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Capítulo 24: Una realidad incómoda

Axel

 

 

 

 

Habían pasado varios meses desde que conocimos a Ángela, con quien compartíamos a diario a la hora de ejercitarnos por las mañanas y algunas noches en las que comíamos en el Espacio de canela.

Todos eran buenas noticias para entonces, ya que la relación de Freddy y Verónica había pasado al siguiente nivel cuando anunciaron su compromiso.

Fue un hecho inesperado que me alegró muchísimo junto con mi estabilidad económica, misma que fue posible gracias a una serie de acuerdos a los que llegué con coleccionistas que el señor Di Natale me presentó.

Jamás imaginé que estos me abrirían una gran puerta a la estabilidad económica, pues más allá de fungir como intermediarios al llevar mis obras a reconocidas compañías de subastas, acordaron conmigo obtener el cuarenta por ciento de los ingresos generados.

Esto no me agradó al principio, pues en pocas palabras, estos generaban dinero con mi trabajo.

Sin embargo, comprendí, en parte, por mi situación con el falso antecedente penal, que eran sociedades necesarias para dar a conocer mis obras.

También me hice amigo de Ángela, a quien visitaba con frecuencia en su departamento por las noches. Nuestra historia comenzó con una cena improvisada, producto de un tutorial en YouTube, en la que más allá de comer un pésimo risotto de camarones, la pasamos bien en medio de risas y criticando al chef del vídeo. 

Con el paso de los días emergió una confianza que nos hizo confidentes, y fue de este modo que supe de la cercanía de su cumpleaños número treinta, día que la tenía un tanto afligida. Por ende, acordé con Diego, Freddy y Verónica hacer una pequeña fiesta sorpresa en el Espacio de canela.

Entonces, recordando que le encantaba entre las expresiones artísticas la pintura, opté por hacer un retrato de su hermoso rostro, no muy grande, pero con la intención de plasmar sobre el lienzo la belleza que cada día me hipnotizaba y aceleraba mi corazón.

Era evidente que Ángela me gustaba.

Esa experiencia de alegría y atracción la había vivido con Miranda cuando éramos amigos en la universidad. Eso me llevó a creer que estaba traicionando el amor que durante años me hizo feliz.

A fin de cuentas, con un terrible pesar y la idea de comunicarme con ella a través de una llamada telefónica, y el hecho de creer que sincerarme respecto a mis sentimientos era una buena opción, tomé mi celular y busqué entre mis contactos el nombre de Miranda.

—¿Quién habla? —preguntó un hombre al contestar. Era una voz recelosa que emitía cierto desprecio. Creí que Miranda había cambiado de número telefónico.

—Habla Axel, ¿Este es el número de Miranda Ferrer? —pregunté.

—¿Axel? —respondió confundido, y luego hizo una breve pausa—, me temo que estás equivocado, amigo.

Antes de disculparme para colgar, escuché la voz de una mujer reclamando que tomasen su celular sin su autorización.

—¡Axel! Qué sorpresa, ¿cómo estás? —preguntó Miranda con asombro al contestar.

—Muy bien, Miranda… Y disculpa que te importune en este momento —respondí.

—No, no te preocupes, solo era mi…

Hubo un breve silencio, como si Miranda estuviese procesando lo que estuvo a punto de decir.

—¿Tu novio? —pregunté.

Otro silencio me hizo esperar varios segundos más. Era evidente que le incomodaba revelarme su verdad.

—Sí, es mi novio —musitó.

Fue inesperado, y tal vez hasta doloroso escuchar esa afirmación, pero mantuve la calma por el motivo de mi llamada.

—Y… ¿Estás enamorada de él? —pregunté.

—Aún no lo sé —respondió—. Axel, ¿solo me llamaste para esto?

—Te llamo porque me gusta una mujer, Miranda…, y no me sentía capaz de dar ese paso sin hacértelo saber —revelé.

—¿Quieres decir que nuestros lazos están llegando a su fin definitivo? —preguntó con voz entrecortada.

—Me temo que sí, creo que es necesario si queremos encontrar la felicidad que la vida nos negó estando juntos.

