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Pasaría cerca de un año antes de que Don Corleone pudiera arreglar la vuelta de su hijo Michael a Estados Unidos. Durante ese tiempo la Familia se devanó los sesos intentando buscar la mejor manera de conseguir el regreso. Incluso se pidió la opinión de Carlo Rizzi, que ahora vivía en la finca y se llevaba más o menos bien con Connie, que había vuelto a ser madre. Pero ningún proyecto contó con la aprobación del Don.

Finalmente, fue la familia Bocchicchio la que, a través de una desgracia propia, resolvió el problema. El protagonista fue un primo del jefe de los Bocchicchio, un joven de unos veinticinco años de edad. Se llamaba Félix, había nacido en América y era más inteligente que todos los demás miembros del clan juntos. Tras negarse a entrar en el negocio de recogida de basuras de su familia, el muchacho se había casado con una guapa chica americana. Por las noches asistía a la universidad, pues deseaba convertirse en abogado, y de día trabajaba en una oficina. Tenían tres hijos, pero como su esposa era muy buena administradora, vivían decentemente de su pequeño salario, esperando que las cosas mejoraran en cuanto tuviese el título en el bolsillo.

Félix Bocchicchio pensaba, al igual que muchos jóvenes, que una vez que se hubiese graduado tendría mil oportunidades de hacerse con una buena posición en la vida. Pero la realidad fue muy diferente. Como era muy orgulloso, no quiso que su clan lo ayudara. Un día, un abogado amigo suyo, joven, muy bien relacionado y con un magnífico empleo en un importante bufete, pidió a Félix que le hiciera un pequeño favor. Era un asunto muy complicado y aparentemente legal, que estaba relacionado con una quiebra fraudulenta. Existía una probabilidad entre un millón de que el fraude fuera descubierto. Félix Bocchicchio se hizo cargo del asunto entre otras cosas porque, dado que la cuestión del fraude llevaba implícito el uso de las triquiñuelas legales aprendidas en la universidad, el mismo no parecía tan reprobable, y, ya puestos, ni siquiera ilegal.

El fraude fue finalmente descubierto. El abogado amigo de Félix se negó a ayudarlo, hasta el punto de que incluso rehusó contestar a sus llamadas telefónicas. Los protagonistas del fraude, dos astutos hombres de negocios de mediana edad, se declararon culpables y se mostraron dispuestos a cooperar plenamente con las autoridades. Acusaron a Félix Bocchicchio de ser el verdadero responsable, pues, argumentaron, pretendía controlar su negocio, para lo que los había obligado a cooperar con él amenazándolos de muerte si no lo hacían. Salió a relucir su parentesco con el clan de los Bocchicchio, y eso fue lo que más perjudicó a Félix. Los dos hombres de negocios fueron condenados y su sentencia suspendida, mientras que Félix Bocchicchio era sentenciado a una pena de uno a cinco años de cárcel. Estuvo tres años en prisión, sin que los suyos pidieran ayuda a ninguna de las demás Familias por considerar que Félix merecía una buena lección. ¿Acaso les había pedido él ayuda al terminar sus estudios? Félix debía aprender a confiar en la Familia, ya que ésta era más leal y digna de confianza que la sociedad.

Cuando Félix Bocchicchio fue puesto en libertad, tres años más tarde, se dirigió a su casa, besó a su esposa y a sus tres hijos y vivió tranquilamente durante un año. Pero finalmente demostró que, después de todo, pertenecía al clan Bocchicchio. Se procuró una pistola y acribilló al abogado amigo suyo. Seguidamente buscó a los dos hombres de negocios y, con extraordinaria sangre fría, los mató a la salida de un restaurante, tras lo cual entró en éste, pidió un café y se dispuso a esperar pacientemente la llegada de la policía.

El juicio fue breve; los jueces, inflexibles. Un miembro de los bajos fondos había asesinado a los testigos que lo habían enviado a la cárcel. El público, la prensa e incluso las organizaciones humanitarias esparcidas por todo el país, se mostraron de acuerdo en que Félix Bocchicchio debía morir en la silla eléctrica. «El gobernador del estado no concederá clemencia a ese perro rabioso», dijo uno de los más cercanos colaboradores de aquél. El clan Bocchicchio gastó enormes sumas de dinero, apeló al Tribunal Supremo, intentó por todos los medios que la sentencia fuera conmutada; pero fue inútil. Félix Bocchicchio debía morir en la silla eléctrica.

Fue Hagen quien hizo que el Don se interesara en el caso, a petición de uno de los Bocchicchio, pues confiaban en que él pudiera hacer algo por el joven. Don Corleone no les dio esperanza alguna; él no era mago, y la gente le pedía imposibles. Pero al día siguiente, llamó a Hagen para que le contara el caso con todo detalle. Cuando su hijo adoptivo hubo terminado de hablar, Don Corleone le ordenó que citara al jefe de los Bocchicchio, para hablar con él.

Don Corleone demostró ser un hombre genial. Le garantizó al jefe del clan Bocchicchio que la esposa y los hijos de Félix recibirían de por vida una elevada pensión. Prometió entregar de inmediato una cuantiosa cantidad, a modo de anticipo… Y todo ello si Félix se declaraba culpable de la muerte de Sollozzo y del capitán McCluskey. En su situación, esto no lo perjudicaría demasiado.

Eran muchos los detalles que había que arreglar. La confesión de Félix debía ser convincente. Por lo tanto, había que ponerlo al corriente de lo sucedido entre Michael, Sollozzo y McCluskey, y convencer al camarero del restaurante de que lo identificara como el verdadero asesino. Esto último no sería fácil, pues la descripción tendría que ser muy distinta de la que había dado; Félix Bocchicchio era mucho más bajo y corpulento que Michael Corleone. Pero el Don se ocuparía de arreglarlo todo. Puesto que el condenado siempre había creído con fervor en los beneficios de la educación y la cultura, y puesto que seguramente querría que sus hijos asistieran a la universidad, Don Corleone pagaría una fuerte suma que aseguraría la educación superior de sus tres hijos. Finalmente, había que convencer a los Bocchicchio de que no existía la menor posibilidad de que la pena de muerte fuera conmutada. Así pues, la nueva confesión no alteraría las cosas.

El Don pagó el dinero prometido y, además, se ocupó de establecer contacto con el condenado y asegurarse de que era debidamente instruido acerca de lo que debía decir. La nueva confesión de Félix Bocchicchio ocupó la cabecera de todos los periódicos. El éxito fue completo. Pero Don Corleone, cauteloso como siempre, esperó a que el joven fuera ejecutado —cuatro meses más tarde— antes de ordenar que Michael Corleone regresara a casa.