De repente llaman. Es Ken. Es extraño. Envío a Song de vuelta. Abro.
–Hola. ¿Sucede algo?– pregunto.
Ella me entrega una nota.
–Lo siento. Es culpa mía. No se lo debería haber contado. Me tengo que ir. Nos vemos– se despide.
No sé de qué va todo esto. Lo único que tengo claro es que su disculpa no es muy sincera. Conozco esa sonrisa pícara. Suspiro. Me temo con quiénes tiene que ver. Abro la nota y la leo:
"Ken nos ha contado lo que hicisteis en el bosque. No es justo. Nosotras también queremos. Te esperamos donde nos conocimos. Ven pronto. El agua está fría"
Cuando me doy cuenta, estoy sonriendo. Es un recuerdo extraño y sensual. También conocí a Ning allí. Aunque no estaba tan obediente entonces. Supongo que no me queda más remedio que ir.
Aviso a las chicas. Se ríen y me dicen que las trate muy mal. Y que luego les explique todos los detalles. Son un poco cotillas. Por supuesto, yo no lo soy. No me dejan. Si les pregunto de qué hablan, rara vez me lo dicen. Solo se burlan.
—————
Salgo de la cabaña y me voy hacia el estanque. No vaya a ser que cojan un resfriado. Claro que es imposible para dos cultivadoras. Por muy perezosas que sean.
Resulta relajante recorrer el bosque ahora. En el pasado, como esclavo, apenas podía disfrutar de él. Estaba demasiado ocupado. Aunque mi relax acaba cuando llego cerca del estanque. Se oyen voces. No parecen amistosas. Invoco a Rui, su ropa y sus armas.
–Vístete y escóndete. Estate atenta, puede que te necesite– le ordeno, sin dejar de contemplar su cuerpo desnudo.
–Sí, amo– obedece ella.
Me acerco a las voces, al estanque. Tengo un mal presentimiento. Ellas deberían que estar allí.
–Salid del agua o entraremos nosotros– amenaza una de las voces.
Es una voz masculina, todas los son.
–No vengáis con que estáis desnudas. Todos sabemos que sois unas putas– añade otro, mientras me voy acercando. Siento la rabia crecer en mi interior.
–Solo tenéis que abriros de piernas como siempre. Solo queremos divertirnos. No es la primera vez– se oye a un tercero.
–Dejadnos en paz. No os hemos hecho nada– suplica asustada una voz femenina. Es Bi Lang. Aprieto los puños.
–Si os abrís de piernas para un sucio esclavo, también lo podéis hacer para nosotros. Salid de una vez, no nos hagáis entrar– amenaza otro.
Son cinco. Su cultivación entre cinco, como ellas, y ocho. Ellas están en el estanque. Abrazadas. Asustadas. Desnudas.
Sus ropas están en la orilla. Uno de ellos coge una de las minifaldas con desdén. Es el de nivel ocho.
–No hay mucha diferencia entre no llevar nada y llevar esto. Salir de una vez, putas, y haced vuestro trabajo.
El estudiante sale volando. Se estrella contra un árbol. Parece que ha perdido el conocimiento. Supongo que está vivo. Aunque le faltarán algunos dientes. Un bastonazo con qi de alguien en un reino superior debe ser muy doloroso. Más aún si lo he cogido por sorpresa. No he podido contenerme.
Se giran hacia mí. Incrédulos. Asustados. Paralizados. Al menos tres de ellos. El cuarto ha recibido un bastonazo en la entrepierna. Está agachado, de rodillas, doliéndose.
Uno de ellos empuña una espada. El resto ni siquiera iban armados. Da un paso atrás. Mirándome.
–¿Quién… eres? ¿Qué es lo que quieres?– pregunta uno de ellos.
–Soy un sucio esclavo. Quiero daros una paliza por insultar y molestar a mis chicas– respondo sin dudarlo.
El tono de mi voz debe de sonar bastante enfadado. Porque lo estoy. ¿Cómo se atreven a asustarlas así? ¿A querer forzarlas? Siento que quiero arrancarles los brazos uno a uno. Luego las piernas.
–¿So… Son tus chicas? Ha… Haberlo dicho antes. No hay por qué pe… pelearse. Son tuyas si las quie… quieres. Son solo unas putas– concede.
Un momento después pierde algunos dientes. Cae al suelo, sangrando. ¿Debería matarlos? Lo haría si no estuvieran ellas aquí. No quiero que sean cómplices en esto. No sé como les afectaría. Además de que otros pueden saber que venían. Es típico de este tipo de gente fanfarronear.
Los dos que quedan intentan huir. Uno se tropieza con mi bastón. "Casualmente", ha llegado entre sus piernas. Luego recibe un bastonazo en el estómago. Se queda doliéndose en el suelo, con las manos en el lugar del golpe.
El otro tropieza cuando quiere huir. Cae de bruces. No creo que haya visto que ha sido Rui. Llegó hasta él y lo arrastro de vuelta. Le doy algunas patadas por el camino.
