--Ese es --Señaló-- el gremio de aventureros, Su excelencia. --Dijo con cortesía y respeto, haciendo todo lo posible para borrar su acto anterior. El joven asintió.
--Te lo agradezco. Puedes irte. --Dijo con brevedad, pero con un tono en forma de orden.
El soldado asintió, haciendo una sutil reverencia y dando dos pasos hacía atrás antes de darse media vuelta.
--Parece --Dijo Meriel al ver cómo desaparecía la silueta del soldado-- que ese apestoso príncipe, no fue tan inútil después de todo. --Xinia concordó.
--Una buena acción de su parte --Reconocía su astucia, pues solo un tonto se desprendía de tan valioso objeto con facilidad--. En realided, nunca hubiera pensando que iba a ocupar esa cosa --Suspiró, recordando el anterior suceso--, aunque es algo bueno que no haya pasado a mayores. --Miró el edificio enfrente suyo.
--Porque ordenó contenerme, sino --Sonrió de manera perversa--, ese maldito niño ya estaría más que muerto.
--Olvidemos ese asunto --Dijo-- y, ahora vayamos adentro, que deseo conocer su interior. --Sonrió, comenzando a caminar.
--Espere por favor --Dijo Xinia con prontitud, sacó un objeto de su bolsa de cuero, al mismo tiempo que el joven y la dama daban media vuelta para observarla--. Mi nombre de aventurera es reconocido, pero puedo inventar otro, sin embargo --Comenzó a pintarse los párpados, pómulos, frente y barbilla con maquillaje de guerra, colocándose en el siguiente momento un arete de piedra blanca en su oreja izquierda, que hizo cambiar al instante el color de su cabello a un platinado brillante--, mi cara es otra cuestión --Los observó--. Así no podrán reconocerme. --Sonrió de manera aspera, aunque tenía hermosa sonrisa, no era muy hábil para mostrarla.
--Sorprendente, hasta a mi me sería complicado reconocerte. --Alabó Meriel con una sonrisa amistosa.
Gustavo guardó silencio, inspeccionando la nueva apariencia de su compañera, no sabía porque su cabello había cambiado de color, pero tan pronto como lo hizo, volvió a su color natural, algo que por supuesto le causó curiosidad.
--Es un artefacto mágico. --Explicó al notar la mirada del joven, quién asintió de manera breve y, al no encontrar la respuesta y, no parecerle urgente, optó por dar nuevamente la media vuelta, dirigiéndose ahora sí al enorme edificio.
Las dos puertas eran anchas, con pequeños tallados en cada una de ellas, describiendo en pequeños dibujos varias de las cualidades humanas y, en los más sutiles escondrijos del marco, se encontraban minúsculos sellos mágicos, escondidos y, preparados para desatar su furia hacia aquellos desafortunados que fueran señalados como objetivos. El joven las abrió, adentrándose ante el poco esperado lugar. El interior era increíblemente grande, e inesperadamente alto. La superficie brillaba al contacto con los rayos naturales del sol, que entraban por los ventanales cubiertos de un cristal amarillento, o también, en la lejanía y de forma más tenue, por las esferas luminosas que brindaban luz en los noches más oscuras.
--Mira a esa blanca --Dijo alguien en la lejanía, sonriendo de oreja a oreja, mientras apuntaba sin sutilidad--. La verdad yo sí me emparejaba con una como esa.
--Pero de que vas, Delik --Sonrió su compañera, golpeando su garra en la mesa--, si era más feo que el trasero de un burro. Además, ve al jovencito con quién ha llegado, a mi parecer, no está nada mal. --Sonrió y volvió a beber.
--A ti nadie te parece mal --Optó por omitir el insulto--, lo malo es como los dejas después... He visto varios de tus conquistas en el santuario de Nuestra Señora Luna clamando por ayuda. --La sonrisa de la dama se endureció, haciendo un gesto sutil con su ceja.
--Hacen alarde de noches continúas y, no duran ni un respiro --Sus ojos enfocaron a su compañero--, muy parecidos a ti.
--¡Lo dije --Azotó su puño en la mesa, destruyéndola en el acto-- ya más de una vez! ¡Ese día estaba enfermo! --Su rostro se oscureció. La dama comenzó a reír.
--Delik --Se escuchó una voz en la lejanía--, si me entero que has roto otra mesa, no dejaré que aceptes ningún contrato en veinte lunas. --Advirtió.
Delik y compañía guardó silencio, haciendo sonrisas sutiles de disculpa, muy parecido a la expresión de un niño regañado.
El joven se colocó justo frente a un mostrador de madera negra, adornado con una tela roja en forma de flor, mientras al lado, descansaba la escultura de una dama de vestido, en posición de rezo.
--Caras desconocidas --Dijo un hombre de larga sonrisa, ojos tranquilos y cabello corto-- ¿Indicaciones o solicitudes? --Preguntó sin tacto.
--Queremos aceptar una petición que se ha hecho. --Explicó Gustavo con calma. El hombre asintió.
--Identificación. --Tocó el mostrador con su dedo índice.
--No tenemos. --Respondió.
--Es una lástima, sin ella no puedo permitirles tomar un trabajo.
--¿Cómo consigo una identificación de aventurero? --Preguntó el joven.
--Aprobando el examen o cumpliendo con una petición de bajo rango. --Apuntó con su mirada la pared a su derecha, justo donde se encontraba un tablero con decenas de papeles sobrepuestos.
--Ya que no tenemos identificaciones, entonces háganos el exámen. --Dijo.
--Tres monedas doradas. --Dijo de forma casual.
Gustavo frunció ligeramente el ceño, recordó que no poseía ya ninguna moneda y, no había tenido la oportunidad de vender ninguno de sus orbes que había conseguido, por lo que en palabras simples, se encontraba sin riqueza.
