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CAPÍTULO 34

Han pasado varios días angustiantes desde que Theo, Dhrent, Zane y yo decidimos partir en búsqueda de Aaron y Alec.

Dhrent ya está mucho mejor y se ha negado rotundamente a quedarse más tiempo en reposo. 

Sabíamos que en el Centro Zyrom no había sitio para esconderse, pero aún así fuimos a revisar cada rincón, con ayuda del mapa que me encontré en su momento.

Bendito mapa. 

Todo el centro ha quedado reducido a meros escombros debido al fuego. 

La felicidad en la ciudad continúa. Y se me encoge el corazón solo de pensar que hay varios que no han logrado salir… Dom, Nora, Erika… Me pregunto cómo debe de sentirse su familia al saber que el resto de hijos vuelven con sus padres, pero no los suyos.

En el centro del pueblo, algunos ciudadanos han decidido honrar a todos esos niños que no podrán volver a casa, haciendo una especie de estatua.

En el instituto, los pupitres vacíos de Nora, Dom y Erika ahora son altares improvisados, adornados con flores y notas de compañeros que aún no son capaces de sopesar su ausencia. 

Pero por desgracia, nada de eso les traerá de vuelta.

Los días siguen pasando, convirtiéndose en una cadena de amaneceres. El cansancio cada vez pesa más, pero no estoy dispuesta a rendirme. No ahora.

No después de todo.

Pasamos la noche en diferentes moteles de carretera que vamos encontrando en el camino. 

Theo se encarga de revisar mensajes y llamadas, noticias, esperando alguna pista que nos lleve a Aaron y Alec. Cuando recibimos el mapa por parte de la policía, nos empezamos a guiar por él, aunque la ubicación no es clara.

Dhrent se pasa horas estudiando mapas del pueblo, trazando rutas y marcando posibles escondites. De vez en cuando, intenta contactar a través del dispositivo con mi madre, pero tampoco da señal. 

¿Qué habrá sido de ella?

La incertidumbre me aplasta el pecho de una manera que no soy capaz de soportar.

Zane, por su parte, es el que nos dirige a todos. Intenta mantener el ánimo de todos arriba, a pesar que de él, seguramente sea el más afectado. 

Vuelve a caer la noche y nos vemos obligados a pasar la noche en un motel de mala muerte, pero tampoco necesitamos nada más para pasar la noche.

Zane y yo compartimos habitación, mientras que Theo y Dhrent comparten otra.

—Todavía se me hace raro —comenta Zane, dejándose caer sobre la cama. Ésta cruje al sentir su peso.

—¿El qué? 

—Respirar —dice, mirándome—. Es cómo que el aire fuera de ese centro es mucho más… puro.

—Lo es —respondo, acercándome a la ventana y mirando hacia el cielo, que está lleno de estrellas.

Zane se une a mí y ambos nos quedamos en silencio.

—¿Crees que alguna vez podremos dejar todo esto atrás? —pregunta, su voz es solo apenas un susurro.

—No lo sé —admito.

—Me gustaría arrancarme todo este último año de la cabeza —dice—. Pero hay cosas que prefiero recordar.

Le miro, alzando una ceja.

—¿Cómo qué? ¿Las veces que Aaron te ha torturado? —replico dándole un ligero toque de humor.

—No. La vez que me besaste. 

Y me deja callada.

—Eso también forma parte del último año de mi vida, y si tengo que mantener todos los malos recuerdos para también quedarme con ese… No me importa.

Oírle me deja sin palabras.

De hecho, me mira para asegurarse de que todavía sigo respirando.

—Pero… te apartaste —me obligo a decir, sintiendo esa punzada en el pecho al acordarme de esa noche.

Él no dice nada, sin embargo, me obliga a mirarle posando una mano sobre mi cara. 

No puedo evitar las putas ganas de besarle que se me arremolinan en el estómago como sinónimo de amenaza.

¿Lo hago? 

Sí.

No.

¿Quizá…?

Así que, lo hago.