—Pero antes, dime una cosa… ¿Me sigues amando?

Su pregunta fue inesperada y difícil de responder al momento, porque la verdad es que la seguía amando. Pero si se lo hubiese dicho, sabía que no íbamos a poder permitirnos ser felices con otras personas.

—No, Miranda… Te aprecio como una valiosa amiga, pero ya el amor que sentía por ti se esfumó.

No hubo respuesta de su parte, porque de repente colgó la llamada justo cuando la escuché sollozar. No supe si lo hizo adrede o se le cayó el celular, pero tenía la certeza de que no asimiló mis palabras como yo creí que las asimilaría.

♦♦♦

Días después, mientras conversaba con el señor Rodríguez respecto a las pinturas realizadas por los abuelitos, ya que le había propuesto que las vendiésemos en ferias sabatinas que les permitiesen generar sus propios ingresos, noté que estaba un poco agitado y sudoroso, aun teniendo aire acondicionado en su oficina.

—¿Se siente bien, señor? —le pregunté.

—Sí, solo estoy un poco agotado… El entierro del señor Silva fue agotador —respondió.

—Qué lamentable pérdida, era un señor muy amable y animado —dije.

—Era su momento de descansar. El pobre la estaba pasando mal con su deficiencia cardiaca —comentó—. Sobre la propuesta de vender las pinturas, me parece una buena idea, Axel, pero debes hacer una selección de las mejores obras... No querrás ofrecer algo sin valor a la gente.

—La cuestión es, señor, que todas las obras que Verónica y yo hemos evaluado son muy buenas —aseguré.

—Bueno, en ese caso, déjame estudiar bien la agenda a ver si podemos organizar una feria la próxima semana.

—Perfecto, muchas gracias… Y procure tomar un descanso.

Salí de su oficina y me reencontré con Verónica, quien se alegró cuando supo que convencí al señor Rodríguez. Incluso me invitó a cenar en el apartamento de Freddy para celebrar, pero le dije que tenía una cita con Ángela.

—Uy… tal parece que se encienden las llamas entre ustedes —dijo con voz socarrona.

—Solo somos buenos amigos —dije a modo de excusa.

—Lo dudo, pero te voy a seguir la corriente —replicó al guiñarme un ojo—, aunque deberías decirle que te gusta. Estoy cien por ciento segura de que Ángela siente algo por ti.

—Siempre has sido muy optimista, pero prefiero llevar las cosas a mi ritmo.

—Y, ¿si se te adelantan?

—Eso es imposible, Ángela me dijo que no tiene interés en ningún hombre, su prioridad es obtener su maestría.

—Estás muy seguro de lo que dices.

—Ella misma me lo reveló.

—¿Sabes, Axel? Algo me dice que, viviendo en el mismo edificio, ya ustedes se comieron… Siendo honesta, entrenar por la mañana te ha favorecido, y me tomo la confianza de decir que estás buenísimo. Así que dudo que Ángela se haya resistido a ti en un momento de vulnerabilidad.

—Tú lo que tienes es una mente cochambrosa… Si bien visito a Ángela por las noches, siempre lo hago con buena intención.

—Sí, Axel, eres el más santo de los hombres —replicó con sarcasmo—. He notado cómo le miras el trasero y el escote a Ángela. Tal vez no lo demuestres, pero estoy segura de que en tu mente ya la has desnudado.

Tenía razón, pero eso no era motivo para dar mi brazo a torcer en una discusión donde se ponía en duda mi virtud de caballero.

—Pues, no he pensado en esas cosas… Mi mente está enfocada en una meta, y eso es seguir realizando obras, ganar más dinero y comprar el penthouse del edificio.

La discusión acabó por intervención del señor Rodríguez, quien le pidió a Verónica que fuese a comprar una caja de bolígrafos en una librería cercana, y a mí que ayudase con las labores de mecánica al chofer del asilo.

♦♦♦

Horas más tarde, me encontré con Ángela en la recepción del edificio. Recién llegaba de la universidad, donde además de hacer su maestría, laboraba como bibliotecaria. Así tenía la oportunidad de cumplir con sus estudios y tener un salario que le permitía costear sus gastos mensuales.

