Me despierto antes que Bei Liu y Bi Lang. No es difícil. Holgazanas. Sonrío. Shi me ayuda a vestirme. Con ropa de estudiante. Me da un beso.
–Suerte– me desea, nerviosa.
Les dejo una nota a mis anfitrionas. Estoy seguro de que saldrán a buscarme cuando la lean. Cuando se despierten. Espero que todo haya acabado bien para entonces. Antes de ir, les toco un poco el culo. Como si diera suerte. Más bien, era muy tentador. Liu gime entre sueños. Dormirán al menos una hora más.
A esta hora de la mañana, ya estará abierto. Ya han empezado a trabajar los esclavos. Es un buen momento.
No hay nadie fuera. Salgo de la cabaña. Me dirijo a paso rápido hacia mi destino. Sin correr. Sin llamar la atención.
Paso un cruce. Luego otro. Y otro. Dejo atrás las residencias femeninas. Ya queda poco.
–¡Es él! ¡Cogedlo!– grita de pronto una voz.
Μe giro. Me señala a mí. Mierda. Lleva un aparato. Es un detector de sangre. Me puede detectar si estoy cerca. Si no hay una barrera o algo que me oculte. Mierda. Seguro que hay más.
Ya no tiene sentido disimular. Empiezo a correr. A exprimir mi etapa uno del reino del Alma. Supero un cruce. Dos más llegan desde este. Persiguiéndome. La cultivación de esos dos es menor que la mía. La del primero, mayor.
Al final de la calle, hay uno esperándome. Con uno de esos detectores. Debe de estar en la etapa tres de Alma. Mierda. Sonríe. Seguro de sí mismo. Retándome. Suerte que son estudiantes.
Cambio de dirección de pronto. Abriendo bruscamente una puerta. La atranco tras de mí. Es una puerta de servicio del aserradero. No tiene llave. Se cierra por la noche. Asegurada por dentro con un madero. Algo que los estudiantes no saben.
Los oigo golpear. No podrán abrirla fácilmente.
–Lo siento– me disculpo al empujar a un esclavo.
Me mira confundido. Quizás me ha reconocido. No salgo por la entrada principal. Allí es donde irán a buscarme cuando vean que no pueden entrar. Atravieso el edificio. Hacia otra puerta lateral. En otro callejón.
He provocado que se cayeran algunas maderas. Quizás se ha estropeado algo. Ya me disculparé más adelante. Ahora tengo prisa.
Corro por el callejón. Salgo a una avenida. Una de las calles importantes de la secta. Es como una pequeña ciudad.
–¡Allí está! ¡Detened a ese esclavo!
Los estudiantes miran alrededor. Hay algunos esclavos. No saben a cuál.
–¡Joder! ¡Al que va vestido de estudiante!– grita otro.
Hay muchos vestidos de estudiantes. Pero solo uno corriendo. Yo. Pero los estudiantes no quieren saber nada. No quieren meterse en algo que no entienden. Bueno. No todos. Uno me corta el paso. Lo atropello. Estaba en la etapa cinco. De Génesis.
Al verlo, nadie más se cruza. Supongo que no se creen lo del esclavo. No con mi cultivación. Deben de pensar que algo raro sucede. De hecho. Se apartan. Prefieren evitar problemas.
Algunos vienen hacia mí a lo lejos. Deben de ser del control de esclavos. He llegado a la cocina. Me meto por la calle lateral. Pongo rápidamente la escalera que estaba tirada. La que usamos para limpiar la chimenea. Subo por ella. Y me la llevo conmigo. La dejo en el techo. Lamento los problemas que estoy causando a otros esclavos.
Atravieso el techo. Con cuidado de no resbalar. Y salto sobre el edificio de al lado.
Hay varios siguiéndome por la calle. Mirándome. Parecen furiosos.
