El sol ya estaba alto en el cielo, derramando su luz sobre la habitación, cuando una mano suave acarició la cabeza de Amelia. Aun sumida en un sueño agitado, ella se giró perezosamente en la cama, sus párpados se abrieron lentamente, revelando unos ojos llenos de un cansancio profundo. Jason estaba sentado en el borde de la cama, su rostro mostraba una sonrisa tenue, pero había una sombra de preocupación que nublaba su mirada. Amelia intentó devolverle la sonrisa, pero el gesto se desvaneció rápidamente cuando el dolor punzante en su cabeza, muñecas, espalda y costado la atravesó como un relámpago, provocándole una mueca de dolor que no pudo esconder.
—¿Vas a quedarte todo el día en la cama? —dijo Jason con una voz suave, intentando inyectar algo de ligereza en el ambiente—. No puedes dejar que Sandro te venza.
Las palabras, aunque bien intencionadas, cayeron pesadamente sobre Amelia, aplastándola bajo el peso de la realidad. El desasosiego que había intentado mantener a raya durante la noche regresó con fuerza, como una ola que rompe contra una roca desgastada. Las confusas y fragmentadas imágenes de la noche anterior la golpearon de nuevo, cada una más vívida que la anterior. No era solo el peligro que había corrido o el asco que sentía al recordar las manos de Sandro recorriendo su cuerpo con una posesión cruel. Era algo más profundo, más devastador. Era la sensación abrumadora de haber sido completamente impotente, de no haber podido defenderse, de haber sido reducida a un objeto, a algo que no tenía control sobre su propio cuerpo ni sobre su vida.
Amelia se hizo un ovillo bajo las sábanas, buscando consuelo en la oscuridad, pero lo único que encontró fue un abismo de miedo y desesperación. Cada músculo de su cuerpo temblaba, como si estuviera tratando de liberarse de las cadenas invisibles que Sandro había dejado atrás. El nudo en su garganta crecía, sofocándola, mientras las lágrimas ardían en sus ojos, pero se negaban a caer. Sentía como si estuviera atrapada en ese baño, una y otra vez, impotente, indefensa.
Jason, al ver cómo Amelia se cerraba sobre sí misma, sintió que su corazón se rompía en mil pedazos. Una ola de impotencia lo inundó, un sentimiento que no estaba acostumbrado a soportar. Había estado a solo unos metros de distancia cuando Sandro cometió esa atrocidad, tan cerca y, sin embargo, tan incapaz de proteger a la mujer que más le importaba. La culpa lo devoraba por dentro, un fuego lento que se avivaba cada vez que veía el dolor reflejado en los ojos de Amelia. Las palabras que había pronunciado con la esperanza de animarla ahora le parecían huecas y torpes, incapaces de alcanzar las profundidades del tormento que ella estaba viviendo.
Mientras la observaba temblar, envuelta en las sábanas como si fueran su única defensa contra el mundo exterior, Jason sintió un nudo en la garganta que apenas podía soportar. Quería hacer algo, cualquier cosa, para aliviar su dolor, pero se encontraba paralizado por la magnitud de lo ocurrido. Lo que más le dolía era que todo había sucedido justo delante de sus narices, y ahora, no encontraba manera de consolarla, de animarla, de hacerle creer que todo volvería a estar bien. Porque, en el fondo, sabía que las cosas nunca volverían a ser las mismas.
Durante más de media hora, Amelia y Jason se quedaron atrapados en un ciclo de mutuo sufrimiento, como dos almas perdidas en un mar de dolor que no podían encontrar la manera de escapar. Jason, sumido en una ira que quemaba cada fibra de su ser, solo podía pensar en Sandro. La necesidad de hacerle pagar por lo que le había hecho a Amelia se había convertido en una obsesión, un deseo oscuro y visceral. Quería atraparlo con sus propias manos, sentir cada grito de agonía de ese hombre resonar en su alma antes de arrancarle la vida con una mirada de desprecio. Sin embargo, sabía que el plan de Amelia no le permitiría esa satisfacción. Su idea, quizás más fría y calculada, se sentía más aterradora, pero a Jason le faltaba el consuelo de la venganza física, de devolver el dolor de la manera más directa posible.
El silencio entre ellos era denso, cargado de emociones que ninguno sabía cómo expresar. La habitación, que normalmente sería un refugio de paz, se había transformado en una prisión de recuerdos insoportables. Ninguno de los dos respondió cuando se escucharon los golpes insistentes en la puerta, hasta que esta se abrió lentamente.
