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Obito Uchiha en Zero no Tsukaima

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Synopsis

Cansado, Arrepentido y sumido en la miseria Obito Uchiha fracasa una vez más, pero gana una nueva oportunidad, y esta vez cumplirá con sus promesas.

Chapter 1Promesa

Hoy era el día.

Había estado esperando por este momento desde hace 4 meses. Habían planeado, estudiado y revisado cada minúsculo detalle hasta el cansancio. Fue Zetsu quien se encargó de reunir información y enseñarle cómo evadir la barrera que rodeaba la aldea. Una vez dentro, ya no necesitaba ninguna de esas precauciones.

Solo usó el Kamui para moverse entre los edificios, verificando las rondas que los ninjas hacían y teniendo especial cuidado con los Anbu y Raíz. Especialmente Raíz.

Había observado con detalle las rutinas de todos ellos y había estado entrenando. Cada minuto, cada segundo que tenía disponible, para volverse más fuerte, afilar sus sentidos y dejar atrás su patético ser anterior.

Y, más que nada, para poder sobrevivir a una pelea contra el ninja más fuerte de Konoha y el actual Hokage: Minato Namikaze.

El sol se había ocultado, y el viento era un poco fresco. La luna iluminaba la noche, y las luces de Konoha seguían encendidas. Podía imaginarse a los aldeanos caminando por las calles, comiendo o llegando a sus hogares luego de su ajetreado día. Ninjas saliendo a misiones o regresando de ellas, ninjas descansando o entrenando.

Entrecerró su ojo mientras se encargaba de controlar con una enfermiza precisión su chakra. Tenía que esperar hasta después del parto de Kushina Uzumaki, el momento en que ella no estuviera prestando atención a las firmas de chakra que la rodeaban. Tenía que encontrar el momento exacto.

Cuando Minato estuviera demasiado feliz, cuando Kushina estuviera exhausta, cuando todos estuvieran aliviados de que el sello no se hubiera roto, ese era el momento.

Mientras esperaba por ese momento, había estado viajando alrededor del país de la lluvia, buscando a Nagato Uzumaki para reclutarlo para su plan. Él se negó, no fue una sorpresa. Obito no había esperado mucho y decidió dejarlo solo.

Él tendría que aprender por sí mismo que el mundo no se podía cambiar solo con ideas, sino también con el poder de imponerlas a los demás. Así como lo hizo él mismo, como lo hacen todos en algún momento.

Decidió viajar por el mundo ninja. Sin nada que hacer, realizó algunas expediciones en el territorio de la aldea de la niebla y de las demás aldeas. Lo único que pudo confirmar fue algo que ya sabía: el dolor y la miseria se esparcían por todos lados.

Se dio cuenta de que, en este mundo, él no era el ser humano más miserable de todos; había aquellos que cargaban con más tragedias en su vida. Y Obito los vio morir a todos ellos. La única salida de un mundo como este era la muerte, pero él no podía morir. Si él moría, entonces ¿quién sería el salvador de este mundo maldito?

Aun así, vagó y siguió esperando, entrenando y esperando. Nagato conoció la verdad del mundo. Obito lo vio con sus propios ojos: sus ideales siendo aplastados por la codicia de algunos, sus sueños muriendo junto con su querido amigo.

Al final, todos somos iguales. 

Fue lo que pensó cuando vio a Nagato arrodillado en el suelo, con el cadáver de su amigo a sus pies y las lágrimas brotando de sus ojos. 

Podría haberlos salvado...

Fue lo que pensó por un momento, pero no dejó que ese pensamiento durara mucho. Eso era algo que Obito Uchiha hubiera hecho, pero él estaba muerto. 

Ahora tenía que caminar por este mundo como Madara. Aun así, se dio cuenta de que, en el fondo, sentía pena por ellos. Sentía el mismo dolor que cuando perdió a Rin, cuando se dio cuenta de que este mundo era el infierno.

Entonces, llegó a una sombría realización: su corazón era demasiado frágil, demasiado voluble.

Necesitaba una prueba de que estaba dispuesto a recorrer el camino que hacía falta para poder crear ese mundo de ensueño donde solo hubiera ganadores.

Y hoy era ese día, el día en que se probaría a sí mismo hasta dónde estaba dispuesto a llegar.

