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Demasiado perfecto y otras historias

Errar es humano: todos tenemos defectos, y esto es porque, entre otras cosas, cualquier cosa puede ser un defecto, incluso carecer de defectos.

YuaraKant · Urbain
Pas assez d’évaluations
10 Chs

VI

—Pero ¿estás seguro? —preguntó Fede—. ¿En serio quieres que te meta como auxiliar administrativo?

Jorge asintió con la cabeza. (Si fuera por mí, mejor méteme como CEO, pero lo mejor será empezar desde abajo para agarrar experiencia y subir poco a poco. Además, como auxiliar administrativo voy a entender mejor cómo funciona la empresa y cómo puede mejorarse.)

(Y somos amigos. Cualquier pedo que haya sé que te vas a poner de mi lado.)

—Órale pues —dijo Fede—. Deja le digo a mi papá para que te meta en la empresa. Al cabo ya te conoce. Vente.

Fede se dirigió a la oficina de su padre, y Jorge lo siguió.

La puerta de la oficina estaba cerrada.

Fede tocó dos veces.

—Adelante —dijo una voz dentro de la oficina.

Fede abrió la puerta y dejó a Jorge entrar primero.

—¡Jorge, qué sorpresa! —dijo el padre de Fede—. ¿Qué haces por acá?

—Sí, papá —Fede entró a la oficina y se acercó a él—. Lo que pasa es que Jorge quiere ver si lo metemos en la empresa como auxiliar administrativo.

—¿Y eso? —preguntó el padre de Fede—. Tan listo y con título. Debería pedir un puesto más alto.

—Sí, pero es que como no tiene experiencia, quiere empezar desde abajo. Luego ya va a ir creciendo.

—Ah, ya —el padre de Fede asintió con la cabeza—. Ahora sí ya te entendí. No, sí, perfecto, me parece muy bien. Si quieres que empiece contigo, y ya tú le enseñas cómo están las cosas.

—Sí, está muy bien —dijo Fede.

Entonces, el padre de Fede se levantó de su escritorio y le extendió la mano a Jorge.

—Bienvenido.

Jorge sonrió y le dio un apretón de manos.

—Gracias, papá. Vente, Jorge —dijo Fede, y Jorge lo siguió.

—Antes de que se vayan —dijo el padre de Fede, cuando Fede y Jorge estaban a punto de salir de la oficina—, díganle a Tere —la encargada de recursos humanos— que prepare el contrato de Jorge y que le diga todos los documentos que necesita.

—Ok —dijo Fede, y él y Jorge obedecieron. Después, se dirigieron al área de producción. Con lo primero que se encontraron fue con un largo pasillo y un escritorio en la entrada.

—Ese va a ser tu escritorio —dijo Fede, y Jorge se sentó ahí (bueno. Empezamos bien. No es una oficina, pero al menos no es un escritorio de cartón)—, si quieres ahorita atiende las llamadas de los proveedores. Todas las fechas y datos que te den las organizas en la agenda. Ya después te digo cómo funciona el área y todo lo que vas hacer. Voy y vengo —y Fede se fue.

Jorge entonces miró a su alrededor. Los pocos empleados que entraban y salían parecían suficientemente absortos en su trabajo para fijarse en él.

(Parece bastante tranquilo, y como solo soy un auxiliar, nadie me va a andar fregando.)

Después sacó su celular y le mandó un mensaje a su padre donde le decía todo acerca de su nuevo trabajo.

El teléfono que había en el escritorio sonó. Jorge tomó el auricular.

—Bueno, tú no eres Fede, ¿verdad? —dijo una voz— Bueno, no importa, tú nomás avísale que habló el Lic. Esparza —Jorge comenzó a buscar frenéticamente en el escritorio una hoja en blanco en donde anotar, pero lo único que encontró ahí fueron documentos aparentemente importantes—, que la cotización aumentó, para que se ponga en contacto conmigo. Adiós —el Lic. Esparza colgó, y Jorge abrió los cajones y los inspeccionó con igual frenesí.

