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Experimento (Rojo peligro) #1

Cuando despiertas en un laboratorio subterráneo abandonado, atrapada en un salón de experimentos rodeado por monstruos que quieren devorarte y en compañía de una incubadora de agua donde hay un hombre en mal estado, te das cuenta que todo está terriblemente mal.

Lizebeth_Honny · Général
Pas assez d’évaluations
56 Chs

No voy a morir hoy

Recordé que en la oficina, aquella cuyo pasadizo estaba infestado de cuerpos aplastados, me sentí tan desorientada con la tonada ronca de su voz, con su insaciable acercamiento, sus estremecedoras caricias, esa intensa mirada depredador que penetraba hasta el más pequeño de los rincones de mi cuerpo, y su deseable calor, todo eso me atraía con una fuerza indescriptiblemente enigmática a él que nublaba hasta el más pequeño de mis pensamientos. Era como si él destilara algo que envolvía a mi cuerpo y lo excitara, algo imposible de librarse hasta saciarlo.

A pesar de que yo también quería hacerlo con Rojo, lo sentí, sentí esa atracción enigmática en él, una atracción difícil de ignorar. Más bien, no podías ignorarla.

Ahora sabía a qué se debía.

Rossi mencionó las feromonas, aunque al principio no le creí y pensé que solo había sido un comentario tonto al ver a Rojo trayendo a la chica de ojos hermosos, pero después, lo explicó, mencionando el desequilibrio que provocaba la misma sangre de Rojo en su cuerpo: Que su cuerpo transpira feromonas a diario, lo que los llevaba, según ella, a estar en celo casi todos los días.

Celo.

Esa palabra sonaba tan grotesca otra vez era como si se refiriera a un animal. Explicó también que por eso, las examinadoras de los experimentos rojos debían cubrirles los ojos cuando empezaban el acto de liberación de su tensión por medio del sexo,, porque en cuanto ellos se sentían excitados, era cuando más sus feromonas empezaban a actuar sobre la segunda persona bajo la mirada del experimento rojo. Esa era la razón por la que debía cubrir la mirada reptil de ellos, para evitar que los examinadores cayeran. ¿Por eso Michelle le colocó una venda en sus ojos dentro de la ducha? Esa maldita rubia. Aún si le colocó una venda, nada la salvaba de lo que hizo a Rojo, mintiéndole que yo no quería ayudarlo a liberarse.

Y todavía Adam le dio la razón, diciendo que los primeros en intimar con su pareja eran los Rojos machos, porque sabían naturalmente como atraer a la hembra, siempre y cuando ellos quisieran intimar con ella.

Rojo supo cómo atraerme..., y eso me tenía muy confundida. Supongo que Rojo lo sabía, ¿o no? ¿Sabía lo que era capaz de hacer? ¿Sabía de sus feromonas? Y sí sabía de ello, ¿lo utilizo conmigo?

La mano de Adam extendiendo una botella de agua me sacó de mis pensamientos, y me sorprendió, la tomé de inmediato agradeciendo con la irremediable incomodidad de su mirada sobre mí.

— ¿Puedes decirnos cómo llegaste hasta aquí? — preguntó Adam cuando se apartó de mi lado para acercarse a la chics que después de largos minutos tratando de tranquilizarla para que no escapara de nosotros, al fin dejó de forcejear.

Rossi pidió que volviéramos a la habitación de los oficiales para sentarla en una cama y buscarle ropa femenina ya que el vestido que terminó siendo una bata de hospital que todos dentro de este lugar llamado bunker utilizaban, no era ropa que ayudaría a sobrevivir en el exterior.

Mientras miraba a Adam con temor, evaluando por segunda vez su cuerpo, no tardé en reparar en sus pequeñas y frágiles facciones. Esa nariz cuyo puente se perdía casi por completo en su rostro de piel blanca y mejillas rosadas, quedaba perfectamente en combinación con sus labios carnosos de corazón, ese mentón picudo y pequeño, y esas delgadas cejas castañas que marcaban su enigmática mirada. No parecía una mujer, parecía una adolescente, ¿en verdad pasó su última etapa de evolución, como Rossi dijo?

—Este era mi hogar desde hace seis meses, antes de que todos se fueran—respondió en un tono mucho más dulce que la voz de Rossi.

¿Su hogar? Este bunker no tenía nada de hogar... no se acercaba ni un poco, solo era un montón de habitaciones repartidas para cada pareja, y lo más probable era que ni siquiera eligieron ellos mismos su propia pareja, ¿o sí? Lo dudaba mucho.

— ¿Cuándo se fueron todos? —siguió Adam con las preguntas. Ella abrió sus manos, las miró a detalle dejándonos en suspenso, y movió dedo por dedo, una y otra vez mientras también, movía levemente sus labios, como si estuviera contando.

Sí, ella estaba contando.

—Creo que ya son tres semanas—dudó.

— ¿Estuviste atrapada aquí desde la contaminación?—preguntó Rossi mostrando en su voz sorpresa, revisando en el siguiente cajón y sacando una camiseta y unos pantalones enormes que estaba segura y en ese delgado y pequeño cuerpo no le quedarían—. Porque hace ya tres semanas que sucedió este desastre.

Ella asintió tomando la botella de agua que segundos atrás Adam le había dado también, y observando la botella con timidez mientras mordía su labio inferior— esos belfos carnosos con forma de corazón—, volvió a asentir.

—Dormíamos cuando comenzaron a sacarnos del bunker sin motivos—comentó, y tan solo terminó de hacerlo, volvió a morderse el labio ansiosamente.

La enfermera dejó la botella en el suelo y miró a cada uno de nosotros con esa enigmática mirada de escleróticas perladas, incluyendo a Rojo que se mantenía alejado del lugar, recargado contra una pared con sus tentáculos colgándole a cada lado de su hombro, cruzando la mirada con la de ella y evaluándola con desconcierto.

Recordé las palabras de Rossi, aquellas que parecieron soltadas en un tono divertido como si se tratara de una broma, que al final habían provocado un malestar en mi estómago, uno que me hizo tomar mi abdomen y encontrar un desagradable sabor en la boca. ¿Pareja? Ahora querían emparejarlo...

Como si fuera a suceder.

—Me asuste tanto que me escondí en mi habitación—replicó en voz baja, y dulce, extremadamente dulce, era como escuchar a una niña de cinco años hablar, eso era perturbador—. Hasta que él me encontró.

