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El Hijo de Dios

¿Qué pasa cuando uno muere? Es una pregunta qué ha estado en mente de todos desde el inicio de los tiempos, pero la verdadera pregunta es: si lo supieras ¿Guardarías el secreto? ¿Lealtad y honor? ¿Amor a la patria? Hay muchas razones para pelear en una guerra, pero son pocas las verdaderas para entregar la vida. Esta es la historia del joven Gustavo Montes, un soldado del ejército Mexicano, que por querer tener una vida digna, para él y su familia, murió asesinado en batalla. Pero por fortuna o desgracia, viajó a otro mundo, uno lleno de criaturas misteriosas, magia y aventura. ¿Qué le deparará el destino?

JFL · Fantaisie
Pas assez d’évaluations
261 Chs

Polos opuestos

  Aún con la lluvia en su máxima potencia, los soldados con el emblema del gran oso entrenaban, parecía como si el clima no fuera un impedimento para derramar gotas de sudor en busca de la perfección marcial.

El campamento militar no era muy grande y, eso era porque poseía una barrera protectora contra hechizos menores de cualquier elemento del séptimo círculo, siendo en el centro del lugar, donde se encontraba el núcleo mágico que controlaba la barrera y, también era el lugar donde descansaba el escuadrón mágico del batallón. Se escucharon gritos desde dentro y, como si algo absurdo e imposible hubiera pasado, dos siluetas humanas, vestidas con hermosas túnicas encantadas, salieron a toda prisa hacia la tienda de su general y, con una expresión de duda, entraron.

  --General Iri...

  --Han perturbado mi paz en interminables ocasiones --Interrumpió una voz fría y disgustada, mientras limpiaba con un paño la hoja de su hermosa espada, estando aún desnuda detrás de la delgada sábana blanca--, así que solo les dejaré en claro algo, si sus palabras siguientes no me satisfacen, pueden olvidarse de sus vidas. --Su voz congeló los corazones de las dos magas.

  --E-esto será de su interés, mi general. --Dijo una de ellas, con un ligero titubeo en su tono.

  --Escucho. --La maga asintió un par de veces antes de continuar, estaba muy nerviosa.

  --Las marcas de nuestros escuadrones de reconocimiento han ido desapareciendo, al menos un tercio del escuadrón a muerto.

La silueta detrás de la cortina frunció el ceño, su mirada se endureció con una frialdad incomensurable.

  --Parece que por fin han hecho su movimiento.

  --¿Usted cree que el rey Brickjan lo convenció? --Preguntó una de las magas, un poco dudosa sobre esa afirmación.

  --Lo haya convencido o no, morirán. --Dijo con una sonrisa.

Las magas se miraron una a la otra, podían describir a su general con una sola palabra: poderosa, pero si se comparaba con aquella existencia del reino de Atguila, la duda sobre quién era más fuerte aparecía inconscientemente y, como devotas servidoras del reino de Rodur, no deseaban que una batalla de tal escala estallara, pues las consecuencias serían demasiado graves.

  --Mi general, deme tiempo y reuniré el poder de los cinco sabios para destruir la amenaza. --Dijo con rapidez, intentando hacer cambiar de opinión a su superior. La silueta detrás de la cortina resopló, no de mala manera, se acercaba más al de haber escuchado una mala broma.

  --La guerra termina ahora --La silueta comenzó a acercarse a la sábana--, con nosotros como vencedores.

La cortina se abrió, dejando ver a una mujer de alta estatura (1.75 metros), de piel blanca, cabello rubio y ojos cafés. Portando una armadura completa de color rojo sangre, con tonalidades negras y, con una pequeña capa roja colgada de sus hombros. En su cintura se encontraba una vaina, con una espada larga enfundada en ella, mientras que en su mano derecha, descansaba un casco negro con cuernos rojos.

  --Los Dioses me han concedido una oportunidad única para deshacerme de ese maldito --Sonrió-- y, no la voy a desperdiciar.

  --Pero mi general. --La maga la miró a los ojos, en verdad no deseaba que algo malo le ocurriese.

  --Hazte a un lado. --Dijo, quitándola de su camino con su mano izquierda.

