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El Hijo de Dios

¿Qué pasa cuando uno muere? Es una pregunta qué ha estado en mente de todos desde el inicio de los tiempos, pero la verdadera pregunta es: si lo supieras ¿Guardarías el secreto? ¿Lealtad y honor? ¿Amor a la patria? Hay muchas razones para pelear en una guerra, pero son pocas las verdaderas para entregar la vida. Esta es la historia del joven Gustavo Montes, un soldado del ejército Mexicano, que por querer tener una vida digna, para él y su familia, murió asesinado en batalla. Pero por fortuna o desgracia, viajó a otro mundo, uno lleno de criaturas misteriosas, magia y aventura. ¿Qué le deparará el destino?

JFL · Fantaisie
Pas assez d’évaluations
261 Chs

Un día antes de partir

Con sol en su cara, un joven, semidesnudo y con el caballo hecho un completo desorden despertó. Al lado suyo, una dama de cabello castaño oscuro descansaba, acostada sobre su brazo. Cerró y abrió los ojos, intentando recordar lo sucedido de la noche anterior, que por más que trataba, le resultaba imposible. Bostezó, colocando su mano derecha en su boca y, luego se sobó con ella el rostro.

--(¿Qué ha pasado? --Preguntó mentalmente al pequeño lobo enroscado sobre su estómago, quién le respondió con una actitud calmada-- ¿De verdad nada ocurrió? --Wityer negó con la cabeza con lentitud, al igual que su compañero, acababa de despertar--. Me siento diferente --Estiró su mano hacia arriba, moviendo sus dedos--, más relajado y libre).

La bella durmiente volteó su cuerpo al sentir los tenues rayos del sol que entraban por la ventana superior de la habitación, liberando de su agarré el adormilado brazo del joven, quién hizo por levantarse, cubriendo una vez más con las sábanas, el cuerpo atrayente de Xinia.

--¿Por qué no lo recordaré? --Susurró para sí mismo, con duda y confusión.

Se vistió con rapidez con la ropa doblada colocada sobre la mesa de madera y, con una mirada complicada, optó por reforzar los sellos de su brazo derecho.

∆∆∆

Entre el ruido, las maldiciones y las ofertas, el mercado del reino daba la bienvenida a todos aquellos interesados. Los tenderetes, en su mayor parte tenían un letrero rectangular de madera, con el nombre de lo que ofrecían al público, o en aquellos con una reputación, con el nombre de su negocio, siendo visible desde una distancia considerable.

Entre la multitud y su ajetreo, un individuo masculino, acompañado por dos féminas de aspecto gallardo, esquivaba y se movía con rapidez entre la gente. Algunos, enfadados por un repentino golpe, se detenían para mostrarle cara, pero al ver las fieras miradas de sus acompañantes, la motivación para continuar con el acto se disolvía. No eran tontos, conocían el rango de las personas que podían permitirse contratar guardias para un paseo por el mercado y, por un descuidado golpe, no iban a perder los dientes.

--Me dijeron que usted vende hierbas con propiedades adormecedoras --Se acercó a un tenderete, apoyándose con un solo brazo y mirando a la gentil anciana en el mostrador-- ¿Es verdad?

--Es cierto --Asintió, escupiendo la hoja que tenía en la boca al lado de un balde de madera--, pero ahora mismo tengo solo un paquete de diez, aunque también puedo ofrecerle hierbas con buen olor; para impedir el desangrado; que evitar una inflamación y, --Se acercó a la cara del joven. Gustavo la imitó-- hierbas para la fabricación de venenos. --Dijo en voz baja.

--Deme el paquete de diez, cinco de buen olor, diez para impedir el desangrado y, todas las que tenga para evitar la inflamación. --Dijo al alejar su rostro de la anciana.

La dama de edad avanzada asintió con una clara alegría, si decía que menospreciaba a aquellos privilegiados de las calles principales del reino, era decir poco, pero como cualquiera, amaba cuando llegaban a su tenderete para comprar.

--Dos monedas doradas. --Dijo.

Gustavo expresó un poco de sorpresa, era demasiado por unas cuantas hierbas, sin embargo, pagó el precio acordado, no conocía el valor de las cosas y, no quería faltarle el respeto a la señora.