Cuando ella señaló con un movimiento de su mentón a Rojo, y todos giramos a verlo, Rojo ladeó el rostro y estiró una leve mueca abierta en la que mostró un par de colmillos blanquecinos.

— ¿Hay alguien más contigo? —espetó la pregunta, Adam, dando un par de pasos junto a mí y cruzando sus brazos con la mirada fija en ella.

—Sí—suspiró la respuesta, mirando al suelo con un poco de tristeza—, mi pareja.

—Pero está muerto—la voz de Rojo nos hizo poner a todos la mirada en él, en ese par de orbes carmín que se perdían en alguna parte del suelo—. Es algo que ya corroboré mientras revisaba. Su cadáver no tiene temperatura.

— ¿Murió de qué? —continuó Adam, ignorando a Rojo.

—No lo sé, cayó al suelo después de unos días y comenzó a convulsionar—replicó. Se miró sus piernas cubiertas por la tela de la blanca bata y negó levemente.

— ¿Sabes de qué área era tu pareja? —preguntó en la lejanía Rossi, estirando otros pantalones, de una talla más pequeña que los anteriores.

—Del área amarilla.

—Ah ya—bufó ella—, los amarillos siempre han sido débiles, por eso dejaron de crearlos en el laboratorio. Solo existieron 50 de ellos y todos adultos, seguramente muertos, en fin. La mayoría de los amarillos sufren de tabicaría, así que cualquier susto podría darles un infarto.

—No hacía falta tana explicación Rossi, aun así iré a inspeccionar en un rato más para saber que en verdad nada más se oculta aquí—pronunció Adam, alzando las cejas y respirando profundamente mientras se colgaba el arma al hombro.

Por otro lado, en ese segundo de silencio, volví a ver hacía Rojo, quedando confundida al encontrarme con que ahora sus ojos depredadores se hallaban clavados en nuestra dirección, pero no en Rossi, no en Adam.

Mucho menos en mí.

Cuando seguí esa profunda y peligrosa mirada endemoniada, la hallé conectada con ese par de ojos verdes que le examinaban con profunda y desconcertante curiosidad. Podía entender lo mucho que le confundía verlo así, ver sus tentáculos.

Pero no podía entender por qué me sentía muy inquieta y más sentir el estómago hueco y molestamente helado encontrarme las veces en que ellos se lanzaban miradas.

Tal vez estaba exagerando, las miradas de ella eran de intriga y curiosidad, y las de él parecían más repletas de extrañes al ver el modo en cómo ella le veía. No sabía cómo interpretarlas.

— ¿Qué le pasó a él? ¿Por qué tiene colmillos y no tiene brazos? —preguntó, había miedo en sus rostro, miedo e intriga recorriendo los tentáculos con rareza.

—Tranquila, él no muerde, niña —canturreó Rossi, cerrando el cajón de un mueble para acercarse a nosotros con la ropa entre sus manos—. Es como tú, un enfermero termodinámico, un rojo.

—Sí, sé que es un rojo—En su tono no había emoción—. Pero eso no explica sus brazos, ¿qué te pasó? — preguntó, y no hacía nadie más que a Rojo.

Lo evaluó tanto como yo en un principio había hecho, y que hacer eso solo me había llevado a tener más curiosidad por él.

— ¿Qué te sucedió? —repitió la pregunta y esta vez, más que de miedo había sido soltada con una dulzura que me amenazó con construirme un nudo en el estómago. Esa pregunta, había sido para Rojo, no para nadie más que él.

Miré como los tentáculos de Rojo se levantaban un poco a sus lados, ondeándose, era casi como ver gusanos enormes retorciéndose en el suelo. Alzó la mirada hasta dar una muy buena vista de su mentón, y la miró otra vez, pero esta vez con fastidio.

—No te incumbe.

—No seas duro 09—Rossi le lanzó una mirada en desacuerdo—. Es porque está enfermo que no tiene brazos, una enfermedad que daña su organismo y su incapacidad para regenerarse, y necesita sangre de enfermero para regenerarlo—explicó Rossi, confundiéndome. Atrayendo mi rostro a esa sonrisa tierna que ella le regalaba a la chica mientras le daba la ropa.

— Los enfermeros no nos enfermamos—murmuró con una ceja arqueada, confundida, desconfiada.

—Al parecer existe ya un parasito que si los puede enfermar, tienes suerte de estar saludable—comentó Rossi, palmeando ese delgado hombro que se marcaba debajo de la manga de la bata.

— ¿Se contagia? —Esa cuestión los tomó a Adam y a Rossi por sorpresa, sobre todo a Rossi, que pestañó innumerables veces mientras apartaba su mano de ella.

Un maldito para sido contagioso, y muy maldito. Rojo me lo dijo en el área roja cuando aquel hombre golpeaba a la ventanilla de una de las puertas. Se contagiaba, según, por medio de una mordida. Aunque también quería saber si solo se contagiaba por mordida o por otra cosa. ¿Por medio de relaciones sexuales? ¿Fluidos corporales? Negué esas preguntas, había tenido relaciones sexuales con Rojo, así que sí se contagiaba por medio del sexo, desde cuanto que estaría contaminada, así que eso no podía ser.

¿La sangre?

Se me estremeció el cuerpo, solo pensar en la sangre, Rojo me bañó en su sangre en el almacén para cubrir mi olor, y sus fluidos corrieron en mi interior. Pero eso había sido hace unos días, así que tampoco se contaminaba por medio de la sangra, o si no, él ya me lo habría dicho.

Me habría deformado, ¿no? ¿Se contagiaba únicamente por la mordida? ¿O también por algo más?

—Pues...

—No perdamos más tiempo Rossi— la interrumpió Adam, aclarando su garganta poco después para mirar a la enfermera verdes—, debes cambiarte para irnos de este lugar cuanto antes.

Miré a Rossi suspirar y eso, me intrigo, me hizo preguntarme sí Adam la había interrumpido para que no contestara esa respuesta, y sí había sido así, ¿por qué no querían respondérsela? ¿Para no asustarla?

Pronto, la enfermera verde asintió sin continuar, restándole importancia a ese tema —cosa que yo no podía dejar de hacer—, se acercó a la cama viendo hacía la ropa que dejó sobre la colcha bien extendida de la cama, y luego estiró sus brazos delgados hacia el borde de la bata que colgaba sobre sus rodillas. Y sucedió lo que ni uno solo de nosotros, incluido Rojo, nos esperábamos cuando ella se alzó la bata mostrando un par de muslos delgados y un trasero blanco además de un vientre completamente desnudo, sin ropa interior.

