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Reencuentro

Salí del auto y caminé sin ánimo hasta la entrada del edificio, me detuve antes de entrar al vestíbulo y suspiré profundo pues, aunque sabía que Valentina me estaba esperando, aún no podía asimilar lo que ocurriría esa noche. Ajusté mi cuello, sacudí mi traje y revisé mi aliento; ese mechón rebelde de cabello no parecía desaparecer por más que lo arreglara; siempre lo odié. Y no entendía como esta corbata tan costosa era tan horrible. Mi traje no me queda ni cerca a los que aparecen en las revistas, me preocuparia menos si yo fuera un poco más agraciado o acuerpado. El reflejo de cristal no miente.

Valentina sería mi pareja oficial desde esa noche, pretendía formalizar las cosas y que mejor momento que la gran graduación. Me convencí a mí mismo de que tomé la decisión correcta, pero muy dentro solo quería que dejaran de preguntarme cuando conseguiría una novia.

Respiré profundo y dí el primer paso. El vestíbulo era enorme, tan grande como su terraza. El techo podía elevarse sencillamente a 20 metros de altura, con unas escaleras pronunciadas que daban al segundo piso, del cual podías ver toda la primera planta. Tenía una alfombra persa, abullonada y gran variedad de adornos florales, eran espectaculares. Había un mural abstracto junto a una cortina de perlas que caían desde el techo. Hacía frío, pero las luces eran tenues y cálidas. La decoración pintoresca le daban un toque acogedor, aunque resultaba intimidante para mí. Llegas a sentirte pequeño y pobre, como si te echaran en cara lo ricos que son, y eso que soy de una familia acomodada. Nada lejano de cuando voy a casa de mis abuelos. De hecho, fueron ellos los que me presentaron a Valentina, la hija más joven de sus amigos de negocios. Fueron 2 años endulzándome el oído hasta que caí, o tal vez, creo, yo quería darme la oportunidad de una buena vez. Aún me cuestiono eso.

Cuando ella venía a visitarnos con sus padres, mi familia armaba un banquete al buen estilo caribeño. Bandejas de filetes y asados, frutas y cocteles de los más dulces, pero nada de alcohol para mí, eso sí. En la mesa se sentaban ambas familias, y tanto mis padres como mis abuelos vociferaban cuanta cosa les llegara a la mente que podían darme con su dinero con tal que ella, o sus padres, escucharan. Poco hablaba en esas reuniones, me limitaba a escuchar los planes que ellos tenían para mí. Tenía una vida arreglada y fácil, aunque demaciado acomodada diría yo.

Debo confesar que siempre soñé con algo diferente. Si tan solo ellos me hubiesen escuchado un poco más, o tal vez fui yo quien no hablé lo suficiente. Solo imaginen la cara que mis padres pusieron cuando les dije que quería estudiar Psicología en vez de Derecho. A mí me gritan y me espanto, ahora imagínenme en un tribunal. Quiero creer que elegí lo correcto al final.

Avancé por el pasillo del vestíbulo hasta llegar a la recepcionista. Sin saber a dónde ir, le pedí ayuda. Ella, amablemente, me trató como a un inquilino más.

—Listo. Ya llamé a la señorita Rodríguez a su apartamento -dijo la recepcionista —. Ella me pidió que le dijera que esperara aquí abajo mientras termina de cambiarse, dijo que le tomaría unos minutos.

Asentí y dí media vuelta dando gracias 3 veces. Dí unos pasos y escuché un "por allí no, joven".

—¿Entonces dónde debo...? —miré a todos lados.

Ella me señaló al cuarto de espera, del otro lado, y dando una reverencia torpe, tomé el camino correcto. Estoy seguro de que ella se rió de mi cuando dí la vuelta.

En el camino escuche el timbre del elevador. Estaba al final del pasillo junto a un espejo que adornaba la pared. Alguien salió de la cabina, no era Valentina, solo un huésped común, mi alma volvió a mi cuerpo.

