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—César estaba mortalmente serio, y aun en su horrible estado, Adeline lo sabía. Este hombre nunca la iba a dejar ir.
—Se había metido en un lío del que nunca sería capaz de escapar, y él la había advertido al principio.
—El ascensor sonó y se abrió, y César salió, sosteniendo todavía a Adeline. Se dirigió a su dormitorio, entró y se acercó a su cama.
—Fue lo suficientemente cuidadoso como para dejarla caer en la cama de manera segura, sin ninguna intención de lastimarla. Tan pronto como lo hizo, Adeline se arrastró lejos de él hasta el borde de la cama, su mano arrebatando el edredón para cubrirse con él.
—Estaba sollozando en silencio con la cabeza baja. El mechón de pelo que cubría su rostro, caía sobre la cama.
—César se quedó de pie, mirándola. Su corazón se comprimía completamente en su pecho al verla de esta manera.
—¿Las cosas buenas se arruinan así en nada menos que un día? ¿Era todo tan fácil?
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