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Cómo empezó todo

Desde que tengo memoria, la soledad ha sido mi única compañera constante. En un mundo donde los poderes definen tu valor, mi existencia parecía una broma cruel del destino. A los seis años, cuando todos esperaban ansiosos la manifestación de sus habilidades, yo permanecía vacío, sin nada que mostrar. Esa ausencia me convirtió en el blanco de burlas interminables en la escuela, donde cada día era una prueba de resistencia.

11 años después...

Las noches eran mi refugio, el único momento en que podía ser yo mismo sin el peso de las expectativas. Los videojuegos eran mi escape, el ruido y la acción una cortina que bloqueaba la realidad. Pero esa noche, la voz de mi madre atravesó la barrera de sonido.

"Hijo, ¿no crees que deberías al menos limpiar tu habitación?" Su tono era suave pero firme, una mezcla de preocupación y reproche. A pesar de ser mi madrastra, su presencia era reconfortante, un recordatorio de que alguien se preocupaba por mí. Su belleza era innegable, con su cabello castaño y ojos azules que parecían iluminar la oscuridad de mi cuarto.

"Lo siento, madre, después de esta partida lo hago," prometí, aunque ambos sabíamos que probablemente olvidaría mi promesa tan pronto como ella cerrara la puerta.

"¿Qué dijiste?" insistió, y supe que no había escapatoria.

Con un gesto sutil, activó su poder para atraer objetos ligeros y, con una sonrisa, apagó la consola. "Alex, desde que te conocí, siempre has estado jugando hasta altas horas," dijo con preocupación. "¿Por qué no vas a jugar con tus amigos?"

La pregunta me hirió más de lo que esperaba. "¡No ves que no tengo amigos! Siempre me evitan, me miran con desprecio," le espeté, la ira tiñendo mis palabras.

Ella suspiró, una mezcla de tristeza y comprensión en su mirada. "Debe ser difícil no tener poder," murmuró antes de cerrar la puerta. "Descansa, ya es muy tarde y necesitas ir a la preparatoria mañana."

Ordené mi habitación de mal humor y, al terminar, me tumbé en la cama. Mis pensamientos vagaron sobre mi vida y lo que me depararía el futuro. Con 17 años, las preguntas parecían más pesadas que nunca. Y con esos pensamientos, me sumí en el sueño.

Al día siguiente...

Desperté con el sonido de la alarma y me dirigí a la ducha para refrescarme. Mientras me vestía, mi madre gritó desde la cocina: "¡Alex, recuerda llevar la tarea de educación física!"

"¡Demonios, y no la hice!" murmuré para mí mismo. A pesar de mis largas noches de juego, siempre me esforcé por mantener un alto nivel académico.

"¡Sí, la hice ayer, no te preocupes!" le grité de vuelta, aunque sabía que era mentira. Tomé mi mochila y salí de casa.

Caminé por las calles, tomando atajos y admirando las tiendas. Los civiles usaban sus poderes para facilitar su trabajo, una constante recordatorio de lo que me faltaba. Un estudiante pasó zumbando a mi lado a una velocidad impresionante. "¡Nadie me gana en velocidad!" se jactó.

Continué mi camino, pensando en lo hermoso que era Nueva York, y aceleré el paso para llegar más temprano a la preparatoria.

Al llegar, escuché las burlas de los estudiantes de otros años. "Jajaja, así que este es el sin poderes de tercero," se mofaban. A pesar de ser solitario y objeto de burlas, siempre me mantuve en forma, entrenando con la esperanza de que algo cambiara. Mis ojos café y mi cabello negro corto eran lo único que destacaba en mi rostro.

Ignorando las risas, entré en mi aula, donde sabía que me esperaban cosas peores. Llegué tarde a la clase donde debía entregar mi tarea. "Permiso," dije con voz temblorosa. "¿Puedo pasar?"

"Adelante," respondió el profesor con un tono de molestia. "Alex, ¿hiciste la tarea que mandé la semana pasada?"

"No pude," admití, mientras buscaba una excusa en mi mente. Mis compañeros no perdieron la oportunidad de burlarse. "Seguro el perro se comió su tarea," dijo Miguel, el lector de mentes.

El profesor me advirtió con severidad que no quería que se repitiera.

