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Capítulo 13: ¿Estás bien Lumine?

—Pero... —pienso algo rápido moviendo los ojos de un lado a otro, hasta que...—Incluso en medio del caos, hay belleza —agrego, señalando los narcisos que crecen en un rincón cercano. Parecen destilar una fragancia suave que flota en el aire.

Lunae sigue mi mirada y posa su mano en su boca, pensando mis palabras por un rato.

—Los narcisos son flores curiosas, ¿no crees? —dice, dando un paso hacia las flores. —A pesar de su fragilidad, son resistentes y florecen en la adversidad.

Sonrío, sintiendo un punto de conexión en la conversación. "Vas por buen camino Ana".

—Y siempre tienen una forma peculiar, como si estuvieran desafiando las expectativas —añado, involuntariamente emocionada por haber encontrado un terreno común.

—Eran las flores favoritas de mi madre. —comenta, me pregunto si he tocado un tema delicado. Espero no haberlo arruinado.

—Entonces, su madre tenía buen gusto —digo con suavidad, recordando a la emperatriz Xifa, quien fue muy querida por todos. La mención de su madre me hace pensar que Lunae también tiene su propio peso emocional.

Asiente con una expresión que revela una mezcla de tristeza y gratitud.

—Sí, ella siempre decía que la belleza reside en los detalles más inesperados. Supongo que eso se aplica a muchas cosas en la vida —su mirada se encuentra con la mía, y por un instante, puedo ver una chispa de fragilidad en sus ojos.

Él parece llevar las riendas de la situación a pesar de su vulnerabilidad, y no sé qué responder.

De repente, da un suspiro profundo y su expresión cambia por completo. Su semblante sereno se transforma, gesticula carcajadas silenciosas mientras se golpea la cara con las manos de manera exagerada.

—Bueno... —me mira con indiferencia, como si volviera a su rutina diaria después de un breve momento desolado—. Debo ponerme a trabajar ahora. Espero que tus estudios hayan mejorado para que en un futuro puedas ser de ayuda. O prefieres... —realiza una pose extraña, contorsionando su cuerpo de manera cómica—. ¿Un nuevo retrato? —sonríe.

Entiendo su comentario; se está burlando de mí. Y yo, preocupada por él.

Mientras se aleja, su pequeño cuerpo se dirige hacia el palacio. Pero antes de que desaparezca por completo, de repente voltea y agrega con un tono que me toma por sorpresa:

—Creo que... podrías llegar a agradarme. —sigue su camino, dejando una sensación de absurdo en el aire.

Un breve silencio se instala, roto únicamente por el canto de los pájaros que revolotean en el jardín.

—Ah, se me olvidaba, tienes diez puntos menos. No somos tan cercanos como para hablar de esto, qué trivial —carcajea a lo lejos.

Su confesión es tan inesperada y extraña que me quedo boquiabierta, mirándolo mientras se aleja con ese aire de superioridad. ¿Qué demonios significa eso? Quedo paralizada por un instante, incapaz de procesar la declaración que acaba de soltar.

Mantengo la vista en su figura que desaparece la arquitectura, y finalmente logro articular un susurro en respuesta:

—¿Qué?

No entiendo qué pretende con estas palabras. ¿Es una especie de juego? ¿Una forma extraña de burlarse de mí? Francamente, no tengo idea de qué mierda significa eso.

Luego de unos minutos, mis pasos me llevan de regreso al palacio. A diferencia de Lunae, que se dirigió al ala sur, yo me encamino hacia el ala norte.

Creo que ha mejorado la relación del emperador conmigo. Es bueno. Tengo una oportunidad, una oportunidad de entrar a su círculo cercano y descubrir más sobre esta orquesta teatral compuesta por hilos venenosos.

Pero antes, tengo un asunto que atender: debo ir al banco, específicamente al banco de la capital, Plenus. En su momento, Don Adonis me ayudó a crear una cuenta en el banco cuando vivía en la tercera región. Ahora, mi objetivo es comprobar si dicha cuenta sigue siendo válida en otras regiones. Prefiero verificar esto por mí misma en lugar de hacer preguntas a la gente chismosa del palacio. Aquí, mantener secretos es un desafío abrumador y las sospechas se propagan con facilidad. Esto lo supe en carne propia cuando, por accidente, chocando con una mesa en el gran salón del castillo, derribé una jarra que parece tener más valor que mi propia vida. Solo una criada fue testigo de eso. Afortunadamente, ella me ayudó a ocultar el desastre y prometió guardar el secreto. Sin embargo, unas pocas horas después, era como si todo el mundo lo hubiera descubierto. Sus miradas acusadoras se centraron en mí y los rumores de que rompí intencionalmente la jarra como un acto de "atención" comenzaron a circular. Es ridículo.