Enfocó su Sharingan a los ninjas de raíz que estaban más alejados del lugar designado. Seguramente Danzo los había enviado para monitorear al arma de Konoha. Obito se movió lentamente. Tomó un kunai entre sus manos.

Dos cuerpos cayeron al suelo. Obito notó que algo salía de la tierra: Zetsu. No dijo nada y se encargó de los cuerpos.

Obito se movió más cerca. Sus pasos no producían sonido, y vio a tres Anbu repartidos por el lugar.

Tenía que ser rápido. Si uno de ellos lograba enviar una señal, el Cuarto podría llevar a Kushina a un lugar seguro.

Manejó su chakra con una presión milimétrica y finalmente lo envió estallando solo por un segundo. Los cuerpos de los Anbu se quedaron paralizados y luego cayeron al suelo.

Obito no perdió tiempo y corrió hacia la entrada de la cueva.

Sus dos ojos brillaron con un color rojo carmesí.

Necesitaba atacar antes de que cualquiera de ellos pudiera darse cuenta de lo que estaba pasando. Su única ventaja era esa.

Si lograba aplastar esos sentimientos que hacían que su corazón se sintiera tan pesado como un bloque de metal, entonces podría seguir y continuar con su plan. Podría abandonar todo su apego a este mundo podrido.

Podría convertirse en Madara Uchiha y caminar como él lo haría.

Podría destruir todas las vidas que necesitaría para completar el plan.

Podría arruinar los sueños de todos ellos con tal de conseguir un mundo mejor.

Podría destruir este mundo y crear uno mejor.

El inconfundible sonido del llanto de un bebé llegó a sus oídos. Sus ojos brillaron por un momento.

"Nos convertiremos en Hokage, ¿verdad, Obito?"

Cinco personas: dos eran Minato y Kushina. Los otros dos eran quienes ayudaron en el parto. Y el último...

"Eres un necio, torpe, impulsivo y también un cabeza hueca. ¡Así que ten mucho cuidado ahí afuera! Si vuelves herido, lo único que estará esperándote será mi puño. ¿Entiendes?"

Obito se movió en un parpadeo hacia adentro y vio a Kushina mirando a un bebé, su hijo.

"No vayas por ahí de valiente y te cubras las heridas... Te estoy observando".

Ah... realmente sigo siendo así de débil, eh... fue el pensamiento que tuvo Obito por un momento cuando sintió que su corazón se volvía más pesado.

Dio un paso dentro de la habitación.

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Fue un día como este, con el viento golpeando el castillo, cuando le dieron la noticia de la muerte de su padre.

No recordaba qué estaba haciendo en ese momento. 

Tal vez estaba leyendo uno de los muchos libros que el cardenal le había dado, o tal vez escribiendo una carta a su única amiga, que continuaba esforzándose en la academia de magia.

O tal vez estaba repasando sus estudios de etiqueta, que el cardenal nunca se cansaba de insistir que debía mejorar.

O tal vez estaba pensando en las penosas noticias de la guerra civil que había en Albion, reflexionando sobre el príncipe que, según los rumores, aún oponía resistencia en algún lugar de ese territorio.

Pero cuando se despertó ese día, definitivamente nunca pensó que recibiría la noticia de que su padre había muerto.

No recordaba qué pasó después; todo era borroso. Si intentaba recordarlo en este momento, podía recordar las lágrimas, los preparativos para el funeral y las cientos de cartas que llegaron de nobles de todo el reino y de reinos vecinos.

Pero algo que nunca podría olvidar eran los ojos de su madre. No había dolor. No había tristeza. No había pena ni rabia por el repentino suceso. No había nada en los ojos de su madre. Vacío, lo abarcaba todo.

Desde entonces habían pasado unos cuantos meses, y ella no tuvo tiempo de llorar adecuadamente a su padre. Inmediatamente después se hizo evidente que ella, como princesa de un país, no podía permitirse tal cosa.

Tenía que manejar a los nobles y mantener la compostura para mantener en alto el nombre de su familia ante la gente de su reino y de reinos vecinos.

Tuvo que estudiar más diligentemente que nunca y empezar a ganarse el favor de los nobles para consolidar su posición, ya que su madre parecía indiferente a todo.

Al principio podía verla un par de veces al día, luego a la semana. Antes de que se diera cuenta, no había visto a su madre en un mes entero. Ella se recluyó en su habitación, sin disposición de recibir a nadie, incluida su propia hija.