— ¡No! —la exclamación fue al unísono de Rossi y Adam, mientras yo había quedado muda cuando antes del grito ella había mostrado hasta su pecho, ese pecho que me perturbo de la peor manera. Dejándome en shock y con la mano en mi propio pecho.

Parpadeé, solo porque no pude creer que su pecho fuera realmente pequeño, tan pequeño que apenas se mostraba la diferencia con el pecho de un hombre, ya que tenía una inflamación debajo de esas areolas. Solo una inflamación, nada como mi pecho o el voluminoso pecho de Rossi.

Sabía que en caso de algunas mujeres su pecho no se desarrollaba del todo bien, pero, aun así se notaban los bultos. En esta chica, los bultos podían pasar desapercibidos, ella podía ser incluso considerada como hombre si no fuera por el vientre plano y las curvas tanto en su cuerpo como en su rostro.

La sangre se me heló cuando ella pareció no captar el grito de los chicos, pues se deslizó fuera de su cabeza la bata, quedando por completa desnuda con todo su largo cabello cubriéndole su espalda, con un vientre plano y sin vellosidades en su área intima. ¿Por qué se había desnudado frente a nosotros? ¿Por qué siendo adulta su pecho era tan drásticamente plano si ya era considerada mujer? Esa y otras preguntas me dejaron noqueada.

—E-e-en el baño, ven, yo te llevo al baño y hasta te daremos una ducha—indicó Rossi rápidamente después de tartamudear un poco al acercarse a ella, tomar el bulto de ropa y ponérselo contra el pequeño pecho de la chica. También estaba estupefacta, podía verlo en su rostro mientras la conducía por el pasillo de la cama—. 09 deja de mirarla.

Mi columna se sacudió a causa de la sensación que pinchó mi cuerpo al escucharla, y fue ahí cuando reaccioné, torciendo mi rostro y evitando la mirada rápidamente sobre mi hombro, en dirección al susodicho.

Mi sangre amenazó con volverse piedra de hielo por lo que encontré.

Esos mismo orbes carmín que miraban las curvilíneas desnudas del experimento que se encaminaba al baño, sus orbes depredadores recorrían todo lo que pudieran de ella, bajando desde esos delgados tobillos y subía por todo ese largo sendero de piel limpia y sin cicatriz— y apostaba que suave. Su mirada pasó sobre sus nalgas redondeadas, por el vientre apenas visible desde su posición, y subió por el torso desnudo. Sentí inquietantemente como un iceberg caía en mi estomagó y mis pulmones se cerraban para impedirme respirar, pero antes de que él llegara a ver su pecho femenino, retiró la mirada hundiendo el entrecejo y haciendo una mueca de asco. Se apartó de la pared con el mismo gesto, como si lo que vio le desagradara, y se encaminó a la salida.

Un acto tan extraño y desinteresado que me dejó aleteando los parpados con desconcierto, y con la boca temblorosa, con intenciones de pararlo.

— ¿A dónde vas? —pregunté al mismo tiempo en que sentí que mis piernas tomaban el control de todo mi cuerpo, caminando contra mi voluntad, solo un poco cuando él alzó la mirada y la clavó en mí y luego detrás de mí.

—Voy a seguir revisando—respondió espesamente sin más, rompiendo el extraño contacto entre nosotros y saliendo de la habitación.

Mis brazos querían estirarse, mis dedos crispados alcanzarlo y aferrarse a él, ese era un hecho que no se cumpliría a final de cuenta porque no me moví. ¿Ir al baño? ¿Por qué sentía que no iría solo al baño?

— Increíble—la voz de Adam fue soltada con desagrado—. Ya son adultos y no les han enseñado a cambiarse en los baños.

Mordí mi labio y apreté mis puños soportando las ganas de ir tras él y revisar que estuviera bien. Me obligué a girar en torno a Adam y a mostrar interés a la conversación que trataba de sacar para hablarme, pero no lo hice sin antes mirar hacía la puerta, buscando a Rojo.

Deseando que ese ¨voy a seguir revisando¨ no significara nada malo.

— ¿No...?—tragué con fuerza, todavía tenía esa fatiga a causa del recuerdo de Rojo mirándola. Adam también lo había hecho aunque miró menos de lo que Rojo hizo, y tal vez era algo—. ¿No se los enseñan desde antes de ser adultos? —Él negó, sacudiendo su cabello y mirándome de vuelta.

—Hasta que son adultos les brindamos más información sobre sus cuerpos, a veces creo que somos unos idiotas por no hacerlo antes, pero esas son las reglas.

—Que ridículas reglas—espeté, forzándome por no voltear a la puerta, por no seguir a Rojo, creyendo que volvería en cinco minutos a esta habitación.

—No todas lo son, la etapa adulta en los experimentos es igual a los cambios hormonales de un humano en la adolescencia. De nada nos serviría explicarles para que funcionan sus partes íntimas si no lo van a entender sino hasta que las sientan.

— ¿En qué momento pasamos de hablar de la desnudez a partes íntimas? —mi pregunta salió con un poco de impresión, no tenía relación un tema con el otro, eso era la sorpresa, y a Adam eso pareció divertirle por la forma en que río roncamente.

—Tienes razón.

Una risa, y una sonrisa familiar.

Y entonces, con esas dos cosas me hicieron acordar de la charla que tuvimos antes, esa en la que dijo que no habíamos terminado nuestra relación, que dormíamos en la misma habitación y que tuvimos complicaciones. ¿Cómo debía sentirme con ello? No lo sabía. Besé a Rojo, hice el amor con él, me gustaba Rojo, ¿qué debía hacer ahora? A pesar de que miraba a Adam, la sinceridad con la que contó aquello, mi cuerpo y mi mente se sintió completamente indiferente a él.

¿Qué se suponía que debía sentir? Le había sido infiel a Adam. Pero Adam no me gustaba, me gustaba Rojo y mucho, y si recordaba a Adam, ¿me llegaría a gustar otra vez? ¿Entonces qué pasaría con Rojo?

