Angélica despertó ante la hermosa vista del rostro de su esposo mirándola. Se sintió aliviada de no haber tenido pesadillas esta vez, aunque deseaba tenerlas en el futuro, ya que le ayudaban a descubrir quién y qué era realmente. Pero por ahora, sólo quería descansar y estaba feliz de haber despertado refrescada.
—Buenos días —la saludó Rayven, sentado junto a donde ella yacía.
—Buenos días —ella respondió con la voz aún ronca por el sueño.
—No tienes que despertarte aún si no quieres —él le dijo.
—Dormí bien —Angélica le aseguró.
—Me alegra. Traje algo de ropa para que te pongas cuando partamos hacia el mundo demoníaco. Te dejaré para que te prepares —dijo él y se levantó.
Angélica levantó la cabeza y notó la tela roja sobre su cama. Eso no podía ser todo lo que llevaría, pensó, pero no dijo nada antes de poder mirarlo más de cerca.
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