No comía bien.

No salía a tomar aire fresco.

Era como si el día que murió su padre, los hubiera perdido a ambos. 

― Princesa . . . Princesa.

Escuchó una voz a su lado, girando sus ojos, se encontró con un anciano.

Delgado y casi en los huesos, con ojeras debajo de sus ojos y una mirada cansada en su cara, era el cardenal. La segunda persona en la que Henrietta más confiaba, al menos en términos de lealtad hacia ella. Incluso si buscaras por todo el reino, seguramente no encontrarías a alguien más fiel a la casa real que este hombre, que definitivamente había visto mejores y más gloriosos días en el pasado.

Pero ahora parecía que el peso de guiar a una joven y a veces demasiado rebelde princesa era demasiado para él.

Fue él quien la ayudó a saber cómo actuar, quien le dio los consejos más convenientes y también quien la hizo dolorosamente consciente de sus responsabilidades como princesa de un reino.

― ¿Qué pasa?

Su tono fue demasiado aburrido, y la mirada en la cara de Mazarino le dijo que había cometido un error.

― Su Majestad, no debería usar un tono como ese cuando está frente a un subordinado. La realeza debe ser digna en todo momento.

La princesa soltó un suspiro.

El viejo frunció más el ceño.

― Ya lo sé.

― Pues actúa como si no. ― fue la respuesta del viejo.

La princesa soltó otro suspiro, que le valió otra mirada del anciano, pero entonces él negó con la cabeza y continuó con sus palabras de antes.

― Le estaba informando que el viaje está programado para dentro de una semana . La mayoría de los preparativos están terminados.

La princesa sintió su corazón más pesado; era verdad.

― Calculo que nos tomará una semana o dos llegar a Germania para su reunión con el emperador.

El único motivo detrás de este viaje era formalizar el compromiso con el emperador de Germania. Era algo que se había estado planeando desde hace meses, y ahora, con la aparente inevitable derrota de los nobles de Albión, el próximo objetivo de ese grupo sería, con seguridad, Tristania. Un pequeño reino debilitado por la pérdida de su rey y a cargo de una princesa demasiado joven.

Si se podía confiar en las proclamaciones de los nobles que conducían esa revolución, su objetivo de unificar toda Halkeginia tenía un siguiente objetivo sin lugar a dudas: Tristania.

Entonces, ella, como princesa, se vio obligada a formar una relación con un reino que pudiera proporcionar el poder militar suficiente para contrarrestar la amenaza de los nobles rebeldes en Albión.

Cada vez que recibía un recordatorio de eso, se sentía más pesada.

― Ya veo. ― Ella miró hacia las afueras del lugar donde estaba.

Un balcón ubicado en la parte norte del castillo, sentada en una silla exquisitamente decorada, digna de la nobleza, con un juego de té con el mismo tipo de detalles, hecho de la más fina porcelana.

Ella movió su mano, cubierta por un delgado guante de color lino, hacia la taza y la tomó con suavidad.

Moviendo la taza hacia sus labios, dio un sorbo.

En este momento, lo único que desearía era poder estar junto a su amiga de la infancia, pero sabía que eso era imposible. No había nadie con quien pudiera compartir sus sentimientos más sinceros.

Miró hacia afuera, más allá de las murallas que rodeaban el castillo, la capital del reino que estaba destinada a heredar.

Entonces, una idea pasó por su cabeza, pero a diferencia de todas las demás que no se atrevía a mencionar en voz alta, esta sonaba extrañamente factible.

Dejó la taza sobre la mesa y miró a Mazarino.

― ¿Crees que podría hacer una petición, Mazarino?

Era inconcebible que una princesa le pidiera permiso a un subordinado, y la indignación en el rostro del anciano no tardó en mostrarse, pero luego de un momento llegó la comprensión.

Si la princesa le decía algo de esta manera, solo podía significar que lo que ella estaba a punto de pedir definitivamente era algo que un noble nunca haría.

El anciano casi tuvo miedo de preguntar qué era lo que ella quería decir.

― Su majestad, ¿Qué es lo que... desea?

― Ya se acerca la época cuando los estudiantes de la academia invocan a sus familiares, ¿verdad?

― Sí, en un mes.