Él se queda quieto durante unos segundos y yo siento que la sangre abandona mi cuerpo cuando veo que no responde, pero puedo volver a respirar tranquila cuando Zane me estampa contra el armario —con una fuerza que no esperaba nunca de él— mientras me sujeta la cara con las dos manos.

Ninguno es capaz de pronunciar una sola palabra, no cuando me está perforando el alma con su lengua que se mueve de manera violenta y necesitada contra la mía.

Joder.

Gime de vez en cuando contra mi boca y eso solo provoca que una red de escalofríos, como si fuera una puta tormenta, me recorra todo el cuerpo, haciendo que mis piernas pierdan la fuerza y la capacidad de mantenerse erguidas. 

—Nellie —dice contra mi boca y yo siento que pierdo la noción del tiempo, parpadear, de respirar y de todo.

Yo me separo ligeramente.

—Ni se te ocurra parar ahora —la amenaza es tan evidente en mi voz que puedo ver como eleva una de las comisuras de su boca—. La última vez que dijiste mi nombre me diste una patada en el culo.

—Y no sabes lo que me dolió hacerlo.

Siento su puto aliento sobre mi boca y eso me está haciendo perder la poca cordura que me queda.

No quiero tener una conversación de lo mal que me sentó que me dejara a medias y lo arrepentido que está por ello, así que vuelvo a atrapar sus labios con los míos. 

Arqueo la espalda de manera inconsciente, pegando mi cuerpo contra el suyo.

Siento su corazón latir contra mi pecho.

La urgencia, las ganas… todo se mezcla y corre por nuestro cuerpo. Baja sus manos y me agarra el culo, apretándolo con una ligera brusquedad que hace que me derrita.

Siento cómo el armario que tengo detrás se me clava en la espalda mientras Zane sigue presionándome contra él.

Joder.

Paso mis manos sobre su sedoso y precioso cabello negro y aprieto, tirándole hacia atrás. 

Me muerdo el labio inferior antes de besarle la nuez, el cuello, debajo de la oreja izquierda; los gruñidos que suelta mientras lo hago solo me impulsa a seguir haciéndolo.

Sus manos se mueven con desesperación y alcanzan mis muslos, elevándose y haciendo que envuelva mis piernas alrededor de su cintura.

Siento como la sangre, la capacidad de razonar y todo me abandona el cuerpo cuando Zane me carga y me tira —sin ningún tipo de cuidado— en la cama. 

Él se coloca sobre mí y siento que estoy apunto de arder como un puto incendio.

Comienza a dejar un rastro de besos húmedos a lo largo de mi cuello, mandíbula y por la clavícula. 

Yo me muerdo el interior de la boca mientras intento no perder el conocimiento mientras su manos exploran la tela que cubre mi pecho.

Acerca su cara a la mía y nuestra nariz se rozan.

—Sinceramente, pensé que esa vez te arrepentiste porque no sentías nada —confieso, intentando no tartamudear.

Él alza una ceja y, sin una sola palabra más, coge una de mis manos y la coloca sobre sus pantalones. Justo en esa zona.

Siento como la sangre regresa a mi cara y cómo empiezo a ponerme del mismo color que un tomate.

—Si esto es no sentir nada… 

Su voz suena rasposa, como si se acabara de despertar. Suena tan jodidamente sexy que podría grabarlo y ponerlo como música para dormir todas las noches.

Me arqueo hacia él y vuelvo a capturar sus labios, como si fuera lo único que necesito para poder respirar. La desesperación me consume, pero no me achanto.

Él no protesta. Me devuelve el beso con las mismas ganas, con esas ganas insaciables que están al borde de llevarnos al puto infierno.

—Todavía no hemos ganado esta guerra y ya estamos celebrando…

Su mano viaja por la cara interior de mi muslo y siento como mi corazón traidor empieza a latir mucho más rápido. 

—Uno nunca sabe lo que puede pasar mañana —susurro, casi sin fuerzas para articular una sola palabra.

