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Midgar y el templo de Tyr 2.281

Todo el grupo llego a la escalinata que llevaba al rostro tallado en la montaña. Hace años Viggo y Rosewisse se habían mantenido alejados ya que en aquella época dicho rostro emitía un miasma oscuro que Rosewisse había denominado cómo magia arcana. Sin embargo, ahora ya no estaba presente, según Atreus, él y su padre habían disipado dicha magia con la luz del Alfheim.

Viggo y el resto se detuvieron en el punto donde la escalinata se volvía estrecha y a los lados se producía un profundo precipicio. A esta altura la nieve era visible por todos lados, las murallas estaban cubiertas de hielo y el viento soplaba con fuerza. Kratos y Atreus tenían una resistencia natural a este frio. Viggo y Rosewisse se habían enfrentado al frio de Helheim, por lo que ahora este nivel de frio no significada nada. Solo Brunilda parecía incomoda, pero trataba de no demostrarlo.

Viggo se detuvo del lado derecho con Rosewisse y Brunilda detrás de él mientras que Kratos se detuvo del lado izquierdo con el pequeño Atreus a su lado. Ambos lados cruzaron miradas y Viggo hablo —bueno, hasta aquí llegamos juntos. Según las indicaciones del maestro, para nosotros es más conveniente volar por fuera y buscar el cadáver del dragón que quedó entre las montañas—

—Cuídate, muchacho— dijo Kratos tendiéndole la mano

Viggo sonrió y estiro su mano hasta tomarle el antebrazo a Kratos. Una firma sacudida y se separaron. Viggo miró a Atreus y también le ofreció una mano, pero el muchacho lo miraba con cierta reticencia. Viggo sonrió, se agacho y le hizo el gesto con ambas manos para que se acercara. Atreus camino hacia él y le dio un apretado abrazo.

—Tranquilo, nos volveremos a ver, esta es solo una breve despedida— dijo Viggo

—Sí, hermano, cuídate— dijo Atreus con cierta pena

—Te daría un abrazo muchacho, pero eres tan odioso que no te lo mereces— dijo Mimir colgando de la cintura de Kratos

Viggo soltó una risita, se separó de Atreus, se puso de pie y le dijo —espero que cuides de mi hermano, Mimir, es joven, pero le vendrían bien algunas palabras del hombre vivo más sabio de los Nueve Reinos—

—Nunca lo vas a olvidar ¿Cierto?—

—Jamás—

—Ustedes dos— dijo Kratos mirando a las valkirias —cuiden de Viggo, es un muchacho demasiado problemático—

—Lo sé, señor— respondió Rosewisse —no tiene que decírmelo—

Kratos soltó un bufido a modo de risa, asintió y empezó a caminar. Atreus lo siguió, pero no paraba de mirar atrás como esperando que Viggo los siguiera. Viggo y Rosewisse movieron su mano en señal de despedida y Atreus los imito hasta que Kratos lo regaño por no prestar atención cuando estaba cruzando una escalinata con precipicios a ambos lados.

—¿Vamos?— preguntó Rosewisse

Viggo asintió, miró a Brunilda y se enfocó en el brazo faltante —¿Estarás bien?— pregunto

—No debería haber problemas— respondió Brunilda mirándolo a los ojos

Viggo asintió, miró a Rosewisse y le dio la espalda —por favor— dijo

—Recuerda, respira profundo y no te pongas tenso— dijo Rosewisse abrazándolo por la espalda —si te asustas y pones tu cuerpo rígido me cuesta maniobrar en el aire—

—Tratare de hacer lo mejor, pero no es mi culpa. Cierta persona me dio muchos sustos en estas montañas—

—Llorón— dijo Rosewisse, se lanzó a volar, aleteo un par de veces ganando altura, pero las fuertes ráfagas de viento la elevaron y empujaron hacia atrás. Viggo se puso tensó de inmediato, lo cual no ayudo, pero Rosewisse continúo aleteando hasta encontrar una altura donde las corrientes de viento no eran tan fuertes.

—No fue a propósito— dijo Viggo afirmándose a las manos de Rosewisse sobre su pecho

—Lo sé, pero no te pongas nervioso, no ayuda— respondió Rosewisse, continúo aleteando y continúo ganando altura mientras Brunilda los seguía de cerca.

