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Extraña

¿A que sabrá la carne humana?

Eso era lo que pensaba Jane, una niña de ocho años de edad, sentada en el patio de su casa mirando a la nada. Ya muchos del pueblo la conocían, era la rara y la más pequeña de la familia Tesca.

—No puedo creer que su madre la deje tan desocupada— Juliana y sus amigas cotorreaban como de costumbre, obviamente sobre la espalda de los demás. Y por desgracia la familia Tesca estaba en boca de todos, la hija más pequeña había traído la mala lengua a la familia. Varias de ellas, hipócritas, fingían lástima por esa niña y Juliana solamente deseaba que los señores Tesca se deshicieran de ella.

¿Qué había hecho Jane para ser tan despreciada? Nada, solamente existir y ser distinta a las niñas que vivían en ese pueblo.

—Es una niña, no sé, supongo que está desarrollando su curiosidad— una de ellas habló, sonando como la más sensata de todas.

—Eso no es simple curiosidad ¡Mató al gato del señor Muse!—. Otra aclaró con mucha exageración.

—Es una niña, no sabe el significado de la vida… —Vuelve a hablar la de antes, pero, Juliana le interrumpió sus palabras.

—Raquel, no intentes victimizar a esa niña del demonio, si fuese mi gato juro que mataría a esa maldita. Yo no duermo en las noches por el miedo y todas estamos temerosas, las vibras que emite esa niña no son nada comunes.

Raquel no volvió a protestar, debido a que, no quería estar en contra de sus amigas. Y en la tarde de té solamente se concentraron en hablar de la menor de los Tesca, así hasta llegar la noche y todas las damas se despidieron de juliana, quién era la anfitriona de esa vez.

Juliana cerró todas sus puertas y ventanas, dentro de la casa se sentó junto a la chimenea.

—Mamá, cuéntame un cuento por favor. —Su hija, Jul, se acercó mientras sostenía en brazos su oso de peluche.

—Jul, no deberías estar despierta aún, son las ocho. —Miró el reloj en su muñeca. Esa noche su esposo no regresaría y pasaría la noche en una cabaña cerca, la temporada era fría y podría nevar en las noches. Mejor evitar los riesgos.

Ella se levantó cuando vio los ojos caprichosos de su hija, la llevó a su habitación y desde el estante tomó un libro de cuentos.

—La princesa insensible.

—¿Otra princesa?— Jul parecía estar cansada de las princesas, pero, Juliana usó el truco perfecto para llamar su atención.

—Esta princesa es diferente, nada de príncipes ni hadas.

—Entonces, escucho. —Jul se acomodó mejor.

—Érase una vez, en un lugar lejano de todos los reinos felices. Dentro de una gran torre vivía la princesa insensible. Su corazón era de piedra, pero, una piedra tan hermosa llamada larimar. Sus ojos fríos que estaban sin vida, seguían vivos. Ella, vestía una falda tan larga que llegaba hasta al pie de la torre. Y sus peinados no eran extravagantes sino sencillos y hermosos. Un día, un hombre apuesto pasaba cerca de su torre y al ver la torre toda gris, tuvo curiosidad por saber quien habitada en ese sitio tan sombrío. Tocó una vez, dos veces y tres veces. La princesa insensible se sobresaltó y tirando de su vestido abrió la puerta de la torre, desde arriba preguntó: —¿Quién es?, Y el hombre apuesto le respondió: —Oh, bendito soy de escuchar magnífica voz, ni las sirenas son capaces.

Ella se avergonzó por tal halago y solamente volvió a preguntar lo mismo de antes. —Soy alguien que promete estar para ti siempre, no traigo nada, pero estoy dispuesto a aceptar todo, todo tu amor. Ella tan ingenua acepto la propuesta, un mes vivió allí el hombre apuesto… el vestido largo que siempre usaba ya solamente quedaba un pedazo, sus ojos fríos muertos con vida se volvieron vacíos sin nada para reflejar y su hermoso larimar se volvió una roca sin valor alguno, en su cabeza no quedaba ni para hacerse una coleta y el hombre apuesto se fue y ella se quedó para siempre sola en la torre.

Juliana cerró el libro y sonrió contenta al ver a su hija dormida profundamente. Volvió a la chimenea y se sentó frente a ella, con un libro para leer.

Otra tarde nuevamente se juntaron las amigas, esta vez en casa de Raquel.

—Los domingos son perfectos para estas charlas, los niños están con los padres y nosotras nos relajamos. —La mayor de todas ellas inició la charla de la tarde. Cada una de ellas vestía ostentosamente, sin descuidar nada de su apariencia.

—Señora Martha, ¿escuchó la primicia que ronda últimamente? —Una le preguntó y Martha bajó su taza de té con delicadeza.

—Cuenta mujer, no tenemos toda la tarde. —Martha y su carácter, varias jóvenes le temían por esa forma de responder.

—El señor Makoto, dicen que es un asesino. Esta mañana lo vi salir al bosque con una katana en mano, lo curioso es que regresó con las ropas manchadas de sangre. Yo creo un poco en esos rumores.

—El extranjero, suele ir a cazar. Mi hijo me contó sobre ello. Son falsos rumores. —Le respondió la señora Martha.

—No, eso no es lo único. Por la calle donde vivo, dicen que la razón por la que abandonó la ciudad para venir hasta aquí, fue porque mató a alguien.

—¿Ha muerto uno del pueblo recientemente? Realmente, no creo que sea capaz de eso. —Martha habló despreocupada y volvió a tomar su té.

—¿Ya regresaron los Tesca? —Raquel le asintió Juliana y después da la información que tenía.

—Ayer había ido de picnic con mi esposo y vi el coche de la familia pasar por la carretera, solamente no sé si han regresado con los hijos o los habrán dejado en la ciudad. —Raquel les explicó a todas.

—Mejor así, no quiero ver a esa niña cerca de aquí jamás. —Juliana soltó un suspiro.

Ellas charlaron sobre la relación con sus esposos y se dieron consejos entre ellas, ideas sobre lo sexual y para qué fuera entretenido para los dos. Poses divertidas y excitantes; algunas se ventilaron con su abanico y otras rieron disimuladamente.

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