiera dirigido a nosotros en aquel momento. ¿Estaría ocupado torturando a otros?

No quise agotar las pocas fuerzas que me quedaban preguntándole nada, ya que lo más probable era que no respondiera o que mintiera para hacernos sufrir. Sin embargo, Akihiko no pareció tener en cuenta aquel hecho:

- Necesito saber si está viva. – murmulló débilmente.

El frío, que hasta ese momento sólo había dirigido su mirada hacia mi persona, desvió la cabeza para poder observar a un Akihiko débil y temeroso, pero lo único que hizo fue observarlo de forma sádica y con superioridad, como si mi amigo fuera algo parecido a un insecto que se había cruzado en su camino. Aquel simple hecho hizo que quisiera lanzarme sobre él y rajarle el cuello, pero a pesar de que mi ira no hacía más que aumentar con cada segundo que el frío pasaba delante de nosotros no me convenía malgastar las pocas fuerzas que me quedaban.

Akihiko al ver que no le respondía y volvía a dirigirse hacia mí, lanzó un grito que seguro que hizo reducir su energía considerablemente. Eso bastó para llamar de nuevo la atención de Trevor, que tras una estridente carcajada, espetó:

- No te creía tan iluso.

- Por favor... dejad que viva. Haced lo que queráis conmigo, pero soltadla. - consiguió articular con extrema dificultad y a punto de desmayarse.

Sus palabras me dejaron de piedra. ¿Tanto admiraba a Diana como para arriesgar su propia vida en vano? No, aquello no era admiración. Abrí los ojos como platos al comprender la inmensidad de los sentimientos de Akihiko. ¿Desde cuándo había estado enamorado de mi todavía supuesta prometida? ¿Había sido aquel el motivo por el que no había venido a palacio en dos años y por una causa ni más ni menos que relacionada con Diana?

Como era de suponer, el príncipe de los fríos se regocijó en su miseria, aunque al menos las súplicas de mi amigo consiguieron que desprendiera los grilletes mágicos de Diana, pero no para otra cosa que para golpearla contra el muchacho como si fuera un trapo y como si su cuerpo, falto de energía, ya no tuviera ninguna utilidad.

- Compruébalo tú mismo. - escandió al tirar a la chica contra él, haciendo que este pudiera sujetarla, pero agotándolo todavía más, a la vez que recibía descargas eléctricas. Pero aquello no hizo que soltara a Diana en ningún momento.

Una lágrima corrió por la mejilla de Akihiko al sentir el débil pulso de la chica contra su pecho y sonrió tristemente, sin saber muy bien si el hecho de que estuviera viva era algo bueno o malo. Sin embargo, ambos sabíamos que no tardaría mucho en irse de este mundo si las infecciones se extendían o si la fiebre persistía durante las siguientes horas. A pesar de todo esto, por un segundo me sentí aliviado, pero aquella sensación no duró mucho, ya que mi compañero tras dedicarme una mirada que no logré comprender, empezó a hacer lo que yo habría sido incapaz de hacer. Prácticamente no le quedaban fuerzas, pero no lo pensó dos veces. Abrazó a Diana tan bien como pudo e ignorando los grilletes que lo retenían enganchado a la mohosa pared, empezó a hacer uso de la poca energía mágica que le quedaba para dársela a la chica. Tuve que ahogar un grito al ver hasta dónde era capaz de llegar por ella. ¿Cómo no me había dado cuenta antes? Akihiko había perdido la razón y estaba dispuesto a sacrificarse por un amor no correspondido, incluso no confesado. Quise evitar aquello, pero ¿quién era yo para juzgar aquel acto tan heroico? Tal vez para mi amigo aquella fuera la mejor forma de morir y yo quería respetar sus deseos.

- ¡Qué divertido es ver vuestras debilidades! Sentir os hace vulnerables, por eso estáis perdiendo esta guerra. – dijo Trevor, realmente disfrutando de aquel momento.

El muchacho apenas duró un par de minutos antes de desfallecer agotado junto a Diana. ¿Habría sido aquello suficiente para curarla un poco o no había servido de nada? Por desgracia, no pude quedarme a comprobarlo, ya que el frío volvió a ignorar a la pareja y se dirigió hacia mí.

- Ha llegado la hora de que demuestres de qué eres capaz. Espero que nos seas una buena fuente de diversión. – sentenció y un escalofrío me recorrió el cuerpo al comprender a qué se refería.

Primero me quitó los grilletes mágicos anclados a la pared de las manos y tras juntarlas y congelarlas con un simple gesto, me quitó los de los pies para poder caminar hacia la salida de la celda y un dolor recorrió los músculos de mis piernas, haciéndome caer al suelo de bruces en el intento y provocando que Trevor estallara de nuevo en carcajadas. ¿Cuánto tiempo hacía que no movía las piernas?

El frío me levantó del suelo con rudeza por el cuello, congelándome una capa de la piel y prácticamente haciéndome petrificar.

En aquel momento me sentí muy inútil, incapaz de hacer nada por mis amigos, por mi pueblo, por Alice… ni siquiera por mí. Había jurado no rendirme por el bien de todos y por el mío propio, pero ¿cómo iba a ser capaz de sobrevivir a lo que se me venía encima?

La oscuridad de los pasillos de las mazmorras era suficiente para volver loco a cualquiera que estuviera recluido, pero tampoco tan fuerte como para no ver cómo morían los otros presos o gladiadores. El olor a muerte era evidente y numerosas ratas correteaban por las esquinas, seguramente portadoras de numerosas enfermedades vistas las condiciones en las que estaba aquel lugar. Me recorrieron arcadas solo por el hecho de ir descalzo y tener que pisar aquel suelo mugriento y tuve que cerrar los ojos para no ver la situación en la que se encontraban muchos otros cálidos, los cuales habían perdido ya toda luz que sus cuerpos pudieran haber tenido.

Mis piernas tuvieron que acostumbrarse por la fuerza a caminar de nuevo, ya que Trevor se ocupó de empujarme hacia delante. Sin embargo, no pude evitar caer varias veces y que mi cara chocara contra el asqueroso suelo o que el frío volviera a levantarme por el cuello, ahogándome.

Mi corta vida había sido una mentira, un bonito cuento que te explican antes de ir a dormir comparado con la realidad. Esta era la vida de miles de cálidos cada día y yo había vivido tranquilamente creyendo que por leer libros o entrenando cada día para hacerme más fuerte salvaría a todo el reino de los cálidos de la guerra contra los fríos.

La luz me cegó cuando sin previo aviso se abrió un enorme portón delante de nosotros y solo cuando Trevor me hubo lanzado con desdén a la arena, comprendí que lo único que podía salvarnos a todos era un milagro.

Incluso para entonces, ya sabía quién era ese milagro que necesitábamos tanto.