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Vendida al destino

Amelia no siempre fue Amelia. En una vida pasada, fue un joven que se dejó llevar por la apatía y la indiferencia, grabando en silencio una atrocidad sin intervenir. Por ello, una organización secreta decidió aplicar un castigo tan severo como simbólico: transformar a los culpables en lo que más despreciaban. Convertido en mujer a través de un oscuro ritual, Amelia se ve atrapada en un cuerpo que nunca pidió y en una mente asediada por nuevos impulsos y emociones inducidos por un antiguo y perverso poder. Vendida a Jason, un CEO tan poderoso como enigmático, Amelia se enfrenta a una contradicción emocional desgarradora. Las nuevas sensaciones y deseos implantados por el ritual la empujan a enamorarse de su dueño, pero su memoria guarda los ecos de quien fue, y la constante lucha interna amenaza con consumirla. En medio de su tormento personal, descubre que Jason, al igual que la líder de la organización, Inmaculada, son discípulos de un maestro anciano y despiadado, un hechicero capaz de alterar el destino de quienes caen bajo su control. Mientras intenta reconstruir su vida y demostrar que no es solo una cara bonita, Amelia se ve envuelta en un complejo juego de poder entre los intereses de Inmaculada y Jason, los conflictos familiares y las demandas del maestro. Las conspiraciones se intensifican cuando el mentor descubre en ella un potencial mágico inexplorado, exigiendo su entrega a cualquier precio. Para ganar tiempo, Jason e Inmaculada recurren a métodos drásticos, convirtiendo a los agresores de Amelia en mujeres bajo el mismo ritual oscuro, con la esperanza de desviar la atención del maestro. En un mundo donde la magia, la manipulación y la lucha por el poder son moneda corriente, Amelia deberá encontrar su verdadera fuerza para sobrevivir y decidir quién quiere ser en un entorno que constantemente la redefine.

Shandor_Moon · Ciudad
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96 Chs

012. Un día en Milán

Amelia despertó desnuda en una gran cama, su cuerpo atado con tres cinturones que la mantenían inmovilizada. La luz del amanecer se filtraba suavemente por las cortinas de la ventana, iluminando la lujosa habitación con un resplandor dorado. La habitación era inmensa, con muebles de caoba finamente tallados y un enorme espejo que reflejaba la luz de la mañana. Las paredes estaban decoradas con obras de arte que parecían fuera de lugar en medio de su situación actual.

Sus manos estaban apretadas contra su cuerpo, sus muñecas atadas firmemente, causando un dolor sordo por la falta de circulación. Sus piernas estaban cerradas a la altura de los muslos y sus tobillos sujetos con igual firmeza. Sentía cada músculo de su cuerpo entumecido y dolorido por haber pasado la noche en esa posición. Además, un trapo estaba metido en su boca y una de sus medias se usaba como mordaza, impidiéndole emitir cualquier sonido coherente.

El silencio de la habitación se veía interrumpido solo por el suave murmullo del agua corriendo en la ducha del baño cercano. Amelia intentó moverse, pero los cinturones la mantenían firme, cada intento solo incrementaba el dolor en sus músculos rígidos. Su cabeza latía con un dolor punzante, producto de la resaca. Cada latido resonaba en sus sienes, amplificando su confusión y miedo. Trató de recordar lo que había sucedido la noche anterior. Las imágenes se arremolinaban en su mente: la cena, la biblioteca, el billar... y luego, todo se volvía borroso. La incertidumbre la invadió. ¿Habría abusado Jason de ella?

El sonido del agua cesó y Amelia escuchó el ruido de la ducha al cerrarse. Giró la cabeza lo mejor que pudo hacia el cuarto de baño, tratando de orientarse a pesar del dolor. Sus músculos protestaron ante el movimiento, pero logró enfocar su mirada justo a tiempo para ver a Jason salir del baño. Se estaba secando la cabeza con una toalla, completamente desnudo, su piel bronceada brillando con la luz que se filtraba.

—Ya despertaste —dijo Jason, acercándose a la cama. Se inclinó sobre ella, su miembro de gran tamaño a escasos centímetros de su cara mientras le quitaba la mordaza—. Ya está, ahora estate tranquila y te quito los cinturones.

Amelia se sonrojó al ver el miembro de Jason tan de cerca. El calor en sus mejillas contrastaba con el frío entumecimiento de su cuerpo.

—Es mayor de lo que fue el mío —dijo con cierto asombro, su voz apenas un susurro una vez que la mordaza fue retirada.

Jason sonrió, divertido por su comentario mientras desataba los cinturones.

—Sí, ya me lo dijiste anoche cuando me arrancaste los bóxers encima de la mesa de billar.

