Nunca habían visto algo como Adeline. Era diferente, no como los humanos que habían conocido antes.
Los pequeños niños se escondían detrás de sus padres, capaces de oler su aroma humano. Nunca antes habían olido tal fragancia, ya que nunca se les permitía salir de la manada.
La mirada de Adeline se posó en uno de los pequeñitos cachorros, escondiéndose detrás de su hermanito. Era demasiado lindo, con pequeñas orejas puntiagudas de lobo en el otro lado de su cabeza.
Estaba gritando internamente; esto era algo que nunca había vislumbrado antes y quería abrazarlo.
—¡Tan lindo! Tenía el jodido impulso de tocar y acariciar al pequeño niño, pero sabiendo que el niño correría o que las miradas se intensificarían, decidió mantener sus manos a raya. Era mejor mantenerse al margen de los problemas.
—Muñeca —César la arrastró consigo, y al llegar frente a un edificio masivo similar al de su hacienda con una pared completamente pintada de blanco, se detuvieron.
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