De esa manera fueron ascendiendo por la montaña hasta que la piedra quedó oculta por la nieve, pero ellos no iban a la montaña, así que la comenzaron a rodear mientras ganaban altura. Tenían que ir a la cara norte de la montaña, con vistas a la región de Veitnurgard, donde había un lago con una estatua de Thor. Desde ahí debían buscar una región amplia entre las montañas donde estaría el cadáver del dragón a la vista. Si seguía ahí no había perdida, después de todo, medía más de cien metros desde la cabeza a la cola.

Después de veinte minutos de vuelo, Viggo grito —allá— mirando hacia una esquina de las montañas, donde se veía una enorme construcción escamosa y alargada que no tenía alas.

Rosewisse y Brunilda volaron hacia esa dirección teniendo mucho cuidado con los vientos traicioneros. Esta región interior carecía de nieve, así que si caían el impacto sería directamente contra las piedras. Ellas aterrizaron a diez metros de la cola y se acercaron caminando hasta tocar a la criatura.

—Sus escamas son blandas— dijo Viggo pasando sus manos por la superficie de la cola —todavía puedo sentir la textura como de las rocas. Una escama de dragón antiguo es dura como el acero—

—¿Servirá para hacer estus?— preguntó Rosewisse

Viggo la miró y después miró hacia un lado procesando las palabras. Ella tenía razón, a lo mejor porque era un dragón joven no tendría la misma consistencia para fabricar el estus. Sin embargo, era mejor que nada.

—No importa— dijo Viggo —ya veremos cuando volvamos a Orario—

Viggo llevo sus manos al bolso de cuero cruzado a su pecho y abrió la tapa. Después llevó su mano derecha al cadáver del dragón y absorbió el cuerpo dentro del bolso como si fuera succionado. En solo un instante el cadáver despareció dejando un enorme cráter del tamaño de su cuerpo y rastros de sangre. En los alrededores no había nada, salvo una cueva en una esquina que llevaba al interior de la montaña de los Jotun.

—¿Ahora que hacemos?— preguntó Rosewisse

Viggo sonrió con astucia y le dijo —ya escuchaste a mi maestro y Atreus, el interior del templo de Tyr está lleno de tesoros. Se supone que Tyr murió, así que él no los necesita—

—Pensé que eras un guerrero, Viggo Dragonroad— dijo Rosewisse con el ceño fruncido mientras Brunilda la acompañaba en la expresión de disgusto —ahora pareces un saqueador de tumbas—

Viggo le dio unas palmaditas al bolso de cuero y respondió —bueno, si no quieres me tendré que quedar con todo. Imagínate, montañas y montañas de tesoros, que pena, lo pensaba compartir contigo—

Rosewisse lo miró a la cara, cabello rojo, ojos azules mientras sonreía con malicia. Rosewisse pensó que Viggo últimamente sonreía mucho de esa manera, pero no era como si no le favoreciera. Al contrario, lo hacía ver aún más atrevido de lo normal. Ella pensó en lo que dijo Viggo, quedaba de paso, ya que ella tenía que pasar por el templo de Tyr para llegar a las estatuas de los remeros y buscar el Rocstoll aff valkyrs.

—Bien, pero no me hagas trampa— dijo Rosewisse como si no quisiera, pero realmente lo estaba anticipando.

Viggo miró a Brunilda y le dijo —síguenos, te mostraremos algo genial—

De esa manera viajaron volando a con dirección norte al templo de Tyr y se detuvieron en el puente. El lago parecía en calma y la serpiente lo vigilaba todo desde la distancia. A lo lejos se veía como su enorme cuerpo cruzaba las montañas y de forma literal llegaba a cada sector de Midgar.

Viggo y el resto lo miraron durante unos minutos. Después le dieron la espalda y comenzaron a caminar hacia el templo.

—¿En la parte baja?— preguntó Viggo mientras avanzaba a paso rápido para evitar correr de la emoción

—Sí— respondió Rosewisse con una amplia sonrisa e igual de emocionada. Detrás de ellos los seguía Brunilda sin entender su comportamiento.

Viggo, Rosewisse y Brunilda se detuvieron un poco antes de la entrada al templo de Tyr, giraron a la izquierda y bajaron por unas escaleras que los llevaba a un pasillo lateral. Dicho pasillo los llevo a otra larga escalera con un descanso y que seguía bajando hasta el último pasillo lateral al nivel del agua.

