Las emociones que Anastasia sentía eran crudas, eran de asombro y miedo. Nunca habían visto a la princesa Anastasia en esta forma. Y esto era... esto era tan primal... como si ella fuera la única... la diosa, la deidad de la Leyenda... la que llevaba la sangre de los antiguos.
Anastasia... no esperaba esto. Pensó que habría alguna resistencia, pero esto... esto era diferente. El aliento se le atoró en la garganta cuando Íleo se acercó a ella. Su resplandor retrocedió e Íleo se puso a su lado con el pecho hinchado de orgullo. Puso su mano en la parte baja de su espalda. Juntos se veían fascinantes.
Sombras negras revoloteaban alrededor de las alas blancas.
Anastasia giró la cabeza para mirar al hombre que era su pareja, su amor y su esposo—. Te amo... —dijo.
—Yo también te amo, cariño —respondió él— y sus labios se encontraron en un choque. La Espada Evindal colgaba a un lado.
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