El teléfono sonó otra vez. Jorge descolgó el auricular y continuó buscando.

—Bueno, habla el contador Peralta. Oye, voy a necesitar los expedientes de los últimos meses —por fin Jorge encontró un pequeño bloc de notas adhesivas—. Voy a mandar al Pedrote para recogerlos. Bye —El contador Peralta colgó.

Jorge tomó una nota adhesiva y anotó "Lic. Espinoza va a mandar expedientes. Hacer cotización."

Inmediatamente después llegó una persona bastante alta. Era Pedrote.

—Vengo por los expedientes.

Jorge lo miró extrañado.

—¿No los tienes? Se supone que ya tenían que estar aquí.

(Pues a mí no me han mandado nada.)

—Han de estar allá atrás —Pedrote señaló varios archiveros que había detrás de Jorge.

(Ah, mira, ni sabía que esto estaba aquí.)

Jorge abrió unos archiveros y se detuvo.

(Pero no los han traído. ¿Por qué estarían aquí?)

—A ver, quítate, mejor lo busco yo —Pedrote se acercó a los archiveros y comenzó a buscar.

(Pues ahí no los vas a encontrar, pero bueno…)

—¿Qué pasó? —Fede llegó y se acercó a los archiveros.

—Es que ando buscando unos expedientes para el contador Peralta —dijo Pedrote.

—¿Cuáles expedientes? —preguntó Fede.

—No sé —respondió Pedrote—. Creo que le dijo al chavo de acá —señaló a Jorge con la mirada.

Jorge miró a Fede sorprendido y se encogió de hombros.

A ver —Fede abrió otro archivero y tomó varios documentos—. De seguro son estos; si no que me hable y yo se los mando.

Pedrote tomó los documentos y se fue.

—¿Qué pasó? —Fede le dio a Jorge una palmada en el hombro—. ¿Cómo vas con la chamba?

Jorge lo miró y suspiró.

(Puros pinches pedos.)

Fede rió.

—Sí es pesado, pero cuando le agarres la onda ya va a ser mucho más fácil. Bueno, entonces deja te enseño cómo encargarte de la agenda, hacer reportes, comunicarte con los distintos departamentos, tramitar expedientes, organizar todos los archivos—y eso sí urge porque es un desmadre—y a ver qué más.

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—Jorge, ¿eres tú? Vente acá a la sala; queremos hablar contigo —le dijo su padre.

(¿Queremos?)

Jorge, que acababa de llegar del trabajo, dejó sus cosas en el recibidor, se llevó las manos a la cabeza y respiró profundamente. (Ojalá sea rápido, que estoy cansadísimo.)

Después se dirigió a la sala. Ahí se encontró a su padre, a su madre y a su tía Esther.

(¿Qué pasó? ¿El abuelo murió?)

—Siéntate —le dijo su padre.

Jorge se sentó en uno de los sillones libres.

—Acabo de hablar con el papá de Fede —dijo el padre de Jorge—. Le dije que por qué se quería aprovechar de ti. Tú te mereces un puesto de ejecutivo para arriba. ¿Qué chingaos es eso de auxiliar administrativo? Los Dávalos no somos chalanes de nadie. ¿Qué va a pensar la gente de nosotros?

(Espera. ¿Hablaste con el papá de Fede? ¿Por qué? Y fui yo quien le pedí ese puesto.)

—Sí, hijo, y tú valórate tantito —la interrumpió la tía Esther—. Eres un buen niño, buenísimo con las matemáticas y eso.

(Y ¿eso qué? ¿De qué me sirven las matemáticas si no tengo experiencia?)

—Aparte lo que más me cagó es que te pusiera como el chalán de su hijo. Si a él tú le ayudabas a estudiar. Él debería ser chalán tuyo.

(Claro que no; él trabajaba desde que estábamos en prepa. Él tiene experiencia y yo no.)

—Le dije que o te pone como ejecutivo o algo o a la chingada. ¡Yo no voy a dejar que nadie se aproveche de mi hijo!