Tal vez estoy preocupándome demaciado por lo que le diré a ella, declararme no es algo que haga muy seguido. Si algo es verdad, es que ella ha sido muy buena conmigo todo este tiempo, es claro que yo le gustó. Ella es muy hermosa, elegante, tierna, y aunque su estilo de vida gira en torno a la ostentosidad, ella tiende a ser modesta en sus gustos. Creo que me gusta eso de ella, su inocencia. Siempre me pregunté que me vió ella a mí, ni siquiera sé bailar o tengo alguna habilidad interesante que me haga sobresalir. Aun así, lo pensé repetidas veces y decidí darme la oportunidad y tras varias citas deseé formalizar la relación hoy, aunque acepto que algo muy dentro de mí se sorprende por esto.

Entré a la sala de espera. Su longitud no era de envidiar y un gran ventanal daba a la calle donde mi madre me esperaba en su camioneta, vehículo que algún día será mío, según ellos. El sol había caído, la ceremonia sería dentro de 30 minutos.¿Qué hago tan temprano aquí?,me pregunté. Me incomodaban las plantillas en mis pies, ser 5 centímetros más alto tiene sus costos y el olor tan intrusivo del perfume de papá comenzaba a molestarme. Ví al fondo un sillón cómodo y me percaté que no era el único en el lugar, alguien estaba sentado allí, leyendo lo que creí era un libro. Preferí evitar cualquier conversación incómoda y me senté en el sofá más cercano, en la esquina más alejada.

¿Y ahora?,me pregunté.¿Cuándo llegue a la fiesta que le diré al resto? Estoy seguro de que me preguntarán qué tengo con Valentina y tendré que responderles con ella al lado. ¿Y qué le digo a ella? ¿Cómo se lo pido? ¿Estoy en ese punto con ella, o en cualquier punto?, pensè. Creo que mi mueca al pensar en ello llamó la atención del sujeto en el cuarto, suelo dejarme llevar mucho al pensar.

No había mucho que hacer para matar el tiempo, el ruido del aire acondicionado me producía sueño, eso sumado a la luz tenue me hizo deambular despierto. Por un segundo me sentí observado. Volteé y noté al otro sujeto mirándome, eso pasó un par de veces. Yo entrecerraba mis ojos, observándolo.¿Qué querrá?,pensé. Me fijé en su libro, era la novela de Patrick Süskind, El Perfume.Excelente elección, dije en mi mente. El hombre, al final, es aún esclavo de sus deseos, naturaleza, pasiones y de los sentidos y estos al final lo controlan a él por más fina sea su moral. Leí ese libro en quinto semestre y no porque la clase me obligara.

Me rodé un poco para ver más de cerca.

Poco a poco noté más al sujeto, ahora era un joven, de algunos 19 años, mi misma edad. Llevaba un jean negro, tipo drill y con rotos en los muslos, combinado con una chaqueta del mismo color, un suéter color marfil y zapatos medianoche. Tenía un anillo en su mano izquierda y un pequeño zarcillo en su oreja derecha. A decir verdad, me gustaba su pinta, hubo una época en qué me quería vestir igual. De hecho, siempre soñé con hacerme un tatuaje, algo simbólico en mi brazo que bajara desde mi manga hasta mi muñeca. En cambio, este traje ni siquiera lo elegí yo. Eso de que cuando uno cumple 18 ya es un adulto y puede tomar sus decisiones no es tal literal, menos en una familia tan pudiente y conservadora.

Miré mi reloj, nadie se asomaba por el pasillo aún. Me rodé un poco más, la lámpara al lado del sujeto me permitió ver mejor su rostro. El tipo tenía cabellos negros, tersos, con un flequillo que escondía uno de sus ojos. Sentí como si hubiera visto ese rostro antes. Volví a fijarme en él, su tez era blanca, no como yo que soy color azúcar morena. Era más fuerte que yo definitivamente, eso era obvio. Podría asumir que es un galán con las mujeres o las chicas tienden a rodearlo por su apariencia fisica. Me entraron ganas de acercarme y preguntarle por qué sección del libro iba, pero me pesaba el saco, me dio flojera de levantarme.

No queria quedarme de brazos cerrados y se me ocurrió algo. Me levanté y me quité el saco del traje, en eso aproveché para llamar su atención y juntar miradas. Él movió su cabeza hacia arriba en un movimiento para saludar a un extraño. Le devolví el mismo ademán. Pude notar que escondió su sonrisa. ¡Funciono!

¿Por qué me sentía tan nervioso? ¿Por qué se sentía bien? Volteé a ver el pasillo al elevador, nadie venía aún. Suspire.

