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Vendida al destino

Amelia no siempre fue Amelia. En una vida pasada, fue un joven que se dejó llevar por la apatía y la indiferencia, grabando en silencio una atrocidad sin intervenir. Por ello, una organización secreta decidió aplicar un castigo tan severo como simbólico: transformar a los culpables en lo que más despreciaban. Convertido en mujer a través de un oscuro ritual, Amelia se ve atrapada en un cuerpo que nunca pidió y en una mente asediada por nuevos impulsos y emociones inducidos por un antiguo y perverso poder. Vendida a Jason, un CEO tan poderoso como enigmático, Amelia se enfrenta a una contradicción emocional desgarradora. Las nuevas sensaciones y deseos implantados por el ritual la empujan a enamorarse de su dueño, pero su memoria guarda los ecos de quien fue, y la constante lucha interna amenaza con consumirla. En medio de su tormento personal, descubre que Jason, al igual que la líder de la organización, Inmaculada, son discípulos de un maestro anciano y despiadado, un hechicero capaz de alterar el destino de quienes caen bajo su control. Mientras intenta reconstruir su vida y demostrar que no es solo una cara bonita, Amelia se ve envuelta en un complejo juego de poder entre los intereses de Inmaculada y Jason, los conflictos familiares y las demandas del maestro. Las conspiraciones se intensifican cuando el mentor descubre en ella un potencial mágico inexplorado, exigiendo su entrega a cualquier precio. Para ganar tiempo, Jason e Inmaculada recurren a métodos drásticos, convirtiendo a los agresores de Amelia en mujeres bajo el mismo ritual oscuro, con la esperanza de desviar la atención del maestro. En un mundo donde la magia, la manipulación y la lucha por el poder son moneda corriente, Amelia deberá encontrar su verdadera fuerza para sobrevivir y decidir quién quiere ser en un entorno que constantemente la redefine.

Shandor_Moon · Ciudad
Sin suficientes valoraciones
96 Chs

092. Lágrimas y fuego

Cuando Li Wei, Mei y Jason salieron de la habitación, Amelia quedó pensativa en la soledad de las cuatro paredes. Odiaba todo lo sucedido. Permanecía en la penumbra de la habitación, rodeada por un silencio espeso que solo era roto por el leve tic-tac de un reloj lejano. Sus ojos estaban clavados en el techo, pero su mente vagaba por una maraña de pensamientos y recuerdos. El peso de lo que había vivido en los últimos meses parecía aplastarla, como si un espectro de dudas y temores se hubiera colado en la habitación, acompañándola en esa soledad.

Desde que se había convertido en mujer, su vida se había transformado en una constante lucha, no solo contra los peligros externos, sino también contra su propia identidad y las expectativas ajenas. A veces se preguntaba si su verdadero nombre —el que dejó atrás cuando todo cambió— aún significaba algo, o si Amelia era ahora todo lo que quedaba de ella. "¿Cómo llegué aquí?" pensó, sintiendo una opresión sofocante en el pecho que se hacía cada vez más pesada.

Al principio, había creído que lo más difícil sería adaptarse a un cuerpo diferente y a una vida que no había elegido. Sin embargo, los retos fueron mucho más allá de lo físico. Mei, a quien ahora consideraba una aliada, la había mirado con desprecio en un principio. Para ella, Amelia no era más que una extraña en un mundo que desconocía, una presencia incómoda que debía ganarse su respeto a base de esfuerzo y determinación. Incluso ahora, después de haber demostrado su lealtad y su capacidad, Mei la había puesto a prueba como si cualquier error fuera a revelar su traición oculta.

Y eso dolía. Dolía mucho más de lo que esperaba, porque confiaba en ella. No era solo una cuestión de desconfianza hacia su relación con Jason, sino también una traición a lo que creía que habían construido juntas. Amelia había luchado para ganarse la confianza de Mei, para superar cada prejuicio con el que lidiaba cada día, y sin embargo… "¿Cómo pudo desconfiar tanto de mí?", se repetía, sintiendo un vacío crecer en su pecho.

Desde su transformación, sus gustos y deseos también habían cambiado de manera abrumadora. Amelia había tenido que aceptar que la atracción que antes sentía hacia las mujeres había desaparecido, reemplazada por una confusión intensa hacia los hombres, y en particular, hacia Jason. La realidad de ese cambio se había ido revelando lentamente, cada día más claro, hasta que no pudo ignorarlo. Al principio, lo había resistido, convencida de que no era real, de que solo era un reflejo de lo que había perdido. Pero con cada mirada, cada gesto de Jason, había sido incapaz de negar lo que sentía.

Y con esos cambios internos, vinieron los peligros. Recordaba con claridad a los dos hombres que habían intentado aprovecharse de ella: el primero, que había intentado someterla con su fuerza física, creyendo que era débil, y luego Diego, cuya mirada despreciable aún se sentía como un fantasma observándola desde las sombras. La rabia y el miedo se mezclaban dentro de ella, y con cada pensamiento sobre esos momentos, una sensación de asco profundo se asentaba en su garganta. "¿Es esto lo que significa ser mujer en este mundo?" se preguntaba con un dolor que no podía expresar en palabras.