El siguiente edificio está más lejos. ¿Podré saltar? Más me vale. Si me pillan, no sé si podré salir de esta. No pienso arriesgarme a ello. Así que salto con todas mis fuerzas. Que son más de las que creía. Aún no conozco muy bien mi nuevo reino. Se han roto algunas tejas.
Es el edificio del control de esclavos. Curiosa ironía. Algunos salen de él. Señalándome. Cambio de dirección. Dirigiéndome a la parte trasera del edificio.
–Rodead la zona. Va a saltar de nuevo– grita uno.
Y salto. Pero no al otro edificio, sino al suelo.
Unos cinco corren hacia mí desde los dos extremos de la calle. Yo entro por la puerta trasera. Al propio edificio de control de esclavos. Es la puerta que tenemos que usar los esclavos. Ahora no debería haber otros. No los hay. Respiro aliviado. Tener que esperar sería un grave problema.
La puerta se vuelve a abrir. Detrás de mí. Pero ya he entrado en la habitación. Es la misma encargada que la otra vez.
–¿Qué quieres?– me pregunta con desdén, mirándome de reojo por solo un segundo, como la otra vez.
–He alcanzado la etapa dos.
–Pon la mano sobre esa piedra y fuerza el qi a circular– me ordena, sin mirarme.
No creo que me recuerde. De repente, dos figuras irrumpen en la sala, dirigiéndose hacia mí.
–¿Qué os creéis que estáis haciendo?– gruñe la encargada, emitiendo qi, hacia ellos. No va hacia mí, pero siento la presión.
–Es un esclavo que ha escapado. Tenemos orden de capturarlo– responde uno, intimidado, temblando.
–No es mi problema. Esperad a que salga. Aquí no podéis entrar sin mi permiso– les ordena, con el rostro amenazante.
No creo que quiera ayudarme. Simplemente le molesta que discutan su autoridad. Por poco que sea.
––Sí, maestre–– obedecen los dos. Me miran con resentimiento.
Los ignoro. Hago lo que me ha dicho. La piedra brilla levemente. Ya no me resulta tan extraña la sensación de un poco de mi qi siendo absorbido.
–Acércate.
Coge un sello de metal y lo presiona en mi cuello. Quema. Duele. Pero menos que la primera vez. El sello sustituye al anterior.
–Puedes irte– me dice sin mirarme.
Yo vuelvo a la entrada y me la quedo mirando. Los del control de esclavos me miran furiosos. Esperando que salga. La encargada levanta la mirada. Parece irritada.
–¿Qué quieres ahora?– me pregunta.
–He alcanzado la etapa tres.
Se me queda mirando. Debe de pensar que estoy tratando de ganar tiempo.
–Pon la mano sobre esa piedra y fuerza el qi a circular– me ordena, pero esta vez me está mirando. El ceño fruncido. Si no brilla, estaré en problemas.
Lo hago. Brilla.
–Acércate.
Me vuelve a quemar. A cambiar el sello. Los que me esperan me miran confusos. Con odio, pero confusos.
–Puedes irte– me vuelve a decir.
Vuelvo a la entrada. Ella me está mirando. ¿Curiosidad?
–¿Y ahora?
–He alcanzado la etapa cuatro.
Por primera vez, noto su expresión cambiar. Hay sorpresa. Luego una sonrisa. Parece que incluso expectación.
–No vamos a repetir esto más. Dime. ¿Hasta dónde has llegado?
–Reino del Alma. Etapa uno.
Oigo murmullos detrás. Deben de ser los que me esperan. La encargada aumenta la sonrisa. Parece que lo encuentra divertido. Es una de las maestres importantes de la secta. Y a veces le toca venir aquí. Creo haber oído que perdió una apuesta.
–Esa piedra. Lo mismo– me dice con indiferencia. Creo que es fingida.
Hay algo de polvo. En esa y varias de las anteriores. No se usan nunca. El qi es absorbido con más fuerza. La piedra brilla.
–Ja, ja, ja. Esto si que es bueno. Ja, ja. Los de ahí fuera, podéis iros. Ahora es un estudiante.