--¿Acepta orbes? --Preguntó después de un rato de reflexión.
--Depende del rango y calidad, pero aumentará el costo por la tasación.
--No hay problema. --Dijo, sacando al instante cuatro orbes negros, tan negros como el propio abismo y, ligeramente más grandes que su puño.
El hombre rápidamente mostró una expresión de sorpresa al verlos, no se habría imaginado que el joven tuviera tan buenos orbes, por lo que sintió un ligero deseo de hacerlos suyos, pero al sentir los ojos penetrantes del administrador, su opinión cambió, tragando saliva y recuperando su compostura y, no fue el único con deseos similares, los afilados sentidos de algunos aventureros también percibieron aquella sutil pero poderosa energía de las esferas negras, sintiéndose intrigados sobre su procedencia.
--¿De dónde sacaste tan buenos orbes? --Preguntó, con un ligero tono de respeto.
--De muy lejos. --Contestó Gustavo.
El hombre asintió, no quería ser maleducado y preguntar de más, pues sabía que a esos individuos con tendencias violentas solo necesitaban un pequeño impulso para rebanar cabezas, por lo que no deseaba cometer el error de darle ese impulso.
--Bestias elementales de oscuridad --Dijo una voz ronca y femenina, acompañada de un característico olor a libros viejos y a elixires de rejuvenecimiento--, no puedo asegurar su clase, diría yo que cuarta, o quinta --Se acercó a espaldas del joven, con el ceño fruncido--. Si me voy a lo seguro, casi puedo adivinar de dónde provienen. --Una sonrisa floreció en su rostro, tan pronto como aparecía al lado de Gustavo y, dejaba ver su escote abierto y su hermoso cuello blanco.
--¿De dónde? --Preguntó el hombre detrás del mostrador, expectante.
--Je --Sonrió, era una sonrisa traviesa y coqueta al mismo tiempo, que estaba en tan perfecto balance, que ni al observador más experimentado podía diferenciar cuál era la expresión dominante--. Somos buscadores de lo desconocido, no mocosos chismosos, que divulgan la primera vez que se acuestan con una mosa harapienta. --Expresó.
El hombre frunció, no era una persona paciente y menos con la clase de individuos que representaba la dama.
--Cuide su distancia, que mi espada no distingue a magos de guerreros. --Expresó Meriel con un tono frío.
La dama frunció ligeramente el ceño, mirando de manera poco cortés a la guerrera.
--Soy una Sabia, niña --Movió ligeramente lo dedos, liberando pequeñas hebras de poder mágico--. Así que cuida tus palabras... ¡Increíble! Parece que hay alguien al que no le gustan mis actos. --Sonrió sorprendida.
--No, no me gustan --Dijo Gustavo con un tono frío-- y, menos cuando se ocupan para amenazar a mis compañeras. --Alzó la vista, mirando fijamente a la dama de ojos verdes.
--Eres interesante --Se acercó, mientras el joven detenía con un ademán de dedos a su compañera--, no solo posees buenos orbes, también puedes destruir mi intención ¿Quién eres?
--Un transeúnte. --Respondió, parecía que no le estaba agradando demasiado la intervención de la dama.
--Un transeúnte con una guerrera de --Analizó el cuerpo de Xinia, quién la observó con seriedad--... quinta o sexta clase --Dijo con un poco de duda-- y, una niña con buenos cimientos, pero con poco poder. --Sonrió. Meriel frunció el ceño por el claro insulto.
--Es lo que soy, ahora te pediré amablemente que me dejes terminar con mi asunto.
--No deseaba causarte un inconveniente --Le miró con ojos coquetos--, así que déjame hacerte una oferta ¿Qué dices? --Preguntó.
El hombre detrás del mostrador frunció el ceño, ya podía intuir que clase de oferta le iban a ofrecer.
--Te escucho.
--Te compraré todos los orbes que poseas por el doble de su precio, pero a cambio --Su mirada se volvió afilada, como la de la serpiente del desierto--, me acompañarás a la Academia Real ¿Qué dices?
--No tengo tiempo para ello --Negó con la cabeza, luego envío su mirada de vuelta al hombre del mostrador, quién sonrió al escuchar su respuesta--. Deseo que nos haga el exámen.
--Por supuesto. --Dijo el hombre de inmediato.
--Mi oferta expirará en el momento en que cruce esa puerta. --Dijo al señalar con su mirada la salida. Su tono ya no poseía la coquetería anterior, solo era un tono calmo y serio. Dejó el mostrador, alejándose hacia los escalones del fondo.
--No me agrada. --Expresó Meriel.
--Concuerdo. --Asintió Xinia.
--La Academia Real del reino de Atguila posee a muchas personas excéntricas, pero son contadas las que tienen un estatus como la de la Sabia Meira. --Explicó el hombre detrás del mostrador, expresando por primera vez un tono más adecuado para su oficio.
--¿Por qué tiene el título de Sabia? --Preguntó Gustavo.
El hombre lo miró, confundido, pero al intuir la respuesta que casi se escapó de su boca, asintió.
--Asi se les nombra a los magos del octavo círculo --Gustavo asintió--, tienen otros títulos, pero ocupan más el de Sabio, ya que dicen que va más acorde para su profesión arcana.
--Un dato interesante --Sonrió--. Por favor, guíe el camino.
El hombre miró al joven por última vez, luego a los orbes. Asintió, tomándolos y, colocándolos con mucho cuidado en un cofre especial.
--Por supuesto, pero yo no seré el encargado de su exámen. --Negó con la cabeza.
--Seré yo. --Dijo la Sabia Meira, quién bajo con lentitud por los escalones, acompañada de un hombre delgado, de túnica verde y un manto alrededor de su cuello como adorno.