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¿Mala suerte o buena suerte?

Con esa pregunta en mi mente me fui a la cama, exhausta por el largo día que había tenido, no se me ocurría ninguna solución, sólo podía aceptar la triste realidad: habíamos sido expulsados del instituto en el primer día de clases, y probablemente habíamos establecido un récord. No me costó mucho trabajo conciliar el sueño, pero esperaba la visita de mi vecino, por lo que trataba de tener un ojo abierto para cuando él me llamase, y responderle de inmediato, pero esa llamada nunca llegó, Miles no apareció por mi cuarto esa noche.

Un fuerte grito de mi madre me levantó al día siguiente, en la mañana, como a esos de las 8:00 A.M. Desde la habitación podía escuchar claramente como ella discutía con alguien, imaginé que por teléfono. Mis dudas se despejaron por completo cuando entró mi padre a saludarme.

—¿Qué pasa? —pregunté—. ¿Por qué mamá está gritando tan temprano?

—Ella y tus abuelos están hablando con el director del instituto, quiere hacer lo posible para que te admitan a ti y a Miles de nuevo.

—¿Crees que funcionará?

—¿Has visto perder a tu madre alguna vez?

—No según lo que recuerdo.

—Pues ahí tienes.

No creo que mi padre tuviera la intención de preguntar qué había pasado el día anterior, confiaba en mí, pero también se notaba que estaba preocupado, y esa es la razón por la que había entrado a saludarme, así que le comenté:

—Estoy bien, no me hice ni un rasguño.

—Me alegro. Y ¿qué hay de Miles? ¿Crees que estará bien?

—Sí, ese chico es de acero.

—Ja, ja, ja.

—Perdona por decepcionarte a tan solo unos días de habernos mudado.

—Tú no me has decepcionado en ningún momento, veamos... mi hija robó una moto policial, condujo a toda velocidad con un oso persiguiéndola, hizo una entrada espléndida el primer día de clases y ayudó a domar un oso. ¿Cuántos padres pueden decir eso de sus hijas?

—Ja, ja, ja, pocos, creo… Gracias.

—No hay de qué.

—Papá, ¿tú crees que Miles tenga mala suerte?

—No lo sé, dímelo tú. ¿Crees que tiene mal suerte?

—No, no lo creo.

—Pues ahí tienes tu respuesta. Descansa un poco más, luego baja a desayunar y a saludar a tus abuelos y a tu mamá, ellos también están preocupados.

—Está bien.

Y con eso mi padre dejó la habitación, ya no podía seguir en cama, tomé mi laptop y me senté ante mi escritorio. Lo primero que hice fue revisar la noticia del día anterior y, aunque el oso era cosa seria, lo único que hacían era hablar de Miles y de su supuesta mala suerte. ¡El oso quedó en segundo plano!

Las personas que eran entrevistadas solo decían cosas malas de Miles: que era de mal augurio y cosas por el estilo, a mí ni siquiera me mencionaban, todo era sobre Miles y su suerte. Sintiéndome decepcionada decidí cerrar la pestaña de noticias que había abierto en el buscador, pero, antes de hacerlo, vi un vídeo en el que aparecía Sofía dando una entrevista.

En ella, Sofía relató cómo Miles la había salvado de unas avispas, no solo a ella, sino también a los niños que habían lanzado la piedra al avispero, en clara referencia a lo que Miles nos contó. Y aunque la entrevistadora quiso recalcar que Miles tenía mala suerte, Sofía lo defendió a capa y espada, terminando su entrevista con esta línea:

—No puedes juzgar un libro por su portada.

En eso recordé las últimas palabras que le dije:

"Dime ¿qué vistes tú?"

Por curiosidad empecé a buscar cosas relacionadas con la mala suerte y para ver si encontraba algo que explicara lo que le sucedía a Miles. Fue en ese momento que di con una anécdota sobre la mala suerte que me llamo la atención y empecé a leerla en voz alta:

En una aldea de China, hace muchos años, vivía un campesino junto a su único hijo. Los dos se pasaban las horas cultivando el campo sin más ayuda que la fuerza de sus manos. Se trataba de un trabajo muy duro, pero se enfrentaban a él con buen humor y nunca se quejaban de su suerte.

