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Capítulo 6

Pese quizás verme irrespetuoso, no pude aguantar la admiración. El ancho comedor bullía de mecenas, habían preparado todas las mesas  y los variados platillos de mariscos aún humeaban. Decoraron las paredes con los blasones pertenecientes, a la familia Guesclin.

—Woooow, increíble.—Exclamó Aimi, estaba de acuerdo. Faltaba más, la música sonó ese preciso momento.

Es la que señal que esperaban los hombres. Enseguida abrieron barriles de cerveza, sirvieron las copas a rebosar, y repartieron tragos a cualquiera presente.

Sostuve el tarro sin poder replicar. Desprendía un rico olor a cerezas.

Aimi bebió varios tragos, sus amigas siguieron el ejemplo.

—Oh, deliciosa. ¿No vas a tomar, Akiyama-kun?

—Es alcohol... Soy menor y beber...

—No pasa nada si bebes un poquito.—Aimi se llevo la jarra nuevamente a la boca—Mmm... Te digo, sabe muy dulce.

¿No esta pasándose? Aunque tenga buen sabor, no deja de ser alcohol.

—Nadie nos ve y ni les importa.—Comentó una chica, Kugisaki Yuu, conocida por tener mal carácter. Resoplo tras torcer los labios—. Veo que no captas que aquí nadie ve si hacemos bien o mal.

Tiene razón... Diablos, ella tiene razón.

—Esta bien, si Akiyama-kun no quiere no vamos a obligarlo.—Lo defendió Aimi.

Yuu meneó la cabeza y abandonó el tema.

—En fin. ¿Y si mejor vamos a ver si Sora ya llego?

—¡Cierto! Quiero ver su vestido.

—¿Vieron que volvió a cortarse el cabello? Necesito saber quién lo hizo.

—La maldita encontró un buen peluquero en esta villa obsoleta, debemos sacarle la información.

Me quedé fuera de la conversación demasiado pronto.

—Aimi, vamos a ver donde anda Sora.—Yuu ni le preguntó, simplemente se la llevó de la mano.

Aimi miró atrás, donde quedé yo.

—Nos vemos luego, Seita-kun.

¿Cómo?... Procese aquello, sus palabras. Dijo mi primer nombre.

...

Adreti pasó el bocado e infló las mejillas, pensativa.

Arriba de la tarima, gozaban de una excelente vista y sirvientes disponibles. Luk tendió desganado la jarra, de inmediato lo atendieron.

—¿Tú qué opinas Adreti?

—Zsolin es espléndida. Si me permites imponerme, podrían simpatizar.

La hija del varón Carzvurxt poseía cualidades, esperables de una joven noble.

—Eso no.—Negó indiferente—. Me refería a los vagatierras. Conforme se cuenta, deben ser fuertes.

—Yo no veo que lo parezcan.—Opinó Nibbi y miró de soslayo, a una mujer pelirroja de caballo largo—. Diría que al menor contacto con la sangre, se mearian los calzones.

—Es porqué los juzgas desde el principio. Si que hay unos fuertes.

Tras decirlo, Adreti señaló a Gwen, Obata Hideki, una chica de flequillo recto y...

—Ese debe ser el mejor.

—Concuerdo.—Asintió Luk.

Christian disfrutaba de cerca cantar al bardo, sin ser consiente que los Guesclin lo valoraban.

—Es moreno, como los nacidos en Urz.—Musitó Nibbi, el rubor le tiñó las mejillas.

—No caigas en tentaciones, hermana. Carzvurxt debe tenerles pensado un uso.

—¿Qué dices con eso Luk?

—Dioses, es bien sabida ya la historia del rey Felgo. Heredó el tronó y en una temporada, las refrendas que de sus territorios colgaban ya desde antes de su abuelo, acabaron. Lo que pocos nombran, es al batallón escondido.

—¡Ya decía!—Exclamó Adreti al chocar las palmas—. Sí se me hacía que esto era igual.

Nibbi arrugó la frente sin entenderlo—. Díganlo, que un tartamudo nos lo diría más claro. 

—El batallón escondido o secreto. Es la escuadra que Felgo formó, con la mayor discreción posible. Pero al pueblo no puedes prohibirle hablar, y la verdad se rego a todas partes. Varios aldeanos mencionaron la aparición de extraños. Hombres, mujeres, de todas las edades. Como brotes de zacate.

