El lugar era un caos. Se oía el sonido de los médicos y las enfermeras administrando tratamientos de emergencia desde la sala.
—¡Mamá!
—¡Abuela!
—¡Bisabuela!
La familia del tío de Justin rompió a llorar. Todos sollozaban y actuaban como si estuvieran terriblemente tristes.
—¡Silencio! —ladró Justin con fiereza, haciendo que sus sollozos cesaran de golpe.
El tío segundo de Justin, Raymond Hunt, respondió inmediatamente con reproche: —No importa si no lloras porque tienes sangre fría, Justin. ¿Por qué me prohíbes...?
Justin le lanzó una mirada fulminante y le espetó: —¡La abuela no está muerta!
Raymond estaba tan asustado que las palabras que iba a pronunciar se le atascaron en la garganta. Su familia también dejó de llorar poco a poco.
Justin apretó los labios y miró fijamente a la sala.
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