Miro hacia las chicas. Su mirada es intensa. Me sonríen tímidamente. Me vuelvo hacia los matones.
–Esta vez os dejaré con vida. Si volvéis a molestarlas, no habrá una tercera vez. Llevaros a vuestro amigo. ¡Ya!– los apremio.
Se incorporan como pueden. Aterrados. Doloridos. No se atreven a mirarme. Se alejan trastabillando. Arrastran al de la etapa ocho. Está inconsciente. Con la mirada, ordeno a Rui que los vigile.
Me vuelvo hacia ellas. Me acerco a la orilla. Ellas también se acercan. Ya no se cubren sus cuerpos desnudos. Sonríen. También hay lágrimas en sus ojos.
–¿Estáis bien?– pregunto preocupado.
Ellas me cogen cada una de una mano. Asienten con la cabeza. Y estiran a la vez. Me hacen caer al agua. Vestido.
–¿Qué…?– es todo lo que alcanzo a decir cuando saco la cabeza.
Bei Liu me impide decir más. Sus labios atacan los míos. Con pasión. Más de lo habitual. Casi diría con desesperación. Sus manos alrededor de mi cuello. Moviéndose casi con frenesí. Noto los suaves pinchazos de sus pezones. Erectos y fríos. Yo pongo mis manos en su culo. Acariciándolo con suavidad.
Bi Lang se aprieta a mi costado. Besándome la cara. Su cuerpo frotándose contra el mío. Buscando mi calor. Su entrepierna restregando contra mí.
Al poco, se intercambian. Parecen realmente ansiosas. ¿Será por el miedo que han pasado? Cuando se vuelven a turnar, las detengo por un momento.
–¿De verdad estáis bien? Estáis muy…– no sé como decirlo.
–Es culpa tuya– me acusa Lang.
–Exacto– la apoya Liu.
¿Me echan las culpas por haber llegado tarde? Entiendo que han pasado miedo, pero ¿cómo iba a saberlo?
–¿De verdad te crees que puedes hacerte el héroe y que no pase nada?– sigue Lang.
¿El héroe?– no entiendo nada.
–Nos salvas. Dices que somos tus chicas. Nos proteges. Te enfadas porque se meten con nosotros. ¿Cómo quieres que nos controlemos cuando has estado tan sexy?– añade Liu.
–Tienes que asumir tu responsabilidad– me exige su amiga.
Por fin lo entiendo. Sonrío. Lo han dicho como si nada. Totalmente exponiendo sus sentimientos. No conozco a nadie como ellas. Tan valientes. ¿Quizás despreocupadas? Y a la vez, tan vulnerables.
–Tontas… Bien, supongo que tendré que asumir esa responsabilidad– les aprieto más el culo a las dos.
Sus labios se curvan en unas preciosas sonrisas. No tardan en volver a besarme. A manosearme. A frotarse contra mí. Eróticas. Sensuales. Provocativas. Me desnudan. Tiran la ropa mojada a la orilla. Junta a la suya.
Mientras, compruebo una vez más que no hay nadie cerca.
Bei Liu se cuelga de mi cuello. Sus piernas en mi cintura. Mirándome. Besándome. Mete mi miembro dentro de ella. Casi de inmediato, empieza a moverse. Arriba y abajo. Con fiereza. Con ritmo. Sin descanso. Con pasión. En el agua, resulta más fácil esta posición.
Sus labios no dejan de buscarme. Sus pechos no dejan de apretarse contra mí. Su cabello morado baja sensualmente por su cuello. Empapado. El agua salpica continuamente alrededor.
Bi Lang está a mi espalda. Abrazándome. Restregándose contra mí. Sus labios juegan con mi cuello. Con mis orejas. Con mis hombros y espalda. Incluso con mi pelo.
Mi qi ayuda a Liu a llegar poco a poco al orgasmo. Va subiendo su placer. A la vez que sus movimientos se aceleran. Que su lengua atrapa la mía. Que sus brazos y piernas me aprietan contra ella.
–¡¡Aaaaahh!! ¡Sssssíi! ¡¡Llega!! ¡¡¡¡AAAAAAAAAAAAaaaaahhhHHHH!!!!
La abrazo hasta que se calma. Dispuesto a seguir. Para mi sorpresa, se separa de mí. Reticente. Aunque no tardo de comprender el por qué.
–Me toca– me abraza entonces Lang.
Igual que su amiga, se mueve casi con desesperación. Como si me fuera a escapar. Sus labios me devoran hambrientos. Su vagina parece querer absorberme.
Como su amiga, se separa de mí tras correrse. Hoy se están turnando. Bei Liu me mira entonces. Esperando. Dejándome decidir. Ansiosa. Acariciándome el pecho con la mano. Quizás lo imagino, pero su mirada parece más intensa que de costumbre. La de Bi Lang también. Lo que sí puedo asegurar es que nuestra conexión ha mejorado un poco. No lo creía posible.