Respiro aliviado. No puedo evitar una sonrisa.
–¡Da Ting!
Enseguida aparece una estudiante. Tiene unos catorce años. Está en la etapa siete. Recuerdo su nombre. Podría servirme. Es una conveniente coincidencia.
–¿Que desea, maestra?– hace una reverencia respetuosa.
–Que alguien llame a los de ingresos. Que vengan a recibir a un estudiante nuevo.
–Sí, maestra.
Levanta la cabeza y me mira. Extrañada. Curiosa. Sus ojos verdes son bonitos. Puros. Inocentes. Medio ocultos por el pelo pelirrojo que cae sobre su rostro. Es adorable. Luego desaparece. No sé qué tengo que hacer ahora. Me siento algo nervioso. La encargada es una persona importante.
–Esto es lo más interesante que ha pasado en años–ríe ella –. Un esclavo que pasa a ser estudiante. Que ocultaba su nivel. Y al que estaban persiguiendo. Dime. ¿Por qué lo has ocultado hasta ahora?
Parece haber verdadero interés en su pregunta. Supongo que no es extraño. Nadie se preocupa por los esclavos. Por nuestra situación. Solo somos objetos. Herramientas. ¿Cómo lo iba a saber?
–No hay ningún esclavo nivel cinco. Pocos nivel cuatro. Y no es porque no puedan hacerlo– empiezo a explicar.
Ella me mira. Ya no sonríe. Me resulta imposible saber qué piensa.
–Muchos estudiantes son ricos. Y holgazanes. Así que les cuesta cultivar. Y sienten envidia de los que los superan. Si son esclavos, pueden desahogarse con ellos. No todos son así, pero sí algunos. En realidad, basta con uno.
Su rostro parece calmado. Como si no fuera con ella. Pero al menos me escucha.
–Por eso, son apaleados. Violados. Usados como cuerpo de prácticas. En cuatro es peligroso. En cinco es imposible sobrevivir. Y luego está la facción del placer.
Frunce el ceño ante la última frase. Eso confirma lo que sé de ella. Quizás pueda conseguir algo. Teníamos previsto intentar hablar con ella más adelante. Pero ahora es todavía mejor. Espero que el plan de las chicas funcione.
–Los esclavos son usados. Absorbida su cultivación. Desechados. Por eso, ningún esclavo se atreve a ir más allá de la cuarta. Pocos de la tercera. La mayoría prefieren quedarse en la segunda. Yo trabajo copiando manuales. Así que me es fácil acceder a ellos. Y logré aprender como esconder mi qi. Hasta que pudiera llegar al reino del alma.
–Entiendo. Te has extendido mucho. ¿Por qué?– me pregunto. Es perspicaz. Mejor.
Miro alrededor. Ella lo entiende. Hace un gesto con la mano.
–No nos podrán escuchar. Habla.
–Sería fácil ayudar a los esclavos. Darles la oportunidad de subir. Bastaría con prohibir pedirlos o usarlos si no se tiene al menos el doble de nivel. Y un estudiante en alma es mucho más valioso que un esclavo. Además, así, los esclavos te estarían agradecidos– le explico.
–¿Y por qué necesito que me estén agradecidos?– pregunta con cierto desdén. Al menos, pregunta.
–Los esclavos estamos en muchos lados. Oímos muchas cosas. Muchas conversaciones. A veces, algunas importantes. Como de la facción del placer. Con la que estáis en guerra encubierta.
Su mirada es aguda. Parece traspasarme. Creo que está interesada. Pero no convencida.
–Por ejemplo. Esa Da Ting. Sería mejor que no saliera sola. Que tenga vigilancia. Alguien oyó que estaban planeando raptarla. Al menos hay alguien en la etapa cuatro de Alma involucrado. No será antes que vuelvan de la exploración de los de Alma. Planean usarla a ella y a cuantos puedan capturar. Cuantos más mejor. Usarlos para debilitaros. Y para aumentar su poder.