Es por esto que planeo dirigirme al banco mañana temprano.

Absorta en mis pensamientos, Lumine me detiene en una esquina agarrando mi brazo, lo que me hace elevar la vista para mirarle. Su ceño está fruncido y su expresión es seria. No entiendo qué es lo que le molesta tanto.

—No le has dicho nada, ¿verdad?

Ah, claro. Se refiere a si le mencioné al emperador que lo vi desnudo. ¡Vaya pregunta inusual! ¿Por qué hablaría yo de algo así, y más aún, con un emperador? Es obvio que no lo haría.

—¿Por qué lo haría? —respondo con desconcierto—. Creo que tú deberías dejar de darle vueltas al asunto. Ya está olvidado, así que no te preocupes.

Sin embargo, al recordar la imagen de su figura mientras posaba para el retrato con Davoncho, me doy cuenta de que mis palabras sobre olvidar el incidente no se sostienen...

Me libero de su agarre, doy un paso hacia atrás para poner algo de distancia entre nosotros.

Abre la boca como si estuviera a punto de decir algo, pero luego decide guardar silencio ante mi comentario.

Observo su reacción y me doy cuenta de que, en definitiva, no puede superar ese hecho. ¿Será alguna inseguridad? ¿Qué tanto teme? ¿Qué es lo que les preocupa tanto a los hombres cuando los ven desnudos? La pregunta flota en mi mente, sin respuesta clara. Puede ser algo que hiera su orgullo o alguna otra razón que desconozco por completo.

Pasamos unos momentos en silencio incómodo hasta que Lumine finalmente suspira, su expresión se suaviza un poco y me mira con cierta resignación.

—Supongo que tienes razón. No debería darle vueltas a eso. Solo me tomó por sorpresa y... bueno, a veces soy un poco terco.

Creo que es hora de abordar el problema de raíz. Aprieto los labios, reuniendo valor para hablar.

—Lumine, sabes que si tienes algún descontento o... —mis ojos involuntariamente recorren su cuerpo de pies a cabeza— inseguridad, sabes que puedes contar conmigo —alzo mi mano y la poso en su hombro izquierdo, dándole unas palmaditas reconfortantes—. No debes sentirte tan afligido. Nunca me burlaría de ti porque, si te soy sincera... —trago saliva, sintiendo mi corazón latir más rápido— No había nada de qué burlarse.

Lumine me mira, y puedo ver en sus ojos un destello de sorpresa. Parece estar procesando mis palabras. Sin embargo, no se aparta ni rechaza mi gesto en su hombro.

Me parece notar una sonrisa no pronunciada, o tal vez sea mi imaginación.

—Lo siento por incomodarte y —dice con voz suave, su tono es algo más bajo de lo usual. Su rostro es sereno—. Gracias por tus palabras.

Asiento con una sonrisa sincera, sintiendo un ligero alivio al ver que ha aceptado mi oferta de apoyo. Parece que mi intento de derribar su coraza ha dado resultado.

—Recuerda, no estás solo en esto —levanto mi mano derecha y junto los dedos índice y pulgar, formando el gesto del 'OK'. Lo mostré con un ligero movimiento para indicar que todo iba bien, tratando de aliviar la tensión—. Así que, si alguna vez necesitas hablar o simplemente desahogarte, aquí estaré.

Su mirada se vuelve extraña, como si estuviera sorprendido por mi amabilidad.

Antes de que pueda decir algo, me interrumpe con una leve sonrisa.

—Pero, déjame aclararte algo: no tengo inseguridades —se acerca a mi oído, lo suficiente para sentir el calor de su aliento—, como mencionaste, no hay motivo para ello.

Con esas palabras, se aparta a paso largo y veloz, dejándome sola y perpleja.

Su reacción me desconcierta. Mis palabras de aliento no parecen haber tenido el efecto esperado, y su ego parece haberse inflado considerablemente.

Mientras lo veo alejarse, mis ojos traicionan mi sentido común y bajan hacia su trasero, el cual luce más redondo y atractivo de lo que mi mente había registrado antes. Sus pantalones, ceñidos a la perfección, realzan cada curva de esa parte de su anatomía.