Amelia parpadeó, incrédula. El dolor de cabeza y la confusión nublaban sus pensamientos.

—¿Qué? ¿Yo te quité tu ropa? —No podía ser verdad. ¿Cómo iba a haber intentado violar a un hombre?

—¿Te pongo las cámaras de seguridad? —preguntó Jason, sonriendo mientras le quitaba el último cinturón—. Gritabas que me ibas a dar los besos donde tú querías. Te convencí de venir a la habitación y por el camino te fuiste sacando el vestido, el sujetador, el liguero, el tanga y ya entrando, te quitaste una de las media.

—¿Yo hice eso? —Amelia se metió debajo de las sábanas para ocultar su cara de vergüenza—. ¿Cómo pudo pasar?

—Esta mañana hablé con la señora Montalbán. Al parecer, el alcohol acelera tu transformación y el gusano te incita a tener sexo. Te até y amordacé para evitar que hicieras algo de lo que te arrepintieras esta mañana.

Amelia se quedó en silencio, procesando la información. No podía creer lo que estaba escuchando. Se sentía terriblemente avergonzada.

—No puedo creer que me pudiera sentir más avergonzada. Aunque no recordar mi primera vez quizás sí me arrepentiría en el futuro. ¿Crees que hubiera llegado tan lejos?

—¿Te pongo la grabación de las cámaras de la biblioteca?

—No —respondió moviendo enérgicamente la cabeza y sin destaparse—. ¿Y por qué no te aprovechaste?

—Te lo dije antes de convertirte en un animal salvaje. No pienso tomar tu virginidad hasta que me la entregues de forma voluntaria, sin alcohol ni otros trucos de por medio.

Amelia asomó la cabeza de debajo de las sábanas, mirándolo con una mezcla de gratitud y vergüenza.

—Gracias, es muy noble por tu parte —dijo, sintiendo un pequeño alivio—. Tu habitación es tan grande como la de Inmaculada.

Jason se encogió de hombros con una sonrisa.

—Esperaba tenerla más grande. Tiraré algún tabique para agrandarla. No puedo ser menos.

Amelia sonrió débilmente, tratando de encontrar algo de humor en la situación. Mientras observaba a Jason moverse por la habitación, se dio cuenta de que, a pesar de todo, él había mostrado una decencia inesperada. Tal vez, solo tal vez, podía encontrar una manera de adaptarse a esta nueva vida.

—Dúchate, debemos ir a comprar ropa para ti —le ordenó Jason antes de introducirse en el vestidor.

Amelia se sentó un momento en el borde de la cama, sintiendo su corazón latir más rápido de lo normal. ¿Se debería a la vergüenza? ¿Al haber estado mirando el miembro de Jason? ¿Se estaba enamorando? Meneó la cabeza para quitarse tales ideas y se metió en la ducha.

Seguramente era por la vergüenza. ¿Cómo un hombre hetero hasta hace tres días iba a sentir algo por otro hombre tan apuesto? Rápidamente giró el grifo del agua fría, tenía que quitarse esos pensamientos de la cabeza. Él era un hombre hetero. Mientras sus manos recorrían su cuerpo enjabonándolo, rió irónicamente. ¿Hombre? De hombre ya no quedaba nada en ella. Si el gusano era tan poderoso para ello, ¿cómo podía dudar acerca de poder confundirle sobre sus gustos sexuales?

Amelia dejó correr durante un rato el agua sobre su cuerpo después de terminar de ducharse, intentando que esos pensamientos se fueran de su cuerpo junto con el agua. No había manera. Se salió de la ducha y terminó de arreglarse. Cuando estuvo lista, se fijó en Jason, quien lucía un precioso traje azul hecho a medida, viéndose tremendamente atractivo.

—¿Cómo puedes usar traje en pleno verano?

—Magia —contestó con una sonrisa—. Estoy acostumbrado a usar traje y no suele afectarme mucho el calor. En el mundo de los negocios, la imagen es muy importante.

Amelia sintió las miradas, sonrisas y comentarios del servicio cuando salieron de la habitación y hasta subirse en el coche. En esta ocasión, para su sorpresa, no lo conducía Jason. Ambos se sentaron en la parte trasera mientras en la delantera se sentó un guardia. Miró a tiempo para ver cómo otro coche de alta gama era abordado por otros tres guardias.

—¿Algún problema? —preguntó Jason al ver cómo Amelia se movía nerviosa en el asiento.

—Varias cosas. El servicio estaba murmurando. Me ha extrañado que no conduzcas el coche y llevas cuatro guardaespaldas.

—Los chismes del servicio te los ganaste anoche tú solita. Vamos a coger el avión y no quiero aparcar el coche en el parking del aeropuerto. Por último, tenemos mucho que comprar, ¿no esperarás que ambos carguemos con todo?