Esta vez puedo ver que está enfadada. Los esclavos somos buenos en eso. Lo necesitamos para alejarnos de los problemas. Su puño está muy apretado.
–Lo pensaré. Veremos si tienes razón– responde con voz calmada. Es buena controlándose.
–Gracias.
–Ya ha llegado tu escolta. Eres interesante. Quizás… Da igual. Si alguna vez descubres algún esclavo con qi espejo, házmelo saber. Puedes irte– me despide.
–¿Qi espejo?– pregunto, extrañado.
–Lo llaman así porque a los novatos les parece que refleja– responde. Ha vuelto a lo que sea que estuviera leyendo.
–¿Y qué harías con ellos?
Vuelve a levantar la mirada. Creo que se ha dado cuenta que sé algo. Sonríe. Sí, es perspicaz. Puede resultar peligroso.
–Realmente eres interesante. Para algunas de nuestras técnicas más poderosas, es necesario. Son los idóneos para nuestra facción. Los compraríamos. Educaríamos. Y se acabarían convirtiendo en estudiantes. Seguramente, estudiantes internos. Incluso de élite.
Se me queda mirando. Supongo que no tengo más remedio que confiar en ella. Espero que sea bueno para ellas. La facción ilusoria tiene buena fama. Y no he escuchado ni visto nada excesivamente raro. Claro que en las zonas secretas no entramos. Oímos conversaciones, pero hay mucho que no sabemos.
–Hay tres hermanas. Una está en la etapa dos, las otras en la uno. Se llaman Sai, An y Dandan. Dicen que su qi refleja.
–¿Tres? ¡Vaya! Eso es una gran noticia. Si es verdad, te deberé un favor. Si no tienes nada más, puedes irte. Por cierto, como has llegado al reino del Alma, los tatuajes de los esclavos ya no funcionan. Los puedes hacer desaparecer tú mismo.
Sonríe con picardía. No me lo ha dicho hasta ahora. Yo creía que no podía mentir. Nada que pueda hacer al respecto. Hago una reverencia y me voy. La oigo de lejos llamar a Da Ting.
–Reserva tres esclavas. Se llaman Sai, An y Dandan. Son hermanas. Que no haya confusiones. Que vengan aquí.
–¿Tres esclavas? Sí, maestra– parece dudar al principio. Luego simplemente obedece.
–Cuando acabes, ven. Tenemos que hablar.
Mientras, me encuentro con un sirviente. Lo conozco de vista. Hemos coincidido alguna vez. Me hace una reverencia. Nunca lo había hecho. Antes era superior a mí. Ahora es inferior.
–Por favor, sígame– me recibe respetuosamente.
Me lleva a recoger algunas ropas. Un librito de instrucciones. Luego píldoras. Las usuales para los estudiantes nuevos. De bajo nivel. Ya no me sirven. Ni aunque mi modo de cultivación fuera normal. Pero es el procedimiento estándar. Quizás las pueda vender. O dárselas a esclavos. Lo consultaré con ellas más tarde.
Me explica lo básico que tengo que saber como estudiante. Nada que no supiera. He sido esclavo durante años. Pero no lo interrumpo. Finalmente me lleva a una cabaña. Saca un trozo de papel.
–Ponlo en la mano, lo absorberás. Con esto, podrás controlar la barrera. Y dar o quitar acceso a otros. En el manual están las instrucciones.
Asiento. Se gira para irse. Pero se da la vuelta de nuevo.
–Estoy impresionado. Eres una inspiración para todos. Esclavos y sirvientes. Al menos sabemos que es posible.
Me hace una reverencia aún más profunda y se va. Lo miro irse, sorprendido. Me resulta extraño un respeto así. Se siente bien.
Abro la barrera. Sé como hacerlo. No es la primera vez. No es gran cosa. Una habitación normal. Una cama normal. Luego traerán sábanas. Si lo quiero, la limpiarán. Ya está bien.
Para mí, es mucho más que una habitación. Representa que soy libre.