Golpeo ligeramente mi pecho, como si intentara calmar los latidos acelerados de mi corazón.

Sacudo mi cabeza para reflexionar, recordando la advertencia interna: "Recuerda, Ana, todos aquí tienen el poder de arremeter contra tu vida. Ni se te ocurra bajar la guardia".

NARRA LUNAE

No entiendo por qué algunas personas creen que si las tratas con un gesto amable es sinónimo de que todo está bien. Ese tipo de personas... me desagradan.

Cuando llamé a Fidelis por su nombre de pila "Ana", noté como su respiración se calmaba. Que ingenua.

El hecho de que hoy la hayan retratado me hace dirigir al aula que la emperatriz Xifa solía ocupar para sus dotes artísticos. Pero antes de entrar, voy a una habitación cercana del lugar, donde habían retratado a Fidelis.

La obra de arte se está secando, y aunque me impresiona lo bien que ha capturado la escasa belleza de la pelinaranja, no evoca en mí la misma emoción que los dibujos de mi madre.

Decepcionado, ingreso a la otra habitación, explorando cada rincón en busca de las reliquias que mi madre creó. Mi mirada se concentra en uno de sus dibujos, un retrato de Fidelis. Pero no es el único; encuentro varios dibujos de ella en los diarios de la emperatriz Xifa.

La incertidumbre me carcome, una extraña mezcla de enojo y angustia revuelve mi estómago. ¿Por qué mi madre se esforzó tanto en retratar a esta desconocida? Nunca me dijo nada al respecto. De hecho, creo que ella tampoco sabía con certeza quién era; simplemente alguien que había visto en sueños.

Al principio, no me percaté de que Fidelis era la protagonista de aquellos dibujos. Fue más bien un golpe de realidad cuando la vi en la ceremonia de bautizo, luciendo el mismo vestido que mi madre solía dibujarle. Fue en ese instante que sentí como si ya hubiera experimentado aquel momento y, sobre todo, como si ya la hubiera visto a ella en esa situación antes.

Decidí verificar en el estudio de arte de mi madre, y efectivamente, la reconocí.

Esta revelación me llevó de regreso al banquete, consciente de la necesidad de sacarla de allí antes de que la situación se tornara caótica y la sangre comenzara a derramarse, marcando el inicio de la contienda y persecución.

Si no hubiera sido por este suceso, nunca me habría importado que le pasara algo; su altivez me resulta hostigadora, y si en medio de la lucha ella muriera, no me importaría en lo más mínimo. Además, me hizo cuestionar si estoy haciendo bien mi trabajo como emperador. Desde entonces, he estado revisando el papeleo tres veces y trabajando horas extras para asegurarme de que todo esté en orden. Los números dicen que todo va bien.

Suspiro con pesar. Tenía la intención de hablar con Fidelis sobre estos retratos, pero ¿por qué debería importarme? Ella nunca se relacionó con mi madre.

Dejo el lugar.

Exhausto, me dirijo a la oficina para completar el papeleo y revisar las cuentas del imperio. Hay mucho por leer, firmar y tablas contables por realizar.

Mi espalda y hombros me duelen; el entrenamiento fue intenso esta vez.

Justo cuando me siento en el escritorio, entra un asistente contable. Me informa que solo debo firmar los papeles, ya que Stella First se encargó del resto. "Ha estado trabajando arduamente hasta altas horas de la madrugada". Me lo dice con un tono feliz, como si debiera relajarme, pero nunca le pedí que se pasara de la raya; era mi trabajo.

Siento cómo un sudor frío comienza a formarse en mi frente.

—¿Tú la autorizaste? —mi ceño se frunce.

—Al ser su prometida, comparten tareas y responsabilidades. Está preparada para llevar a cabo labores como estas desde que era una niña—explica.

Estaba a punto de estallar en cólera, iba a gritarle, pero antes de que pudiera hacerlo, el pigmento rojo que aparece en uno de los papeles me desconcierta. Me sangra la nariz.

—¡Su Excelencia, ¿se encuentra bien?! —el asistente contable parece alarmado, y su voz tiembla ligeramente.

—Solo ve a traerme un cupcake, quizás así pueda relajarme y perdonarte por permitir tal atrocidad —mi mirada está fija en el hombre, el cual parece percatarse de su error. Tembloroso y pálido, asiente y se retira apresuradamente en busca del dulce.