--Son hierbas de calidad, joven señor --Expresó al notar su mirada--, los propios aventureros las recolectan de fuera de los muros. Puede ir a buscar mejores precios por toda la ciudad, pero créame cuando le digo, que no encontrara uno mejor que el que yo le doy. --Sonrió, metiendo otra hoja más a su boca.

--Gracias. --Aceptó el manojo de hierbas, guardándolas en su bolsa de cuero.

Meriel detuvo en seco a una joven que parecía querer golpear a su señor, mostrándole una fría y hostil mirada.

--Fuera de aquí, muchacha. --Dijo, empujándola hacia un lado.

La joven entrecerró los ojos, había ira en ellos, pero por alguna razón, prefirió levantarse e irse al terminar de limpiarse el polvo.

--¡Al suelo! --Gritó Xinia, intentando sujetar el cuerpo de su compañero para forzarlo a tirarse, sin embargo, sus preocupaciones fueron en vano, ya que el proyectil que se había dirigido a la nuca del joven, fue rápidamente tomado por su mano descubierta.

La gente se mostró confundida, todo había pasado demasiado rápido y no sabían porque la dama había gritado repentinamente y, al no encontrar respuesta para ello, sus expresiones se tranquilizaron, volviendo a lo suyo al poco de unos segundos, aunque hubo algunos que observaron con disgusto a la dama.

Gustavo alzó la mirada, percatándose de una estela de luz negra que dejaba el techo de un edificio en la lejanía.

--¿Qué es eso, mi señor? --Preguntó Meriel, observando el objeto en sus manos.

--Creo que es el virote de una ballesta. --Lo inspeccionó, por un momento había recordado el proyectil de metal antimágico que se le había clavado en la pierna en su visita al santuario.

--Un proyectil así es más rápido y mortal que una simple flecha --Analizó Xinia, inspeccionando los alrededores con la mano sobre su empuñadura--, alguien ha intentando matarlo ¿La razón? Es desconocida.

--¿Cuáles son sus órdenes, señor Gus? --Preguntó Meriel, obstruyendo del camino a cualquiera que se dirigiera a su señor.

--Por el momento --Con un fuerte apretón partió en dos el metálico objeto-- continuemos, todavía hay cosas que debemos comprar para nuestro viaje. --Aunque su tono sonaba casual, su mirada desprendía cierta frialdad, con un toque de locura, uno que se notaba más claro en su ojo derecho.

Las damas asintieron con renuencia, deseaban encontrar al culpable, así tuvieran que barrer cada zona del mercado, desistiendo de la idea después de notar la singular mirada del joven.

--(Si me quieren muerto, deberán esforzarse más --Miró al furioso lobo en su hombro--, así que no seas imprudente compañero. Recuerda que prometimos actuar juntos) --Wityer asintió, bufando con enojo.

A su flanco derecho se encontraba un establecimiento relativamente pequeño, cubierto de una atmósfera exótica y, decorado por dos macetas colgantes con plantas de enredaderas descendiendo de ellas. "Bienvenido" tallaba en la puerta al puro estilo de runa antigua. Sin importarle nada, la abrió, oliendo el característico aroma a especias y combinaciones raras. Habían cuatro exhibidores de madera en cada costado del recinto, cada uno repleto de pociones, en diferentes presentaciones y colores y, para los más observadores, como custodios, se encontraban diversos sellos de protección tallados en la superficie de madera, impidiendo que algún listillo se aprovechara de la situación para obtener algunos de esos preciosos recipientes.

--Las pócimas de sangre de ver'frano son de alta calidad --Dijo la mujer detrás del mostrador, frunciendo el ceño y hablando con autoridad-- y, con estas pocas monedas no te alcanza ni siquiera para una gota. --Negó con la cabeza, observando a la pareja frente a ella con algo de malestar.

--Eso es todo lo que tenemos, señora --Le miró la mujer con ojos suplicantes--, le prometo, no, le juro que en cuanto regresemos de nuestro contrato, le entregaremos el resto del valor de la pócima. En nombre de la Diosa Luna se lo juro.

--No me importan los juramentos de los aventureros, o tienes monedas y compras, o te largas, eso es todo lo que les ofrezco. --Lamió sus labios con lentitud, mostrando su desinterés y molestia que le causaba la pareja de mujeres.

La dama con el arco en su espalda frunció el ceño, pero al percatarse que su compañera llevó su mano a la empuñadura de su espada con intenciones maliciosas, rápidamente la tomó del brazo, forzándola a qué su cuerpo le mirara.