Amelia se sonrojó al recordar la descripción de su comportamiento la noche anterior.

—¿Coger el avión? ¿Dónde vamos a comprar?

—Para ir a Milán, lo más rápido es coger el avión. No puedo descuidar más tiempo mis negocios —Jason dijo todo como si coger un avión para ir a Milán desde Lantia fuera lo más natural del mundo.

—¿A Milán? ¿Por qué? —En Bravura había tiendas de sobra, incluso de lujo.

—Porque es donde está la Galleria Vittorio Emanuele II. Es un sitio estupendo para almorzar y cenar. ¿Hubieras preferido París? Puedo cambiar el plan de vuelo.

—No, tranquilo, seguro que Milán está perfecto —seguramente había planeado la jornada perfectamente. ¿Cómo iba a hacerle cambiar de planes?

Amelia abrió su teléfono y miró la hora. Aún faltaban cinco minutos para las nueve. ¿A qué hora había llamado a Inmaculada? De repente, se fijó en un mensaje de WhatsApp; era de Inmaculada.

"Procura no pasarte otra vez con el alcohol. Jason me llamó esta mañana muy preocupado por tu actitud. Recuerda que no estás usando ningún método anticonceptivo y puedes quedarte embarazada."

Amelia se le enrojecieron nuevamente las mejillas. Con rapidez, tecleó.

"Me lleva a Milán a comprar. Intentaré no beber nada."

"De acuerdo. Cuídate." —contestó sin más Inmaculada.

Amelia cerró el smartphone a tiempo para ver cómo llegaban al aeropuerto internacional de Lantia.

—¿Es tuyo? —preguntó Amelia una vez en vuelo, mientras le servían el desayuno.

—No. Tener un avión es tirar el dinero. Sale mucho más rentable alquilarlos y en Lantia hay una buena flota de alquiler. ¿Cómo te encuentras?

—Con un poco de dolor de cabeza y muy avergonzada. Lo de ayer...

—Tranquila, he eliminado todos los vídeos de lo de anoche. Solo me quedé yo una copia por si no creías mi palabra —respondió Jason, su voz era tranquilizadora, pero con una firmeza que indicaba que no había vuelta atrás.

Amelia lo miró, sintiendo una mezcla de gratitud y vergüenza.

—¿Crees que me gustaría ver cómo te sigo por el pasillo quitándome la ropa y tirándotela? Solo de pensar lo ridículo de la acción, me quiero morir —dijo Amelia, su voz reflejando la mortificación que sentía.

Jason sonrió suavemente, tratando de aliviar su incomodidad.

—Amelia, no tienes por qué sentirte así. Lo que ocurrió anoche no fue tu culpa, y yo no tengo ninguna intención de hacerte sentir mal por ello. Lo importante es que aprendamos de esta experiencia y sigamos adelante.

Amelia asintió lentamente, tratando de aceptar sus palabras. Mientras comía su desayuno, su mente seguía dando vueltas a los eventos de la noche anterior. Sabía que debía ser más cuidadosa con el alcohol y con sus propias emociones. Este nuevo mundo en el que había entrado era complejo y lleno de desafíos, y necesitaba estar en su mejor estado mental y físico para enfrentarlo.

El vuelo continuó de manera tranquila, y Amelia aprovechó el tiempo para intentar relajarse y ordenar sus pensamientos. La comodidad del avión y la atención del personal ayudaban a calmar sus nervios, pero no podía evitar sentir una inquietud constante sobre lo que vendría.

Al llegar a Milán, Amelia se sorprendió por la rapidez con la que todo se desarrolló. Fueron recibidos por dos berlinas de lujo que los llevaron directamente a la Galleria Vittorio Emanuele II. La majestuosidad del lugar la dejó sin aliento. Las tiendas de alta gama, los cafés elegantes y la arquitectura impresionante eran un espectáculo para la vista.

Jason la guió a través de las tiendas, eligiendo ropa, zapatos y accesorios con una seguridad que mostraba su familiaridad con el lujo. Amelia, aunque aún nerviosa, comenzó a relajarse un poco al ver la atención que Jason ponía en cada detalle para asegurarse de que ella se sintiera cómoda y bien vestida.

Pasaron horas comprando, con paradas en tiendas de los diseñadores más renombrados. Amelia se probó vestidos elegantes, trajes a medida, ropa casual de alta calidad, e incluso lencería fina que la hizo sonrojarse pero que Jason insistió en comprar. Los guardaespaldas se encargaron de llevar todas las compras a las berlinas, asegurándose de que todo fuera guardado para llevarlo directamente a su casa en Lantia.

