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Capítulo 11: Renaciendo del vacío

Los días siguientes transcurrieron con una sensación nueva. No era felicidad, ni siquiera tranquilidad plena, pero sí una aceptación que se sentía como un bálsamo en mis heridas. Los recuerdos de Astrid seguían presentes, como huellas en la arena que las olas no terminaban de borrar, pero ya no dolían como antes. Eran, simplemente, parte de mí.

Decidí enfrentar mi mayor temor: reorganizar mi vida en un sentido práctico. Mi departamento, que alguna vez había sido un refugio y luego una prisión, necesitaba reflejar el cambio interno que comenzaba a experimentar. Había objetos que guardaban demasiado de ella, pequeñas reliquias que antes no podía tocar sin sentir que me desgarraban. Ahora, con las manos temblorosas pero decididas, empecé a clasificarlos.

"¿Qué queda cuando decides soltar?"

La pregunta me rondaba mientras sostenía una vieja bufanda que Astrid había olvidado en una visita. El aroma, aunque tenue, aún evocaba su presencia. Por un momento, dudé si deshacerme de ella, pero entendí que soltar no significaba olvidar. Guardé la bufanda en una caja junto a otros objetos y decidí que no sería una despedida; sería un cierre.

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Clara vino a ayudarme al día siguiente. Había algo en su presencia que llenaba el espacio de una manera distinta. No trataba de reemplazar, ni de borrar; simplemente estaba ahí, como un recordatorio de que la vida seguía.

—Estás haciendo algo increíble, ¿lo sabes? —dijo mientras sostenía una vieja fotografía de Astrid y yo en un festival. Me miró con una mezcla de admiración y tristeza.

—No sé si es increíble o simplemente necesario. Pero... duele menos.

Ella sonrió, y por primera vez en mucho tiempo, sentí que podía devolverle la sonrisa sin peso alguno.

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Esa noche, después de que Clara se fue, me senté con el diario que había cerrado días atrás. No para escribir ni para leerlo, sino para reflexionar. Mi vida había sido como las páginas de ese diario: llenas de rencores, esperanzas fallidas y un amor que, aunque hermoso, me había consumido. Sin embargo, también había sido un amor que me enseñó el verdadero significado de la entrega y la pérdida.

"¿Qué sigue?"

Esa pregunta me llevó a escribir en una hoja nueva. No era una carta para Astrid ni una reflexión dolorosa, sino un mapa de lo que quería para mí. No tenía que ser perfecto ni siquiera claro; solo tenía que ser mío.

1. Reconectar con viejos amigos.

2. Retomar proyectos olvidados.

3. Explorar lugares que siempre quise visitar.

4. Construir algo nuevo, paso a paso.

La lista era sencilla, casi infantil, pero me llenaba de esperanza.

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Los meses siguientes fueron un proceso de transformación. Había días en los que recaía, noches en las que el vacío volvía a apoderarse de mí. Pero cada vez era más fácil encontrar la salida. Clara seguía ahí, no como una solución, sino como una compañera que entendía mis silencios y me ofrecía un refugio cuando lo necesitaba.

Una tarde, mientras caminábamos por un parque, ella me hizo una pregunta inesperada:

—Si pudieras volver atrás, ¿lo harías? ¿Cambiarías algo con Astrid?

Me detuve, sorprendido por la sinceridad de su voz. Había considerado esa posibilidad innumerables veces, pero nunca desde un lugar tan calmado.

—No lo sé. Creo que... no cambiaría nada. Porque todo lo que vivimos, lo bueno y lo malo, me trajo hasta aquí. Y aunque aún la amo de alguna manera, entiendo que nuestro tiempo juntos fue suficiente.

Clara asintió, pero no dijo nada más. Era como si mi respuesta le bastara, como si hubiese encontrado en mis palabras algo que también necesitaba escuchar.

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Cierre del capítulo

Esa noche, al llegar a casa, encendí una vela y me senté frente al diario una vez más. Decidí que era momento de escribir una última página, no para Astrid ni para nadie más, sino para mí.

"El amor no siempre es eterno, pero siempre es transformador. Hoy sé que puedo amarla y dejarla ir al mismo tiempo. No por falta de amor, sino porque el amor verdadero no necesita poseer para ser real. Hoy me libero. Hoy renazco."

Cerré el diario con una calma que nunca antes había sentido. Por primera vez, sentí que podía mirar hacia adelante sin miedo, sin cadenas.