Fue la respuesta cuidadosa del anciano, más o menos sabiendo a dónde se estaba dirigiendo esto.

― ¿No crees que debería invocar a mi propio familiar?

― Pero, su majestad, hay un protocolo.

El anciano exclamó, pero luego se dio cuenta de su arrebato y tosió un poco para calmar su viejo corazón.

― Lo entiendo. ― dijo la princesa, pero luego agregó. ― Aun así, quiero hacerlo.

― Su majestad...

― Ya acepté casarme con el emperador de Germania. ― La princesa dijo con un susurro, lleno de tristeza. El anciano cerró su boca y todas sus protestas murieron en ese momento. ― ¿Crees que al menos pueda hacer esto...?

El anciano la miró.

Como la princesa de este reino, ella era naturalmente una maga, pero antes que maga, era una princesa.

Ambas cosas no eran mutuamente excluyentes, pero invocar a un familiar era un evento muy importante, como lo era para todos los nobles. La mayoría de ellos realizaba la invocación y luego presumía de ello ante los demás.

Si la princesa fuera la tercera o segunda hija, seguramente podría hacer lo mismo, pero ella era la futura reina. Como tal, tenía que haber un evento para que todos los nobles del reino pudieran ver con sus propios ojos cuando ella invocara a su familiar.

Aun así, cuando vio la mirada en los ojos de la chica, él recordó a la niña.

Había servido al rey y, naturalmente, había conocido a su heredera desde que era demasiado pequeña para poder caminar. Sentía que su viejo corazón se había conmovido al recordar la situación de ella. Nunca se casó, luego de la muerte de su prometida, y nunca tuvo hijos propios.

Así que veía en la princesa a la hija que nunca tuvo. Como tal, había prometido al rey protegerla y ayudarla en sus deberes, y había cumplido con esa promesa hasta ahora.

Luego de pensarlo un momento, decidió que al menos podía permitirle hacer esto antes de que ella tuviera que cargar con la responsabilidad de un reino sobre sus hombros.

― Creo que un familiar podría ayudarla a no aburrirse demasiado durante el viaje a Germania.

El hombre dijo con una sonrisa derrotada. Se preguntó si estaba cometiendo un error, pero cuando vio la sonrisa en el rostro de la princesa, se dijo que estaba bien romper el protocolo una o dos veces en la vida.

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Obito sintió el frío acero del kunai del Cuarto Hokage atravesar su piel, desgarrando su carne con una precisión letal antes de hundirse profundamente en su corazón. Un dolor agudo se extendiéndose por todo su cuerpo.

Hubo un momento de conmoción.

El campo de batalla era un paisaje desolado. Árboles enormes habían sido arrancados de raíz y reducidos a cenizas, y cráteres inmensos se extendían a lo largo de cientos de metros. El polvo se alzaba en densas nubes que obscurecían la vista.

Por el cuerpo de Obito, heridas y cortes fueron producidos en masa. El chisporroteo, como de una mecha consumiéndose, se escuchaba, señal de que las células de Hashirama en su cuerpo estaban curando sus heridas con desesperación.

Aun así, la sangre brotaba y manchaba su ropa.

Minato Namikaze no estaba mejor.

Con heridas que se extendían por su piel, trozos de tela que habían sido quemados o arrancados dejaban ver rasguños y moretones.

Obito movió sus ojos y observó a su maestro.

Pudo ver el brillo azul de sus ojos, mientras él mismo parecía sorprendido de que su golpe realmente hubiera conectado, de sentir cómo la sangre comenzaba a brotar de la herida.

―¿Por qué? ―dijo el Hokage, con un aire de incredulidad en sus palabras.

Obito abrió su boca, pero solo pudo escupir sangre que manchó el interior de su máscara. Inmediatamente movió su mano hacia la cara de su sensei, pero este desapareció en un parpadeo, apareciendo a decenas de metros.

Su mano se quedó suspendida en el aire, mientras la sangre de su herida comenzaba a manchar toda su túnica. Sin embargo, como esta era de un color negro, apenas era visible en la noche.

Obito se quedó en silencio por un momento.

―Al parecer te subestimé, Cuarto Hokage... Minato Namikaze ―dijo finalmente, su voz quebrada saliendo en intervalos irregulares, cada palabra impregnada de la dolorosa premonición de la muerte.

