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El Hijo de Dios

¿Qué pasa cuando uno muere? Es una pregunta qué ha estado en mente de todos desde el inicio de los tiempos, pero la verdadera pregunta es: si lo supieras ¿Guardarías el secreto? ¿Lealtad y honor? ¿Amor a la patria? Hay muchas razones para pelear en una guerra, pero son pocas las verdaderas para entregar la vida. Esta es la historia del joven Gustavo Montes, un soldado del ejército Mexicano, que por querer tener una vida digna, para él y su familia, murió asesinado en batalla. Pero por fortuna o desgracia, viajó a otro mundo, uno lleno de criaturas misteriosas, magia y aventura. ¿Qué le deparará el destino?

JFL · Fantaisie
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Los susurros de la muerte

De pie, imponente sobre una colina, observando el terreno repleto de cuerpos mutilados y heridos, un joven hombre de mirada tranquila se encontraba. Vestido con indumentaria militar, con la sangre desparramada sobre su chaqueta azul, lodo en sus pantalones y, despeinado, con el viento en su cara.

--Pudiste cambiarlo.

Se escuchó un susurró a sus espaldas, repleto de un interminable y profundo dolor. El joven hombre deseó voltear, pero le fue imposible, se sentía pesado, como si estuviera cargando un yunque sobre su espalda.

--Creí que me salvarías.

Sus ojos, tranquilos como un lago, pero cansados como un niño que ha terminado de trabajar en el campo, miraron a su derecha, justo en el lugar donde un pequeño infante lloraba, mientras lo observaba con miedo.

--Te has convertido en un demonio, tu sed de muerte tarde o temprano destruirá lo que más aprecias.

El brillo volvió en sus esferas que observan el mundo, pero fue solo un instante antes de regresar a su habitual tranquilidad.

--Te amé como un hermano, pero me dejaste morir... Gustavo, ahora te odio.

Su respiración se aceleró, su pecho se volvió aún más pesado, sus brazos temblaron, mientras que en sus mejillas, dos pequeñas gotas resbalaron con lentitud.

--Te odio.

Mordió sus labios, apretando tanto que comenzaron a sangrar.

--No pude salvarte, amigo mío --Se forzó a hablar, con el dolor imbuido en cada palabra--. Por favor, perdóname.

Volteó con dificultad, solo para ver una silueta blanca borrosa, acercándose con lentitud hacia él. El silencio fue ensordecedor, la calma asfixiante, el tiempo eterno.

--Fallaste conmigo.

La voz era distinta al anterior tono, la emoción implementada también difería de la anterior, destacando en su mayor parte: la decepción, el falso anhelo y el dolor del amor perdido.

--Fuiste mi primer amor, el único a quién le entregué mi corazón, pero me dejaste.

--¿Quién eres? --Preguntó sumamente confundido-- Dime ¿Quién demonios eres? --Sus brazos temblaron, logrando moverlos un poco hacia arriba-- Me acechas desde que desperté en el bosque aquel día, me has atormentado durante mucho tiempo, pero ya me cansé.

--Gustavo, yo soy...

La silueta desapareció, borrada de la existencia como polvo en el viento.

El paisaje cambió repentinamente, ya no había colinas, ni cuerpos, en realidad no había nada, solo la absoluta oscuridad.

--Dejé mi herencia porque El me lo pidió --El susurro de la muerte cayó sobre los oídos del humano como una cascada helada--, pero no eres lo suficientemente digno, no lo eres.

--¿Quién eres? --Volteó para todos lados, pero ni siquiera logró ver un centímetro delante de él.

La oscuridad era tan densa y abrumadora que, se podía sentir la pesadez de la soledad.

--Yo soy quién soy. Fui llamada la eterna oscuridad en las épocas antiguas, la jerarca de los muertos, el divino Carnatk. Pero ese no es mi nombre verdadero...

Su respiración volvió acelerarse, las palpitaciones de su corazón comenzaron a doler, su piel enfrió, mientras el sudor resbalaba por su cuerpo.

Un pasillo comenzó a alumbrarse, con antorchas de fuego azul marcando sus límites de anchura y, justo en el fondo, una silueta negra descansaba sobre un trono de huesos negros, portando una túnica negra y, una guadaña de obsidiana. A sus costados, dos perros negros de ojos rojos lo custodiaban como guardianes.

--Soy una de las pocas que no ha muerto, pero mi alma no es libre --Su voz llegaba a los oídos del joven hombre como si estuviera enfrente de la silueta, escuchando su siniestra exhalación--... Tú... No... No eres lo suficientemente digno para liberarme --Suspiró profundamente--... Soportaste mi herencia, pero tu cuerpo y mente lentamente se ha corrompido por ello... Terminarás igual que ellos, otro defecto más...

Con un suspiro el paisaje cambió.

--¡Espere! --Gritó, deseoso de conocer la respuesta a sus muchos pesares.

°°°

--¡Espere!

Despertó abruptamente, con el sudor resbalando por sus mejillas, espalda y brazos y, con la agitación hiperventilando su cuerpo. El pequeño lobo sobre su pecho despertó y, al notar la anormalidad en el cuerpo de su compañero/madre, la preocupación excedió sus límites, por lo que rápidamente derramó su propia energía para sanarlo.

--Mi... señor... --La dama pelirroja se levantó casi al instante de escuchar el repentino grito, con una expresión de sueño y cansancio. Desenvainó su espada y, observó a ambos lados, buscando al agresor del posible ataque nocturno.

--Meriel ¿Dónde estamos? --Preguntó, aún sin recuperar el aliento.

--¿Qué sucede? Escuché un grito. --Dijo Ktegan, quién llegó lo más rápido posible.

--No lo sé --Dijo Meriel, mirando con detenimiento a Gustavo--. Mi señor ¿Qué ha pasado?

--Tuve una pesadilla --Recuperó un poco el aliento, luego se levantó con lentitud, observando y sosteniendo con su brazo al preocupado lobo--. (Suficiente Wityer, no estoy herido... Lo sé, te entiendo, pero debes tranquilizarte, estoy bien ahora, solo me sentí desorientado por un momento).

--¿De nuevo? --Preguntó preocupada-- ¿Necesitará partir para tranquilizarse?

--No --Negó con la cabeza--, aunque me siento débil, los sellos aún resisten.

--¿De nuevo? ¿Sellos? ¿Qué es que lo sucede? --Preguntó Ktegan al no comprender en su totalidad la conversación del subordinado-señor.

--Cuando mi señor tiene pesadillas sale a pasear para tranquilizarse. Usted mismo lo ha presenciado en un par de ocasiones.

--Creí que iba a orinar o a defecar. No pensaba que fuera a causa de pesadillas.

--Pido más respeto para mi señor, don Ktegan. --Su tono enfrió al hombre, quién sonrió tontamente.

--Disculpe, guerrera Meriel, no fue mi intención faltarle el respeto.

--Meriel, vuelve a dormir --Ordenó luego de un suspiro--. Señor Ktegan, usted también vaya a dormir, será mi momento de vigilar.

--Como usted ordene, mi señor. --Bostezó.

--¿Está seguro? --Preguntó el hombre de los brazos gruesos.

--Sí --Miró a sus alrededores, justo donde la dama Xinia descansaba y, con una sonrisa continuó--, descansa, cuando amanezca retomaremos el camino.

--Bien --Asintió--, dormiré. Solo espero que no luche sin mi. --Sonrió.

--Por supuesto, no tenía tal intención. --Le dirigió la misma expresión.