Iridia sonrió de manera fría, sintiendo que por fin había encontrado el oponente adecuado para pulir sus nuevas habilidades.
--(Si atacan, tienes mi permiso de convocar a las huestes). --Dijo mentalmente.
--(Sí, Su excelencia). --Respondió Guardián entre las sombras.
Gustavo bajó su mano al lodo, sujetando su sable caído y, aunque parecía imposible, su hoja no estaba manchada por el líquido café. Sus cabellos mojados potenciaban su mirada sin emociones, sus comisuras se movían involuntariamente, era como si se estuviera conteniendo, buscando la manera de que aquel ser lleno de intención de matar no apareciera.
Xinia desenvainó con rapidez al ver a su compañero de viaje caer al suelo, al igual que Meriel, pero ninguna de ellas hizo un movimiento de entrar al territorio enemigo, conocían sus habilidades y, sabían que no podían contra todo el ejército, por lo que decidieron esperar a la orientación del joven.
Iridia se precipitó ante su enemigo una vez más, haciendo un corte horizontal muy pesado, Gustavo, quién tenía la experiencia del anterior ataque, optó por desviar el corte, pero por desgracia, la intención de la general era otra, parando su movimiento a la mitad de camino y, golpeando con su puño cubierto de hierro la cara del joven. Gustavo retrocedió un par de pasos al recibir el impacto, sonrió y, como si aquello no hubiera sido nada, se arrojó de vuelta al combate. Su silueta se tornó borrosa para la dama, era como si solo pudiera apreciar imágenes residuales. Apareció ante la general y, con su palma derecha tocó su pecho.
--Trueno. --Dijo en un tono bajo, tan bajo como un susurró.
La energía elemental del relámpago se concentró en su palma, liberando una volátil y devastadora energía al cuerpo de Iridia, quién fue forzada a salir disparada en línea recta como un proyectil. Los soldados enemigos abrieron los ojos con extrema sorpresa, al igual que las tres magas, en su vida hubieran podido imaginar que algo como eso pudiera suceder.
--¿Por qué me siento tan extraño al ocupar está magia? --Se preguntó, mientras observaba su palma.
La general se levantó con rapidez, agarró su espada y, salió disparada hacia su oponente, con una expresión de éxtasis que no podía apreciarse por su casco. Gustavo recuperó rápidamente la compostura y se colocó en guardia.
--Sí tu usas magia, yo uso mis técnicas. --Dijo.
El contorno de su armadura se tornó rojo, liberando una energía densa de guerrero. Saltó, con ambas manos en la empuñadura de su espada, mientras la hoja casi tocaba su espalda. Gustavo admiró la belleza del ataque, pero al segundo siguiente se lanzó hacia atrás como un gato, escapando con rapidez. La general cayó con la fuerza de un meteorito, creando un enorme cráter donde antes había estado el joven y, levantando un tsunami de lodo. Gustavo respiró con pesadez por un momento, debía reconocer que la bestialidad del anterior ataque pudo acabar con su vida, por lo que su mirada se volvió más fría, sabiendo que no podría ganar si no se esmeraba más.
--¡Muéstrame más! --Gritó Iridia con fuerza.
La general salió del cráter con un salto ligero, mostrándose hostil y provocativa.
Gustavo sujetó lo que le quedaba de armadura ligera y, con un movimiento decidido la arrebató de su cuerpo. Aquel conjunto de protección que lo había acompañado por más de un año, cayó al suelo sin aplausos, ni un agradecimiento sincero, solo cayó, manchándose de lodo para ser olvidado por las generaciones posteriores. Un pequeño objeto, agarrado de su cuello, en forma de óvalo, se vislumbró bailando de manera alegre.
--Ven. --Dijo ella con una sonrisa.
Desapareció nuevamente del campo de visión de la dama, apareciendo al segundo siguiente arriba de su cabeza. Levantó su espada, bloqueando el sable que se dirigía a cortar una de sus extremidades y, con un movimiento rápido lo desvió hacia un lado. Aunque estaba sorprendida por la fuerza del corte, eso no le quitó la concentración para desviar y bloquear el par de ataques próximos que se aproximaron a ella por sus puntos ciegos. Iridia liberó repentinamente de su cuerpo una destructiva y opresiva fuerza energética, en forma de onda explosiva, la cual lanzó al joven un par de metros hacia atrás, pero no fue lo suficientemente fuerte para hacerlo caer.
--Sí esto es todo lo que tienes, morirás. --Su tono era oscuro, pero con un ligero toque de encanto imbuido en el.