Minato se quedó en su posición.

Él lo sabía, ese hombre enmascarado debería haber podido evadir una herida mortal de ese último ataque, pero en cambio dejó que lo apuñalaran directamente en un punto vital. La frialdad del acero y el calor de la sangre se mezclaban en el arma, y Minato lo miraba, el brillo del líquido carmesí que cubría la hoja. Apretó el kunai con fuerza, sus nudillos blanqueándose por la tensión.

No podía dejar que él se fuera. Aunque con esa herida, él estaba seguro de que estaba muerto. Probablemente lo único que lo mantenía en pie era su fuerza de voluntad.

Obito dejó caer su mano y levantó la vista hacia Minato.

Había fracasado.

A pesar de toda su preparación, a pesar de años de arduo entrenamiento, a pesar de que fue el propio Madara quien lo instruyó, él había fracasado miserablemente. Cada golpe, cada estrategia, todo se había desmoronado ante sus ojos.

No podía ignorar ese dolor punzante en su pecho, un dolor que iba más allá de la herida física.

Fallándole a Rin, fallándole a Kushina, fallándole a Madara... y fallándose a sí mismo.

Se encontró con que Obito Uchiha fue un fracaso durante toda su vida.

Su cuerpo se distorsionó en un remolino, un vórtice oscuro que lo arrastraba mientras se desvanecía de la realidad. A través de ese torbellino, pudo ver a Minato desaparecer, su figura difuminándose en la distancia. Obito sintió una quemadura en su espalda cuando el kunai de Minato trazó una línea recta en su piel, pero, a pesar del dolor, logró saltar y escapar.

Cuando aterrizó en el suelo de su dimensión, pudo sentir las heridas punzantes vibrar con una cantidad de dolor que incluso a él le resultaba difícil de soportar.

Su sangre, oscura y espesa, comenzaba a filtrarse y abandonar su cuerpo, extendiéndose lentamente por el suelo, creando un charco alrededor de él.

Moriría.

Obito reconoció esa verdad y estaba sorprendido de lo fácil que era aceptar la muerte.

Con un movimiento lento y deliberado, Obito levantó una mano temblorosa y se quitó la máscara que cubría su rostro. La lanzó a un lado, el sonido del impacto resonando en el vacío de su dimensión, y dejó caer sus brazos, agotado.

Vio una oscuridad que se extendía por todos lados.

Al final, su corazón había sido demasiado débil, y no pudo soportar la idea de tomar al bebé de su maestro. Cuando vio el amor en los ojos de Kushina, todo su odio y resolución se desmoronaron. Había pensado que podría encargarse de su sensei primero, creyendo que eliminar esa barrera le permitiría seguir adelante con su plan.

Así que lo había enviado a su dimensión y posteriormente a un área alejada de la aldea. "Volveré por el Kyubi cuando termine", se dijo a sí mismo.

Pero se encontró incapaz de matar a su sensei.

No importó cuántas oportunidades tuvo. Cada vez que Minato parecía vulnerable, Obito dudaba. Se preguntó si su maestro siempre había sido tan lento, o si era él quien había cambiado, su determinación erosionada por el peso de sus propias emociones. Obito se dio cuenta de que no podría detenerlo.

Entonces se rindió.

Y eso lo llevó a este lugar, desangrándose hacia el abismo de la muerte.

Aun así, aceptaba la muerte con una morbosa tranquilidad, como si finalmente hubiera encontrado una especie de paz en su fracaso.

Cerró sus dos ojos, sintiendo sus párpados más pesados, pero notando su pecho mucho más ligero. Se preguntó por una fracción de segundo qué pasaría en el mundo ninja ahora y encontró que no le importaba.

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La invocación se llevaría a cabo en el patio del castillo.

Había sido preparado para tal evento, alejando a la mayoría de los sirvientes y guardias del área, como dijo el cardenal. No sería bueno que demasiada gente supiera de la realización del ritual.

Así que solo estarían presentes él, Henrietta y algunos miembros del escuadrón de mosqueteros reales, incluida la propia capitana de estos.

Henrietta estaba usando un hermoso vestido de color blanco, con adornos que eran ostentosos, pero manteniendo la elegancia que debía tener la realeza.

A su lado, el cardenal estaba usando un pequeño sombrero y una túnica de color negro. Se veía ligeramente más animado que ayer.

