Aria se abrazó a sí misma en un rincón de su habitación, palideció al recordar el hecho de que Emma había muerto a causa de la extraña enfermedad que padecía.
—No... eso no soy yo. No fue por mí... —Repitió la misma cosa una y otra vez, mientras se abrazaba a sí misma—. Su cuerpo entero temblaba violentamente. No podía pensar con claridad.
Aria tuvo que hacer un gran esfuerzo para contener sus sentimientos de culpa, para que nadie sospechara de ella, porque debían saber que la muerte de un niño al que ni siquiera tenía afecto no debería afectarle de esta manera.
Cuando Dalia entró en la habitación después de escuchar lo sucedido en el orfanato, Aria levantó la cabeza y corrió hacia ella de inmediato. No podía dejar de temblar, su miedo se convirtió en ira.
—¡¿QUÉ PASÓ REALMENTE?! ¡ÉL NO DIJO NADA DE QUE LOS NIÑOS MORIRÍAN! —Aria rugió y eso hizo que Dalia intentara apresuradamente calmarla.
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