--Podría decirte lo mismo. --Respondió con un tono frío.
La lluvía pareció caer más lento, las expresiones de los observadores parecieron responder a destiempo, todo ello sucedía mientras los dos individuos se impulsaban una vez más para intentar asesinar a su contraparte. Gustavo se lanzó de rodillas, deslizándose en el charco de lodo y, evadiendo al mismo tiempo la hoja de la espada que pasaba a pocos centímetros de su rostro. Se levantó con el apoyo de su mano derecha y, al instante siguiente clavó la punta de su sable en la espalda de la general, atravesando con ligera dificultad su armadura encantada, pero justo cuando se dispuso a sacar su arma, Iridia volteó, golpeando con la parte plana de su espada su costado derecho, enviándolo a volar decenas de metros hacia el campamento, junto con su sable, el cual cayó antes que él.
Iridia comenzó a respirar con irregularidad, sintió una inesperada herida en su espalda, sintiendo más el dolor de su orgullo dañado, que el físico. Trató de tranquilizar su respiración y, al hacerlo, concentró su energía pura en la herida para cerrarla, logrando parar solo la hemorragia, ya que su concentración no era la adecuada para cumplir por completo la tarea.
--Lo pagarás maldito.
La ira se apoderó de su cuerpo, era una de los tres generales divinos del reino de Rodur, el título más alto que un guerrero o soldado podía poseer y, como tal tenía su orgullo. Imbatible desde pequeña, habiéndo probado solo el dulce sabor de la victoria y, aunque su cuerpo había sentido el duro acero de sus enemigos, su espalda nunca había sido tocada por arma alguna, por lo que al sentir la sangre resbalar por aquella zona, su ira hirvió como volcán en erupción.
Miró su palma derecha, tensando sus dedos para evitar formar un puño, poco a poco la furia se fue convirtiendo en frustración y, luego en intención asesina, fue entonces, cuando todo cambió, explotando con la energía primigenia que la piedra de poder le había concedido. La sensación de aquella energía era tan autoritaria e imponente, que cualquier ser viviente en un perímetro de cien metros estaría tentado a arrodillarse y, los individuos cercanos no estuvieron exentos de esa regla, quedando de pie solo Xinia y Meriel, quién por fuerza de voluntad y la protección del pequeño lobo, la energía primigenia no tuvo tanto impacto en sus cuerpos.
Gustavo cayó como proyectil en una tienda pequeña, destruyéndola en el acto.
--Sanar. --Dijo con un poco de dificultad y dolor, no sabía si sus costillas seguían existiendo, pues sentía que todo su costado derecho de su torso había desaparecido. La energía del elemento luz cubrió la zona dañada, recuperándose con lentitud.
--¡¿Quién mierda eres?! --Gritó uno de los soldados, quién se acercó con hostilidad, acompañado con un par de sus compañeros para atacar al joven.
--Cierren la boca. --Dijo Gustavo con frialdad, lanzando de sus dedos una poderosa fuerza restrictiva, que impidió que los soldados pudieran moverse.
Se colocó de pie con un poco de dificultad, el dolor había disminuído y la herida había sanado casi por completo, pero fue entonces qué notó la extrañeza de la situación, sintiendo una devastadora y asfixiante energía, una que solo había sentido cuando Wityer le activó a la fuerza la piedra de poder de la herencia del Dios de la muerte.
--Parece que mi suerte nunca es buena. --Dijo con una sonrisa de derrota y, al instante quitó los bloqueos mentales de su intención asesina, aquella intención asesina que iba empapada con la mayor parte de la energía de muerte que su cuerpo podía soportar. Su mente se quebró, dejando a relucir una sonrisa oscura y, a un individuo que solo quería ver el mundo arder.
El cielo pareció oscurecerse, la lluvía pareció detenerse y, el silencio invadió los alrededores. Ahora solo se encontraban dos individuos en escena, quienes se miraron, liberando de sus cuerpos aquella energía primigenia. Una tan oscura como la noche y, lúgubre como la propia muerte y, otra azul oscurecida, imponente y feroz como un Ancestral.
--¡AAAAAAHHHHH!
--¡AAAAAAHHHHH!
Ambos gritaron con toda su fuerza, liberando una poderosa onda expansiva, que hizo que la lluvia se retirara por un momento. Al terminar de gritar, se miraron por menos de un segundo y, con la furia y frialdad que poseían, se arrojaron para combatir una vez más.