El Magma se agitaba alrededor como las aguas de un mar turbulento y emitía ondas de calor que se extendían: apenas una pista del increíble poder debajo.
Había una capa de líquido dorado en el centro, como si fuera un lago dentro de otro lago. Sin embargo, esa magnífica capa podía detener el avance de los Magos.
Sobre la lava había un pasadizo gigante y se oían voces muy pequeñas que provenían de él de vez en cuando. Las piedras alrededor de ese pasadizo eran muy duras y nadie sabía adónde llevaba.
¡Swish!
Una silueta apareció en la costa del lago. La luz se dispersó y mostró a un Mago muy joven cuyo cabello era negro y largo y estaba atado de forma casual y su piel era fina y lisa. Su bello rostro estaba lleno de la dignidad de un gobernante.
Ese era, lógicamente, Leylin, pero su ropa estaba algo sucia en ese momento. El viaje apresurado de ida y vuelta lo había agotado.
—¡Mi Señor! —lo saludó un Mago de mediana edad con piel color bronce.
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