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Capítulo 3

El asunto del sujeto cantarin me dejo extrañado y por primera vez en cuatro meses, cuestione su identidad.

Christian pertenecía al grupo de invocados, claro, pero usaba ropa distinta. Diariamente, portaba el mismo uniforme de marinero café oscuro.

En su momento creí que, tal vez entró a la escuela de visita, y tuvo la mala suerte de venir aquí.

—Esa fue una grata exhibición, Christian.—Dijo la hechicera y aplaudió dos veces. Hoy vestía un elaborado vestido azul celeste, de elegante corset blanco, que  ajustaba un fascinante busto con revelador escote.

Los demás retomaron las prácticas, metal contra metal.

—Gracias, seño.

—Izol esta bien y resérvense el "Izol-san". A los únicos que deben dirigirse con respeto, es a los varones como Lord Carzvurxt o los reyes.

Christian bajo el instrumento, al ver el techo reflejaba una calma abrumadora. ¿Qué lo hace estar así de tranquilo?

—Pssst. Akiyama-kun.

Gire al escuchar mi nombre. Se trataba de una compañera de mi clase, Hibiki Minami. Una clásica belleza japonesa de cabello negro y piel palida. Dos chicas dirigiéndose a mi en un día, me sentí afortunado.

—¿Qué pasa? ¿Hibiki-san?

—Visitaste la villa, ¿no?

Asentí sin mirarla a los ojos y eso que, estaba a dos metros de distancia.

—¿Cómo era? ¿Es bonita?

—Pues...

Tuve un sobresalto cuando las puertas, fueron empujadas de sopetón. Sora reapareció agarrada del brazo de un caballero, que lo retiró apenas entrar.

Yo trague saliva nervioso. Cualquiera imaginaría la imagen más honorable, de semejantes individuos cuya misión es servir a los reyes.

Aquel hombre distaba mucho de aquella visión. Desgarbado, greñudo, la barba corta y tupida. Tenía los ojos irritados, como animal rabioso. El repiqueteo de su armadura, me indicó que venía directo hacía acá.

—Buena balada, Portarimas.—Dijo el cabellero, acompañado de una voz rasposa y lanzó una moneda de oro—. Es para que consigas una buena servidora, esta noche puede que duermas caliente.

Christian atrapó la moneda y ni se inmutó del comentario burlón.

—Perdóname si le doy otro usó a tu dinero, no tengo ganas de pasión hoy.

El caballero esbozo una tétrica sonrisa, las feas cicatrices de su rostro se estiraron, viéndose el doble de desagradables.

—¿Pasión? Si que pareces un condenado baladista.

—¿Qué asuntos traes Fauge?

—El Varón Carzvurxt te requiere.

—Esplendido.—Respondió la hechicera—. ¡Tómense un descanso! ¡Vuelvo pronto!

Dicho eso, Izol nos dejó al merced de ese sujeto, que seguía parado frente a mí. Pero ignoraba mi presencia.

—Quisiera saber algo, Baladista.

—Christian, camarada.—Lo corrigió el moreno.

Fauge plantó esos ojos rabiosos en él, la tensión no me permitió moverme, presentí que algo malo iba a suceder. 

—Christian. ¿Has matado a alguien?

—Sabrá dios.

—¡¿Alguno de ustedes ha matado?!—Rugio el caballero, varios encogieron los hombros, ante el inesperado grito—. ¡¿Estan listos para eso?! Me pienso que no. Menear la hoja no basta.

Hubo un sonido metálico, el brillo de una espada que me deslumbró unos instantes y un jadeo.

Levante mi arma por reflejo y bloquee el tajo, que arrojo chispas. El ímpetu me hizo trastabillar y caerme de espaldas.

—Míralooo. Si sabe defenderse, de picaza solo tienes la cara.

—¡Pudo haberlo lastimado!—Reclamo Gwen, la pelirroja extendió la mano en mi dirección—. ¿Estás bien?

—Eh... Sí. No me pasó nada. Sentí mucha vergüenza, no sé por qué.

—Eso no fue muy de caballero señor.

Ante el regaño de Christian, el hombre bufó.

—Desconozco a tus malditos caballeros y me orino en ellos. Soy un mecena. Servimos a nuestros señores, juramos lealtad y matamos por ellos.

Al terminar la frase, guardo la espada. Aún sentía el dolor de las espadas al chocar.

—Habla como si fuéramos parte de su caballería.—Dijo Gwen, su tenacidad me preocupó. ¿Qué tal si ese señor la ataca también?

—De eso ni sé. Pero veo que ninguno tiene valor para eso.

...

Lord Carzvurxt terminó de escribir una carta, que dobló rápido ante la intromisión de Izol.

—¿Querías verme?

—Ciertamente. Primero, cuéntame de los intrusos.

La hechicera miró los alrededores, la mesa sobrecargada de utensilios, libros, grasa para pulir acero, tinteros, plumas y velas. Vislumbró aquellos animales disecados que están desde su niñez, variados tesoros exóticos y el detallado mapa que cubría la pared entera, tras la venerable figura de su señor.

—Avanzan.

—¿Qué me dices con eso?

—Hasta ahora han sido de lo más obedientes, aprenden rápido, son fuertes y manejables.

Carzvurxt asintió, sin atisbo de emoción y sello la carta.

—Tendremos a los Guesclin como invitados. Envíales mis saludos y la invitación correspondiente, está.—Murmuró al empujar la carta e Izol tomó el sobre.

—Por supuesto.

—¿Alguna proposición?

—Se más permisivo con mis doctrinos. No hacen otra cosa que aprender a usar una espada, tus hombres los evitan, la servidumbre también. Deben sentirse como extraños, así no apoyaran tu causa, sobrino.

El varón frunció el ceño, ofendido por eso último, pero lo dejo pasar.

—Los invitaré al ágape. Comerán entré mi familia y los Guesclin, los mejores aliados que tenemos.

—Y los más leales desde que nuestra familia se fundó. ¿Pero los herederos de Dulfta no son tres doncellas y un rapaz?

—Hay doble intención en invitarlos. Es tiempo de concertar un matrimonio, que el hijo de Dulfta y mi hija se conozcan.

—¿Concertar?—Izol sonrió, hubo diversión en como lo hizo—. Te críe bien, así como a tu padre y abuelo. Un matrimonio sin forzar es más fructífero.

—Si eso es todo. Agradecería que mandes eso.

—Como digas.