—Mientras no te vayas, siempre te protegeré —la voz de Howard era suave, cargada de emociones que Jelia no podía discernir del todo.
Levantando la vista hacia Howard, Jelia susurró:
—Mientras no me pidas que me vaya, nunca desapareceré.
No era una niña ingenua ajena al mundo.
Si lo fuera, no habría sobrevivido hasta ahora, ni estaría de pie frente a Howard, ofreciendo un intercambio de trabajo por comida.
Pero Howard solo sonrió y no dijo nada más.
El tendero ya había salido del almacén, llevando un paquete en sus manos.
—Aquí hay cinco vestidos de tela. Puede que no sean de la última moda, pero ciertamente son hermosos.
Tal vez el tiempo había aliviado la tensión, ya que el tendero de mediana edad comenzó a negociar un precio con Howard.
—Por todo esto, treinta monedas de plata.
Abrió el paquete para mostrarle a Howard la ropa, asegurándose de que no los engañaran con mercancía dañada.
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