Un día, un magnífico caballo salvaje bajó las montañas galopando y entró en su granja atraído por el olor a comida. Descubrió que el establo estaba repleto de heno, zanahorias y brotes de alfalfa, así que ni corto ni perezoso, se puso a comer. El joven hijo del campesino lo vio y pensó:

"¡Qué animal tan fabuloso! ¡Podría servirnos de gran ayuda en las labores de labranza!"

Sin dudarlo, corrió hacia la puerta del cercado y la cerró para que no pudiera escapar.

En pocas horas la noticia se extendió por el pueblo. Muchos vecinos se acercaron a felicitar a los granjeros por su buena fortuna. ¡No se encontraba un caballo como ese todos los días!

El alcalde, que iba en la comitiva, abrazó con afecto al viejo campesino y le susurró al oído:

"Tienes un precioso caballo que no te ha costado ni una moneda… ¡Menudo regalo de la naturaleza! ¡A eso le llamo yo tener buena suerte!"

El hombre, sin inmutarse, respondió: "¿Buena suerte? ¿Mala suerte…? ¡Quién sabe!"

Los vecinos se miraron y no entendieron a qué venían esas palabras ¿Acaso no tenía claro que era un tipo afortunado? Un poco extrañados, se fueron por donde habían venido.

A la mañana siguiente, cuando el labrador y su hijo se levantaron, descubrieron que el brioso caballo ya no estaba. Había conseguido saltar la cerca y regresar a las montañas. La gente del pueblo, consternada por la noticia, acudió de nuevo a casa del granjero. Uno de ellos, habló en nombre de todos.

"Venimos a decirte que lamentamos muchísimo lo que ha sucedido. Es una pena que el caballo se haya escapado. ¡Qué mala suerte!"

Una vez más, el hombre respondió sin torcer el gesto y mirando al vacío.

"¿Buena suerte? ¿Mala suerte…? ¡Quién sabe!"

Todos se quedaron pensativos intentando comprender qué había querido decir con esa frase tan ambigua, pero ninguno preguntó nada por miedo a quedar mal.

Pasaron unos días y el caballo regresó, pero esta vez no venía solo sino acompañado de otros miembros de la manada entre los que había varias yeguas y un par de potrillos. Un niño que andaba por allí cerca se quedó pasmado ante el bello espectáculo y después, muy emocionado, fue a avisarle a todos. Muchísimos curiosos acudieron en tropel a casa del campesino para felicitarle, pero su actitud les defraudó; a pesar de que lo que estaba ocurriendo era algo insólito.

El mantenía una calma asombrosa, como si no hubiera pasado nada. Una mujer se atrevió a levantar la voz:

"¿Cómo es posible que estés tan tranquilo? No sólo has recuperado tu caballo, sino que ahora tienes muchos más. Podrás venderlos y hacerte rico. ¡Y todo sin mover un dedo! ¡Pero qué buena suerte tienes!"

Una vez más, el hombre suspiró y contestó con su tono apagado de siempre:

"¿Buena suerte? ¿Mala suerte…? ¡Quién sabe!"

Desde luego, pensaban todos, su comportamiento era anormal y sólo le encontraban una explicación: o era un tipo muy raro o no estaba bien de la cabeza ¿Acaso no se daba cuenta de lo afortunado que era?

Pasaron unas cuantas jornadas y el hijo del campesino decidió que había llegado la hora de domar a los caballos. Al fin y al cabo, eran animales salvajes y los compradores sólo pujarían por ellos si los entregaba completamente dóciles.

Para empezar, eligió una yegua que parecía muy mansa. Desgraciadamente, se equivocó. En cuanto se sentó sobre ella, levantó las patas delanteras y de un golpe seco le tiró al suelo. El joven gritó de dolor y notó un crujido en el hueso de su rodilla derecha.

No quedó más remedio que llamar al doctor y la noticia corrió como la pólvora. Minutos después, decenas de cotillas se plantaron otra vez allí para enterarse bien de lo que había sucedido. El médico inmovilizó la pierna rota del chico y comunicó al padre que tendría que permanecer un mes en reposo sin moverse de la cama.

El panadero, que había salido disparado de su obrador sin ni siquiera quitarse el delantal manchado de harina, se adelantó unos pasos y le dijo al campesino:

"¡Cuánto lo sentimos por tu hijo! ¡Menuda desgracia, qué mala suerte ha tenido el pobrecillo!"