Él se acomodó en su silla y recogió su flequillo, entonces lo noté, justo debajo de su ojo derecho, en su mejilla, un lunar. Un punto en su rostro, el negativo del cielo nocturno con una solitaria estrella que, de la nada, me hizo temblar.

Sentí como si el piso se hundiera bajo mis pies. Mis entrañas se retorcieron y sentí un peso inexplicable sobre mis hombros. La luz empezó a molestarme. No recordaba que las lámparas fueran tan brillantes. Me desabotoné el cuello. La gota de sudor bajó por mi cuello hasta mi espalda. El cabello en mi rostro no me deja ver bien. Mi boca se resecó pidiendo agua a cántaros. Algo no estaba bien, sabía que si intentaba caminar hasta el otro lado del cuarto me caería.

El chico se levantó, hizo como que botaba un papel en la caneca, me lanzó una mirada de arriba a abajo y se sentó justo enfrente de mí, para después continuar leyendo su novela. En ese instante, solo nos separaba una mesita de noche, adornada con unas orquídeas púrpuras y un cenicero. ¿Quién es él?, Que recuerde, la única vez que yo me he puesto así al ver a alguien fue...

—John —susurré para que él no escuchara. Me senté o más bien caí de golpe al sofá. Mis ojos se nublaron, la luz de las lámparas parecían apagarse y, de repente, ví detrás de mis ojos a mi mismo, cuando tenía 13, asustado, corriendo a esconderme a mi antigua casa. ¿Por qué estaba corriendo?

Fue hace ya 7 años, creo. Ese día... esa tarde de domingo... recuerdo estar sentado bajo la ventana, la luz del sol me deslumbraba, hacía calor y él estaba... estaba sentado allí, a mi lado. Él me vino a buscar y yo... yo... Ya recordé todo.

Su nombre era John, mi único mejor amigo de la infancia. Él tenía ese mismo cabello oscuro y piel pálida, con sus ojos únicos y ese lunar en su mejilla que lo hacía ser quien era. Solíamos ser muy unidos, a pesar que eran de una familia muy humilde. Recuerdo que lo conocí en un viaje a piscina. No podía nadar bien, así que me agarraba del borde hecho de pedriza y cemento y me impulsaba hacia un lado cuál cangrejo. Dejaba que la corriente me moviera de aquí para allá. Recuerdo verlo de espalda apoyado en un barandal. Recuerdo su espalda desnuda, cabellos mojados y pantaloneta roja. Él volteó y me miró, escondí mi rostro en el agua apenado. ¿Cuándo olvidé esto?

Descubrí que vivíamos cerca y empezamos a caminar juntos al colegio. Solíamos pasar horas hablando en la puerta de mi casa o la suya, hasta altas horas de la noche, hasta que dejarán de pasar autos en la calle y los gatos se pelearán en los tejados. Inventábamos una excusa para seguir hablando un rato más hasta que alguno de nuestros padres nos llamará a dormir. Recuerdo que solíamos jugar con las canicas al frente de mi casa, en el arenal, y terminaba con las manos sucias y negras, pero eso poco importaba, lo disfrutaba. Recuerdo que hacíamos competencias para comer los limoncillos verdes del árbol de una vecina, el que hiciera caras perdia. Recuerdo esas ansias de verlo cada día, querer levantarme e ir al colegio solo para estar con él, abrazarlo, tomar su mano... su mano. Recuerdo esa sensación cuando los nervios me ganaban y me derretía su tacto, no podía evitarlo. A Jhon le gustaba acariciarme el cabello, él era tan cariñoso, a su modo, tanto que empezaron los rumores.

Ahora recuerdo esa última noche. Él me invitó a su casa, sus padres estarían de viaje y obtuve el permiso de quedarme a dormir. Nada extraño para dos jóvenes de nuestra edad. Entre juegos y locuras, risas y desorden, videojuegos y dulces, comida a hasta jactarnos, películas y videos de risa, cada vez más y más nos dejamos llevar. Éramos solo él y yo esa noche, pero no recuerdo alguna vez en toda mi vida que me haya sentido más libre. No tenía a mis padres diciéndome como comportarme o a mis abuelos con su mirada juzgante, no, éramos solo él y yo viéndonos a los ojos, acostados en una cama, de un hogar humilde. Èl jugaba con mi mechón de cabello que solo por esa vez aprecie tenerlo, mientras yo me recostaba en su pecho desnudo. Luego, entre toques y palabras osadas, él cerró la puerta y ocurrió... lo que ocurrió.

