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Capítulo 3

Al escuchar lo anterior, dí un brinco de sorpresa y a la vez, de susto. ¿Acaso esta gente sería capaz de asesinar a una supuesta bruja? No podía creer el tremendo salvajismo de este mundo y su noción tan vil de justicia. Sobre todo que todo esto estuviera orquestado por mi esposa.

"¿Cómo saben que es una bruja?" pregunté.

"Fue descubierta en el cementerio," dijo el obispo. "Un poblador de Sorenberg la encontró postrada en una de las tumbas haciendo un círculo en el suelo e invocando a los muertos. El poblador, asustado, corrió hacia las autoridades reales y rápidamente acudimos al llamado y a su inmediato arresto. La tenemos desde el día de ayer en la mazmorra."

"Llévenme con ella," exclamé con una voz fuerte y clara, pues en el fondo estaba enojado de que le hicieran eso a una persona.

"Su majestad, ¿acaso piensa liberarla?" preguntó el obispo consternado.

"Por supuesto, no podemos darle ese trato inhumano a una persona la cual no estamos siquiera seguros de que sea culpable de la muerte del rey. Debemos hacerle un juicio justo."

"Imposible, no podemos permitir eso. Es una bruja, no podemos darle un trato igual al de nosotros" dijo la reina Bartolomea.

En eso, me puse a reflexionar en mi mente, ¿Cómo podría hacer para liberar a la bruja y saber si ella es la asesina?. Comencé a caminar en círculos hasta que me vino una idea a la cabeza. 

"¡Ya sé!" exclame. "Decís qué ella es capaz de invocar a los muertos, ¿verdad? pues qué tal si hacemos que invoque al espíritu del rey Alaric, para que éste nos diga la verdadera identidad del asesino."

"Y si el asesino resulta ser la bruja o cualquiera de las brujas, Melissa será castigada en la hoguera. ¿Os parece justo este trato, príncipe Ferdinand?" dijo la reina Bartolomea.

"Me parece justo," respondí amargamente. "Vayamos a la mazmorra."

Al salir del pasillo del castillo, comenzamos a seguir al obispo Sigmund. Él se dirigió hacia una estatua en forma de armadura. Tomó su brazo y la jaló hacia abajo. De pronto un pasadizo secreto comenzó a abrirse en el suelo. Bajamos por unas escaleras de piedra y finalmente entramos a la mazmorra. 

Era un lugar lúgubre y sucio. Estaba solamente iluminado por unas antorchas bastante dañadas y con una iluminación de tonalidad rojiza. Había ratas corriendo de una celda a otra, moho impregnado en las paredes, celdas con barrotes oxidados. Pero algo llamó mi atención más que nada. No había nadie aprisionado en la mazmorra, por lo que le pregunté al rey.

"Su majestad, veo que la mazmorra está completamente vacía, ¿donde están todos los prisioneros?" pregunté.

"La nueva ley proclama que los criminales sean ejecutados en la hoguera o en la horca, por lo que la mazmorra ha permanecido vacía desde hace décadas, solamente tenemos ahí a la bruja pues es un caso especial para nosotros. Es un trato más justo que encerrarlos en este sucio lugar ¿no lo cree, príncipe?."

"Supongo," dije, hasta que llegamos a una celda en particular, era la celda de la bruja. Esta tenía un aspecto más limpio que las demás. Los barrotes no estaban oxidados pero sí un poco dañados, se miraban doblados, algunos tenían manchas de quemaduras, lo primero que imaginé fue que la bruja tal vez trató de escapar con un hechizo. 

Al mirar hacia la celda, estaba la bruja sentada en un asiento de madera bastante rústico. Me sorprendió que no estuviera encadenada ya que se suponía que era una prisionera muy peligrosa, así que le pregunté al rey.

"Su majestad, la bruja no tiene cadenas en sus brazos ni en sus piernas. ¿no cree que pueda escapar? ¿o no cree que pueda ser peligroso ya que nos puede atacar con un hechizo?"

"No se preocupe, príncipe," me dijo el Obispo Sigmund "la bruja solo puede realizar magia con la ayuda de una piedra mágica como una especie de cristal. Afortunadamente, cuando fue capturada, le fue arrebatado esa piedra de uno de sus manos, aunque no es necesario que porte la piedra para realizar magia, con tan solo tenerlo cargando en algún bolsillo puede hacer hechizos."

Dicho eso, me acerqué a la celda con mayor confianza, tomando los barrotes con las dos manos le dije a la bruja.

"Bruja, eres Melissa ¿cierto? pues bueno, hemos hecho un trato de liberarte siempre y cuando pases una prueba. No es difícil de hacer. Pero esta prueba podría delatarte o podría señalarte como inocente de haber matado al rey Alaric."

"¿De qué se trata? ¿Realmente me acusan de haber matado al rey? ya les he dicho que yo no maté al rey. No hay pruebas contra mí. Soy completamente inocente. Os ordeno que me liberen, de lo contrario…"

"De lo contrario, ¿qué…?" dije.

"De lo contrario," continuó Melissa, haciendo una sutil sonrisa pícara. "Las demás brujas vendrán a mi rescate y destruirán este sucio pueblo de cristianos. Seguramente ya están planeando todo el ataque desde su escondite, será una lluvia de fuego, os lo aseguro. Ya me estoy imaginando a todos ustedes corriendo de miedo al vernos volar por los cielos."

"Melissa," dije, "por favor, no lo hagas, solo te hundirás más. Acepta el trato y serás liberada, podrás regresar a tu comunidad y con tus seres queridos. No habrá remordimientos."

"¿Cuál es el trato?" dijo Melissa.

"El trato es, que invoques al espíritu dla reina Alaric," dijo el obispo acercándose a la celda, mientras fruncía el seño. "Queremos contactarlo para hacerle unas preguntas."

"Un momento. La bruja podría crear una ilusión en lugar de invocar al verdadero espíritu de Alaric. ¿cómo pues, podremos confiar en vosotros? ¿cómo sabemos que diréis la verdad, bruja?" dijo Bartolomea.

"Tranquilizaos," dije. "Melissa, ¿podemos confiar en tí, verdad?"

"Claro, una ilusión como la que proponeis, es algo que las brujas no podemos hacer. No creáis en tonterías. Lo que sí puedo hacer, es invocar al espíritu dla reina para que él mismo os diga la verdad sobre quién lo asesinó."

"Bien, trato hecho," dije. "Ahora saquémosla de este sucio lugar."