Cómo no, la respuesta fue clara:

"¿Buena suerte? ¿Mala suerte...? ¡Quién sabe!"

Los vecinos ya no sabían qué pensar. ¡Qué hombre tan extraño!

El chico estuvo convaleciente en la cama muchos días y sin poder hacer nada más que mirar por la ventana y leer algún que otro libro. Se sentía más aburrido que un pingüino en el desierto, pero si quería curarse, tenía que acatar los consejos del doctor.

Una tarde que estaba medio dormido dejando pasar las horas, entró por sorpresa el ejército en el pueblo. Había estallado la guerra en el país y necesitaban reclutar muchachos mayores de dieciocho años para ir a luchar contra los enemigos. Un grupo de soldados se dedicó a ir casa por casa y como era de esperar, también llamaron a la del campesino.

"Usted tiene un hijo de veinte años y tiene la obligación de unirse a las tropas ¡Estamos en guerra y debe luchar como un hombre valiente al servicio de la nación!"

El anciano les invitó a pasar y les condujo a la habitación donde estaba el enfermo. Los soldados, al ver que el chico tenía el cuerpo lleno de magulladuras y la pierna vendada hasta la cintura, se dieron cuenta de que estaba incapacitado para ir a la guerra; a regañadientes, escribieron un informe que le libraba de prestar el servicio y continuaron su camino.

Muchos vecinos se acercaron, una vez más, a la casa del granjero. Uno de ellos, exclamó:

"Estamos destrozados porque nuestros hijos han tenido que alistarse al ejército y van camino de la guerra. Quizá jamás les volvamos a ver, pero en cambio, tu hijo se ha salvado. ¡Qué buena suerte tenéis!"

¿Saben qué respondió el granjero…?

"¿Buena suerte? ¿Mala suerte…? ¡Quién sabe!"

Tras haber finalizado de leer la anécdota, mi resolución sobre la mala suerte se hizo más fuerte, Miles no tenía mala suerte, todo lo que le ocurría tenía que ser por algo y yo iba a descubrir esa razón costase lo que costase.

Sin pensarlo dos veces, me alisté rápidamente y me dispuse a salir, no sin antes saludar a mi familia. Ellos, curiosos por saber a dónde iba, me preguntaron:

—¿Dónde vas?

—Tengo que ir a por Miles, iremos al instituto a matricularnos de nuevo.

Y con eso salí de casa, no sin antes escuchar a mi abuelo preguntar:

—¿Puede hacer eso?

A lo que mi madre respondió:

—Sí, sí puede.

Claramente no era posible, pero no me iba a rendir, no iba a permitir que las cosas quedaran de esa forma. Salí a buscar a Miles, quien debía haber leído mi mente, pues estaba saliendo de su casa y, en cuanto me vio me dijo:

—Hola, Celeste ¿te encuentras bien?

—Sí, y ¿qué hay de ti?

—Estoy bien, mi abuelo me dijo lo de nuestra expulsión, quería decirte que no te preocupes por eso, ahorita iré a aclarar todo, no hay razón para expulsarte a ti, solo te viste involucrada en mi mala suerte.

—Miles, déjame decirte una cosa, y seré lo más clara posible.

—Claro, ¿qué es?

—¡Tú no tienes mala suerte!

No dije nada más, pero creo que eran las palabras que Miles necesitaba escuchar, pues su figura atlética y varonil se rompió, sus hombros se cayeron y los ojos empezaron a soltar unas pequeñas lágrimas que Miles trató de cubrir con sus manos.

Por último, se sentó y dejó que las lágrimas fluyeran.

—¿Aun piensas así a pesar de todo lo que pasó? —me preguntó, con voz entrecortada por las lágrimas.

Me acerqué a él y, acariciando su cabeza, le respondí:

—Sí, sigo creyendo que tú no tienes mala suerte.

No lo supe en el momento, pero con el paso del tiempo Miles me dijo que en ese momento mis palabras le hicieron recordar a la persona que más quería en este mundo, por eso no pudo evitar llorar.

—Es hora de irnos —dije—, tenemos que ir al instituto

—¿A qué?

—A matricularnos de nuevo.

—¿Podemos hacer eso?

—No estoy segura, pero ¿qué perdemos por intentarlo?

Con esas palabras estiré mi mano y ayudé a Miles a levantarse. Ambos estábamos listos para nuestra siguiente ronda, pero antes de partir le dije:

—Miles, ve a por tu mochila

—¿En serio? A pesar de que no crees en la mala suerte —me respondió, con una sonrisa pícara.

