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El diario de un Tirano

Si aún después de perderlo todo, la vida te da otra oportunidad de recobrarlo ¿La tomarías? O ¿La dejarías pasar? Nacido en un tiempo olvidado, de padres desconocidos y abandonado a su suerte en un lugar a lo que él llama: El laberinto. Años, talvez siglos de intentos por escapar han dado como resultado a una mente templada por la soledad, un cuerpo desarrollado para el combate, una agilidad inigualable, pero con una personalidad perversa. Luego de lograr escapar de su pesadilla, juró a los cielos vengarse de aquellos que lo encerraron en ese infernal lugar, con la única ayuda que logró hacerse en el laberinto: sus habilidades que desafían el equilibrio universal.

JFL · Adolescents et jeunes adultes
Pas assez d’évaluations
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Intenciones

Jadeos pesados, respiraciones cortas, cortes apresurados...

--El combate ha terminado. --Dijo Astra al recibir la orden de su señor.

Ambos guerreros, desprovistos de aliento, sudorosos y con la condición al límite volvieron a una postura de adecuada, similar a la que ocupaban cuando sus superiores los requerían. Sus heridas abiertas, algunas ligeras, otras no tanto, con un dolor que llenaba sus cuerpos, pero, incluso con ello no se atrevieron a verse débiles ante el joven sentado.

--Sus habilidades son deficientes para mi ejército --Dijo, mirando de reojo el estado de ambos en su interfaz--, pero, creo en sus potenciales. A ambos los acepto como mis subordinados.

La noticia los llenó de una increíble felicidad, casi no logrando pensar por la extrema fatiga que sus cuerpos experimentaban.

--Gracias, Barlok. --Dijeron al unísono, despidiéndose al ver el ademán de mano del joven.

--Hemos superado los doscientos candidatos, señor Orion. --Dijo Fira al terminar de contar las marcas en la tarima, observando como Lork anexaba otras dos rayas con el cuchillo que le prestó.

Orion escuchó, calló, prefiriendo observar el desenlace de las veinte restantes batallas consecutivas.

--¿Cuántos muertos?

--Treinta, señor. --Respondió.

Asintió y continuó observando el panorama. Los veinte soldados de su ejército que laboraban como referís le lanzaban miradas constantemente, en espera de la orden para detener el enfrentamiento. Detuvo un par de ellas que no le convencieron, ordenando a los participantes al cruel destino de una vida de esclavo, mientras que a los demás les permitió continuar, terminando con un resultado de dieciséis nuevos reclutas, once esclavos más y cinco muertos.

--Marcalos, aliméntalos y después que ayuden a los otros esclavos en las construcciones --Ordenó al levantarse, un poco cansado por el monótono espectáculo--. A los nuevos reclutas solo aliméntalos, que descansen hoy y curen sus heridas. Y que mañana antes del primer rayo de sol se encuentren listos para el entrenamiento. .

--Sí, señor Orion. --Astra asintió, volviendo su mirada a los más de quinientos hombres después de ver partir a su soberano, acompañado de su séquito.

∆∆∆

El frío era intenso, los vientos feroces y la productividad mínima, perjudicando en mayor medida a la salud de los esclavos, quienes continuaban trabajando en la intemperie, forzados a culminar con la cuota del día para tener la oportunidad de comer.

Orion los observaba desde lo alto del palacio, intuyendo las maldiciones que ahora le estarían arrojando, pero aquello no influenciaba su humor, a todos ellos les había brindado la misma oportunidad de convertirse en hombres libres, salvo los recientes bandidos, quienes fueron tratados de inmediato como esclavos para salvaguardar sus vidas, por lo que los únicos culpables eran ellos mismos. Los miraba, con la niebla densa que compartía protagonismo con el frío, deseoso por ver terminadas las construcciones que solo siete días antes habían tenido inicio.

--¿Cuánto más debo observar? --Preguntó una dama, de vientre inflamado, mirada brillante y cabello opaco.

--Todos ellos son los que decidieron rescatarte --Sonrió, volteando para dirigir su mirada a ella--, ahora son mis esclavos... Una de los tuyos dice que todavía existe un ejército, más poderoso, liderado por tu hermano mayor --Acercó su mano a su rostro, sintiendo sus congeladas mejillas. Ella no hizo por resistirse--. Estoy esperando el momento a que vengan. Si es que todavía lo vales.

--¿Cuál es tu objetivo? --Preguntó, inspirando profundo y sin quitar la mano de sus mejillas enrojecidas por el calor.

--Dar muerte a quien apunta su hostilidad hacia mí. --Respondió con mirada solemne e indescifrable.

Helda acarició su brazo, sintiendo el pulso debajo de la túnica de cuero, su corazón comenzó a palpitar, su vientre a moverse y, la extraña energía en su interior a volverse más densa.

--¿Qué haces? --La frialdad de sus ojos fue más intensa que el propio frío que abrazaba Tanyer. Quitó la mano sobre su brazo, disgustado por la acción de la dama-- Jamás vuelvas a tocarme.

Helda asintió, alejándose, más por temor de lo que podría pasarle a la vida que cargaba dentro de sí, que por su propia seguridad.

--Tus manos se han recuperado. --Dijo al observar el imperceptible movimiento de sus dedos

--Lo han hecho --Afirmó, ella misma había estado sorprendida en su momento por la milagrosa e inesperada recuperación--. Pero no puedo hacer magia. No soy un peligro para ti.

Orion comenzó a reír con fervor, estaba muy impresionado con la valentía que seguía poseyendo.

--¿Peligro para mí? Ja, ja. Nunca fuiste un peligro, niña. Acaso no lo entiendes, vives porque es mi deseo, las vidas de todos aquí me pertenecen, nadie puede morir si no lo quiero ¿Entiendes?

Helda podía sentir la amenaza en sus ojos, la brutalidad de su cuerpo, los mares de sangre a su espalda, la muerte frustrada en su sombra, la interminable oscuridad en su alma. Podía sentirlo todo y, al mismo tiempo nada.

--Lo entiendo, Orion, eres nuestro soberano... Ahora, por favor, quiero regresar a mi cuarto. --Solicitó con el sudor resbalando por sienes.

Inspiró profundo, eliminando cualquier remanente de intención hostil de su cuerpo.

--¡Guardia!

La puerta fue abierta y, por el ademán de su joven señor, el custodio entendió la nueva orden.

--Sin juegos, maga, aún no tengo el deseo matarte.

Helda asintió con calma, desapareciendo al cruzar el umbral de la puerta.

*Tú no eres un sangre sucia, no, eres otra cosa ¿Quién eres en verdad? --Pensó al acariciar su vientre, temerosa por si la semilla implantada era venenosa.