--¿Estás loca? --Le susurró, con una obvia expresión de enojo--, sabes que el gremio de magia es quien respalda a esta mujer, por mucho que seas imprudente, no debes hacerte enemigo de esos malditos desquiciados. --Tiró de su muñeca, soltándola.

--Lo siento. --Desvió la mirada, quitando su mano de la empuñadura en el acto.

--Señora, por favor disculpe nuestras actitudes --Forzó una sonrisa--. Ya que no podremos hacernos con una poción de sangre de ver'frano --Su mirada se posó en los recipientes de color rojo y amarillo--. Vendanos dos pociones de restauración de baja calidad, una de vitalidad de media calidad y, otra de --Pensó por un momento--... potenciador de técnicas creo que se llamaba.

--Te faltan tres monedas doradas. --Dijo con un tono seco.

--Entonces quite la de potenciador de técnicas.

--Bien --Se retiró por un momento, yendo ante uno de los exhibidores en busca de lo pedido, al tener los extraños recipientes en sus manos, volvió detrás del mostrador, colocando las pócimas sobre el mismo--. Aquí está lo solicitado. --Agarró dos de las tres monedas doradas, guardándolas en una bolsa de cuero guardada en el cajón debajo del mostrador.

La arquera tomó las pociones y, con una media vuelta rápida se dirigió ante la salida, en compañía de su compañera. Al pasar junto al trío, sus miradas chocaron. Xinia y Meriel fruncieron inmediatamente el ceño, acababan de vivir una mala experiencia y se sentían algo tensas, deseosas de desquitarse con quién fuera.

--¿Algo que les interese? --Preguntó sin mucha emoción en su rostro.

--¿Cuántas pócimas de vitalidad de alta calidad posee? --Preguntó, acercándose con calma y recargando su antebrazo derecho sobre el pomo de su arma.

--¿Alta calidad? --Fue tomada por sorpresa y sus ojos lo reflejaron--, creo que unas cinco, no, serían seis ¿Cuántas necesitas?

--Todas ellas. --Expresó.

--Es imposible. --Dijo.

--¿Imposible? ¿Por qué razón?

--¿Eres extranjero? --Preguntó al aire, pero al notar el asentimiento de cabeza del joven, entendió que al menos le debía una explicación--. El concilio prohíbe vender más de la mitad del total en existencia de un lote de pociones de alta y excelente calidad a un solo individuo --Explicó de mala gana, parecía que aquella regla no le era del todo agradable--. Regulaciones... así que no me mires así, no es algo que me acabo de inventar.

--Bien --Sacó un pequeño papel escondido en el cinturón de su vaina, leyendo lo escrito allí--, entonces deme tres de vitalidad de alta calidad, la mitad de recuperación inmediata de alta calidad. Cinco de desintoxicación de calidad media, siete de sueño de calidad baja, diez de sangre de bestia mágica, diez de baba de insecto del desierto, cinco de búho negro y, diez de fortalecimiento de piel.

La mujer repitió cada una de las pociones solicitudes, así como las cantidades y, al obtener la afirmación del joven, caminó ante los diferentes exhibidores, colocando lo solicitado en el mostrador. Había de todos los colores y tamaños, siendo la más pequeña del tamaño de un dedo y, la más grande con las dimensiones de una mano adulta. La mujer de vestido gris comenzó a hacer cuentas con la ayuda de un instrumento mágico.

--Cuarenta y tres monedas doradas. --Dijo, colocando el palillo con tinta de vuelta en su recipiente.

--Claro --Rápidamente sacó su bolsa de cuero con monedas, extrajo una pirámide de ellas y las colocó sobre la mesa, luego otra, así hasta contar las cuarenta y tres--. Ahí tiene --Dijo, pero no tomó las pócimas, esperaba que la dama contara primero las monedas y, al ver el gesto afirmativo de ella, comenzó a guardar sus nuevas adquisiciones--. Gracias. --Se dio media vuelta y se retiró a la salida.

--Que la buena fortuna te acompañe en tu viaje. --Dijo la mujer de repente, acompañada de una sutil sonrisa.

--Gracias por sus bendiciones.

El trío salió a las calles nuevamente y, por la mirada del muchacho, parecía que todavía algo les faltaba.