—Escucha bien, tú no tienes mala suerte, pero tenemos que ser precavidos, es lo mismo que cuando sales de viaje, llevas una llanta de repuesto solo por si acaso, ¿verdad? Pues lo mismo haremos nosotros.

—Ja, ja, ja; está bien.

—Ve por ella, aquí te espero

—Claro.

Miles entró en su casa, sacó una escalera, saltó el muro de mi casa, apoyó la escalera en la pared y subió hasta el techo de mi casa, cogió su mochila y volvió a bajar por la escalera, no sin pararse a saludar educadamente a mi madre, que había observado atónita su peripecia.

La frescura de este chico para hacer algo así sin inmutarse era impresionante, y yo no podía hacer nada más que reír.

—¿Listo? —pregunté al verlo regresar la escalera a su casa.

—Sí.

Con su mochila a la espalda Miles y yo empezamos nuestro camino al instituto. Encima de nosotros estaba, una vez más, el letrero imaginario que decía: comiencen. Esta vez nos enfrentamos a nuestra obligación como ser humano pues en cada esquina que cruzábamos nos salía una ancianita pidiéndonos ayuda, no podía creer la cantidad de personas de edad avanzada que nos salía al paso.

Luego de eso fuimos perseguidos por unos perros, y logramos perderlos de vista fácilmente, pero sin darnos cuenta nos metimos en la zona donde se encontraban el panal de avispas donde unos niños empezaron a arrojar piedras al panal, las avispas, al ser molestadas, salieron furiosas del panal y, en cuanto nos vieron empezaron a seguirnos a nosotros, olvidándose por completo de los niños.

Yo empecé a correr. Sin embargo, Miles no, en vez de eso, sacó de su mochila una especie de spray hecho en casa y empezó a rociar a las avispas hasta que, extrañamente, estas se calmaron.

—¿Qué es eso? —pregunté.

—Es un aromatizante que creé para calmarlas.

—¿Tenías eso contigo?

—Sí, lo hice después de que nos atacaran la primera vez.

—Por qué rayos no me lo dijiste

—Te dije que en la mochila tengo todo lo necesario para prevenir cualquier cosa que ya me haya pasado.

Era cierto, por lo que no podía enojarme con él, pero no dejaba de sacarme de quicio. Seguimos nuestro difícil camino hasta el instituto y, de paso, pude ver cuán valioso puede ser llevar una cuerda contigo. Desde ese día, creo rotundamente que todos los estudiantes deberían llevar una cuerda consigo, debería ser obligado.

Debido al accidente que había ocurrido el día anterior, la ceremonia de inicio de clases se había cancelado y se iba a realizar aquel día.

En cuanto pasamos por la entrada principal pude ver el daño que hice con la moto. Había sido grave, no recuerdo a qué velocidad iba, pero realmente es un milagro que saliéramos vivos de ese accidente. Entendía por qué mi padre estaba tan preocupado por mí. Los maestros y alumnos que ya estaban ahí nos observaban con cautela, pero no le dimos importancia y avanzamos hasta las oficinas del director.

Incluso en esos momentos pude ver todo el esplendor del instituto, de hecho, me preguntaba si debería llamarlo así, ya que parecía más un campus universitario privado a un instituto público. Me preguntaba quien había realizado tal increíble inversión y por qué, pero no había tiempo para buscar esas repuestas, teníamos otros asuntos que resolver. En cuanto Miles y yo entramos a las oficinas del director logramos ver a Sofía de pie ahí, rogando por nosotros, para que nos permitieran ingresar de nuevo al instituto. Pero el director no cedía ante ella.

—Este instituto se construyó con un propósito muy especial, y no permitiré que un escándalo como lo ocurrido ayer manche la imagen de este lugar. Lo siento, señorita, sé que tiene buena voluntad al mediar por ellos, pero el instituto no cederá en esta ocasión…. Hablando del rey de Roma, ¿quién les permitió entrar?

Tanto el director como Sofía se sorprendieron al vernos, una reacción natural por la forma en que entramos, pero que me sorprendió, porque antes de entrar le habíamos preguntado a la secretaria, la misma que nos había atendido días atrás, si podíamos pasar a la oficina del director.

