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Capítulo 3. Nadie quiere un asistente

La oficina del gerente se ubicaba en un pasillo solitario. El silencio era abrumador. A June le gustaba el silencio y la soledad, pero prefería trabajar con personas. Por un momento sintió que el señor Firestorm saldría por la puerta de la oficina.

«Casate con mi hijo», había dicho el hombre cuando se conocieron por primera vez. En aquel entonces lo consideró loco por decir esas palabras, ahora le causaba tristeza pensar en él. El señor Firestorm la rescató de su miseria. En poco tiempo lo empezó a querer como si fuera su padre.

June permaneció estática frente a la puerta de la oficina. Levantó una mano para

golpear la puerta, pero no se atrevió. La cobarde era ella. Acercó su oído a la

puerta y buscó algún signo de vida. El lugar estaba en silencio. June dejó escapar un suspiro de alivio. La oficina estaba vacía.

Se dejó caer en el pasillo, y colocó su espalda sobre la pared, necesitaba un respiro. La muerte del señor Firestorm fue tan rápida que no pudo llorar. Por su cabeza pasaban miles de ideas. Llevaba cuatro años sin ver a su madre; por causa de su enfermedad ella no podía viajar, y June había estado muy ocupada los últimos años.

La muerte del presidente abrió sus ojos, necesitaba ver a su madre, pero no podía salir de Inglaterra. El tratamiento de su madre era muy caro, y debía pagar una niñera para ella de día y de noche.

Su madre solo la tenía a ella, June no tenía tíos, ni primos; a su padre nunca lo conoció. Sus abuelos murieron en un accidente de tránsito cuando su madre estaba terminando la universidad.

No quería pensar en ellos. Sacó su móvil y aprovechó que nadie la necesitaba. Hace mucho no tenía tiempo de leer. Intentó concentrarse en la lectura; su cabeza daba vueltas. A quién pretendía engañar, extrañaba al señor Firestorm. En un segundo sus ojos se llenaron de lágrimas. Abrazó sus piernas con ambos brazos.

June se sentía débil. La muerte del señor Firestorm le parecía sospechosa. Los médicos no encontraron nada fuera de lo común, pero June tenía una corazonada.

—Tu llanto es molesto —susurró una voz en su oído.

Un escalofrío recorrió su cuerpo.

—¡Ah!

El móvil en sus manos resbaló y cayó al suelo. June se llevó una mano al corazón. Era muy pronto para que el fantasma del Señor Firestorm la atormentara. Sin embargo, cuando volteó la cabeza vio a un joven de cabello negro y unos ojos casi tan negros como su cabello. Su rostro era interesante, se parecía al señor Firestorm de joven, combinado con unos cuantos rasgos asiáticos. El joven se había inclinado junto a ella y la miraba furioso.

El nuevo CEO estaba junto a ella.

—Me disculpo —dijo June recuperando el aliento—. Pensé que no había nadie.

Aiden Firestorm se puso de pie. —¿No sabes tocar?

June no supo qué responder.

—¡Qué esperas! —dijo él sosteniendo la puerta de su oficina para que June entrara.

Ella reaccionó de un salto. Recogió el celular, y echó un vistazo a la pantalla; no tenía ningún rasguño. Luego entró a la oficina. Tal como sospechaba, Aiden y su hermano mayor eran muy similares. La oficina no había cambiado, sus paredes blancas y muebles negros creaban un aire de armonía.

Tres objetos decoraban el escritorio: un péndulo, una pluma y una fotografía. Sabía que Aiden acaba de llegar pero en el lugar ya reinaba el orden. El señor Firestorm también solía ser muy organizado, aunque siempre colocaba un objeto extraño en su

oficina como un osito de peluche vestido de payaso. June contuvo una carcajada. El señor Firestorm tenía un humor bastante extraño.

Elian Firestorm no tenía sentido del humor, y por lo visto su hermano menor tampoco. June se sintió miserable. Ella y Aiden no se llevarían bien. Por lo menos ni él, ni su hermano Elian tenían el poder de despedirla.

—Escucha —comenzó a decir Aiden mirando a su computador, preocupado por su trabajo. —No necesito un asistente. Lo siento mucho, pero si no sabes hacer otra cosa más que repartir café es mejor que te vayas.

June entrecerró los ojos. Aiden Firestorm no sabía tratar con personas. Si en un futuro llegara a despedir a alguien, muchos malos rumores se hablarían de él. El señor Firestorm no toleraba los rumores de sus hijos, por desgracia ninguno de sus dos hijos era capaz de agradar a la gente.

«La clave del éxito está en las conexiones que se hacen entre las personas», dijo el señor Firestorm en una de sus reuniones. Ella estaba de acuerdo con él.

June se sentó frente al escritorio, sus ojos se posaron frente a una placa dorada donde tenía grabado el nombre de Aiden. Sin poder contenerse tomó el péndulo entre sus dedos lo levantó y lo dejó caer.

Clack…clack…clack.

Una tímida sonrisa se asomó en el rostro de June. —No puedes despedirme.

Aiden la miró atónito. —¿Qué?

—Por cierto. Esa es una terrible manera de despedir a alguien —inquirió ella.

—Si puedo despedirte. ¿No sabes quien soy?

June irguió su cuerpo. —El hijo del señor Firestorm.

—Correcto. Si te soy sincero no me agradas. Por favor toma tus cosas y vete.

Ella levantó las cejas sorprendida. Por fin encontró una diferencia entre él y su hermano Elian.

—Ser sincero es importante —comentó ella jugando con el péndulo plateado —. Pero podrías decirlo de una manera más agradable.

—No me agradas —insistió Aidan con firmeza.

—A mi tampoco me agradas —murmuró June—. No puedes despedirme. El señor Firestorm lo especificó en su testamento; solo el señor Blake puede despedirme, si así lo desea.

Aiden arrugó el rostro. Sostuvo su cabeza con una mano, y se enfocó en su ordenador nuevamente. —Entonces lo hablaremos mañana con él. Puedes irte a casa, regresa mañana a las siete.

June asintió y se despidió.