Maldición, quise golpear algo, lo que sea para desquitar mi furiosa y mi confusión. Mi cabeza estaba hecha un caos, un desastre sin retorno. ¿Cómo debía decírselo? ¿Cómo decirle a Rojo que Adam era mi... pareja? Esa palabra sonaba muy mal, y por supuesto que lo hacía, yo no quería ser la pareja de Adam.

Yo quería ser la pareja de Rojo.

—Pasa igual en la desnudez, los cuerpos de las hembras empiezan a desarrollarse en la última etapa de la evolución del experimento, la etapa adulta. Los machos, se desarrollan un poco antes.

— ¿Machos, hembras? —murmuré, estaba cansándome esas palabras—. Ellos son personas Adam, son humanos.

—No lo son, Pym—dijo en el mismo tono bajo que yo—. Parte de su genética está basado en el ADN de diferentes reptiles—Un sabor amargo estalló en la punta de mi lengua a causa de sus palabras—. Que les enseñamos a caminar, a hablar, a comportarse y a comer debidamente, no les hacen personas. Son reptiles.

Reptiles. Mi menté reprodujo esa palabra, pero no importaba cuantas veces lo hiciera, si se trataba de evolución, esos experimentos habían logrado mucho, convirtiéndose en lo que ahora eran, personas tan idénticas a nosotros, con inteligencia, con conciencia, con la independencia de hacer cosas por si solos.

— ¿De pequeños tenían la forma humana? —resoplé la pregunta.

—Sí—Su asentimiento me hizo negar con movimientos de la cabeza, movimientos que él captó pronto—. ¿Qué?

— Que estas mal. Son incluso más inteligentes que nosotros, así que no pienses en ellos como simples bestias—defendí.

—Están registrados biológicamente como reptiles—Su voz se aseveró —. Aun teniendo forma humana, no podemos cambiar su genética para justificar que son humanos.

Humanos. Maldita sea, ¿qué tan difícil era entender que eran humanos y punto? Pero al parecer, no cambiaría la mentalidad de Adam con repetírselo cientos de veces.

— ¿Y para qué los necesitan? ¿Cuál era el objetivo de crear estos experimentos? —hice al fin la pregunta aquella que desde un principio quería que fuera respondida. Adam me miró de una inexplicable forma, serio, contraído en una mueca.

— Este laboratorio se dedicaba a la mutación y mejoría de las especies animales en extinción— ante sus palabras arqueé una ceja—. Se suponía que solo serían animales, eso estaba en nuestros registros, para eso aceptamos el trabajo y firmamos esos documentos de confidencialidad. Pero nos tomaron el pelo, ellos también estaban jugando con la genética humana, así que no Pym, no sé por qué motivo fueron crearos.

— ¿Y el parasito? Rossi me habló un poco de él —terminé diciendo de mala gana, a lo que él arqueó una ceja con sorpresa—. ¿Sabes de qué es?

—Ni siquiera existe ese parasito Pym, el maldito desgraciado que la inventó debía saber de mutaciones—Apretó los puños al igual que el mentón—, y sin el material necesario para la investigación no podemos saber de qué está hecha para combatirla. Supimos que es caníbal por la manera en que comenzaba a desintegrar la piel de su huésped, y supimos que es hipotérmica porque los experimentos naranjas que tenemos en nuestra base, no dejaban de mencionarlo. Eso es todo lo que sabemos hasta hoy.

— ¿Cómo se puede contagiar el parasito? —me animé a preguntar. Él, cruzado de brazos, llevó una de sus manos a cubrir su mentón partido, haciéndolo lucir pensativo.

—Hasta ahora solo ha sido por mordidas, pero hubo un caso especial. Mordieron a uno de nuestras compañeras y la tuvimos bajo supervisión, pero no se contagió—lo contó, consternado—. Se cree que por medio de los colmillos que les salieron a los experimentos se inyecta el parasito a la piel de la otra persona, como las serpientes que con su mordida inyectan el veneno, pero puede haber algunos casos en que no suceda el contagio como el de ella.

Inyectaban el veneno por la mordida, ¿eso quería decir que los fluidos corporales o la sangre, no?

— ¿No te ha mordido o intentado morder ese experimento?

—No, él no lo haría—sinceré, confiaba en Rojo, y desde que estuve a su lado no intentó morderme. Al ver la cara congestionada que puso cuando le respondí, hice otra pregunta—. Sí alguien llega a beber la sangre de otro, ¿se contagiaría?

—Tomamos en cuenta muchas maneras—inició—, si el parasito fue soltada en los estanques de agua, quiere decir que entró a la piel de los experimentos pero no sabemos si se ocultó en la piel o en los músculos o en la misma sangre, es mucho lo que desconocemos.

Asentí, sintiéndome insatisfecha al no tener la respuesta que buscaba, seguía siendo un misterio, si era en la piel por transpiración podía transferirse, si era en la sangre por probarla o que te cayera un poco en la boca, te contaminabas... ¿Con cuál de estas te contaminabas realmente? Y sí era una de las, y mi cuerpo seguía igual, sin alteraciones, podría ser que mi caso fuera igual al de esa persona que tampoco se contagió.

Ojala fuera así.

— ¿En qué trabajabas en este laboratorio? —saqué otras dudas, ya sabía lo que quería saber del parasito —. ¿Un científico, oficial o examinador?

El silencio se hizo. No pude dejar la mirada en el suelo para seguir pensando, porque la terminé clavando en su rostro, en esa mueca tan apretada que me inquieto ver que poco faltaba para romper sus labios por la mitad.

—Oficial, lo fui por un tiempo en las primeras salas de entrenamiento—Supe que no le gustó mi pregunta, menos responderla—, después me asignaron en uno de los bunker para cuidar de los experimentos adultos, de ahí empezó nuestros problemas de pareja, Pym, porque por largas semanas no nos veíamos.

No supe que decir ante su nuevo silencio, ante esa mirada que volvía a ser tan sincera y frágil como anteriormente, y era que, no sentía nada, nada de nada, no había nada dentro de mí hacía él, y por un momento pensé que sentiría algo más que una empatía por ver lo mucho que le dolía contarlo.

—Te extrañaba cada noche y cada día— Abrí los ojos y traté de no ponerlos sobre él, pero sucedió, ya lo estaba mirando y todo a causa de su mano tomando mi mejilla y acariciándola. Un acto que me dejó helada, muy a mí pesar de querer alejarlo.