—Su secretaria nos dejó pasar —exclamé—, ella nos dijo que podíamos entrar.

—¿Qué clase de conspiración es ésta? Primero recibo la llamada de su mamá a tempranas horas del día sin que lo autorizara, luego entró esta señorita, y ahora ustedes, ¿qué creen que significa? —nos preguntó muy seriamente.

—Que debería darnos una segunda oportunidad —respondió Miles.

—Yo creo que necesito otra secretaria —le contestó el director.

—Ella solo trataba de ayudarnos, al igual que Sofía —exclame

—Lo sé, pero no importa que suceda, mi opinión no cambiará

—Por favor, denos la oportunidad de explicar lo sucedido, es nuestro derecho y es su obligación escuchar ambos lados del relato —supliqué.

—Celeste tiene razón, debe darles una oportunidad —insistió Sofía.

—Está bien, pero no les aseguro que cambiare de opinión.

—Con que nos escuche nos basta. —contesté.

—Bueno, adelante, cuentéenme qué pasó.

Miles y yo empezamos a narrar lo sucedido y Sofía nos apoyó cuando hablamos del momento en que nos encontramos el día anterior, cuando las avispas nos perseguían. Luego explicamos lo ocurrido en el circo y como ya nos habíamos enfrentado a ese oso por primera vez unos días antes. El director nos prestaba mucha atención y, cuando tenía alguna duda nos pedía una explicación más detallada de lo que había pasado.

Tras finalizar la explicación, el director llamó a su secretaria y le preguntó sobre el día en que vinimos a matricularnos y ella confirmó todo lo que habíamos contado. El director se frotó los ojos con las manos y se acercó a la ventana y, con una sonrisa en su rostro dijo:

—Miles, eres el chico con la peor suerte que he conocido en mi vida.

Obviamente, ese comentario me enfureció, ¿no se suponía que ese hombre era un intelectual? Y, si lo era, ¿cómo se le ocurría decir eso? Sin embargo, Miles no estaba molesto ni mucho menos, tan solo se limitó a responder con una sonrisa su típica frase:

—Sí, lo sé, ya estoy acostumbrado a ella ja, ja, ja

El director empezó a reír a carcajadas por la respuesta de Miles, fue algo extraño de ver, les aseguro, después de todo lo serio que estaba unos minutos atrás.

—Interesante, ahora puedo entender mejor la opinión de aquella mujer sobre Miles.

¿Aquella mujer? No sabía a quién se estaba refiriendo, lo que si sabía es que el misterio que rodea a Miles me tiene intrigada.

—Miles, por lo que me constate, tú nunca has asistido a un colegio antes, ¿verdad? —Continúo el director.

—Así es, es la primera vez que lo hago, desde pequeño siempre he recibido mi educación por medio de una tutora, y cada año hacía un examen en el centro de educación para subir de nivel.

—Entiendo, entonces esto es lo que haremos: te pasaré un examen de ingreso que tenía preparado, y si logras pasarlo con una nota por encima de noventa, dejaré que tú y la señorita Celeste sean ingresados de nuevo en el instituto, pero si fallas tendrán que marcharse ambos. ¿Qué te parece?

—Acepto.

—¿Estás seguro de esto? —pregunté.

—Sí, no te preocupes, lo haré bien.

Miles cerró su puño y lo extendió hacia mí. Yo, sin dudarlo, hice lo mismo y nuestros puños se juntaron.

—No puedes permitirte fallar.

—No lo haré.

—Buena suerte, Miles, tú puedes —le animó Sofía.

—Gracias.

Con eso, Sofía y yo salimos de la oficina del director. Estábamos en la sala de espera cuando la secretaria nos pidió dirigirnos al auditorio donde se llevaba a cabo la inauguración del instituto. El director no había permitido la entrada de ningún periódico o noticiero, algo que agradezco, ya que no quería hablar con ellos.

—¿Tú crees que Miles habrá salido bien parado en la prueba? —Me preguntó Sofía.

—Sí, no tengo dudas de eso, si no fuera así no nos habrían enviado aquí.

—Tienes razón.

El auditorio estaba lleno, pero ni aun así pude evitar las miradas raras de los demás estudiantes y profesores. Lo bueno es que Sofía estaba conmigo, no me sentía sola. De repente empezó la inauguración y el director subió a la tarima acompañado de un fuerte aplauso del público.