Por otro lado, la capitana de los mosqueteros reales era una chica de cabello rubio corto. Estaba usando una capa de color blanco sobre sus hombros y una armadura ligera de color gris oscuro. En su cintura tenía una espada ligera y del otro lado estaba enfundada su pistola de un solo disparo.

Sus ojos de color verde estaban serios y siempre listos para atacar y proteger a la princesa si fuera necesario.

Había otros 6 miembros del escuadrón, todos dispuestos alrededor de tal manera que pudieran proteger a la princesa si la situación lo requería.

La princesa sintió un poco de presión al tener que invocar a un familiar en estas circunstancias, pero en el fondo sabía que, si fuera por el cardenal, seguramente hubiera preparado al menos dos docenas de caballeros para esto.

Normalmente, la invocación de un ritual no tiene nada de peligroso. Después de todo, el ritual siempre invoca al familiar más indicado para el mago, por lo tanto, es raro el caso en el que un familiar llegara a lastimar a su invocador.

Aun así, entendía de dónde venía la preocupación del anciano. Dadas las circunstancias actuales del reino, no podían permitir que ni una sola herida fuera producida en ella.

― Cuando usted guste, su majestad.

Dijo el anciano.

Ella asintió y comenzó a levantar su varita. Era de un color gris con una piedra de color pálido en la punta.

― Mi nombre es Henrietta Ana Estuardo. ― Cerró sus ojos y levantó sus manos. ― Pentágono de los cinco poderes elementales... escucha mi petición....

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Sintió que su cuerpo se hundía en el suelo y empezaba a caer.

Lo único que podía ver era oscuridad.

En un momento que se sintió como un parpadeo, lo que pudo ver fue un inconmensurable espacio en blanco, que se extendía hasta donde alcanzaba la vista.

Miró a su alrededor.

― Esto es... ― murmuró. Giró la cabeza hacia los lados y, de repente, se detuvo en seco. Sus ojos se abrieron con incredulidad, un nudo formándose en su garganta. ― ...Rin.

El nombre salió como un doloroso susurro.

Rin estaba frente a él, con su cabello castaño y sus ojos avellana, mirándolo con una sonrisa en sus labios.

Obito desvió la mirada, mientras sentía que lágrimas comenzaban a brotar de las esquinas de sus ojos.

― No tenías que apresurarte en volver a vernos, ¿sabes?

Ella dijo con un tono que sonaba como si lo estuviera regañando. Obito sonrió amargamente.

― Sí... lo siento... ― respondió, su voz quebrándose.

Rin negó con la cabeza suavemente.

― No, has pasado por mucho. ― Obito asintió lentamente. ― Te he estado observando... como prometí...

Obito entrecerró los ojos, mientras sus labios temblaban ligeramente.

Ella había cumplido su promesa, pero él no.

― Sobre esa promesa...

Rin negó con la cabeza ligeramente.

― Hiciste todo lo que pudiste... ¿Qué tal si me haces otra promesa?

― ¿Qué?

Obito levantó los ojos, miró desconcertado a Rin.

― Prométeme... que harás tu mejor esfuerzo por ser feliz.

― Rin... y-yo...

Rin movió su mano y limpió las lágrimas en los ojos de Obito.

― Yo te estaré observando... y te esperaré, pero no te apresures en volver otra vez, ¿está bien?

El mundo comenzó a oscurecerse nuevamente, la blancura desvaneciéndose en un negro absoluto. Obito extendió su mano desesperadamente, pero la oscuridad se tragó a Rin, dejándolo solo una vez más.

Y así, Obito Uchiha fue salvado de la muerte por segunda vez.

 

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― y bríndame un familiar . . 

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Así que algunas aclaraciones:

1.¿Harem? normalmente la pregunta ni se necesitaría hacer, pero admito que cuando veo este anime la idea no me desagrada completamente, seguro no lo termino haciendo, pero quien sabe XD.

2.Poder, Obito se solea a todos. Hasta donde puedo recordar.

3.Versión de Obito, será la versión de 16 años, excepto que cambiare algunos eventos, por ejemplo retrasando el ataque a la aldea, hasta que Obito obtenga esta edad, obviamente también el nacimiento de Naruto. todo quedara claro en el primer capitulo.

 todo quedara claro en el primer capitulo

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