Finalmente, después de una tarde exhaustiva pero satisfactoria, Jason la llevó a un elegante restaurante en la misma Galleria. Las mesas estaban adornadas con flores frescas, y una suave música de piano llenaba el ambiente. Se sentaron en una mesa junto a una ventana, desde donde podían ver el bullicio de la Galleria.

—Este lugar es maravilloso —dijo Amelia, mirando a su alrededor.

—Me alegra que te guste. Pensé que después de una larga jornada de compras, un buen descanso aquí sería perfecto —respondió Jason, sonriendo.

El camarero se acercó con el menú, y Jason se encargó de pedir una selección de platos italianos tradicionales. La comida llegó rápidamente, y Amelia se deleitó con cada bocado. La combinación de sabores, la frescura de los ingredientes y la presentación impecable hicieron de la cena una experiencia memorable.

—¿Te está gustando la comida? —preguntó Jason, observándola con interés.

—Sí, es deliciosa. Todo esto es tan... increíble. No estoy acostumbrada a tanto lujo —respondió Amelia, sintiendo una mezcla de gratitud y asombro.

—Quiero que te acostumbres. Esta es tu vida ahora, y quiero que disfrutes cada momento —dijo Jason, levantando su copa para brindar.

Amelia levantó su copa, chocando suavemente con la de Jason. —Por una nueva vida —dijo, sonriendo.

—Por una nueva vida —repitió Jason, mirándola con una intensidad que la hizo temblar ligeramente.

La cena continuó con una conversación amena, donde Jason y Amelia compartieron más sobre sus vidas y sus gustos. Jason mostró un lado más relajado y accesible, haciendo que Amelia se sintiera más cómoda y segura a su lado. Al terminar, Jason pidió un postre especial, una tarta de chocolate con frambuesas frescas, que compartieron mientras charlaban sobre las tiendas que habían visitado y las compras que habían hecho.

—Ha sido un día largo, pero me ha encantado —dijo Amelia, mientras terminaban el postre.

—Me alegra escuchar eso. Ahora, debemos regresar a Lantia. Mañana será otro día lleno de actividades —respondió Jason, sonriendo.

Se levantaron de la mesa y se dirigieron hacia las berlinas. Los guardaespaldas, que habían estado vigilando y asegurándose de que todo transcurriera sin problemas, cargaron las últimas compras en los coches. Amelia y Jason se acomodaron en la parte trasera de una de las berlinas, mientras los guardaespaldas tomaban su lugar en los coches, listos para partir.

El vuelo de regreso a Lantia fue tranquilo. Amelia, agotada por el día, se quedó dormida poco después de despegar. Jason la observó durante un momento, una leve sonrisa en sus labios, antes de volver a su lectura.

Al llegar a Lantia, las berlinas los esperaban para llevarlos de regreso a casa. Amelia despertó mientras aterrizaban, sintiéndose más descansada pero aún un poco desorientada.

—Estamos en casa —dijo Jason suavemente, ayudándola a salir del avión.

Durante el trayecto de regreso a la mansión, Amelia se permitió reflexionar sobre el día. Había sido una experiencia abrumadora, llena de lujos y novedades, pero también había sentido una conexión creciente con Jason. A pesar de las circunstancias, comenzaba a sentir una extraña comodidad a su lado.

Cuando llegaron a la mansión, Kai y el personal estaban listos para recibirlos. Los guardaespaldas se encargaron de descargar todas las compras y llevarlas al vestidor de Amelia. Jason la acompañó hasta su habitación, donde ambos se prepararon para la noche.

Jason sonrió con una chispa de diversión en sus ojos. —¿Necesitaré atarte de nuevo esta noche? —preguntó con tono juguetón.

Amelia le devolvió la sonrisa, con una expresión pícara. —Tranquilo, si esta noche hacemos algo, seré totalmente responsable de mis actos.

Se acostaron juntos en la gran cama, ambos disfrutando de la comodidad y el lujo que los rodeaba. Jason la abrazó suavemente, creando una sensación de seguridad y calidez.

Amelia se quedó mirando el techo por un momento, sintiendo el suave colchón bajo ella. A pesar de todo, una sensación de anticipación la invadía. Sabía que su vida había cambiado irrevocablemente, pero estaba decidida a enfrentar lo que viniera con valentía y determinación.

Su mente meditaba cómo podía sentirse tan a gusto al lado de un hombre. Si alguien lo hubiera sugerido hace solo dos días lo hubiera tildado de loco. Se lo había expresado así a Lucía, quien se había burlado diciendo que acabaría deseando a un hombre. En solo tres días se había acostumbrado a su nuevo cuerpo femenino y deseaba a un hombre. Amelia se volvió hacia Jason, ya había cerrado los ojos y posiblemente dormía. ¿De este hombre tan encantador sentía miedo Inmaculada? ¿Cómo era posible?