—Bienvenidos sean, estudiantes —dijo al micrófono—, es un placer tenerlos aquí, en este maravilloso instituto. Este año será el último para los estudiantes de 4.º año y para nosotros es un orgullo ser los que los formemos para su nueva etapa... Como se habrán dado cuenta, este instituto se volvió privado este año y las remodelaciones que se han hecho son dignas de una universidad como irán viendo en el transcurso de este año. Las mejoras no solo son estructurales, también se ha contratado a nuevos maestros que darán todo para instruirlos de la mejor forma posible. Algunos de estos profesores son tan buenos en su materia que han logrado conseguir varios premios, entre ellos hay incluso un premio Nobel.

Eso último nos sorprendió a todos. En serio, ¿desde cuándo el secundario fue tan importante como para mandar a alguien con un premio nobel a darnos clase? ¿Qué está pasando en este instituto?

—Estamos seguros —continuó el profesor—, de que los profesores que estarán con ustedes durante este año escolar les serán de mucha ayuda, y ahora mismo vamos a presentárselos. Pero, antes queremos premiar a las tres personas que obtuvieron las mejores notas del año pasado. Si escuchan su nombre, por favor suban al estrado. Un fuerte aplauso al tercer lugar: Paola Hernández.

Paola era una chica muy atractiva. Su piel morena y su largo cabello negro resaltaban enormemente su bonito rostro; una auténtica belleza local que sería la envidia de cualquier chica extranjera. Sofía me comentó que Paola era la hija del alcalde.

—En segundo lugar, tenemos a un joven extranjero, Adrien Leroy.

Sofía me dijo que Adrien era originario de Francia y que sus padres habían construido un hotel con vistas al mar en la ciudad unos años atrás, por esa razón se encontraba aquí.

—Y, en primer lugar, tenemos a... - continuaba el director.

—Puede que seas tú —le comenté a Sofía.

—No, ni soñarlo, no soy tan lista como ellos dos —respondió ella sacudiendo sus manos frente a su pecho.

—¿Siempre están entre los primeros lugares?

—Así es, de hecho, es la primera vez que veo a Adrien en segundo lugar.

—¿En serio?

—Sí, normalmente Adrien y Paola ocupan el primer y segundo puesto.

—Ya veo.

En eso escuchamos el nombre del primer lugar: "Miles González".

¡No podía ser! Fue lo primero que se me vino a la mente, y parece que a Sofía también, por su expresión. Y no solo éramos las dos que estábamos asombradas, el auditorio entero lo estaba, había un silencio tan aterrador que podías escuchar la fibra de un cabello caer al piso.

Pero ese silencio se rompió cuando me puse de pie y, como si de un grito de victoria se tratase, grité:

—¡Miles, bien hecho! ¡Así se hace! ¡Demuestra quien manda aquí!

Me daba algo de vergüenza, lo admito, pero no podía dejar pasar esta oportunidad, si lo hiciese me arrepentiría el resto de mi vida. Mi emoción era clara y contagiosa, por lo menos en el caso de Sofía que también se puso de pie a aplaudir, el director empezó a aplaudir también y, con él, todo el auditorio.

Después de eso, el director presentó a los maestros, incluyendo al ganador del premio Nobel y, así, el evento terminó, las clases darán inicio al día siguiente.

Miles se juntó conmigo y con Sofía y los tres caminamos juntos hacia la salida del instituto.

—Nunca dejas de sorprenderme, ahora resulta que también eres listo —comenté.

—No es la gran cosa.

—Pero sí lo es, es la primera vez que veo a Adrien en segundo lugar —insistió Sofía.

—Solo tuve suerte —responde Miles.

Sofía y yo nos quedamos quietas, sorprendidas por el comentario de Miles, un comentario que nos tomó movidas. Miles, al darse cuenta, sonrió y dijo:

—Ya estoy acostum…

Pero, antes de que pudiera terminar su frase, le pisé el pie.

—No sabía que ustedes dos se llevaran tan bien —comentó Sofía.

Miles y yo sonreímos. Este chico de verdad era sorprendente. En solo tres días en mi nuevo hogar había experimentado grandes emociones, y a la vez había conocido a alguien muy inusual.

No dejaba de preguntarme que clases de cosas me deparará el resto del año, después de todo vi a un chico boxear con un oso ¡cualquier cosa es posible!