La ponga tumbada en el agua bocarriba. Flotando. Sus piernas abiertas. Yo me muevo hasta que consigo la altura adecuada. Lang la ayuda a no hundirse. Liu coge a su amiga para asegurarse. Me mira con deseo.
La penetro. Está mojada. No solo de agua. Me muevo despacio al principio. Voy acelerando poco a poco. Mirando sus preciosos ojos morados. Intentando averiguar si debo acelerar más.
El agua salpica alrededor. Obscenamente cada vez que embisto en ella. Lang mira a su amiga. A mí. A la conexión entre ambos. Mordiéndose el labio. Deseando que acabemos. Estar ella en su lugar.
Liu gime sin parar. Es curiosa la sensación de tenerla en el agua. De vencer la resistencia en cada embestida. De sus pechos rebotando. Cubriéndose y saliendo del agua. Salpicando.
No sé cuál de las dos es más obscena. Más sensual. Más apasionada. Solo sé que me encanta follarlas. Tenerlas en mis brazos. Verlas disfrutar. Disfrutar yo de ellas. Son una mezcla extraña de perversión e inocencia. En parte son puras, directas, honestas. En parte, unas diablesas insaciables.
Después de follarlas a las dos flotando, las pongo contra la orilla. De espaldas. Penetrándolas desde atrás. Contemplando su culo. Su espalda. Penetrando a las dos a la vez. A una con mi miembro. A la otra con los dedos. Las dos gimiendo de placer. Luego cambio.
Puedo ver que Rui nos mira de vez en cuando. Ya ha vuelto. A veces, incluso no puede evitar tocarse. Mientras me las follo a las dos a la vez. Y acaban jadeando en la orilla. Llenas de mí. Los tres satisfechos.
–Descansad. Yo vigilo– les aseguro.
–Gracias Kong. Te quiero– me dice Lang.
Justo tras decirlo, se pone totalmente roja y aparta la mirada.
–Yo también te quiero, Kong– susurra Liu, roja, sin mirarme.
–Yo también os quiero– les aseguro, mientras las beso en sus mejillas. Creo que también estoy un poco rojo.
Se quedan descansando. Las hago dormir. Le envío mi ropa a Liang para que me ayude a secarla. La veo sonreír. Envía un beso al cielo, a mí. Luego estruja la ropa, para sacar el agua. La tiende con cuidado.
Yo llamo a Rui. Se acerca. Algo sonrojada. Su rostro parece pedir perdón por casi masturbarse.
–¿Qué han hecho?– le pregunto.
–Se han vuelto a la secta. Se han llevado al herido con ellos– me informa.
–Ya veo. Dime, ¿te has divertido mirando?– la acuso.
–Yo…
No le dejo seguir hablando. Como me han hecho a mí antes, la cojo y la arrastro al agua. La desnudo. Envío sus dagas y ropas mojadas a su habitación. Ella me mira con pasión. Dudando si pedirme algo. Creo que sé qué quiere.
–¿Quieres hacerlo como ellas?– le pregunto.
Ella asiente. Temerosa de pedirlo. No tiene derecho. Es mi esclava. Lo cual no significa que no pueda mimarla un poco de vez en cuando. Supongo que hace tiempo que la dejé de odiar.
–Hazlo.
Obedece con pasión. Sus modestos pechos apretados a mí. Sus labios no me dejan ni un momento. Nuestros cuerpos se mueven en el agua. Mientras Ning nos mira excitada. La he dejado vigilando. Pero no es a nosotros que tiene que vigilar. La miro. Ella se vuelve. Desnuda. Nos mira de reojo de vez en cuando.
No me suelta después de correrse. Creo que quiere continuar igual. Bueno, me está bien. Por ahora. Ya la violaré mañana. Aunque decido ir un poco más allá.
Ella se está toma un descanso. Jadeando. Le meto entonces un dedo en el culo. Con qi. Puedo sentir que el agua también entra por su agujero.
–¡¡Aaaaahhh! ¡Amooo…!– exclama entre protesta y lujuria.
–Muévete. Yo me encargo de tu culo– le ordeno.
Vuelve a moverse. Su vagina siendo penetrada una y otra vez. Su boca invadida por la lengua. Su culo siendo penetrado por un dedo. Luego por dos. Añadiendo qi. La estimulo por sus tres agujeros a la vez.
Se detiene temblando cuando se corre. Pero no la dejo descansar. Muevo entonces mis caderas. Mis dedos. Mi lengua. Atacándola cuando está exhausta. Demostrándole que es mía. Llevándola al orgasmo otra vez. Más intenso aún. La dejo jadeando en la orilla.
–Vigila si alguien viene– le ordeno.
–Sí. Ah… Amo. Aaah…– asiente entre jadeos.
Miro de reojo a mis pervertidas. Duermen apaciblemente. Desnudas. Tapadas por unas ropas que he traído de la Residencia. Son preciosas.