Sonaría egoísta decir que no quería escucharlo, que no quería que sacara este tema. No porque no me gustara, que en verdad no lo hacía, sino porque no quería, era incomodo, solo pensar en él y recordar a Rojo, lo era. Lo era porque ahora sabía quién me gustaba.

— Cuando desapareciste, cuando no regresaste al área en el que estábamos antes, enloquecí, no sabes cuantas noches lloré por ti.

No, no me digas eso, por favor.

—Adam yo...

—No. Solo déjame continuar, ¿sí? — A duras penas callé mis palabras, deseando explicarle, serle sincera que, no recordaba nada y que, tal vez lo había lastimado pero que él me dijera eso, no me hacía sentir nada al final—. No me recuerdas, no recuerdas nada de lo que hicimos juntos, pero me gustaría comenzar de nuevo contigo Pym.

Mi corazón se me detuvo detrás del pecho, igual que mis pulmones se cerraron aplastando el poco oxigeno que había succionado. Oh no, no sabía ni que pensar, pero lo dijo, lo aclaró con esa mirada anhelante, con esa mirada desconsolada que trataba de tentarme.

—Solo quiero saber—hizo una pausa mirando detrás de mí—, si me dejarías comenzar contigo, darme una oportunidad.

¿Qué? ¿Y qué debía decir a eso? Maldición, no sabía que decir la boca no se me habría, los labios no se movían, mis recuerdas no respondían, estaba en shock, y para la desgracia, espantada.

No recordaba nada, ¿cómo quería que le contestara? ¿Qué sí le daba una oportunidad? ¿Qué sí le dejaba comenzar a mi lado otra vez? Desvié la mirada al suelo, desorientada, con la respiración hueca. Mi mente se hundió en Rojo únicamente, y en que, Adam y yo no habíamos terminado aún.

En que, él y yo teníamos una relación.

Y en que Rojo y yo...

—No puedo—las palabras desbordaron de mi boca en un hilo de voz, la mano de Adam se alejó de mi mejilla cuando en busca de claridad, subí la mirada a él—. No puedo responderte.

Y ahora él parecía el congelado, o eso pensé porque después tragó saliva, su manzana de adán apenas se movió. No parecía dolido por mi respuesta.

—No necesitas responder ahora—Levente sonrió al decirlo—, piénsalo con calma, estaré esperando tu respuesta, solo quiero que sepas...

— ¡Ya podemos irnos!

El golpe de la puerta contra la pared resonó más que el aviso de Rossi saliendo del baño junto a la enfermera verde. Que salieran justo a tiempo provocando que Adam se apartara de mí, me hicieron soltar una profunda exhalación que había retenido a causa de su toque. Relajada, pero perdida, pensativa a causa de él. Más pensativa al ver con qué manera Adam retorcía la boca y hundía sus cejas, como si la sola intervención de Rossi, lo hubiesen molestado mucho.

—Mientras ustedes salen al pasillo, yo iré a guardar todos los alimentos—volvió a avisar Rossi, la vi salir trotando rumbó a otra puerta más cercana que apostaba y era el comedor que llevaba a la cocina. Tan solo desapareció su delgado cuerpo me concentré en algo más para no perderme en el recuerdo de Adam.

Con tal de no recordar sus palabras. Pero ni siquiera pude concentrarme en nada más cuando, al girarme, y encaminarme con la intención de ser la primera en salir, todos esos pensamientos se desvanecieron como humo al alzar la mirada y depositarla en esa parte de la habitación. Mis pensamientos no fue lo único que se desvaneció, poco era decir que mi corazón dejó de latir, o que dejé de sentir las piernas.

Porque ahí, bajó ese umbral de la salida de la habitación, un cuerpo varonil, con una altura imponente, una anchura desgarradoramente peligrosa, estropeaba el paso.

La amenaza y la furia me ensordecieron y estremecieron lo más profundo de mis entrañas con la forma en que sus tentáculos se aferraban al marco del umbral asegurando que no saliera al pasillo. Su rostro sudoroso y cabizbajo se sombreaba de escalofriante manera mientras esos ojos carmín de escleróticas negras rotundamente perturbadoras, dueños de una mirada endemoniadamente catastrófica, se cavaban en una persona.

En mí.

Nos escuchó, lo escuchó. ¿Nos vio también?

Un segundo, clavando ese recelo, descargándolo atreves de sus orbes sobre mí, un segundo más para suspirar en corto y desvanecer esa fría por una desilusión dolida, y uno más para quitar todos esos tentáculos, incorporarse y retroceder.

—No podemos irnos aún—exclamó espesamente Rojo, pasando la mirada de mí a alguien más detrás de mí.

A Adam, seguramente.

— ¿Y se puede saber por qué? —aquellas pregunta había sido soltada por Adam, cerca de mí. Justo donde Rojo mirada, donde ahora clavaba sus esferas enrojecidas de rabia, fácil era leerlo lo mucho que quería lastimar a Adam

— ¿Quieres verlo por ti mismo? —incitó de una provocativa manera que me preocupo, sobre todo cuando ladeo el rostro y con esa mirada retadora siguió mirando a Adam.

Estaba enojado, furioso, celoso.

Celoso.

— ¿Mirar qué?

Y sonrió, estiró una torcida sonrisa que me saltó el corazón, lo aceleró asustado. Se apartó un poco más y movió su mentón hacía el lado derecho del pasillo.

—Te mostraré—soltó severamente, y sin darme una mirada, su cuerpo desapareció cuando él comenzó a caminar hacía ese lado del pasadizo, sin esperar si quiera a que Adam le siguiera, aunque estaba segurísima de que lo haría al final.

Sucedió, rápidamente lo vi junto a mí, dando pasado hasta estar cerca de la puerta para girar y mirarme seriamente.

—Quédate aquí, dile a Rossi que no salga.

(...)

No supe ya cuánto tiempo había pasado desde que ellos dos se fueron, pero varios minutos atrás le conté a Rossi que Adam siguió a Rojo y ella no dejó de echarles miradas a lo largo del pasillo al igual que yo, mientras tanto la enfermera verde, se alimentaba de unas galletas la primera cama.

De los nervios, recordando la manera en la que Rojo lo miraba, como si quisiera matarlo, no dejé de morder mis uñas. Sabía que Rojo no era así, no lo mataría, él era diferente al resto de los experimentos, pero dudaba mucho de Adam, desde un principio Adam quiso dispararle, quiso matarlo, y eso me tenía muy preocupada.

