—¿Kace? —Esperanza se acercó a él—. Te he estado buscando porque no estás en tu habitación.
Kace estaba apoyando su cuerpo alto contra la pared, de pie en la terraza, mirando a lo lejos donde se ubicaba la aldea, rodeada por un muro para protección.
—¿Por qué? ¿Me echas de menos? —Kace inclinó su cabeza y sonrió, tal como solía hacer.
Si Esperanza no lo conociera mejor, habría pensado que el licántropo había vuelto a su personalidad despreocupada habitual.
Sin embargo, ahora se daba cuenta de que solo había vuelto a su fachada.
Esperanza caminó hacia él y lo abrazó fuertemente, sintiendo su cuerpo contra el suyo mientras enterraba su cara en su pecho.
—¿Qué? ¿Qué pasó? —Kace recorría su largo cabello negro mientras veía cómo el sol finalmente se levantaba detrás de la montaña.
Era una mañana tranquila, tan calmada y serena como si su pureza pudiera lavar todos los pecados que había cometido o limpiar cualquier rastro de sangre de sus manos y su memoria.
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