Con un porte digno y calmo, adecuado a su rango, salió de su tienda y, como si la lluvia no fuera nada, comenzó a caminar. Las magas, al ver lo que estaba por pasar, decidieron seguirla, a una distancia considerable.

  --¡Soldados de Rodur! --Gritó al llegar al lugar donde su regimiento entrenaba.

Al escuchar las palabras de su general, los comandantes detuvieron el entrenamiento y ordenaron a los soldados que se colocarán en posición de firmes. Todos los presentes miraron a su superior con ojos de adoración y respeto.

  --Mis magos han detectado movimiento en territorio aliado, movimiento por parte del enemigo --Los soldados endurecieron sus cuerpos, mostrándose hostiles ante los aún inexistentes enemigos--... Somos Rodur, somos hermandad ¡Somos fuerza! --Gritó. Los soldados golpearon dos veces su pecho y gritaron en son de guerra--. Pero bajo los ojos de esos malditos de Atguila, no somos nada, somos peor que mierda --Los soldados fruncieron el ceño con enojo, disgustados por las anteriores declaraciones--. No solo su bastardo rey deseó la mujer de nuestro monarca, también trajo guerra a estás tierras, matando a miles de inocentes, para mí, los mierdas son ellos... ¡¿No es así?

  --¡¡Sí!! --Gritaron al unísono. La general Iridia sonrió levemente.

  --Así que díganme, Escuadrón de Escorpiones Rojos ¡¿Qué le depara a nuestros enemigos?!

  --¡¡Muerte!! --Gritaron nuevamente al unísono y, con una absoluta sincronía golpearon el suelo, haciéndolo vibrar por un instante.

  --¡No los he escuchado!

  --¡¡Muerte!!

  --¡Pues ahora equípense, porque vamos ir a asesinar a esos malnacidos! --Golpeó su pecho y gritó con fuerza.

Los soldados la imitaron, gritando de manera estruendosa.

Justo cuando la generala se disponía a retirarse, la silueta de tres individuos entró en su reojo.

∆∆∆

Guardián apareció repentinamente, arrodillándose ante su joven señor.

  --Su excelencia, los humanos que protegían esta zona han muerto. --Gustavo miró a su invocación, sintiendo un ligero dolor de cabeza.

  --Te pedí que los incapacitaras, no que los mataras. --Dijo. Guardián rápidamente se postró en el suelo.

  --Le pido me castigue por mi error, Su excelencia. --Gustavo suspiró.

  --Levántate --Hizo un movimiento de mano--, si lo pensamos bien, fue mi culpa por no especificarte como tratar con la situación. Has hecho tu trabajo y, eso es lo importante.

  --Su excelencia jamás se equivoca, fue mi culpa por no entender sus palabras, por favor, ordene el castigo. --Estaba renuente a levantarse.

Mientras la conversación tenía lugar, Meriel y Xinia observaban con sonrisas forzadas, debían admitir que la escena era demasiado surrealista, llevándolas al límite de lo que podían considerar normal.

  --Mantente cerca, pero no te muestres si no te he llamado. --Dijo con un tono serio.

  --Sí, Su excelencia. --Dijo Guardián lleno de respeto, se colocó de pie, hizo una ligera reverencia y desapareció de la vista de todos.

  --Sí tienes razón, Erza se encuentra cerca. --Dijo Gustavo.

  --Tengo razón. --Dijo Xinia con una mirada seria, ligeramente disgustada por el comentario anterior.

  --Entonces continuemos, no deseo que esto demore más.

Las damas asintieron y, con una expresión seria y digna de un guerrero, comenzaron a seguir de vuelta a Gustavo.

Los individuos comenzaron a subir una ligera colina y, al estar cerca de la cima, escucharon poderosos gritos, gritos que Gustavo atribuía a sonidos de un ejército preparándose para la guerra.

  --Se encuentra ahí. --Dijo Xinia, señalando con su dedo el campamento militar.

El joven casi deseó arrepentirse de su promesa, pues sentía que las cosas estaban por tornarse demasiado complicadas, pero al no poder hacerlo, no tuvo más remedio que asentir y, continuar con su camino.

  --Sigamos --Su mirada observó a los centenares de soldados, lo que le hizo recordar un breve instante a su yo del pasado--... Haré lo posible para que esto se resuelva de manera pacífica --Dijo--. Por favor, que así sea. --Susurró.