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El Hijo de Dios

¿Qué pasa cuando uno muere? Es una pregunta qué ha estado en mente de todos desde el inicio de los tiempos, pero la verdadera pregunta es: si lo supieras ¿Guardarías el secreto? ¿Lealtad y honor? ¿Amor a la patria? Hay muchas razones para pelear en una guerra, pero son pocas las verdaderas para entregar la vida. Esta es la historia del joven Gustavo Montes, un soldado del ejército Mexicano, que por querer tener una vida digna, para él y su familia, murió asesinado en batalla. Pero por fortuna o desgracia, viajó a otro mundo, uno lleno de criaturas misteriosas, magia y aventura. ¿Qué le deparará el destino?

JFL · Fantaisie
Pas assez d’évaluations
261 Chs

Momentos de tensión

  Entre los murmullos de la gente y, la tristeza de un anciano, un joven de cabello largo se encontraba postrado en una cama de paja, dentro de un pequeño hogar, repleto de flores y humo asfixiante.

  --¿Se va a recuperar? --Preguntó una dama con la preocupación dibujada en su rostro, mientras acariciaba sus manos con nerviosismo. La anciana que palpaba el cuerpo del joven con unas pequeñas florecillas de color blanco volteó como lo hace un sabio.

  --Si los Dioses lo permiten, lo hará. --Su voz era solemne, casi imperturbable.

  --Deme una respuesta, por favor. --Meriel no estaba satisfecha con las palabras de la anciana, ella deseaba un afirmativo, o un negativo en el peor de los casos, pero quería saberlo. La anciana sopló el humo de las flores en el rostro del joven, se levantó con calma, acercándose a la dama, quién la miraba hacia abajo, pero sin desdén.

  --Las ansias no ayudan al desesperado. La paciencia es la base de cualquier formación --La miró, mientras agarraba una varita de madera de una mesa cercana y, con un conjuro sencillo, invocó la poderosa energía de la naturaleza--, no puedo prometerte que se volverá a levantar, perdió la mayor parte de su energía pura, ya es una hazaña que siga con vida. --Dijo con un toque de sorpresa, ni ella misma creía la proeza del joven, pues era de conocimiento común, que cuando se perdía toda la energía pura, uno no podía sobrevivir y, aquello era verdad y, Gustavo no estaba excento a la regla, era solo que él poseía algo que nadie más poseía: un compañero Ancestral.

El pequeño lobo se encontraba dormido arriba del pecho del joven, desgastado y, con una fatiga extrema, aunque feliz, porque había logrado salvar a su gran compañero/madre de una muerte segura.

  --Lo hizo para salvarlos a todos ustedes. --Dijo frustrada, su ceño se marcaba, mientras su voz se alzaba. La única prioridad que poseía era la vida del joven, si él moría bajó su cargo, ella también lo haría, era el gran valor del juramento de lealtad, por lo que no estaba dispuesta a verlo caer frente a sus ojos, no cuando ella podía hacer algo.

  --Conozco esa información --Dijo la anciana con calma, parecía que las palabras de la dama no habían logrado perturbarla--, pero eso no cambia la situación del joven --Se acercó de vuelta a la cama, comenzando a conjurar diversos hechizos de bajo nivel, mientras arrastraba la energía de la naturaleza con su varita--, está vara de madera perteneció a un mago del octavo circulo y, posee la esencia del árbol de la vida... es todo lo que tengo. --Respiró profundo y convocó toda la energía de la vara en el cuerpo del joven, quién saltó de golpe, aunque no despertó.

Al ver la extrema energía de luz, Meriel juntó sus manos y comenzó a rezar.

  --Por favor, por favor despierta. --Dijo en voz baja.

  --Esto está mal. --Dijo repentinamente. Meriel se acercó, pálida por el miedo a conocer un destino fatal.

  --¿Qué está pasando? --Preguntó.

  --Su cuerpo absorbió toda la energía, pero no fue suficiente, no estoy segura si logrará despertar --Dijo con un tono lúgubre. Meriel tragó saliva y negó con la cabeza "Debe haber algo" pensaba repetidamente en su mente. La varita en las manos de la anciana se rompió y, con ello, la energía residual, desapareciendo como si nunca hubiera existido--, lo lamento mucho, no puedo hacer nada más. --Por primera vez mostraba una emoción: decepción, una decepción tan intensa que hasta se podía palpar.

  --¡Debe haber algo! --Dijo Meriel, resistiéndose a rendirse--, algo que pueda ayudarlo.

  --Sí la hay --Frunció con ligereza el ceño--, debe encontrarse en la gran montaña, no puedo pensar en otro lugar. --Se notaba el pesar en su rostro y voz, conocía el riesgo de ir a ese escalofriante lugar, lo sabía y, podía intuir la respuesta de la dama, pero aún con eso, lo dijo, talvez porque se sentía culpable por no haber podido salvar al joven, o talvez porque era un ingenua que deseaba ver morir a otra alma joven, no estaba segura.

  --Iré inmediatamente --Dijo con una absoluta determinación, mientras el cuerpo dormido del joven aparecía ante ella, respiró profundo, acercándose a él a pasos tranquilos, quiso tocar su pecho para sentir su corazón, pero se abstuvo, ya lo había perdido todo una vez, no quería volver a hacerlo, sentía que no podría resistirlo--, volveré enseguida, mi señor. --Le susurró con un tono tranquilo y cálido, forzándose para no derramar ni una lágrima, pues aún había esperanza.