Pero más allá del peligro físico, estaba el desprecio de quienes la rodeaban. Había sido comprada por Jason, y aunque su relación había evolucionado, siempre había un murmullo constante a sus espaldas, una voz colectiva que la acusaba de ser una cazafortunas o una prostituta bien pagada. Había oído los comentarios en las reuniones, en los eventos, en las miradas furtivas. "Una más en su colección," susurraban algunos. Otros eran más crueles, llamándola "la puta de Jason". Aquellas palabras eran como cuchillas invisibles, clavándose en su alma, recordándole que, para muchos, su valor no era más que el de una mujer bonita que había atrapado a un poderoso CEO.

Los recuerdos de su vida pasada, como Roberto, resurgieron con una fuerza abrumadora. Pensó en sus amigos, en los momentos de camaradería que había compartido, en las bromas que ya no podía hacer, en las conversaciones que ahora le eran ajenas. También pensó en su familia, en lo que debían creer de él… o de ella. Para ellos, Roberto había desaparecido, y el dolor de saber que nunca más podría ser el hijo, el hermano o el amigo que ellos conocían, era una herida que nunca cerraría. "Ya no soy Roberto… pero a veces, desearía poder ser él de nuevo, solo por un instante," pensó, y una tristeza profunda la envolvió. Sabía que no podría volver, que el pasado era un lugar al que no se puede regresar, pero el dolor de la pérdida se mantenía vivo y agudo.

Sin tan solo hubiera podido despedirse de sus padres. Ellos seguían vivos, lo vía gracias a las redes sociales, pero nunca podría volver a hablar con ellos. ¿Cómo hacerles comprender que su hijo ahora era ella? Se iba a ir en unos meses a otro país y quizás de todas formas no pudiera volver los a ver. ¿De que servía presentarse ante ellos para atormentarlos después con su marcha?

En cuanto a sus amigos... Mierda por culpa de ellos era una mujer. ¿Por culpa de ellos? No, ellos pagaban por su delito, habiendo sido también convertidos en mujeres y entregado a redes de tratas de mujeres. Seguramente ahora se pudrían en un burdel siendo usadas por cientos de hombres. Pero la culpa de ser ahora mujer era sola suya. Ella, bueno él en aquel momento podía haber parado esa violación y por no parar esa violación y dedicarse a grabarla ahora penaba su delito. En el fondo había tenido suerte, aunque ciertamente había estado apunto de ser violada en dos ocasiones la suerte le salvó de ello.

Los recuerdos y las emociones la abrumaban, y las lágrimas que había estado conteniendo comenzaron a brotar, recorriendo su rostro sin resistencia. No estaba llorando solo por la traición de Mei o por lo cerca que había estado del desastre con Diego; lloraba por todo lo que había perdido y por todo lo que había tenido que soportar. Lloraba por la vida que nunca volvería y por la persona que había sido, una persona que ya no existía y que el mundo había olvidado. Lloraba por la pobre chica a la que sus amigos violaron. Lloraba por la vida de violaciones y prostitución que sus amigos estarían viviendo.

Después de un rato, Amelia se incorporó lentamente, secándose las lágrimas con el dorso de la mano. Sabía que quedarse en ese estado de vulnerabilidad no cambiaría nada. "No soy débil," se recordó, con una voz que intentaba sonar fuerte. Había pasado por el infierno y había sobrevivido. Jason había sido su protector, pero ahora sabía que la verdadera fuerza tenía que venir de dentro, de ella misma. No podía seguir siendo una víctima de las circunstancias ni de las percepciones de los demás.

Se levantó de la cama, aún tambaleante, y se dirigió al espejo. Su reflejo le devolvió la mirada, los ojos hinchados por el llanto y el rostro marcado por el cansancio. Pero debajo de todo eso, veía algo más: una llama de determinación, la misma llama que la había llevado a superar cada obstáculo que había enfrentado.

—No soy una víctima —susurró, su voz firme a pesar del temblor—. Soy Amelia Antúnez, y no dejaré que nadie me defina ni me destruya. Cuando Sandro casi logra violarme me levanté mas fuerte y esta vez aun seré más fuerte.

Este pensamiento la fortaleció. Sabía que el camino por delante sería complicado, pero por segunda vez en su nueva vida, sentía que tenía el poder para decidir su destino. No más manipulaciones, no más dudas. Amelia se prometió a sí misma que no dejaría que las sombras del pasado la consumieran. Mientras tomaba esa resolución, algo en su interior comenzó a sanar, aunque fuera solo un poco.

Amelia volvió su mirada hacia la bañera de hidromasaje y la encendió. El sonido del agua burbujeando llenaba la habitación con un ruido suave y constante, ofreciéndole un respiro momentáneo del torbellino de pensamientos que se agitaban en su mente. Mientras se despojaba lentamente de su ropa para meterse en el agua, cada prenda que dejaba caer parecía liberar un peso invisible que había estado cargando. Pero no todo podía desaparecer con la misma facilidad; las decisiones a tomar seguían ancladas a sus hombros, pesadas y determinantes.