—Las sospechas al rey Felgo, vienen de lo visto por varios villeros. Un hombre, que nunca era otro, venía y se los llevaba para el castillo.—Contó Adreti luego de Luk—. Esta dicho que poseen raras mañas, maestrías de lo más potentadas.

—Y creyéndose esas insidiosas cotillas del populacho. Guardan fe de su veracidad.

Adreti sonrió radiante de emoción, cual infante que viaja.

—Adivinaste.

—Adivine corchos. Vaya par, dioses. Somos huéspedes distintivos del Varón Carzvurxt. Les valdría bien oírme y no cagar el palo. Pelearán si él lo requiere.

Adreti suspiró y se dejo caer en la silla.

—Naciste amargada Nibbi.

...

Recuerdo un día, haber escuchado a mi abuelo decirme.

"Japón es un lugar tranquilo si. Pero esto aplica cuando la gente, se siente cómoda con nuestras normas y es parte de la comunidad. Hay jóvenes que eligen ser un clavo extraño que sobresale, pero ten seguro que, será martillado hasta acomodarlo... O se derrita."

Se lo conté a mi padre y me dijo que, el abuelo me dio un valioso consejo.

"El más claro ejemplo de esos clavos que sobresalen. Son los adultos de Kabukichō." Dijo con esa seriedad característica de él.

Pero tuve otra duda. ¿Qué es Kabukichō? Lo investigué. Resultó ser un vecindario de Shinjuku, Tokio. Un lugar plagado de entretenimientos para adultos, pubs, bares, clubes.

En mi ignorancia infantil, imagine algo escandaloso, apestoso, sucio, de puros borrachos violentos y lascivos amantes, que daban muestras públicas de afecto.

¿Ahora mismo estoy en Kabukichō? Pienso al mirar, los acontecimientos actuales.

Caballeros ebrios que meten mano a criadas y ellas lo permiten, vi pasar algunos, se bien que no a pasear. Bailaban al ritmo de la música, desinhibidos, escandalosos.

Mis compañeros sucumbieron a los excesos, pronto andaban ebrios, desfasados. Sora vómito, bajo los efectos de la ebriedad.

Más haya, una muchacha pelirroja se daba un beso francés con Kugisaki Yuu, varios aplaudían vueltos locos. Otras chicas movían sus cuerpos, eran bailes subidos de tono, acompañados de sonrisas coquetas y risas relajas.  Eventualmente atrajeron hombres sedientos.

Que demonios, dije para mis adentros. Las cosas ardían descontroladas.

—¡Seita-kun!

Oí un llamado y me sacudieron.

—¡Ey!

—¡Hasta que te encuentro!—Anunció Aimi, colorada y sudorosa—. ¡Ven a bailar conmigo! ¿Si?

Sentí los nervios envolver mis tripas.

—No sé bailar.

—No te preocupes, yo te enseño.

Asumí que debería estar ebria, eso consiguió convencerme de resistirme.

—Yo no creo que deberíamos... Si estas ebria.

De pronto, Aimi freno sus pasos y volteó.

—Te equivocas. Estoy consiente.

—Perdón... No sabía que, pensé que...

—Eres un buen chico entonces.—Elogió tras sonreír—. Puedo guiarte si así lo quieres.

Mi corazón dio un vuelco. ¿Dientes torcidos? Tonterías, esa sonrisa es hermosa. 

Fue la primera vez que hacía esto, bailar. Desconozco si valía mínimo un elogio, no pisarle los pies a Aimi o tropezar. Para mi si.

—Y decías que eras malo bailando.

—Lo soy. Pero, me esforcé para hacerlo lo mejor que pueda.

—¿La pasan bien?

Volteé sorprendido. Un sujeto, salido de quien sabe que sitió, nos habló de manera cordial.

Diablos. Maldije, era guapo, fornido, bien parecido. De no reconocer al hijo del Varón Carzvurxt, creería que éste hombre es su hijo.

—La pasamos bien.—Coincidió Aimi, mirándolo demasiado contenta.

—Bueno sea. Quisiera invitarte la siguiente balada.

—¿Bailar? Claro, claro.

¿Tan rápido acepto? ¿Qué no estamos bailando tú y yo? Tales pensamientos, empeoraron el malestar nacido de la nada.

—Esplendido.—Dijo el tipo, la tomó de su mano y me dejaron ahí.

Maldita sea... Estaba celoso.