  --No puedo detenerte, pero si advertirte --Su mirada se volvió seria--, la guerra ha arrasado gran parte de aquellas tierras y, los ejercitos siguen combatiendo... Si no quieres morir, te recomiendo agarres la oscuridad como tu compañera y, que tus pasos sean silenciosos como una pantera negra, solo así esquivarás la muerte.

--Gracias. --Agradeció con calma. Miró por última vez a su señor y, con una exhalación que describía perfectamente sus emociones, se dio media vuelta para retirarse.

  --Me alegra saber que te preocupo --Dijo una voz pesada y silenciosa. Meriel se detuvo al sentir que algo agarraba su brazo, por lo que rápidamente volteó, percatándose que el joven de cabello largo la miraba con una sonrisa sincera--, pero eso no significa que este contento de que arriesgues tu vida buscando algo que ni siquiera sabes si vas a encontrar.

  --Mi señor. --Meriel se arrojó a los brazos del joven, no sabía porque se sentía así, talvez la soledad de los últimos años la habían hecho dependiente de una compañía, o talvez en verdad apreciaba a su señor, pero fuera cual fuera la razón, estaba alegre de verlo nuevamente despierto.

  --Espero no haber sido una carga. --Dijo Gustavo con calma, estaba consciente de la situación gracias al informe de Wityer, quién aún dormido había escuchado todo lo sucedido.

  --Por supuesto que no, joven héroe --Dijo la anciana con una sonrisa sincera--, es más, estoy más que alegre de verlo nuevamente con los ojos abiertos. --Gustavo sonrió, era la primera vez que veía a la anciana, por lo que no sabía de dónde residía aquella alegría de verlo.

  --Gracias por lo que ha hecho por mi. --Dijo con una sonrisa agradecida.

  --¿Conoce lo que hice? --Preguntó un poco sorprendida, pues no había pruebas que la ataran a qué ella lo había ayudado, exceptuando la energía remanente del lugar y su presencia...

  --Solo lo importante, que me salvó. --Dijo, su tono mostraba cansancio, pero su rostro expresaba alegría sincera. Wityer miró con ojos filosos a su compañero, enojado porque hasta ahora no había recibido ningún acto o palabras de agradecimiento-- (Por supuesto que también te agradezco a ti, querido compañero) --Envió un mensaje mental con rapidez.

  --No podía dejar morir a un prodigio en el dibujo de sellos. --Contestó la anciana con calma. Gustavo se sentó lentamente, con la ayuda de Meriel.

  --¿Los ha visto? --Preguntó. La anciana asintió.

  --Por supuesto que lo he hecho y, debo admitir, que me han dejado impresionada. Aunque nos los pude descifrar por los extraños símbolos, al sentir la poderosa energía, entendí que no se trataban de sellos simples, sino de una categoría de muy alto nivel ¿Fue usted enseñado por un Gran Anciano de algún colegio de magos?

  --Aprendí muchas cosas por mi cuenta y, fui guiado en otras por un gran maestro. --Miró al pequeño lobo en su hombro.

  --Un prodigio, como he dicho. --Dijo la anciana al escuchar la respuesta del joven.

  --Disculpen, si no es mucha molestia ¿Podrían darme mis cosas? --Dijo después de un momento de silencio, aunque se sentía un poco incómodo porque podían ver su pecho desnudo, prefirió no decir nada.

Meriel se colocó de pie y, se dirigió a una pequeña mesa, donde estaba colocada una bolsa de cuero, una camisa y un pantalón de lino y, una vaina con un sable dentro.

  --Tenga, señor Gus. --Dijo, mientras le entregaba sus cosas de manera respetuosa.

  --Gracias. --Sin esperar nada, se colocó el pantalón y, al terminar, sacó de su bolsa de cuero cinco orbes de gran calidad y, sin decir una sola palabra, los colocó en la cama.

  --Señor Gus ¿Esos son orbes de bestias? --Preguntó un poco sorprendida, aunque los había visto, no conocía orbes tan grandes y tan brillosos como los que había sacado el joven. Gustavo asintió.

  --Este es mi pago por salvarme, señora. --Dijo con calma.

  --No puedo aceptarlo. --Dijo la anciana, negando con la cabeza.

  --Reconsiderelo. --Dijo.

  --No puedo aceptarlo.

  --Al menos como pago por su varita. --La anciana guardó silencio, no podía calcular el valor de su varita, pero sabía que, aunque los cinco orbes eran valiosos, no podían acercarse a su valor real.

  --Entonces, se lo agradezco. --No tenía intención de decir que faltaban como otros siete orbes de la misma calidad para igualar el precio de su varita mágica.

  --Aquí hay otros diez. --Dijo Gustavo, sacando otros diez orbes de su bolsa.

La anciana y Meriel se quedaron de boca abierta, no podían creer que el joven tuvieran tantos. Wityer quiso lanzarse a comer uno de aquellos jugosos orbes, pero se detuvo al mirar los ojos serios de su compañero.

  --Gracias, joven héroe. --Dijo la anciana al recuperar la compostura. Gustavo asintió.

Se levantó al terminar de colocarse la camisa, hizo unos ligeros movimientos de estiramiento y, al sentir que su cuerpo se había recuperado, miró a ambas féminas.

  --Es momento de regresar al trabajo. --Dijo con una sonrisa.