Y las pierdo completamente cuando desliza su mano dentro de mis pantalones, acariciando la tela de mis bragas. Un escalofrío me recorre toda la espalda y me obliga a arquear la espalda.

Él esboza una sonrisa igual de traviesa que satisfecha. 

—Si parase ahora…

—... te mataría.

Su boca atrapa la mía, su lengua empieza a luchar contra la mía mientras sigue moviendo su mano sobre mi ropa interior. 

—¿No he tenido bastante tortura ya como para que lo hagas tú también? —espeto, con impaciencia.

Él esboza una sonrisa y se muerde los labios, justo a escasos centímetros de los míos. 

La vista parece el mismo puto cielo; bueno, en este caso el infierno, porque no hay manera que podamos poner un pie en el cielo.

Estoy a punto de quejarme de nuevo, pero se me quitan las ganas de hacerlo cuando, esta vez, su mano se mueve por debajo de la tela de mi ropa interior.

Ahogo un grito en su boca.

Espero que Theo y Dhrent estén durmiendo.

Entierro las uñas en su nuca mientras mueve su mano con una habilidad que no deja lugar a dudas que es un experto. Y eso me provoca tanto placer como celos. 

Quiero pedirle que me toque más, que lo haga más rápido, pero no puedo decir una sola palabra. Mi corazón se me va a salir del pecho y yo voy a explotar como una puta bomba. 

Me limito a gemir contra su boca mientras me sigue tocando.

—¿Vas a follarme ya o tendré que esperar un año más? —escupo, más impaciente todavía.

—Lo que ordenes.

Es lo último que dice antes de deslizar uno de sus dedos dentro de mí. Va aumentando el ritmo de manera gradual y yo siento que me vuelvo loca.

Yo aprovecho para mover mis caderas al ritmo del movimiento de sus dedos. Una ola de placer me sacude todo el cuerpo, haciendo que todos los músculos que existen en el cuerpo de un ser humano se me tensen. 

Por unos segundos, hasta empiezo a ver borroso.

Estoy a punto de explotar, y lo hago contra la boca de Zane, quién acoge mi grito sin protestar.

Saca sus dedos y murmura algo, poniéndose de pie. 

Yo no sé qué mierda está a punto de hacer, pero me deshago de mis pantalones y mi ropa interior y la tiro por encima de mi cabeza. 

Zane me observa divertido y yo me incorporo, posando mis manos sobre la bragueta de su pantalón. Él no dice nada, simplemente se queda quieto, mirándome como un depredador mientras le bajo los pantalones junto a sus bóxers. 

Le miro y veo el movimiento de su nuez subir y bajar. 

Aprieta la mandíbula y yo estoy a punto de llorar de lo mucho que necesito sentirle de nuevo. 

Él se vuelve a poner encima de mí y yo paso mis dedos por su espalda, con suavidad. Sentir su piel bajo mis dedos me provoca escalofríos; recorro las cicatrices que le dejaron con el látigo con todo el cariño del mundo, pero ese cariño se reemplaza por deseo cuando tensa los músculos y los siento fuertes bajo mi tacto.

—Zane… 

Mis piernas se mueven por voluntad propia, abriéndose hacia los lados, justo para que Zane pueda colocarse entre ellas.

Él lo hace, y cuando noto su dureza contra mi entrepierna, siento como saltan chispas. 

Va dejando un rastro de besos desde mi mandíbula hasta mi ombligo.

—Deja de jugar, joder —espeto y él se ríe.

—Te estoy dando el tiempo para arrepentirte.

Es imbécil.

Con decisión, meto la mano en el hueco que hay entre nuestros cuerpos y le agarro el miembro, que se siente tan duro como una puta piedra.

Zane tiene que morderse el labio inferior para no gritar al sentir el tacto de mi mano.

Lo guío hacia mi entrada, pero él me detiene, agarrándome las manos con una de las suyas y colocándolas por encima de mi cabeza.

—¿Qué haces?

Él no dice nada, simplemente, con su otra mano empieza a rozar la punta contra mi sexo y yo me estoy empezando a desquiciar. 