Mei y Li Wei entraron en la habitación, sus rostros reflejaban una mezcla de preocupación y determinación. La escena que encontraron era desgarradora: Amelia estaba hecha un ovillo debajo de las sábanas, su cuerpo temblaba mientras Jason, inmóvil, le acariciaba la cabeza con un gesto que no podía hacer más que aliviar superficialmente el dolor que ambos sentían.
—Amelia, ¿estás bien? —preguntó Li Wei con voz suave, aunque su preocupación era evidente.
—No —susurró Amelia, su voz era apenas un murmullo, quebrada por el peso del sufrimiento. ¿Cómo podría estar bien? Habían intentado violarla, y casi había sido asesinada. Esa simple pregunta parecía casi absurda en su mente, como si describiera algo trivial en lugar del infierno por el que había pasado.
Mei, sin embargo, no mostró ninguna de las emociones que Li Wei trataba de ofrecerle a Amelia. Su expresión era severa, desprovista de la más mínima señal de compasión.
—Levántate ahora mismo —ordenó Mei con una voz que cortó el aire, autoritaria y decidida, sin rastro de la lástima que Jason y Li Wei mostraban—. Ya está bien de compadecerte. Tienes trabajo y una venganza por planear.
Amelia se encogió aún más bajo las sábanas, su cuerpo temblaba como una hoja en el viento.
—Déjame. No quiero salir de la cama... aquí estoy segura —lloriqueó, su voz era frágil, rota, como la de una niña que busca refugio en un lugar donde nada ni nadie puede alcanzarla.
Lo que sucedió a continuación dejó a todos atónitos. Sin previo aviso, Mei se acercó a la cama con determinación, y en un movimiento rápido, arrancó las sábanas que cubrían a Amelia, exponiéndola a la fría realidad. Antes de que Amelia pudiera reaccionar, Mei la agarró de la oreja derecha, arrastrándola fuera de la cama con una fuerza y una brusquedad que nadie esperaba. Los gritos de dolor y súplicas de Amelia resonaron por la habitación, pero Mei no se detuvo.
Li Wei y Jason se quedaron paralizados, incapaces de intervenir mientras veían cómo Mei empujaba a Amelia hacia el baño, como si la estuviera sacando de una pesadilla con la fuerza bruta de la realidad. Los gritos de Amelia se intensificaron, mezclados con las súplicas desesperadas de alguien que busca un refugio imposible de encontrar.
—¡Mei, por favor, déjame quedarme en la cama! —gritaba Amelia entre sollozos, pero Mei estaba decidida.
Con un gesto firme, Mei arrojó a Amelia dentro de la ducha y abrió el grifo, dejando que el agua fría cayera sobre ella en un torrente implacable. El shock del agua helada contra su piel fue tan repentino que Amelia quedó sin aliento, su mente quedó en blanco por un instante, como si el agua hubiera barrido temporalmente su sufrimiento.
—Antes de quince minutos te quiero duchada, vestida y arreglada —dijo Mei, su voz era una orden indiscutible, llena de una dureza que no admitía objeciones—. ¿Has entendido? Si no, olvídate de volver a contar con mi ayuda en el trabajo y con mi familia.
Amelia, aturdida y temblorosa en el suelo de la ducha, levantó la mirada hacia Mei con los ojos muy abiertos, llenos de confusión y algo más: una chispa de comprensión. La brusquedad de Mei la había sacado de su trance, había roto la niebla de desesperación que la envolvía. Con un esfuerzo titánico, trató de incorporarse, el agua fría la envolvía mientras empezaba a quitarse el pijama empapado con movimientos torpes, pero decididos.
Mei, viendo que su mensaje había sido recibido, esbozó una pequeña sonrisa de satisfacción antes de salir del cuarto de baño. Sabía que el camino por delante podía ser largo y difícil, pero este era el primer paso que Amelia necesitaba dar, el primero hacia la recuperación y la venganza.
Cuando Mei regresó al dormitorio, los ojos de Jason y Li Wei se clavaron en ella con una mezcla de asombro y desconcierto. No podían entender cómo había sido capaz de actuar con tanta dureza hacia Amelia, especialmente después de lo que había ocurrido apenas unas horas antes.