(¡Pero nadie se está aprovechando de mí! ¡Y cómo chingaos voy a ser ejecutivo si no tengo experiencia de nada!)

—Y aparte ¿por qué aceptaste? Te están viendo la cara de pendejo. De veras, es que para unas cosas eres muy listo, pero para otras…

—Eso sí —dijo la tía Esther—, es que eres muy noble y no te valoras. Valórate tantito. Tú eres mejor que cualquiera.

(¡Si es así ¿por qué nadie me quiere contratar?!)

—Es que tienes mucha capacidad —dijo la madre de Jorge.

(¡Claro que no! ¡Si apenas puedo con lo que me encargaron! ¡No tengo nada de capacidad y no sirvo para nada! ¡¿Por qué no me di cuenta antes?!)

—De seguro es culpa del Fede ese. Para mí que le anda batallando en la chamba y le habló a Jorge para que haga todo.

(¡CLARO QUE NO! ¡¿POR QUÉ HABLAS SIN SABER?! ¡Y EL QUE ANDA BATALLANDO SOY YO, PORQUE NO PUEDO, NO PUEDO, NI SIQUIERA PUEDO CON UN PINCHE TRABAJO DE RECEPCIONISTA! ¡NO SÉ HACER NADA, NO SIRVO PARA PINCHE NADA! ¡¿DE DÓNDE VERGAS SACARON QUE SOY LISTO?! ¡¿POR QUÉ CHINGADOS ME MINTIERON?!)

Lágrimas comenzaban a recorrer las mejillas de Jorge.

Pero ellos no lo notaron.

—¡Pinche Fede hijo de su puta madre! —gritó el padre de Jorge—. ¡Pero, a ver… ¿por qué tuviste la pendeja idea de hacerte el chalán de ese cabrón?!

—¡Porque no soy tan listo! —respondió Jorge—. ¡¿Saben cómo se siente que te digan que puedes hacerlo todo, cuando no puedes?! ¡¿Saben qué se siente creer toda tu vida que eres alguien especial y descubrir que no lo eres?! ¡Ustedes creen que puedo cambiar el mundo, y casi quieren que lo haga, pero no puedo! ¡No puedo!

—¡A mí no me hablas así, pendejo! —exclamó el padre de Jorge—. ¡Soy tu padre y me respetas!

—¡Pues tú respétame a mí también! ¡¿Qué derecho tienes tú a meterte en mis cosas!

El padre de Jorge le dio un puñetazo a su hijo con todas sus fuerzas. Jorge cayó al suelo y se llevó la mano al rostro.

Estaba sangrando de la nariz.

Tanto la madre de Jorge como la tía Esther se escandalizaron al presenciar la escena.

Pero ninguna de las dos siquiera intentó hacer algo al respecto.

—¡Yo soy tu padre! —gritó el padre de Jorge—. ¡Yo solo quiero lo mejor para ti, así que dile al pendejo de Fede que renuncias a su pinche trabajito, y ya consíguete un puto trabajo! ¡¿O crees que no nos has humillado suficiente?!

Jorge no dijo nada.

—¡Ya vete, que no te quiero ver! —el padre de Jorge salió de la sala, entró a la cocina y azotó la puerta.

(¡CHINGA TU PUTA MADRE, VIEJO PENDEJO! ¡OJALÁ Y TE MUERAS! ¡YA MUÉRETE! ¡MUÉRETE! ¡TE ODIO! ¡APENAS TENGA UN BUEN TRABAJO ME VOY A IR A LA CHINGADA PARA NUNCA VOLVERTE A VER!)

Jorge se levantó lentamente.

La tía Esther se acercó ligera e indecisamente hacia él.

(Nomás vienes a decirme por qué ese pendejo tiene razón. Chinga tu madre tú también.)

Jorge le dio la espalda a la tía Esther, regresó a la entrada para recoger sus cosas y se dirigió a su habitación.

Entonces Jorge sacó su celular y comenzó a marcarle a Fede y a mandarle mensajes para tratar de aclarar la situación.

Pero Fede nunca contestó.