Me dirigí a mi asiento, pasando junto a Xavier, el matón de la clase, quien intentó hacerme tropezar. Mantuve el equilibrio y, sin darle importancia, me senté y saqué mis libros, decidido a ignorar las burlas y concentrarme en mis estudios. A pesar de no tener poderes, mi inteligencia siempre me había colocado entre los mejores de la clase.

El profesor anunció emocionado la próxima competencia nacional de poderes, donde se enfrentarían estudiantes de diferentes escuelas. Todos estallaron en júbilo, excepto yo.

Cuando todos salieron, el profesor se burló de mí: "¿En serio quieres entrenar para participar?"

"¿Hay algún problema?" pregunté, molesto.

"Sí, no tienes poderes y las reglas exigen que los participantes tengan habilidades excepcionales," explicó.

Acepté la realidad con tristeza y me quedé en el aula conversando con un libro animado por el profesor.

El eco de las risas burlonas y las puertas cerrándose tras la última clase aún resonaba en mis oídos cuando me encontré solo en el aula. El silencio era un contraste marcado con el bullicio del día escolar. Me quedé allí, inmóvil, con la mirada perdida en los pupitres vacíos, cada uno un recordatorio de mi aislamiento. Finalmente, recogí mis cosas y salí del salón, el peso de la soledad asentándose sobre mis hombros como una capa pesada y fría.

Al llegar a casa, la cena fue un asunto silencioso. Mi madrastra intentó conversar, pero sus palabras se desvanecían en el aire, incapaces de penetrar la barrera de mis pensamientos. Mi padre, como siempre, estaba ausente, perdido en el torbellino de su trabajo. Después de forzar unas cuantas cucharadas de comida, subí a mi habitación y me dejé caer sobre la cama, con la mirada fija en el techo. Las sombras jugaban en las esquinas de mi habitación, danzando con los recuerdos de mi madre biológica. Su sonrisa, su risa, todo se había desvanecido con su muerte cuando yo tenía seis años. En la quietud de mi cuarto, hice una promesa: me convertiría en el hombre más fuerte, sin importar lo que costara.

La mañana siguiente, el sol apenas asomaba cuando emprendí el camino a la escuela. Mis pasos eran mecánicos, cada uno llevando el peso de un corazón pesado y un cuerpo aún adolorido por las heridas invisibles que las burlas habían infligido. No esperaba lo que vendría después.

Justo cuando giré en la esquina que llevaba al edificio de la preparatoria, los vi. Un grupo de matones de la escuela, liderados por Xavier, me esperaban con sonrisas maliciosas. Antes de que pudiera reaccionar, me rodearon. Los golpes comenzaron, rápidos y brutales, cada uno un mensaje claro de mi lugar en este mundo de poderes y privilegios. Me dejaron allí, tirado en el suelo, con el sabor metálico de la sangre en la boca y el dolor punzante en cada parte de mi ser.

Me levanté con dificultad, limpiándome la sangre de la cara con la manga de mi camisa. Mi mente estaba nublada por la humillación y el dolor, pero me obligué a seguir adelante. No podía permitir que me vieran así, derrotado. Pero en ese momento de vulnerabilidad, algo cambió en el aire. Una fría brisa sopló, y una sombra se materializó ante mí.

Era una figura oscura, envuelta en un manto de penumbra que parecía absorber la luz del amanecer. "Alex," susurró con una voz que parecía venir de todas partes y de ninguna a la vez.

El ser se acercó y, justo cuando estaba a punto de tocarme, todo se desvaneció en una ilusión. Un auto me atropelló, y al mirar la carretera, vi mi cuerpo ensangrentado. Nadie podía verme.

"¿Quién eres?" pregunté, mi voz temblorosa pero firme.

"La muerte," respondió la figura con una sonrisa que podía sentir más que ver.

"¿Qué quieres de mí?" dije, intentando ocultar el miedo que me recorría.

"Te convertiré en el hombre más fuerte que haya existido jamás," declaró la muerte, y su promesa era una tentación oscura, un eco de mi propia promesa hecha en la soledad de mi habitación.

Notas del Autor :

Hola mis lectores si ven diferente este capítulo fu porque el otro era el primero que había hecho y habían muchos errores y no había casi desarrollo de su día día asi que lo e mejorado para que ustedes tengan un mejor capítulo me despido bye.