—Cierren las bocas —dijo Mei con una frialdad que cortaba el aire—. Amelia necesita salir de esa cama y enfocarse en cualquier cosa que no sea lo que ocurrió anoche. Con su actitud, solo están ralentizando su recuperación. Tiene menos de seis meses para arreglar un montón de cosas. Lo último que necesita es quedarse dos meses metida en la cama, compadeciéndose de sí misma.
Las palabras de Mei cayeron como un mazazo, haciendo que ambos bajaran la cabeza en señal de rendición. A pesar de la lógica implacable de Mei, tanto Jason como Li Wei se sentían incapaces de tratar a Amelia con esa dureza. La herida era demasiado reciente, el dolor demasiado palpable.
—Mei, Amelia... Ella no... —intentó decir algo coherente Jason, pero las palabras se atascaban en su garganta. Quería regañar a Mei, reprocharle su severidad, pero las palabras no lograban formarse del todo en su boca.
—Amelia no va a volver a ser la chica alegre y confiada por un buen tiempo —respondió Mei, manteniendo su postura firme aunque una sombra de compasión cruzó brevemente su rostro—. Pero en esa cama, no puede arreglar nada. Lo que sucedió anoche nos puede pasar a cualquiera de nosotras, pero no podemos vivir con miedo. Debemos seguir adelante, por nosotras mismas y por las mujeres que vendrán después de nosotras.
Li Wei la miró como si Mei fuera un monstruo, incapaz de comprender la dureza de su enfoque.
—¿No puedes dejarla llorar un día? —preguntó Li Wei, su voz temblaba con una mezcla de incredulidad y tristeza.
—¿Un día? —repitió Mei, su voz se endureció aún más—. Ese monstruo destruyó el recuerdo de una noche que debía ser divertida, inolvidable por las razones correctas. Si estuviera en mi mano, le haría olvidar cada segundo desde que entró en ese maldito servicio. Pero lamentablemente, eso no está en nuestras manos. Lo único que podemos hacer ahora es ser fuertes por ella.
Mei se acercó a Jason con una mirada intensa, y antes de que él pudiera reaccionar, lo abofeteó con fuerza, dejándolo completamente en shock.
—¿Crees que no sé que estás igual que ella? —espetó Mei, su voz era baja pero cargada de una furia contenida—. Yo también me siento impotente por no haber reaccionado antes, pero lamentarse no va a cambiar lo que ocurrió. Lo que debemos hacer ahora es estar en movimiento, allanando su camino para que pueda comenzar a correr de nuevo. Si realmente te importa Amelia, entonces ponte de pie y haz lo que sea necesario para que ella pueda levantarse también.
El golpe no fue tanto físico como emocional para Jason, quien se quedó paralizado, con la mente llena de remordimientos y furia impotente. Sabía que Mei tenía razón, pero el dolor de no haber podido proteger a Amelia lo consumía, amenazando con ahogarlo.
En ese momento, la puerta del baño se abrió, y Amelia salió envuelta en una toalla, su cuerpo todavía temblaba levemente por el agua fría. Caminó hacia el vestidor con pasos lentos y torpes, intentando esbozar una sonrisa para los que la observaban, pero la sonrisa murió antes de formarse por completo. Era evidente que cada movimiento le costaba un esfuerzo monumental. Sin embargo, lo que importaba era que estaba en pie, que había encontrado la fuerza para salir de la cama y enfrentarse al día.
Amelia sabía que no podía permitirse el lujo de detenerse. Necesitaba seguir adelante, revisar los datos sobre las empresas de "Luminis Luxuria Group", mandar un mensaje a Marta para concertar una entrevista y evaluar las posibilidades de negocio, y preparar la mente para la reunión de esa tarde con Lourdes. El día sería largo y agotador, pero rendirse no era una opción. Aunque cada fibra de su ser gritaba por descanso, por esconderse, ella sabía que la única manera de recuperar el control era enfrentarse a todo con la misma ferocidad con la que había sobrevivido la noche anterior.
Mei observó cómo Amelia se dirigía al vestidor, y aunque no mostró ninguna emoción en su rostro, en su interior, se sintió orgullosa. Sabía que si alguien podía superar esto, era ella. Ahora, lo único que quedaba era asegurarse de que Amelia tuviera el apoyo y los recursos necesarios para no solo recuperarse, sino también para prosperar en un mundo que había intentado destruirla.