Rossí echó otra mirada al pasillo, formó una mueca cuando, sobre nosotras, las farolas de la habitación y también las del pasillo parpadearon y dejaron de encenderse, oscureciendo todo a nuestro alrededor y a nuestro alcance. Era la tercera vez que parpadeaban, pero la primera que todo terminaba en oscuridad escalofriantemente.

Ya no me estaba gustado, esto.

Que Adam y Rojo se tardaran en volver, y luego las luces, todas, se apagaran, no, no era nada buena. Algo muy malo estaba sucediendo.

Antes de que soltáramos una pregunta o de que empezáramos a removernos temerosas, unas luces de emergencia se encendieron en lo largo del pasillo, iluminando algunas zonas y sombreando otras de perturbadora forma.

—Esto no me está gustando nada—sinceró Rossi—. Se debieron encontrar con algo, ¿qué es lo peor que pudiera pasar?

— Que los monstruos entraran—al murmurarlo, Rossi y yo compartimos asustadas una mirada. Pero rápidamente ella terminó desviando su mirada hacía el pasillo frente a ella, abriendo en grande sus ojos y saliendo del umbral rápidamente. Giré siguiéndola, y encontrándome con que Adam trotaba en nuestra dirección, y detrás de él, muy lejos no hallé a nadie más.

Rojo no estaba en el pasillo, ¿en dónde estaba entonces?

— ¿Qué sucedió? ¿Por qué se fue la luz? — Rossi casi se aventaba contra Adam en busca de una explicación. Por otro lado, yo quería correr hacía Rojo, pero no lo hice.

—Desconectamos la energía para evitar que la batería del bunker se terminara y no quedáramos encerrados. Los malditos hijo de puta nos tienen acorralados —gruñó Adam al final, perturbándonos—. No están luchando por entrar, no sé qué demonios están haciendo fuera de las puertas, parecen estar durmiendo, pero no son solo dos...

— ¿Cuántos son? — pregunté, sintiendo la presión en mi pecho cuando alzo la mirada con preocupación.

Oh no.

—En las cámaras no pudimos ver mucho, pero puedo decir que cinco en la segunda entrada, y—hizo una pausa, vi como hundía su ceja y abría sus carnosos labios, complicando continuar con sus palabras—, aunque la primera entrada no haya monstruos, no hay manera de salir. Hay un derrumbe del otro lado, una montaña de escombros como si todo el techo de esa parte hubiera colapsado.

Palidecí, todos mis sentidos se nublaron mientras retrocedía y negaba ligeramente. No, no, no. No podía ser posible. ¿Estábamos atrapados por 5 monstruos y un maldito derrumbe? Otra vez atrapados. ¿Cómo saldríamos de aquí?

— ¿Qué demonios? ¿Es en serio Adam? ¡¿Cinco y un derrumbe?! —Rossi explotó, su voz se volvió un chillido de miedo—. ¿Cómo vamos a salir de aquí? ¿Cómo vamos a volver con los otros?

—No lo haremos—exclamó él, retuvo las siguientes palabras para respirar y tranquilizarse—, nos quedaremos aquí y esperaremos a que se vayan, solo eso nos queda.

(...)

Después de aceptar quedarnos, ya que no nos quedaban otras decisiones, Adam siguió—con una desconcertante tranquilidad—buscando en el resto de los cajones con ayuda de una lámpara, reuniendo todas las pilas de diferente marca sobre una sola cama, y también los pocos cargadores que encontró en los muebles anteriores.

Había mucho silencio, apenas podía escuchar las respiraciones de los demás acomodados en diferentes partes de la habitación de los oficiales, sobre todo la de la enfermera verde que, despreocupadamente se había quedado dormida después de largas horas. Apenas podía escuchar el chirrido de los cajones que Adam abría. Había silencio en la habitación, pero dentro de mí todo era un caos.

No dejaba de reparar en la puerta, esa que permanecía abierta para ser alumbrada por las luces de emergencia en el pasadizo: ese pasadizo en el que esperaba a que apareciera él, con su alto cuerpo y esa mirada que tanto me gustaba tener en mí.

Le pregunté por Rojo, le pregunté dónde estaba después de que mencionó que nos quedaríamos aquí hasta que esas cosas se fueran. Me respondió diciendo que él se había quedado revisando el resto del bunker, que no quiso volver a la habitación por mucho que él se lo ordenara, y que era mejor de esa manera. Aunque para mí, no lo era.

Pensé en ir y buscarlo, pero perdería el tiempo y tal vez hasta me perdería, así que preferí quedarme, esperarlo y pensar.

Pensar con claridad, porque, ¿qué más quedaba por hacer ahora que estábamos atrapados? Ni siquiera sabíamos cuánto tiempo duraríamos aquí.

—Voy a dormir chicos, no quiero pensar más en esto—pronunció Rossi en algún lugar de toda la habitación sombrea.

—Ustedes duerman, yo daré un recorrido por los pasillos para hacer guardia—la voz ronca y baja de Adam se alzó después de escuchar como cerraba uno de los cajones, terminando con su búsqueda. Pocos segundos después, solo miré la linterna señalar a la puerta, cada vez más cerca, así supe que él saldría de la habitación.

Y solo cuando lo hizo, cuando su cuerpo se ilumino por las luces de emergencia, una voz en lo profundo de la habitación, me llamó.

—Pym...

Era Rossi, escucharla llamarme por lo bajo, me desconcertó un poco. Me moví por encima de la cama en la que me hallaba sentada, y la busqué, aunque eso sin duda sería imposible de hacer.

— ¿Sí? —inquirí.

—Se va a pasar la hora de darle el tratamiento a 09 y no ha regresado con nosotras— Rápidamente me inquieté, pero no porque su voz se escuchó mucho más cerca, ni porque sentí su mano colocarse sobre mi hombro y apretarlo, sino por Rojo. Si se le pasaba el sedante, ¿algo malo le ocurriría si no recibía a tiempo el sedante? —. También dale estas latas de carne para que se alimente, le ayudaran.

Algo frio se colocó encima de mis piernas descuidadamente, cuando dejé de sentir su mano, lleve las mías a tomar esas heladas latas y a tomar ese delgado y pequeño objeto.

—La jeringa ya está llena, repartida en una toma de las pocas que quedan, dásela en el brazo, antes de que se coma las latas, ¿sí?

