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El Hijo de Dios

¿Qué pasa cuando uno muere? Es una pregunta qué ha estado en mente de todos desde el inicio de los tiempos, pero la verdadera pregunta es: si lo supieras ¿Guardarías el secreto? ¿Lealtad y honor? ¿Amor a la patria? Hay muchas razones para pelear en una guerra, pero son pocas las verdaderas para entregar la vida. Esta es la historia del joven Gustavo Montes, un soldado del ejército Mexicano, que por querer tener una vida digna, para él y su familia, murió asesinado en batalla. Pero por fortuna o desgracia, viajó a otro mundo, uno lleno de criaturas misteriosas, magia y aventura. ¿Qué le deparará el destino?

JFL · Fantaisie
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261 Chs

preocupación

El remolino energético de colores apagados gritaba, causando vibraciones en la sala.

—Increíble —manifestó Ollin, con honesta fascinación—. Pudo crear una entrada de realidades.

—¿Una qué? —cuestionó el expríncipe, sin quitar los ojos de la extraordinaria anormalidad.

—Un portal —simplificó la maga.

Meriel temblaba de expectación, recordaba haber visto algo semejante en el pasado, no obstante, el vórtice presente era muy superior en cualquier cuestión que se le comparase.

—¿Cruzaremos eso? —preguntó Primius.

Nadie pudo responder, era una situación complicada, si bien intuían la primera acción del joven flotante, ellos dudaban, cruzar un portal en esta época, donde todo el conocimiento sobre ellos estaba casi perdido, resultaba en un incuestionable peligro, aunque sus corazones de aventureros anhelaban observar que había más allá.

Gustavo cayó al suelo sobre su rodilla, se irguió al segundo siguiente, tomando el pequeño cuerpo de su amigo, que se encontraba sobre los escombros del antes trono de madera, y sin la necesidad de pensar cruzó el portal.

—Maldición —dijo Primius con una mueca al observarlo.

—¿Quién dijo que sería fácil? —mencionó Meriel al avanzar, con una expresión de autoburla.

—Te respeto, pelirroja.

—Cállate.

Ollin suspiró, reuniendo la determinación en su cuerpo, pero fue la maga la siguiente en tomar la decisión de avanzar. Primius y Xinia fueron los últimos en decidirse, los más nerviosos e indecisos del séquito, pero, incluso así no retrocedieron cuando se encontraron frente al remolino energético.

∆∆∆

—¡Por los Altos! Este frío me está congelando hasta lo más oculto de mi cuerpo —dijo Primius al encontrarse con la violenta ráfaga de aire; el paisaje blanco y desierto.

Se volvió a su espalda al escuchar un fuerte crujir. Se puso pálido, y la boca se le secó.

—No, no, no, no, no —dijo con rapidez al notar la nada, donde antes se suponía debía estar el portal—. Esto no puede ser posible ¡Por los Altos! Ahora, ¿cómo regresaremos?

Meriel sonrió, complacida con el abatimiento de su compañero.

—¿Quién mencionó algo de regresar? Este es un viaje sin retorno.

—No bromees, pelirroja —dijo al volver su atención a la hermosa guerrera.

—Ja, ja, ja. Pensaba que deseabas escapar de tu reino, que mejor que en el continente central.

Primius le miró con furia, pero sus palabras fueron muy lógicas, y al pensarlo con claridad debía darle la razón.

—No estamos en el continente central —dijo Ollin, sin quitar la mirada del muchacho en el frente, que parecía cavilar sus futuras decisiones.

—Entonces, ¿cómo explica que esté nevando? No es temporada de nieve, pero, tal vez, en el místico continente central si lo sea.

Ollin se quedó callado, las palabras de la dama eran muy razonables, equivocadas, pero razonables.

—No lo es —dijo con firmeza al cabo de unos segundos—, estamos en un lugar muy diferente. ¿Conoces el término: terreno ajeno?

—No, señor.

—No estoy muy familiarizado con el cómo, pero existen tierras que no pertenecen a los continentes que conocemos, ni a nuestros tiempos. A esos lugares se les denomina: terreno ajeno.

—No comprendo, señor. Si no estamos en el continente central, o en otro, ¿dónde nos encontramos?

—Eso no lo sé, pero créeme cuando afirmo que este lugar es un terreno ajeno.

—¿Qué peligros enfrentamos en este "terreno ajeno", señor? —inquirió Meriel con más seriedad.

—Eso dependerá sobre lo que los dioses aprisionaron?

—¿Lo que aprisionaron?

Amaris perdió momentáneamente la concentración sobre el diálogo llevado a cabo por el alto individuo y la dama pelirroja a causa de la acción de su amado, quién había caído de rodillas. Se acercó, deteniéndose a solo un paso de distancia.

—¿Qué sucede, Gustavo? —preguntó con enorme cariño.

El joven inspiró profundo, forzando a sus fosas nasales a destaparse.

—Está muerto —dijo con la voz quebrada—, Wityer está muerto.

Se arrodilló junto a él sin pensarlo, y con extrema calidez le abrazó, llevando su cabeza a su regazo. Él se mantuvo sobre su pecho, escuchando su acelerado corazón, pero sin quitar la mirada del pequeño lobo arropado en sus brazos.

—Pensé que podría, que lo lograría... Ya estábamos aquí...

—Hiciste todo lo que pudiste —le consoló.

—No fue suficiente —interrumpió, con un toque de enojo en su tono—, debí hacer más. No merecía este final.

«Señor, no fue justo».

—¿Qué sucede, humano Gus?

—Wityer ha muerto —respondió Amaris, volviéndose a él, y con su mirada le advirtió a considerar sus siguientes palabras.

—Eso no es posible —respondió, alarmado e incrédulo, sin preocuparse por la advertencia de la maga.

—Quise creer lo mismo —dijo Gustavo, tembloroso, con los ojos vidriosos, pero aún sin derramar una sola lágrima—, pero ya no siento la vida en su cuerpo. Ya no está.

—Dame el cuerpo del Lobo Elemental —ordenó.

—No.

—Entrégamelo

Gustavo se deshizo del cálido agarre de Amaris, levantándose con lentitud, su mirada fue a parar a los ojos de Ollin, quién le devolvía la mirada, no le temía, es más, le retaba.

—Confíe en ti, dijiste que en este lugar lo sanarían.

Ollin perdió el enfoque de forma abrupta, profundizando en sus recuerdos a causa de la acusación del joven hombre.

—¿Estamos en el hogar de los ber'har?

Gustavo le miró, resoplando su enojo.

—¿A dónde creías que íbamos?

—Y como saberlo —replicó, ligeramente furioso—, nunca lo mencionaste. Se suponía que estábamos buscando algo para salvarlo.

—Lo que estaba buscando era un artefacto para cruzar a este lugar... Maldición —Apretó el puño, rasgando su garganta por la frustración, no recordaba haber confiado sus planes en sus compañeros, solo había actuado, sin detenerse un momento para conversar sobre el siguiente paso—, lo siento. Pero, como sea, ya es demasiado tarde.

—Entrégame el cuerpo del Lobo Elemental, por favor.

Cedió al verle menos hostil, entregando el preciado cuerpo de su amigo. Ollin lo tomó, y como una sombra en la luz desapareció, sin embargo, él logró seguirlo con la mirada.