Se agacha para que nuestras bocas se encuentren de nuevo en un beso desesperado y, en cuestión de segundos, me empala completamente.

Gimo en su boca al sentir como se va haciendo paso dentro de mí.

—¿Todo bien? —pregunta, con la voz entrecortada. Yo asiento.

Un gesto gentil que se ve opacado con la brutalidad de las embestidas que lo siguen, mientras una de sus manos me agarra el cuello.

En estos momentos tengo la mente en blanco; estoy completamente nublada por el placer mientras el sonido de nuestros cuerpos chocando se convierten en una melodía de la cuál jamás podría hartarme de escuchar. 

Cuando libera mis manos, las vuelvo a pasar por su cabello, enredo mis piernas sobre su cintura y le obligo a ir más profundo.

Me agarra las tetas como si fuera su condición para poder vivir; las aprieta y las muerde mientras sigue con sus movimientos. 

No puedo más.

Estoy al borde del colapso.

Siento que cada toque, cada mirada que me echa como si fuera su puta presa, cada palabra que me susurra al oído, me está llevando por el camino de los demonios. 

Empieza a moverse más rápido y eso solo significa que está a punto de correrse, al igual que yo. 

Un par de minutos después, cae rendido sobre mi pecho mientras nuestros corazones intentan apaciguarse. 

Siento su respiración en mi oreja mientras le acaricio la espalda con cariño.

—Joder, no sabía lo mucho que necesitaba esto —murmura en mi oído.

Ni yo.

Entonces, me obliga a rodar sobre la cama y esta vez quedo encima de él. 

—Siento que ahora te quiero un poco más —digo, con diversión.

Él eleva una de las comisuras de la boca y entonces la mirada que me lanza me provoca escalofríos.

Nos hace rodar de nuevo y se vuelve a colocar encima de mí, hambriento.

—Entonces prepárate, porque voy a hacer que me ames.

Y con esas últimas palabras, vuelve a abalanzarse hacia mi boca, sin tregua.

***

Al día siguiente siento que me ha pasado por encima un rinoceronte. 

Pero Dhrent nos da una buena noticia. 

La mejor puto noticia que podríamos haber escuchado.

—Les encontré.

Nos pusimos en marcha y tardamos un par de horas hasta que llegamos al lugar.

Era una especie de bunker viejo, al cual le habían pasado factura los años. 

No dudamos en entrar y enseguida nos dieron la bienvenida un montón de escombros, el olor a humedad y la agradable imagen de Alec y Aaron atados de manos y pies, apoyados en una columna que sujeta todo el lugar.

—Vaya, qué sorpresa —digo, sonriente.

Los ojos de ambos se abren con sorpresa.

—¿Qué hacéis aquí? —indaga Aaron.

—¿No es obvio? Hemos venido a por vosotros.

—¿Cómo nos habéis encontrado? 

—La pregunta es: ¿quién os ha encontrado antes que nosotros? —pregunta Theo, alzando una ceja—. ¿O habéis decidido ataros por vuestra cuenta?

—El humor siempre ha sido tu especialidad, ¿no, Theo? Porque nunca has servido para nada más —replica Aaron con una dureza que a cualquier otro hubiera hecho que le temblaran las piernas.

Pero no a nosotros.

Zane saca una pistola y apunta directamente a la cabeza a los dos.

—En mi caso, el humor no es lo mío —espeta Zane, con seriedad.

—Eres igual de penoso que tu padre —espeta Aaron.

Parece que tiene ganas de morir.

Zane se acerca y le da un golpe con la culata de la pistola, haciéndole una brecha en la ceja. En seguida empieza a brotar un abundante hilo de sangre.

—No me toques los huevos —escupe Zane, rabioso—. No estás en posición de decir gilipolleces.

Entonces, todos nos giramos rápidamente cuando empezamos a oír pasos detrás nuestra. 

Los pasos se acercan, firmes y seguros, resonando contra el suelo de piedra.