—P-pero yo no sé poner una inyección—expliqué, sintiendo mi corazón congestionarse, alterándose. El problema no era solo la inyección, sino saber dónde se encontraba Rojo—. Ni siquiera sé dónde se encuentra—comenté en voz muy baja, casi un susurró pero audible.

—Él sabe ponérsela—Ahora esa voz se escuchó lejana—. Yo tampoco sé dónde está, pero le bunker no es muy grande y este es el último bloque de habitaciones.

Esto era algo delicado y Rossi estaba confiando demasiado en que yo pudiera encontrarlo con facilidad cuando la hora del sedante a Rojo se le estaba pasado. Seguramente en estos momentos él ya tenía hambre, y estaría controlándose para no atacar...

—Bien...—murmuré confundida, y después de tiritar por lo helado que se había puesto el interior de la habitación, me levanté de la cama, escuchando ese pequeño sonido que hacía la madera debajo del colchó.

Respirando hondo en tanto guardaba la jeringa en el bolsillo de mi pantalón, y me dediqué a encender la linterna que había dejado acomodada junto a la almohada de la cama, cuando ola encendí y alumbre una parte del suelo de la habitación, tome las latas y empujé a mis piernas a moverse al pasillo.

Al salir, revisé los dos lados del pasadizo para saber si él no estaba cerca pero al no encontrar nada tomé el camino contrario al que Adam había tomado. Caminé, alejándome cada vez más de la habitación, atemorizándome por el silencio y las sombras que las luces de emergencia e incluso mi linterna en movimiento creaban, preguntándome en dónde se encontraba Rojo, sí estaba cerca o sí estaba lejos, sí estaba con Adam o si no estaba con él.

Sí estaba con él y tenía hambre, eso sería realmente malo...

Giré al pasillo de mi derecha y llegué hasta un segundo bloque de habitaciones en el que se repartían tres pasillos, ni siquiera reparé en los otros dos cuando solo giré hacía el más cercano, desenado que encontrar a Rojo por ese lado.

Me adentré a ese pasillo sombreado, ni siquiera pasó un segundo cuando un sonido lejano, apenas parecido a gemido, me sobresaltó, dejándome con la mirada clavada en el suelo y la lámpara amenazando con caer de mis endurecidos dedos... ¿Y eso? ¿Había sido de alguien? ¿De Adam o Rojo? ¿O solo el silencio o mi imaginación? Temblorosa, alumbré en frente, y al no encontrar nada en ni un rencor del pasadizo ni de los otros que se extendían al final de este, seguí caminando a pasos lentos y muy, pero muy temerosos.

Si no era mi imaginación, el sonido de algo golpeando el suelo, tal vez... Porque Adam dijo— e incluso también lo hizo Rossi—, que nada podía entrar aquí, solo estábamos nosotros, atrapados, rodeados por los monstruos del exterior, ¿verdad? Era tonto tratarme de tranquilizar con estos pensamientos, pero quizás estaba exagerando y aquello solo fue un sonido cualquiera.

Retomé el camino con más decisión, relajando mi cuerpo al no escuchar nada más, alumbrando el suelo por donde caminaba. Hasta que entonces, todos mis músculos empezaron a temblar con pavor.

Había algo en el suelo alumbrado por la luz de mi linterna, a varios metros de mí.

Una sombra, quizás, una que parecía ser creada por la luz de emergencia pero que cada segundo, se acercaba justo por donde mis pies se detuvieron en seco. Plantándose en el helado asfalto, para comenzar a sentir ese escalofrió subiendo por toda la planta de mis pies hasta concentrándose debajo de mi nuca.

Oh no. Esa cosa estaba acercándose a mí, y no se detenía.

Mi linterna, temblorosa por el pavor de mis crispados dedos y también de mi cuerpo, alumbró cada detalle de ese dibujo negro en movimiento, en acercamiento, y fui inevitablemente recorriéndola hasta alumbrar esos descalzos pies varoniles que se detuvieron enseguida. Sin esperar, subí por el trayecto de sus jeans oscurecidos, y todo el resto de la imagen que mi mente se dibujó sobre la persona frente a mí, se distorsionó de la peor manera posible...

El horror me desgarró la garganta en un ahogado gritó cuando reparé en ese abdomen cubierto de sangre. Mi corazón se escapó de mí cuerpo, y tal vez hasta mi alma al hallar una enorme herida que se estiraba desde la cima de su vientre hasta el pecho deformado por el pedazo de piel que le hacía falta. Y a pesar de que la herida se encontrara regenerándose en la parte inferior de su cuerpo, no podía decir lo mismo de la parte superior en la que un enorme hueco mostraba parte de su estómago, y más arriba se rebelaban fibras musculares y huesos de alguna que otra costilla que se contraían con su hueca respiración.

Tirité otra vez, y traté de tragar o respirar, ni una de las dos cosas pude hacer. Y no supe tampoco, en que momento dejé de sentir mi cuerpo.

No quise seguir viendo esa piel ensangrentada que le colgaba de una parte de la herida y la cual pertenecía a su pecho, pero no pude detenerme.

Debía ser una broma. Una pesadilla. O mi cabeza maquinando cosas horribles.

Él era Rojo.

Comencé a marearme cuando mis ojos encontraron algo más. Ese par de brazos humanos aferrándose a la pared: esos brazos rosados y pegajosos con dedos de diferente tamaño a los que no les encontraba uñas.

Traté de sostenerme de la pared para no caer por lo mareada que comencé a sentirme, notando rápidamente la pesada respiración de él. Le costaba tomar oxígeno y sabía bien el por qué le costaba hacerlo, la herida en su pecho era enorme, profunda. Lo peor de todo, era que no era solo la herida la que me había desentrañado el cuerpo y la que me dejó horrorizada... Entre el panorama aterrador que se desataba delante de la sequedad de mis ojos, subí la mirada por las marcadas clavículas hasta ese rostro rotundamente familiar.

Y verlo puso un alto a mi ritmo cardiaco, los nervios enloquecidos de mi cuerpo desaparecieron instantáneamente, se esfumaron intercambiándose por un fuerte estremecimiento comprimiendo cada centímetro de mi cuerpo, oprimiendo cada pulgada de mi pecho dolido, y unas ganas tremendas de sollozar por el miedo. Pero no ese miedo que sientes al estar frente a una monstruosidad y saber que morirás, sino miedo a perder algo preciado para ti.

