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Capítulo 58: La Inquietud de las Sombras

Año 421 a.C., Atenas.

La mansión, una vez un santuario de oscuridad y secretos, comenzaba a vibrar con una inquietud sutil pero palpable. Las sirvientas, sus ojos siempre bajos y sus movimientos siempre cautelosos, comenzaron a susurrar entre ellas, sus voces apenas audibles, pero sus palabras cargadas de temor y especulación. La guerra, que había sido una amenaza lejana, ahora se sentía más cercana, sus garras extendiéndose hacia los confines de su refugio oscuro.

Clio, su figura siempre serena y su expresión imperturbable, no obstante, sentía la tensión en el aire. Mientras caminaba por los pasillos, sus oídos capturaban fragmentos de conversaciones, historias de hombres caídos y ciudades en llamas. Aunque su existencia estaba separada de este caos, un temblor de aprensión se deslizaba por su columna vertebral.

Adrian, en su estudio, permanecía ajeno a los susurros de sus sirvientas, su mente ocupada con pensamientos de inmortalidad y poder. Sin embargo, incluso él, con su desdén por los asuntos mortales, no podía ignorar completamente los ecos de la guerra que se filtraban a través de sus paredes.

Una noche, mientras la luna lanzaba una luz pálida a través de las ventanas, Clio entró en su estudio, sus pasos silenciosos apenas perturbando la quietud de la habitación.

"Adrian," comenzó, su voz suave pero firme, "las sombras hablan de desesperación y muerte. La guerra se acerca, y temo que incluso este lugar no estará libre de su toque por mucho más tiempo."

Adrian levantó la vista, sus ojos encontrando los de ella. "La guerra es para los mortales, Clio. Nosotros existimos más allá de sus luchas y sus pérdidas."

Clio, acercándose, respondió, "Pero no estamos más allá de sus consecuencias, amo. Las sirvientas temen por sus familias, por sus seres queridos en el frente. Y Atenas, incluso con sus murallas y su orgullo, no es inmune al sufrimiento."

Adrian, cerrando el libro frente a él, consideró sus palabras. "¿Y qué propones, Clio? ¿Deberíamos abrir nuestras puertas a los refugiados, permitir que la miseria y la desesperación inunden nuestros pasillos?"

"No, amo," respondió Clio, "pero debemos estar preparados. La guerra no discrimina, y aunque podemos no temer a la muerte como los mortales, hay otras formas en las que podemos ser afectados."

Adrian, su expresión inmutable, asintió lentamente. "Prepararemos la mansión, entonces. Pero no permitiré que la debilidad y la piedad nublen nuestro propósito, Clio. Somos criaturas de la noche, y no debemos olvidar lo que somos."

Clio, inclinando su cabeza en reconocimiento, respondió, "Nunca lo olvido, Adrian. Pero incluso en la oscuridad, hay lugar para la prudencia y la preparación."

En los días que siguieron, la mansión se transformó. Las sirvientas, aunque todavía temerosas, se movían con un propósito renovado, asegurando ventanas, almacenando provisiones, y preparándose para lo que pudiera venir. Adrian, aunque reacio a admitirlo, encontró un respeto reacio por la previsión de Clio, su capacidad para ver más allá de la eternidad y reconocer las amenazas que se avecinaban.

Y así, mientras Atenas se tambaleaba bajo el peso de la guerra y la desesperación, la mansión, con sus sombras y sus secretos, se preparaba para enfrentar la tormenta que se avecinaba, sus habitantes unidos en su oscuridad compartida, pero cada uno llevando sus propios temores y inquietudes en sus corazones inmortales.