Zane, con la pistola aún en mano, gira sobre sus talones y apunta directamente a la figura. 

Es una mujer, es todo lo que puedo decir. Ella avanza, con la una capucha ocultando su rostro. 

Se detiene frente a Alec y Aaron, justo a nuestro lado. 

Todo se queda en silencio mientras ella se quita la capucha, revelando su rostro y el dolor de una madre que había creído perder demasiado.

—Si sueltas a los perros, no puedes evitar que te muerdan —dice ella, con un tono de voz victorioso.

Alec y Aaron intercambiaron una mirada de desconcierto. Habían jugado un juego peligroso y ahora los que enfrentarían las consecuencias de sus actos son ellos.

—¿Mamá? —murmuro, mi voz apenas audible—. ¿Qué…?

Zane baja la pistola lentamente, la tensión en sus hombros disminuyendo.

Mi madre da un paso hacia delante, su mirada pasando de mí hacia Alec y Aaron.

—Supongo que no esperabáis verme, ¿no?

—Tú… —espeta Aaron con rabia.

—¿Hacer que mi vecina manipule los frenos de mi coche para provocar un accidente? —dice mi madre, riéndose—. ¿De verdad pensabas que ibas a acabar conmigo así?

—Deberías de estar muerta.

—Tienes razón, debería. Pero no soy estúpida, no como has creído que soy. 

—Ella me aseguró que habías muerto en el accidente —replica Aaron, supongo que refiriéndose a la vecina.

Mi madre suelta una risotada y asiente.

—Claro, porque cuando uno está con una pistola en la cabeza no tiene otra opción más que hacer caso, ¿no crees? 

La tensión en la habitación se ha disipado, al menos, por nuestra parte. 

Mi madre ocupa el lugar de protagonista en medio de todos estos escombros y su sonrisa satisfecha ilumina todo el lugar.

—Siempre he estado un paso por delante —continúa, con un tono más suave, pero aún así su voz suena afilada—. Y no iba a dejar que te salieras con la tuya, Aaron.

Alec, aún aturdido, intenta recomponerse.

—¿Y ahora qué? ¿Vas a entregarnos a la policía? —pregunta, desafiante a pesar de no estar en una situación favorable.

Mi madre se acerca a él, con una mirada penetrante que parece un escáner. 

—La justicia tiene muchas caras, Alec. Y no todas requieren de una celda —dice.

—¿Y qué vas a hacer? ¿Matarnos? —Alec chasquea la lengua.

Ella se levanta y se ríe, negando con la cabeza.

—No, no voy a mataros —les dice—. Yo soy piadosa.

Aaron suelta un gruñido, con el orgullo herido.

—No necesitamos tu piedad —escupe.

Mi madre sostiene la mirada de Aaron con una seguridad escalofriante.

—No, no seré yo quien los mate —continúa—. Pero eso no significa que alguien más no lo haga.

Un silencio tenso cae sobre el lugar, interrumpido solo por Zane, quién da un paso al frente, decidido, levantando la pistola y apuntando directamente a sus cabezas.

—No dejaré que pongan en peligro a nadie más —declara, con firmeza—. Ya han hecho suficiente daño.

Mi madre asiente con aprobación.

—Entonces, supongo que todo está dicho —concluye ella. 

Alec y Aaron intercambian miradas nerviosas.

—¡Haz algo, papá! —exclama Alec, sacando ese niño chillón que llevaba escondido.

—¿Qué quieres que haga?

—¿Vais a matarnos? —indaga Alec, escandalizado, mirando a Zane—. ¿¡A nosotros!? ¿A los que os hemos mantenido con vida durante todo este tiempo?

Veo como la mandíbula de Zane se tensa. Su agarre sobre la pistola se vuelve mucho más firme que antes y los dedos que están puestos en el gatillo empiezan a temblar. 

—Tu padre no estaría orgulloso de ti después de esto, Zane —añade Aaron, intentando cambiar las tornas.

