Si bien Abel ya estaba cansado por el largo viaje, el hombre aún decidió explorar un poco la casa en donde se encontraba, por suerte la misma no era muy grande y solo contaba con una sala de recepción muy chica en donde se conectaban todas las otras 4 habitaciones de la casa: una de esas habitaciones era el living ya conocido, mientras que las otras tres habitaciones era una cocina con un almacén, un baño lamentablemente no moderno y sin ducha y un dormitorio con una cama y un mueble.
Tras investigar la casa , comprobando que no había nadie dentro en el proceso, el hombre fue a la cocina y se puso a curiosear el almacén del hogar. Si mal no recordaba cómo funcionaba este pueblo, entonces en este lugar debería haber alimentos no muy perecederos para prepararse un poco de comida. Lógicamente estos alimentos eran repuestos por los guías del sitio y la idea era que las personas que visitaran pudieran experimentar cocinar su propia comida como lo hacían los antiguos habitantes de este pueblo.
Efectivamente, al curiosear un poco en la cocina Abel encontró unas latas con alimentos y un poco de verduras secas en buen estado en unos cajones algo ocultos. Abel tomó una de las hoyas de la cocina y salió con ella al patio de la casa, donde por suerte recordaba haber visto una bomba de agua antigua, esa que funcionaban manualmente utilizando una palanca que se la hacía subir y bajar hasta lograr sacar el agua del pozo.
Al llegar a la bomba, Abel colocó debajo de ella la olla de metal y procedió a colocar su mano en la palanca para comenzar el divertido proceso de subir y bajarla, no obstante antes de poder hacerlo el hombre se detuvo, ya que algo estaba llamando su atención.
Al inspeccionar la bomba de agua de cerca, el viudo noto que habían colocado un cartel de advertencia en uno de los costados de la bomba, ciertamente el cartel era amarillo fluorescente por lo que era bastante complicado perdérselo a no ser que seas Abel y en este momento muchos recuerdos y pensamientos estén nadando en tu cabeza. El cartel decía lo siguiente:
"Advertencia: El agua no es potable. Por favor usar una de las botellas de agua que se encuentran en el baúl del baño"
—Qué raro, juraría que nunca vi estas advertencias antes…—Murmuro Abel, pero fue entonces que el hombre recordó que la policía había recuperado más de 60 cadáveres en el pozo de agua de este pueblo, por lo que probablemente era posible que la napa subterránea se haya contaminado y tuvieran que poner estos carteles a lo largo del pueblo.
Dándose cuenta de que hace unos años , y aún peor en su luna de miel, él había recurrido al agua de ese pozo para obtener agua, Abel tuvo una sensación de náuseas que le revolvió todo su estómago, pero por suerte se contuvo y logró no vomitar.
Luchando con sus nervios, Abel junto a la olla de agua y se dirigió nuevamente al interior de la casa. No obstante, antes de llegar a entrar en la casa, el viudo se detuvo abruptamente y se dio la vuelta para mirar al pueblo: ¡Alguien lo estaba observando!
—Quién está ahí?—Grito Abel un poco asustado por la sensación de ser acechado, pese a ello al darse vuelta el viudo noto que en realidad no había nadie, más que un pájaro carpintero que se había puesto a picotear uno de los postes del cartel de madera que daba entrada al pueblo en busca de cazar algún insecto.
—...—En silencio, Abel miró al hermoso pájaro en el poste con bastante vergüenza, ciertamente estaba algo nervioso en este momento y el recuerdo de la cantidad de gente que murió en este pueblo lo había alterado más de lo que creía.
Mientras el bellísimo pájaro picoteaba la madera con constancia y esfuerzo, el viudo aprecio el regalo de la naturaleza y logró tranquilizarse, recordándose a sí mismo que los muertos no volvían de la tumba. Y, por tanto, el asesino culpable de esos atroces crímenes ya estaba en el infierno sufriendo su justa condena divina, por lo que no había razón para estar asustado y mucha menos razón había para andar tirando semejantes gritos al aire.
Dándole unas pocas ojeadas más al pájaro carpintero y sobre todo al pueblo abandonado que permanencia en su lapidario silencio monótono, Abel procedió a entrar en la casa de a la antigua guía, procurando cerrar la puerta con sumo cuidado, como si temiera que alguien vaya a colarse dentro mientras cocinaba.