Volví solo a casa esa noche, tarde y asustado. Mis padres nunca supieron nada, ni aun hasta el día de hoy. Después de eso no me atreví a hablar con él. Cuando me lo encontraba en la calle o en los pasillos de la escuela, me escondía rápidamente. Llegue a odiarme a mí mismo, sobre todo por lo que sucedió esa tarde de domingo... ¡Oh, esa tarde de domingo! Recuerdo que estaba en casa y la sirvienta me llamó por mi nombre.

—Joven, te está buscando John, ¿Por qué no sales y pasas el rato con él afuera? Coge algo de sol, ve —dijo volviendo a sus quehaceres.

Miré hacia la puerta de entrada, la luz del sol era ahora más brillante de lo normal y me pesaban más piernas. Caminé como pude hasta la entrada, mi corazón quería salirse de mi pecho, me detuve, y tragando el nudo de mi garganta, le abrí. Él estaba de espaldas con sus cabellos mojados y una pantaloneta roja, había corrido hasta llegar acá. Le permití entrar y nos sentamos juntos bajo la ventana de la terraza, donde estaríamos solos para conversar. El calor de medio dia jamás se sintió más helado.

—Oye.

—¿Qué? —respondí yo.

Ambos quedamos en silencio.

—Oye.

—¿Qué? —respondí de nuevo.

—Debemos hablar de lo que pasó —dijo Jhon tras una pausa.

Ese domingo fue la última vez que lo ví en mi vida, hasta el día de hoy. ¿Qué hice yo? Bueno... Yo... Salí corriendo... a esconderme, no sin antes decirle la frase que me ha perseguido en mis pesadillas todos estos años...

De repente escuché la alarma de mi reloj de muñeca, lo había ajustado para sonar 10 minutos antes de la ceremonia de graduación; desperté.

Mire al frente mío, el sujeto seguía sosteniendo su novela entre sus manos. Quise levantarme y hablarle como si nada hubiera pasado, más mis piernas estaban frías y mi voz se marchó con mi valor. Revisé mis manos como si apenas descubriese que tenía un par de ellas.

El tiempo se acabó, sonó el elevador. Alguien venía y estaba seguro quién era esta vez. Me levanté y me puse mi saco de vuelta, con dificultad. Me temblaban los dedos, pero logré acomodar mi corbata y abotoné la camisa.

No, no creo que sea él,pensé. De tantas personas en el mundo, después de tantos años buscándolo, después de lunas enteras intentando corregir lo que le hice hace tanto tiempo, era imposible que fuera él. Ya me había dado por vencido, ya había enterrado ese sentimiento. ¿Por qué habría de encontrármelo ahora?

Valentina apareció saludándome. Su vestido era hermoso, sin contar su cabello y su sonrisa. Ella se veía feliz y contenta, nerviosa también.

—Hola, lo siento, pero ya estoy lista. ¿Nos vamos? —dijo ella.

La miré a los ojos y volteé buscando a mi madre que seguía afuera esperándonos.

—D-dejé caer mi billetera entre los cojines del sillón, espérame afuera, mi madre está allá esperando por los dos —dije señalando a través de la ventana. Ella accedió sin problema y se marchó con un beso en mi mejilla.

Cuando fui a recoger mi "olvidado" objeto, el sujeto cerró su libro con prisa, se levantó, y tras una larga muletilla, me habló, llamándome por mi nombre.

—Tenía ratos que no te veía. S-soy John, pensé que no te reconocería, pero sí, te recuerdo bien. Mira que has crecido, ese mechon de cabello tuyo te delató. ¿Y tú? ¿Me recuerdas? —dijo extendiendo su mano con una expresión de esperanza. A mi mente volvieron todos esos recuerdos y se acumularon frente a mis ojos una vez más. Mi corazón se paralizó.

Esa noche y las demás noches después a esta jamás fueron iguales. Respiré hondo y saqué las agallas que no tenía, y el coraje que nunca tuve en toda mi vida para verlo a los ojos y decirle, aun con lágrimas asomándose de mis ojos, lo mismo que le dije aquella vez bajo la ventana de mi casa una tarde de domingo antes de salir corriendo.

—¿Y tú... quién eres?

***

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