Se sumergió en la bañera, sintiendo cómo el calor del agua aliviaba la tensión acumulada en sus músculos. Cerró los ojos, tratando de encontrar claridad en medio de la tormenta interna. Sabía que no podía permitirse la indecisión. No esta vez. Su mente comenzó a estructurar los pensamientos, separándolos, buscando un camino en medio de toda la confusión.

Mei. Era la primera en su lista, y la más cercana. Amelia había visto el miedo y la culpa en los ojos de Mei. Comprendía su lealtad hacia Jason, la devoción que sentía por su hermano, y lo difícil que debía haber sido confiar en alguien que había irrumpido en sus vidas de manera tan abrupta. "No te culpo por querer proteger a Jason," pensó Amelia, recordando cómo ella misma había tenido que aprender a confiar en Mei. Aunque dolía que la hubiera puesto a prueba de esa manera, había algo en Mei que la hacía dudar en condenarla. Había visto su arrepentimiento, su desesperación por enmendar el error.

"No puedo castigarte por hacer lo que creíste correcto," reflexionó Amelia, mientras dejaba que el agua caliente la envolviera. Mei había cometido un error, pero no lo hizo desde la malicia, sino desde la preocupación. En el fondo, entendía que lo que Mei había hecho no era tanto por dudar de ella, sino por el amor y la protección que sentía hacia su hermano. Amelia decidió que no tenía sentido prolongar su resentimiento. Mei había demostrado su lealtad en el momento crucial, eligiendo salvarla por encima de cualquier duda. Y eso, pensó Amelia, era suficiente para perdonarla. "Ella es más una víctima de su amor por Jason que una enemiga para mí," se dijo, sintiendo cómo su determinación se afianzaba.

Laura. Este nombre resonaba con más fuerza y amargura. Amelia sentía un ardor en el pecho al pensar en Laura, una mezcla de rabia y un deseo de justicia. Había sido Laura quien había maquinado el plan para destruirla, quien había tratado de manipular las apariencias para sembrar dudas en la mente de Jason. Amelia no podía olvidar eso. No podía dejar de sentir el desprecio por alguien que había actuado con tanta frialdad.

Sin embargo, Amelia sabía que la venganza más efectiva no sería alejarla ni destruirla inmediatamente, sino mantenerla cerca, lo suficientemente controlada para que nunca pudiera volver a traicionarla. "No te librarás tan fácil, Laura," pensó, mientras el agua caliente calmaba sus nervios. Tenía en su poder la llave para atormentarla: las pruebas de su traición y el conocimiento de la doble vida que Diego había grabado. Podía usarlo contra ella, un arma silenciosa que mantendría a Laura bajo su vigilancia constante. Si Laura se atrevía a traicionarla de nuevo, Amelia no dudaría en exponerla. Pero por ahora, decidió, la mantendría bajo control, jugando con su miedo y su inseguridad. "No hay castigo más cruel que vivir sabiendo que alguien tiene tu destino en sus manos."

Diego. Esta era la cuestión más complicada. Amelia no podía olvidar la sensación de impotencia y el miedo paralizante cuando se dio cuenta de lo que Diego había planeado para ella. La sola idea de su traición hacía que la rabia burbujeara en su interior, más ardiente que el agua que la rodeaba. Sin embargo, había algo más profundo que la simple venganza; Diego había cruzado un límite y debía pagar por ello.

Amelia recordó a Sandro, y la transformación que habían logrado con él. La idea de convertir a Diego en alguien completamente diferente, de arrebatarle el poder y la identidad que él había usado para dañar a otros, se volvió cada vez más tentadora. Era una justicia irónica, una forma de hacerle experimentar lo que él mismo había intentado imponerle a ella y a tantas otras mujeres.

"¿Podría realmente convertirlo en otro Sandro?" Amelia se debatía internamente. Sabía que no era una decisión fácil, ni algo que pudiera tomarse a la ligera. Pero en el fondo, sentía que esa podría ser la única forma de protegerse y de proteger a otros de alguien como él. La crueldad de la idea la inquietaba, pero también la liberaba de una impotencia que había arrastrado durante mucho tiempo. "Tú decidiste ser un depredador, Diego… ahora será mi turno de decidir tu destino."

Amelia salió de la bañera, el agua goteando de su cuerpo mientras se envolvía en una toalla. Las decisiones ya estaban tomadas en su mente, aunque los detalles aún necesitaban pulirse. Pero esta vez, sentía que tenía las riendas de su vida en sus manos. Sabía que el futuro sería un campo de batalla, pero al menos esta vez, estaba lista para pelear.

Se miró en el espejo, con la determinación firmemente grabada en sus ojos, y se recordó a sí misma que la lucha no había terminado. Había sobrevivido al caos, y ahora era el momento de comenzar a forjar un nuevo orden.