—Por Dios, Aaron —interviene mi madre, con burla—. ¿Chantaje emocional ahora? ¿Hasta que no mueras no vas a parar de humillarte?

—Zane, hemos pasado mucho tiempo juntos —continúa Aaron, ignorando a mi madre—. ¿Te acuerdas?

—No, porque siempre estaba drogado —espeta Zane con crudeza—. Y ahora que he recuperado mis recuerdos, solo me viene a la cabeza un par de hijos de puta que se han aprovechado de unos niños. 

—Eso no es así —interviene Alec—. Nacisteis con un problema… El suero podía remediarlo.

—Queríais convertirnos en máquinas a vuestra merced —insiste Zane—. En asesinos.

Zane aprieta aún más la pistola, sus ojos brillando una mezcla de ira y dolor. 

Entonces, un estruendo nos sorprende y casi me caigo de culo cuando varios agentes de policía irrumpen en el lugar, con las armas desenfundadas y listas para disparar. 

—¡Alto! ¡Todos al suelo! —grita uno de ellos, con una autoridad escalofriante.

Los agentes avanzan hacia nosotros con paso firme, pero algo en su actitud no me tranquiliza del todo. Sus miradas son frías, casi despiadadas.

—¡Todos al suelo, ahora mismo! —ordena uno de los agentes, su voz resonando en la habitación.

Zane tensa los músculos, su mirada fija en los policías. Mi corazón late con fuerza en mi pecho mientras intento procesar la situación. 

—Algo va mal —susurro, mi voz apenas un murmullo.

Zane asiente levemente, su ceño fruncido en concentración. Algo no encaja aquí, y ambos lo sabemos.

Puedo oír una risa detrás nuestra, y no me hace falta girarme para saber que es Aaron.

—¿Ahora qué, eh? —espeta él, con gracia. 

Mi madre se coloca delante de mí, como si fuera un escudo. 

—Chips localizadores… —dice Alec—. Sólo estábamos ganando tiempo, estúpidos.

Mierda. 

¿Nos han engañado? 

¿De verdad nos han manipulado como títeres?

Siento como mis entrañas se revuelven de solo pensar que, realmente, siempre han tenido ventaja en todo.

Entonces, oigo como mi madre chasquea la lengua, con gracia.

—¿Tienes algo que decir, Alice? —indaga Aaron, con chulería.

—Sí… —puedo ver como esboza una sonrisa satisfecha—. Que me encanta verte la cara de idiota.

Con esas últimas palabras, se oye el sonido de dos disparos.

En cuestión de segundos, los agentes de policía caen al suelo delante de nosotros. El eco sordo de sus cuerpos chocar contra la piedra retumba por las paredes.

No entiendo nada.

Delante de nosotros, emerge otra figura más.

Nos quedamos en silencio, expectantes, aunque yo ya no sé qué está a punto de pasar. He perdido el hilo completamente.

—Hola, hijo —dice el hombre. 

Zane está con la boca abierta, incrédulo. Tiene que parpadear varias veces para asegurarse de que está despierto y no soñando.

El agarre de mi madre se vuelve más firme, pero más cálido. Me empuja hacia ella mientras observamos como el padre de Zane se acerca a él con lentitud.

Pero Zane no se mueve.

Cuando están a escasos pasos, el padre tira de él y le envuelve en un abrazo que, me juego lo que queráis, que llevan esperando durante años. 

El reencuentro es tan emotivo que siento hasta ganas de llorar. Y entiendo a la perfección cómo debe de estar sintiéndose Zane en estos momentos… Creer que tu padre está muerto y encontrarte con que no es así… 

Es difícil de digerir, pero no me quejo.

De hecho, aprovecho para abrazar a mi madre y sentir ese calor maternal que tanto he echado en falta durante este tiempo.

Cuando Zane y su padre se separan, se acercan a nosotros.

—Hola, Alice —le saluda a mi madre.

—Kaín.

Él esboza una sonrisa satisfecha.

—Bueno, supongo que hay muchas cosas de las que hablar… ¿no?