Ángela me saludó con un abrazo y un beso en la mejilla. Preguntó cómo me había ido y me acompañó al ascensor conforme le contaba la buena noticia del señor Rodríguez.

Esa tarde, acordamos vernos por la noche para ir a cenar en un restaurante francés que Freddy me recomendó.

Dos horas después, nos reencontramos en la recepción del edificio, donde no pude salir del asombro cuando admiré la elegancia y sensualidad de Ángela. Se veía preciosa con su vestido plateado, mismo que resaltaba la sensual figura de su cuerpo; su escote fue difícil de ignorar.

Por suerte, sentí que estaba a su altura con mi traje negro, complementado con una camisa blanca y una corbata a juego, permitiéndome lucir con estilo y elegancia.

—Señor Lamar, pero qué elegante —dijo Ángela al verme.

—Gracias, opino lo mismo de ti, estás preciosa, Ángela —respondí—. Ya pedí el taxi, nos está esperando frente al edificio.

Salimos de la recepción y nos topamos con sospechoso, que por poco se le salen los ojos de la impresión ante la belleza de Ángela. Este nos deseó una feliz velada y nosotros correspondimos con amabilidad a su despedida.

El taxi nos llevó a un elegante restaurante, muy cerca de El Doral, un sitio en el que habíamos reservado una mesa y donde fuimos atendidos de maravillas.

La cita desde el inicio se tornó romántica, aunque ninguno de los dos se atrevió a pasar el límite del tacto entre nuestras manos.

Hablamos de nuestras vidas, compartimos un par de anécdotas y debatimos respecto a las elecciones presidenciales de ese año, cuyo cambio de gobierno generó un pequeño estallido social por parte de los adeptos del régimen anterior.

—Me parece que son radicales que estaban enchufados en el gobierno, y al ver que se les murió la gallina de los huevos de oro, empezaron a protestar alegando que hubo fraude electoral —opiné.

—Estoy de acuerdo en eso, pero no me agrada del todo que consideren eliminar el programa de protección social de la tercera edad, es una de las pocas cosas buenas que hizo el gobierno anterior... Mis abuelos se benefician de ello —resaltó.

—Yo supongo que será por un tiempo límite, hasta que consideren mejores sistemas de protección social… Porque si bien el gobierno anterior promovió excelentes programas sociales, eran demasiados los corruptos que no permitían que estos se desarrollasen con eficacia. Esa pensión de la tercera edad era una miseria —aseguré.

—Lo dices porque has vivido mucho tiempo en la capital del país, donde todo es más caro que en el resto de las ciudades. Sin embargo, en La Pascua, a mis abuelos sí les alcanzaba su pensión —replicó.

—Es un tema complejo, pero lo importante es que tenemos un nuevo gobierno y tengo la certeza de que las cosas mejorarán a nivel social, económico y, sobre todo, cultural.

El debate político culminó cuando fue puesta sobre la mesa nuestra orden. Un pollo al vino con arroz y una deliciosa ensalada francesa, acompañado de unas rebanadas de pan al ajillo y una botella de champaña.

Al principio me quejé en silencio por lo costoso de nuestros platillos, pero al terminar de comer y quedar satisfecho, además de encantado, supe que había valido la pena y que Freddy tenía un gusto exquisito.

Al final de la velada, después de pagar la cuenta y dejar una merecida propina al camarero, tomamos un taxi que nos dejó frente al edificio.

Subimos al piso número tres y estuvimos conversando un rato en la entrada de su departamento, dispuestos a pasar la noche juntos, pero incapaces de concretarlo.

Así que me despedí de ella con un beso en su mejilla y le deseé dulces sueños. No era lo que esperaba después de una velada romántica y gratificante, pero al menos la pasé de maravillas.

Gracias a esos momentos durante la cena, supe que más temprano que tarde, podía dar el paso de pedirle que fuésemos novios. Aunque la propuesta nunca se concretó por la forma repentina que empezó nuestra relación el día de su cumpleaños.

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