webnovel

Alma Negra

John "Alma Negra" Un alma inocente y pura, había sido lentamente corrompida por la maldad. Sus ojos iban perdiendo el brillo y en su corazón se iba formando un caparazón, un escudo tan fuerte para evitar a toda costa una traición. Un águila enjaulado y condenado a no sentir, el negocio y la codicia eran su motivo de existir. La oscuridad se convirtió en su mejor amigo, las mentiras y verdades en su abrigo; la frialdad e inteligencia para el negocio, el cuchillo y arma para el enemigo. Un supuesto enemigo tiene que ejecutar, pero el destino le sorprende y lo hace dudar; haciendo que su vida de un giro inesperado, y quizás, esa persona logre mostrarle el camino indicado; y se convierta en su luz, en medio de esa oscuridad, porque detrás de él puede quedar aún algo de humanidad.

NATALIADIAZ · Politique et sciences sociales
Pas assez d’évaluations
194 Chs

141

La llevé al centro comercial y le ayudé a bajar. Cogí la cartera con la perra y la traje con nosotros. Caminé detrás de ella en todo momento y examinaba su forma de caminar, que incluso eso era desesperante. ¿Por qué demonios las mujeres insisten en ponerse esa madre en los pies? La única que se ve bien con ellos es Daisy, pero prefiero que no los tenga. ¿Qué hay de malo en que sea pequeña? Al final ese es uno de sus tantos encantos. Lo más probable si fuera alta, parecería que es ella quien me domina a mi, y eso no es conveniente.

Miré alrededor y vi varias tiendas de ropa interior de mujer y lencerías. Hablando de quién domina a quién, hay mucha variedad de ropa aquí.

La vieja se metió a una tienda de lencerías y estaba tratando de evitar pensar en Daisy. Lo único malo de tener una buena imaginación es eso, que el problema se concentra en el pantalón. Es el maldito colmo. ¿Por qué se me debe cruzar esa condenada por la cabeza en este momento? Para tratar de ocultar mi problema, puse la cartera de la perra al frente, pero la perra ladró tratando de olfatear esa parte.

—Te atreves a morderme o a poner tu asquerosa nariz en mi y te voy a quemar, perra de mierda. Eres igual de perra y fea a tu dueña.

Cualquiera diría que la perra me entendió, porque sacó la lengua la muy perra. Es que juro que debería cortarla en pedazos.

—¿Está todo bien? — preguntó la vieja, y giré la cartera para que la perra solo pudiera ver a su dueña. No quería perder mis huevos con una mordida.

—Sí, mi señora. ¿Necesita algo?

—No, es solo que te escuché murmurar algo, ¿Acaso estabas hablando con mi querida Pitty? — se acercó y acarició la perra en la cartera.

Al tenerla tan cerca, creo que quedé con disfunción eréctil instantánea.

—Tal parece que les has caído bien, normalmente no es así de callada con desconocidos.

Claro, pues si acaba de ver algo que lo más probable le llame la atención y nunca lo olvide, pues es igual de perra que ella.

—Eso me parece, mi señora.

La acompañé a todo lo que tenía que hacer, no veía el momento de salir de ahí. Caminando hacia el auto, ella tropezó con esos tacones y no tuve remedio que ayudarla. Si la dejo caer tendré problemas, aunque ganas no me faltaban; quizá si explore el piso, logre arreglar su fea cara.

—¿Se encuentra bien, mi señora?

—Odio estos tacones.

¿Y para qué demonios se los pone? Sonreí como si por mi mente no hubieran pasado nada.

Retomé mi postura y agarré bien a la dos perras para llevarlas al auto. Ya estaba loco por llegar a la casa. Ese asqueroso perfume lo sentía encima. Debo bañarme con Clorox.

Según llegamos, le ayudé a bajar y el Sr. Kleaven nos estaba esperando en la entrada. Al ver que se dieron un beso, miré a otra parte, casi estuve a punto de vomitar. Jamás había sentido tanto asco en mi vida. He visto cosas terribles en mi vida, pero eso es lo más horroroso que he tenido cerca. Ni siquiera Grace, que era una vieja asquerosa, me causó tanto asco como esto.

—Gracias, Alma. Los demás se encargarán de llevar las maletas de mi mujer a la habitación— dijo Kleaven.

—Gracias, guapo.

—De nada, mi señora. Si necesita algo más, en confianza puede buscarme— pero por favor, no lo haga.

Bajé la cabeza a Kleaven, y seguí caminando.

Corrí al baño a bañarme y a cambiarme la ropa. Necesitaba quitarme esa peste a perfume barato. Con tanto maldito dinero, y esa mujer no trata de mandar a hacerse de nuevo. Lo que gastó en tetas y culo, debió usarlo para reconstruir su cara.

Me tiré en la cama y miré el techo.

Cuanto daría porque estuvieras aquí, Daisy. Si supieras cuanta falta me hacen.

Al día siguiente, hablé con uno de los empleados para que me acompañara a hacer una vuelta y así encontrarme con Akira. Estuve mirando la hora para saber si aún estaba a tiempo, hasta que alguien me pasó por el lado, y me dio la impresión de que era él. Llevé al empleado a un lugar donde nadie nos viera y miré alrededor de que no hubieran cámaras.

Caminé al frente y me detuve de golpe, dándole un codazo en la nariz y me giré para agarrarle el cuello y evitar que hiciera ruido. No quería perder mucho tiempo, así que le quebré el cuello de una. Segundos después, Akira se acercó y se quitó la gorra.

—Eso fue rápido, hombre.

—No podía permitir que ensuciara la ropa que te pondrás. Debes cambiarte, Akira.

—Tu empleado se quedó con tu esposa e hija, estarán más que cuidadas en la casa. Tengo este teléfono aparte, para que podamos comunicarnos adecuadamente con todos ellos.

—Muy bien, ahora debemos enfocarnos en un plan. La esposa de Kleaven está entre nosotros y será pan comido también. Tengo en mente un plan que podría generar conflictos favorables para nosotros, y que se quieran matar entre ellos, pero para eso necesito un aliado en quien confiar.

—Me parece muy bien. ¿Y mi hijo?

—Él está bien, iremos a la casa para que lo veas.

Akira se terminó de cambiar y fuimos a la casa. Kleaven no estaba por todo esto, había planificado un viaje en el cual estaría dos días e iba a regresar a la casa, por eso me encargó a la esposa; algo que nos favorece para que Akira pise bien el terreno.

Caminando en dirección a donde tenían a Lin, escuché la risa de una mujer en unos de los cuartos, y los dos nos detuvimos.

—¿Aquí hay putas? — preguntó Akira.

Me acerqué a la puerta y escuché la voz de la esposa de Kleaven con otro hombre. No sé quién era, pero obviamente su esposo no es.

—No sabes cuánto te eché de menos— musitó, con su respiración agitada.

A la doña le están haciendo el trabajito. Lo que hace la ambición, porque de otra nadie le metería mano.

Joder, esto escaló muy rápido, no lo esperaba, pero esto es algo más a nuestro favor. Que suerte de descubrir semejante regalito. Reí, y Akira me miró.

—Tu risita me lo dice todo, es la esposa del viejo, ¿Cierto?

—Así es. Hay que grabar esto— saqué mi teléfono y grabé sus voces, luego nos fuimos del área—. Debemos averiguar quién es el hombre para prepararle un regalo a Kleaven. La confianza se gana, ¿Cierto? — sonreí.