Miedo a perderlo.

Eso sentí cuando inspeccioné su palidecido rostro, y todo ese sudor que bañaba enteramente su cuerpo, su cabello estaban empapado, varios mechones se embarraban a los lados de sus mejillas, y sobre su frente un delgado mechón se alargaba hasta pegarse en esos labios secos.

—Pym—soltó, a voz levemente cansada. Tan solo escucharlo llamarme, me hizo soltar el aliento entrecortadamente, sintiendo mi cuerpo vacío—.Yo quería llegar a ti...

Mis piernas rompieron velozmente los pasos que nos separaban y mis manos soltando las latas de carne y la linterna, volaron a su rostro con el temor de perderlo, depositándose en sus mejillas rotundamente calientes para inspeccionarlo. Su fiebre era el doble de alta que de la fiebre que antes había tenido, tal vez el triple, no lo sabía, lo único que podía pensar era en lo pésimo que Rojo se veía.

— ¿Por qué...?—No pude ni terminar la pregunta, ni siquiera pensar en cual las preguntas formuladas en mi cabeza hacer, mi boca había quedado abierta sin poder cerrarse y mi menté se nubló mientras esa mirada que convulsionaba mi corazón se apagaban cada vez más.

No, no, no, no, no.

Que esto fuera una broma. Una maldita mala broma.

—Me saqué el parasito...—Sus palabras salieron con complicación, y con complicación yo batallé para reaccionar, mirar la enorme herida en su pecho y comprender lo que Rojo había hecho—. Interrumpía mi regeneración—Y se quejó, su cuerpo se contrajo, y cuando vi su cuerpo temblaba amenazaba con caer, dejé, desesperadamente las latas golpearse contra el suelo para sostenerlo antes de que se cayera, que si no fuera por sus brazos que se aferraban a la pared, yo habría caído al suelo con él sobre mí a causa de su peso.

Se apartó al recobrar la fuerza, pero no lo solté, seguí con mis manos tomando su torso desnudo, con miedo a que desfalleciera, con miedo a que algo mucho peor le sucediera a Rojo.

Pensar en eso hizo que hasta un nudo se construyera en la parte superior de mi garganta, tan enroscadamente que amenazara con llevarse toda mi voz.

— Tienes que recostarte, no podrás estar de pie mucho tiempo. ¿Puedes moverte a la habitación?—la pregunta salió en un tono herido, deformado a causa de ese nudo hiriente que me complicaba recuperar la respiración. Señalé a la recamara que se acomodaba centímetros detrás de él, y ese par de oscurecidas pupilas apenas resplandecieron cuando asintió con la cabeza.

Corrí tomando la linterna y volviendo a él con pasos torpes para ayudarlo, colocando mi brazo detrás de su espalda justo donde algo húmedo y pegajoso me secó el cuerpo y erizó mi piel como la de las gallinas, me aferré, ignorando esa sensación, y lo apreté.

Poco a poco Rojo se giró, sin soltarse de la pared, arrastrando sus pies hacía la puerta que señalé segundos atrás, mientras tanto, mi mano apretaba su torso buscado que él se apoyara en mí, pero en ni un momento lo hizo: hasta sus brazos se apartaron de mí, como si tuviera miedo de tocarme o lastimarme con su peso. No supe por qué, pero aun así no lo solté.

Al faltar poco para llegar, estiré mi mano para alcanzar la perilla y al hacerlo, abrí la puerta de la habitación, dejando que esta misma golpeara la pared y que el sonido hueco explorara el resto del pasillo.

—Vamos—rogué desconsoladamente, con el corazón escarbando en mi pecho oprimido, y esa respiración tan vacía que sentí asfixia.

Nos adentramos con lentitud en esa oscuridad que terminó alumbrando mi linterna en busca de la cama, esa cama matrimonial que se acomodaba de nuestro lado izquierdo, a solo un metro de separación. Pensé por un momento, cuando Rojo se apartó de la pared, que terminaría cayéndose, pero no lo hizo. Se tambaleó, sin embargo, su cuerpo mantuvo el equilibrio a pesar de todo.

Se esforzó por acercarse, y solo cuando la cama estuvo a un centímetro, Rojo se inclinó, hundió su entrecejo y se quejándose nuevamente por la herida. Mordí mi labio para no alterarme o enloquecer por su estado, soportando el miedo de verlo tan débil. Nunca antes lo vi de esa forma como si estuviera...

Sacudí la cabeza, ni siquiera quería pensar en ello.

No iba a hacerlo.

Recargó sus brazos en el colchón soltando una exhalación entrecortada en la que sus músculos se estremecieron temblorosamente, esos dedos se aferraron con fuerza en el cobertor antes de dejarse caer encima de él, bocarriba con mi ayuda— con muy poca, para ser exactos.

Le escuché soltar otra fuerte exhalación en la que salió su gemido de dolor bajo, aquel mismo que escuché en el pasillo. Dejé apresuradamente la linterna en cualquier lugar del suelo, y me senté junto a su cuerpo, cuidadosamente, llevando mis manos en busca de su rostro, en aquel que enseguida encontré y acaricie con preocupación.

Estaba hirviendo demasiado.

— ¿Por qué? ¿Por qué lo hiciste? —mi boca aventó rasgadamente las preguntas. La herida que se hizo y por dónde sacó todos esos tentáculos, ¿por qué razón lo había hecho? Se veía tan mal, desangrándose con esa enorme herida que parecía estar a punto de morir.

¿Por qué? ¿Por qué lo hizo? ¿Cómo pudo sacárselas? ¿Y si moría al hacerlo? ¿Ni siquiera pensó en esa probabilidad?

— ¿Por qué... no hacerlo? —susurró, fue ahí cuando sus dedos pegajosos tomaron el lado de mi rostro y me acariciaron. Sentí todo mi ser cayendo en picada a un frio vació y romperse en varios trozos fragmentados para volverse nada.

Rojo.

Lágrimas de las que nunca me percaté de que se habían estado acumulando todo este tiempo en mis ojos, resbalaron de mis lagrimales cuando esa presión en mi cuerpo me hizo sollozar ante su nuevo quejido.

—Yo quería mis brazos para tocarte... No soporté que él te tocara.

—Pero pudiste morirte—mi voz ahogada apenas logró salir, mi garganta ardió con el movimiento—. Mírate... te estas desangrando, Rojo.

—No voy a morir hoy, Pym.