Mei los miró desafiante, sus ojos eran dos pozos de determinación, esperando cualquier réplica de Jason o Li Wei después de ver a Amelia salir del cuarto de baño. Sin embargo, no hubo ninguna objeción. En una semana, Mei parecía haber encontrado la manera de hacer que Amelia luchara frente a la adversidad. Su método era duro, inflexible, pero hasta ahora había dado resultados. Amelia no estaba derrotada; estaba en pie, aunque tambaleante, y eso era lo que importaba.
—¿No crees que necesita llorar? —preguntó Li Wei con suavidad, su voz reflejaba la profunda lástima que sentía por su amiga.
Mei mantuvo la mirada fija en Li Wei, su expresión se suavizó solo un poco, pero su tono seguía siendo firme, como si estuviera convencida de que su enfoque era el único camino posible.
—Llorará —respondió Mei, con una seguridad que no dejaba lugar a dudas—. Tiene las noches para llorar, para dejar salir todo lo que lleva dentro. Pero ahora, durante el día, tiene que empezar a caminar. No podemos permitir que se detenga; si lo hace, perderá más que solo su fuerza. Debe seguir adelante, y nuestra tarea es asegurarnos de que lo haga, aunque eso signifique ser duros con ella.
Las palabras de Mei resonaron en la habitación, creando un silencio cargado de comprensión y aceptación. Aunque Jason y Li Wei querían ser más compasivos, entendían que Mei tenía razón en su enfoque. Amelia necesitaba seguir adelante, y llorar no podía ser una excusa para detenerse. Había mucho en juego, y permitir que la tristeza y el miedo la consumieran no era una opción si querían que volviera a ser la mujer fuerte y decidida que siempre había sido.
El ambiente en la habitación se tensó aún más cuando Mei, con un suspiro de resignación, preguntó:
—¿Puedo ayudar en algo para la venganza?
Jason, que hasta ese momento había estado sumido en sus propios pensamientos oscuros, levantó la vista hacia su hermana, considerando su propuesta.
—Quizás Luna Nueva pueda averiguar si Sandro tiene algo oculto. Sería bueno bloquear el acceso a todo su dinero —respondió con una frialdad calculada.
Mei suspiró de nuevo. Sabía que su hermano era consciente de su doble vida como hacker, pero cada vez que mencionaba a "Luna Nueva," sentía un peso adicional sobre sus hombros. Aun así, asintió.
—Veré qué puede hacer Luna Nueva. —Pausó por un momento antes de preguntar—. ¿Qué estás haciendo tú?
Jason esbozó una sonrisa que no alcanzó a sus ojos. Había algo casi cruel en su expresión, una sombra que había crecido desde la noche anterior.
—Digamos que anoche Sandro tuvo una cálida bienvenida en su nueva residencia, y su tiempo allí no será nada placentero.
Li Wei lo miró con desaprobación, aunque la comprensión se reflejaba en sus ojos.
—¿No podéis dejar que la justicia haga su trabajo? —preguntó, su voz estaba teñida de una preocupación sincera—. ¿Por qué no buscáis a más mujeres para testificar contra él? La venganza es una espiral que devora el alma de las personas.
Jason no tuvo tiempo de responder, ya que en ese momento, Amelia salió del vestidor. Llevaba un vestido veraniego de color verde claro, con rosas bordadas en rojo en la parte baja de la falda, que quedaba ligeramente por encima de las rodillas. Su aspecto era delicado, casi frágil, pero la dureza en sus ojos contaba otra historia.
—La ley es solo un papel para ocultar que la venganza es lo natural —dijo Amelia con una voz que resonó en la habitación—. Sandro sufrirá, sufrirá hasta aburrirme. Y cuando ya no me divierta su sufrimiento, entonces morirá.
Li Wei sintió un escalofrío recorrerle la columna vertebral al escuchar esas palabras, pronunciadas con una determinación implacable que no había visto antes en su amiga. ¿Cómo podía la misma joven que estaba dispuesta a arrodillarse ante Mei para ser aceptada haberse vuelto tan despiadada de repente?
Mei intercambió una mirada rápida con Jason, comprendiendo que la Amelia que habían conocido estaba cambiando, endurecida por el horror de lo que había vivido. Pero a pesar de la dureza que mostraba, Mei sabía que el dolor y la rabia eran una máscara que la protegía del abismo de desesperación que amenazaba con consumirla.
Li Wei, por su parte, observaba con creciente preocupación. La venganza, aunque tentadora, podía corroer a una persona desde dentro. Y Amelia, que había sido el centro de su grupo, una luz de esperanza y energía, ahora parecía caminar por un sendero oscuro del que temía que no hubiera regreso.