—No me había dado cuenta de que había bajado tanto el nivel del agua— dijo Viggo

—Y que lo digas, Jormugand es demasiado grande— respondió Rosewisse, todos se detuvieron y miraron a la distancia la enorme cabeza de la serpiente del mundo. Después continuaron caminando hasta una puerta de piedra obsidiana con bordes dorados. Viggo metió sus dedos en la hendidura entre las puertas y abrió de un solo golpe. En el interior había un pasillo de cinco metros de ancho que los conducía a una cámara interna con una apariencia circular. En el centro había un cuenco de arena, el cual Rosewisse leyó y resolvió por su propia cuenta. Al escribir en la arena el piso alrededor del cuenco descendió y vieron los hermosos murales que relataban las aventuras de Tyr en otras tierras.

Una vez que se detuvieron, vieron un pasillo por delante y lo que parecía ser una amplia sala interior. Desde esta distancia ya era visibles las riquezas. Viggo camino a paso rápida y Rosewisse lo siguió con la misma anticipación mientras Brunilda no entendía toda su emoción. Sin embargo, al llegar a la sala interior entendió que los motivaba tanto. Montañas de oro en cada esquina, artefactos, cetros, coronas, collares, piedras preciosas, vasijas de otros reinos y utensilios que jamás había visto en su vida.

Viggo y Rosewisse se miraron a los ojos con una amplia sonrisa y corrieron a un montículo de tesoros cada uno sin preocuparse por Brunilda.

—Esto es mío— dijo Rosewisse recogiendo una enorme piedra preciosa, vio un collar con una piedra azul tan grande como un ojo —y esto también, aaaah, y esto, y esto—

Rápidamente sus manos se llenaron de joyas, piedras preciosas y otros objetos que era demasiado hermosos como para solo ignorarlos.

Por su parte, Brunilda estaba igual de emocionada, pero se movió con tranquilidad a lo largo de la sala. Vio una puerta y vio una sala más pequeña —aquí hay más tesoros— dijo

Viggo y Rosewisse escucharon sus palabras, se apartaron de las montañas de tesoros y caminaron hacia donde estaba ella. Entonces vieron la sala, se miraron y Rosewisse tomo a Brunilda de su brazo mientras Viggo ponía su mano en la espalda.

—Oye, esperen, yo solo decía, no quiero nada— dijo Brunilda asustada porque la llevaban a la fuerza

—¿De qué hablas?— preguntó Viggo —si vienes con nosotros tienes que tomar algo, ahora eres nuestra cómplice—

—Yo no quiero robar—

—¿De qué hablas?— preguntó Rosewisse con una amplia sonrisa —Tyr murió hace muchos inviernos, todo esto está aquí ganando tierra y llenándose de telarañas. Es un desperdicio dejarlo aquí para que se pudra, vamos, vamos, es tu oportunidad de tener algo bonito—

—Yo solo necesito una buena espada—

Viggo sonrió con astucia y le dijo —bueno, para comprar una buena espada necesitas oro, así que adelante, dime que te gusta y lo llevare por ti. Acéptalo, ahora eres nuestro cómplice—

Rosewisse, Brunilda y Viggo llegaron a la sala y vieron que en su gran mayoría solo había artefactos de otras tierras, también oro, pero no se podían comparar a las montañas que había en el exterior. Ellos se dispersaron, miraron los alrededores y empezaron a tomar objetos que les gustaba. Era puro capricho porque al final tomarían todo y lo meterían dentro del bolso de cuero que llevaba Viggo cruzado al pecho.

—Alguien rompió una jarra— dijo Brunilda recogiendo unos pedazos de greda

Viggo camino hasta donde estaba ella y se detuvo a su lado. Miró la greda en el suelo y vio una imagen muy clara de alguien que conocía, por la forma física era más joven, pero no era duda; Kratos, el fantasma de Esparta con las espadas del caos y el tatuaje rojo por todo su cuerpo.

—No importa— dijo Viggo —no tiene ningún valor para la persona en sí, así que olvídalo—

—¿De qué hablas, Viggo?— preguntó Rosewisse avanzando

Viggo aplasto la imagen de su maestro cuando era el destructor del mundo y sonrió con astucia.